James Potter y La Maldición del Guardián (43 page)

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
11.18Mb size Format: txt, pdf, ePub

James se derrumbó contra la pared mientas las voces se desvanecían. No cabía duda. De alguna forma, increíblemente, había sido lanzado de vuelta a los tiempos de la fundación de Hogwarts. Estaba en la antigua rotonda, escondido bajo la estatua intacta de los fundadores, mientras los mismísimos fundadores salían a la luz de una puesta de sol de mil años atrás. Pero lo que asombró a James fue que lo más absurdo de todo era que Ashley Doone había tenido razón aquel día en Historia de la Magia.

James era el fantasma del pedestal.

10. La Piedra Faro

James esperó hasta que los goblins terminaron de desmontar el equipo de cámaras casero, cargaron las piezas en un desvencijado carro y lo echaron a rodar, se alejaron hablando todo el tiempo en el extraño lenguaje goblin. Cuando se hubieron ido y la rotonda quedó vacía, James se subió, y forzó la mirada para ver en el espejo de marco plateado, preguntándose por qué alguien colgaría un espejo detrás de una estatua. El espejo le mostró solo las sombreadas partes traseras de las estatuas y la propia cara de James, que tenía los ojos bastante desorbitados. Y las gafas ladeadas. Se las quitó de un tirón y las metió en el bolsillo del pijama. Por un momento, le asaltó un pánico horrible. ¡El portal se había cerrado! ¿Cómo iba a volver? Pero entonces, cuando puso sus manos en la superficie del espejo, el reflejo cambió. La oficina de Merlín apareció a la vista, como si hubiera sido convocada por el toque de James. Las velas habían sido encendidas y Merlín permanecía en su escritorio de espaldas al espejo. Estaba volviendo las páginas del Libro de Concentración. Pareció presentir la mirada de James y giró la cabeza buscando con mirada penetrante en el Espejo. James se retiró a un lado, hasta el muro de piedra contiguo al espejo. Sin embargo, en el momento en que sus dedos abandonaron la superficie, el reflejo volvió a la normalidad, el despacho del director parpadeó y fue reemplazado por el reflejo de la enorme estatua y la rotonda.

James exhaló un enorme suspiro de alivio. Todo lo que tenía hacer era esperar hasta que Merlín abandonara su oficina otra vez. Entonces, podría simplemente tocar el espejo en este lado y desear volver a su propio tiempo. Con suerte, sería devuelto al Espejo Mágico de Merlín. Una vez regresara, debería escapar del despacho del director sin ser detectado, pero se ocuparía de eso cuando llegara el momento. Silenciosamente, James se agachó tras el pedestal de la estatua, apoyándose contra el muro.

Ahora que se había calmado un poco, empezó a notar los ruidos y olores de esta antigua versión de Hogwarts. La rotonda estaba vacía, pero el resto del castillo parecía una colmena de actividad. Las voces resonaban solapadas y ajetreadas. Había sonidos de pasos e incluso el estrépito de cascos en la piedra. Sonidos metálicos y silbidos indicaban que la cocina estaba cerca. Los olores se mezclaban en un popurrí de guiso, tierra recién arada y estiércol. James encontró esto curioso. Si tenía que esperar de todos modos, ¿había alguna razón por la que no debiera explorar un poco en el Hogwarts original? Probablemente Rose le daría un puñetazo si no aprovechaba la oportunidad. James escaló y miró entre los enormes pies de la estatua de Helga Hufflepuff. La rotonda permanecía completamente silenciosa y vacía. Salió sigilosamente de detrás de la estatua y atravesó la estancia. Era como la antigua rotonda en el Hogwarts que él conocía, excepto que no era tan vieja. En la arcada, James se volvió y miró a las estatuas. Se había preguntado a menudo cómo habían sido antes de romperse. Las figuras de piedra de los fundadores tenían más de seis metros de alto, y sonreían amigablemente, excepto Salazar Slytherin, quien parecía hacerlo malignamente, entrecerrando los ojos. En el muro de atrás, por encima del espejo de marco plateado, había un gigantesco emblema tallado en madera de Hogwarts, brillantemente pintado. La vista en general era imponente.

—¡Chico! —gritó alguien cerca. James saltó, girando tan rápido que casi se cayó al suelo.

Un hombre con una larga capa de piel estaba de pie en la puerta de entrada de la rotonda. Sus cejas pobladas estaban fruncidas sobre unos ojos brillantes y profundos. Llevaba las riendas de un regio caballo blanco.

—Lleva el caballo de carga al establo y envía mensaje a tu señor de que su invitado ha llegado. Nosotros mismos encontraremos nuestro alojamiento si nadie se molesta en saludarnos.

James se quedó completamente perplejo. No sabiendo qué mas hacer, corrió tras el hombre y extendió la mano tentativamente hacia las riendas. El hombre le miró de arriba abajo receloso, y James recordó que iba vestido con un pijama a rayas azules y blancas.

