—¿Y qué más? —preguntó el maestre Aemon con una sonrisa.
—En la Guardia de la Noche también hacen falta personas diferentes. Si no, ¿por qué tenemos exploradores, mayordomos y constructores? Lord Randyll no pudo convertir a Sam en un guerrero, y Ser Alliser tampoco podrá. Por mucho que se golpee el estaño, nadie lo puede transformar en hierro. Pero eso no quiere decir que el estaño no sirva de nada. ¿Quién dice que Sam no puede ser un buen mayordomo?
—Yo soy mayordomo. —Chett lo miró, airado—. ¿Crees que es un trabajo sencillo, adecuado para los cobardes? La orden de los mayordomos mantiene viva la Guardia. Cazamos y cultivamos, cuidamos de los caballos, ordeñamos las vacas, recogemos leña, preparamos la comida. ¿Quién te crees que fabrica tus ropas? ¿Quién trae provisiones del sur? Los mayordomos.
—¿Tu amigo es buen cazador? —El maestre Aemon fue más amable.
—No soporta cazar —reconoció Jon.
—¿Sabe arar un campo? —preguntó el maestre—. ¿Puede guiar un carromato o tripular un barco? ¿Sería capaz de sacrificar una vaca?
—No.
—He visto muchas veces lo que les pasa a los señoritos blandos cuando los ponen a trabajar. —Chett soltó una risotada cruel—. Si baten nata para hacer mantequilla se les llenan las manos de ampollas y les sangran. Si les das un hacha para que corten leña, lo que se cortan es un pie.
—Hay algo que Sam sabe hacer mejor que nadie.
—¿El qué? —inquirió el maestre Aemon.
Jon echó una mirada cautelosa a Chett, que seguía de pie junto a la puerta, con los forúnculos enrojecidos por la rabia.
—Podría ayudaros —dijo rápidamente—. Sabe hacer cuentas, y leer y escribir. Chett no sabe leer, y Clydas está mal de los ojos. Sam se ha leído todos los libros de la biblioteca de su padre. También cuidaría de los cuervos. Los animales le cogen cariño,
Fantasma
se hizo amigo suyo enseguida. Puede hacer muchas cosas, excepto luchar. La Guardia de la Noche necesita de todos los hombres. ¿Por qué matar a uno? Es mejor aprovecharlo.
El maestre Aemon cerró los ojos, y durante un breve instante Jon temió que se hubiera quedado dormido.
—El maestre Luwin te enseñó bien, Jon Nieve —dijo al final—. Parece que tienes la mente tan ágil como el brazo.
—¿Eso quiere decir que...?
—Quiere decir que meditaré sobre lo que has dicho —le respondió el maestre con firmeza—. Ahora, debo retirarme a dormir. Chett, acompaña a nuestro joven hermano hasta la puerta.
Se habían refugiado bajo un bosquecillo de álamos temblones, a pocos metros del camino alto. Tyrion se dedicó a recoger leña seca mientras los caballos bebían de un arroyuelo. Se inclinó para coger una rama tronchada y la examinó con gesto crítico.
—¿Esto sirve? No se me da bien encender hogueras. Morrec era quien se encargaba de eso.
—¿Hogueras? —Bronn escupió al suelo—. ¿Tanta hambre tienes que te da igual morir, enano? Una hoguera atraería a los clanes en leguas a la redonda. Tengo intención de sobrevivir a este viaje, Lannister.
—¿Y cómo piensas hacerlo? —preguntó Tyrion.
Se puso la rama bajo el brazo y siguió hurgando entre la escasa maleza, en busca de más. Cada vez que se agachaba le dolía la espalda. Llevaban cabalgando desde el amanecer, desde que un Ser Lyn Corbray de rostro impenetrable los acompañara hasta la Puerta de la Sangre y les ordenara no volver jamás.
—En un enfrentamiento, moriríamos —dijo Bronn—, pero dos personas pueden avanzar más deprisa que un grupo de diez, y llaman menos la atención. Cuanto menos tiempo estemos