—No éste corcel, chico —gruñó el hombre— nadie más que yo monta esta bestia. Encárgate del caballo de carga. —Le señaló los escalones del pórtico mostrándole un enorme caballo cargado de fardos de lona, enganchado a un carro de anchas ruedas de madera. El hombre se inclinó hacia James amenazador— ¿Eres un mozo de cuadras o un bufón? ¿Qué clase de recibimiento es este?

—Err, lo siento señor, no hay problema —tartamudeó James—. Puedo manejar a su caballo, ahh, sire, amo, err, Su Alteza.

En la cara del hombre se extendió de repente una sonrisa dentuda, como si pensara que James estaba burlándose y planeara darle su merecido.

—Gracioso, chico, seguramente tu señor disfruta de las bromas tanto como lo hago yo. Cuida de que nuestro equipaje sea llevado a nuestros aposentos, y personalmente fustigaré al mozo que no muestre cuidado. Haz correr la voz.

Con esto, el hombre ató las riendas de su corcel en un poste cercano y se introdujo a zancadas en la oscuridad del castillo, con su capa de piel bamboleándose. Dejó una extraña y picante esencia tras él. James se volvió hacia el enorme caballo y el carro. Consideró simplemente escapar ahora que nadie estaba mirando, pero después se lo pensó mejor. Seguramente podría guiar al menos al caballo a los establos. Todo lo que tenía que hacer era seguir su olfato. Por otro lado, la tarea podía permitirle echar un vistazo al castillo original sin llamar la atención. Primero, pensó, necesitaba otro tipo de ropa. Miró rápidamente alrededor; en vez de la yerma cima de la colina de la época James, la vista exterior desde la entrada de la rotonda mostraba un patio cuidadosamente cultivado, rodeado por un muro bajo de piedra. Corriendo a través del centro del patio había un rumoroso riachuelo, alimentado a través de portillas de piedras a cada lado. Allí, apoyadas sobre una gran roca junto al riachuelo, había tres cestas de ropa. James corrió con la esperanza de que quienquiera que estuviera haciendo la colada se mantuviera a alejado un poquito más.

El contenido de las cestas eran ropas bastas, más grandes que las que James podría vestir. Luchó por ajustarse una, intentando enrollarse las enormes mangas. El dobladillo de la túnica se acumulaba a sus pies cómicamente. Era mejor que su pijama a rayas, pero apenas. Quizás encontrara algo mejor mas tarde. Se volvió y corrió de vuelta al caballo de carga, sujetando la tela hacia arriba para evitar tropezarse con ella. Cogió las riendas del caballo, que era dos veces más alto que él. El caballo continuó comiendo la hierba del patio, masticando metódicamente, pero siguió a James con facilidad cuando éste tiró de las riendas. Las ruedas del carro crujieron cuando el caballo tiró de él. James no sabía a dónde iba, pero asumió que si paseaba alrededor del castillo finalmente encontraría los establos. Así tendría oportunidad de echar un vistazo.

El castillo Hogwarts era más pequeño que el que conocía en su tiempo, apiñándose en la entrada de la rotonda, que estaba adornada con un gran rastrillo de hierro, en ese momento izado. Las torretas brillaban al sol del atardecer, sus tejados cónicos parecían lo suficientemente puntiagudos para pinchar el dedo de James. Más alta que las torretas estaba la torre Sylvven, que James conocía bien. Parecía exactamente igual que como la recordaba, aunque en esta época dominaba la silueta del castillo entero. Mientras circundaba el castillo, guiando al caballo a través de un tosco portal de piedra, se dio cuenta de que la tierra de los alrededores estaba salpicada de granjas y casitas de campo. Eso le sorprendió un poco. En su época, el castillo Hogwarts estaba aislado, en medio de una gran extensión de bosques, apartado y escondido. Aquí, sin embargo, el castillo dominaba una animada comunidad. La gente se movía por todas partes, obviamente consumidos por la ocupada vida campesina. Mientras James dirigía el caballo y el carro intentando mirar como si supiera lo que estaba haciendo, se cruzó con gente que llevaba cestas y cacharros, corderos y vacas, o que empujaban pequeñas carretillas de madera cargadas con vegetales. Muchas personas le lanzaron miradas suspicaces y al menos una mujer se rió de él, pero al final nadie se acercó para pedirle explicaciones de lo que estaba haciendo.

Finalmente, le llegó el olor a estiércol fresco con la brisa cambiante. Miró y vio un enorme granero de piedra. Sonrió al reconocerlo. Era el mismo granero en el que Hagrid, en la época de James, guardaba normalmente a las Criaturas Mágicas. El tejado era diferente, y tenía algo parecido un cobertizo de herrero adosado a un lado, pero por lo demás estaba igual. Tan pronto como James se aproximó, oyó los cascos de los caballos y el repiqueteo del herrero.

—¿Qué es esto? —le gritó un hombre corpulento con los brazos descubiertos, saliendo por la puerta del granero y mirando a James.

—Err, este caballo de carga necesita un establo —replicó James, alzando las riendas—. El propietario me ha enviado aquí, y yo no soy un mozo de cuadras.

—Eso ya lo veo—dijo el hombre con brusquedad y el ceño fruncido— viendo como me has traído el caballo sin desatarlo siquiera del carro. ¿Quizás esperas que me lo lleve al establo también?

—¡No! —replicó James—. Se supone que se debe descargar y llevar todo a los aposentos de su propietario. Él ha dicho que… err, fustigará a quienquiera que no tenga cuidado con sus pertenencias.

—No me digas como se debe hacer el trabajo de mozo, chico —dijo el hombre poniendo los ojos en blanco cansinamente—. Te azotaría yo mismo si tuviera tiempo. ¡Thomas! Manda a buscar al paje. Este carro tiene que ser descargado antes de que Lord Maarten se ponga nervioso.

El hombre bajó de nuevo la mirada hacia James, suspirando.

—O eres un ladrón o el clérigo más joven que he visto jamás. Tu ama te azotará de lo lindo cuando vea qué lo has hecho con el cuello de tu túnica. ¿Cómo te llamas?

El corazón de James saltó, pero no pudo pensar en una mentira lo suficientemente rápido.

—Hmm, James, señor. James Potter.

—El hijo de Potter, ¿eh? Bien, entonces mejor será que corras de vuelta al mercado, y dile a tu padre que el mortero que intercambiamos tiene una grieta en el borde. Se lo mandaré con la mujer mañana.

El hombre pareció despedir a James con esto, se volvió y caminó de vuelta al interior de las sombras del granero, llamando otra vez a Thomas. James suspiró de alivio. Obviamente, el hombre había creído que era el hijo del fabricante de cacharros del pueblo. Se volvió y miró al camino por el que había venido. El paisaje entre el castillo y el granero era completamente diferente en esta época. James solo podía ver la cima llana de la Torre Sylvven asomando por encima de los resistentes abedules. Empezó a desandar el camino, esquivando los carros y los animales de granja.

Una especie de mercado parecía haberse erigido en la parte trasera del castillo. Puestos de madera, bancos y carros estaban dispuestos descuidadamente, repletos de toda clase de mercancías. Una muchedumbre se apiñaba entre los puestos, gritando y agitándose, haciendo trueques y discutiendo. El ganado se mezclaba con los campesinos, añadiendo sus propias voces y olores a la escena. James se lanzó a través de las reyertas, intentando mantenerse fuera del camino de la gente y evitando pisar el estiércol de los animales. Retazos de conversaciones se amontonaban por encima de él mientras se movía, y James empezó a tener el presentimiento de que la mayoría eran muggles, aunque parecían conscientes de la naturaleza mágica del castillo y sus habitantes.

—Esto de aquí es un auténtico tenedor encantado —le decía un hombre a una campesina escéptica—. Hace que cualquier comida sepa como si hubiera sido cocinada para un rey. Mi Lars lo encontró en la hierba después de que las gentes mágicas hicieran un picnic. Sólo dos pollos y será suya.

La mujer resopló y se dio la vuelta. El hombre no pareció inmutarse, vio a James mirándole.

—¿Qué te parece, muchacho? ¿Te apetece un poquito de auténtica magia? Di a tu madre que se deje caer por aquí, ¿quieres?

James se encogió de hombros y se giró para irse.

Cuando entró a la sombra del castillo, se asomó por la puerta principal. Sonidos metálicos y silbidos emanaban del espacio de más allá y supuso por los olores que allí estaba la cocina. Recordó haber oído la cocina desde la rotonda y decidió que esta entrada era probablemente la mejor opción para su regreso. Anduvo sin prisas hacia la puerta, intentando parecer discreto. Se le ocurrió que parecería más apropiado que estuviera llevando alguna cosa. Cerca de la puerta, una pila de cacharros de cobre estaban depositados cerca de un enorme caldero hirviente encima de un fuego. James miró alrededor, asegurándose que nadie le estaba mirando, y entonces agarró la olla de arriba. Cuando se giró, acunando la olla en sus brazos, oyó un repiqueteo estruendoso. Miró hacia atrás, el resto de las ollas se habían desmoronado, la de más arriba derramó agua sobre el fuego, el cual chisporroteó y silbó.

Other books

Blood and Honor by Vixen, Jayna
Shock Treatment by Greg Cox
The Reluctant First Lady by Venita Ellick
Chance Of A Lifetime by Kelly Eileen Hake
R'lyeh Sutra by Skawt Chonzz
One Scandalous Kiss by Christy Carlyle
Murder at the Azalea Festival by Hunter, Ellen Elizabeth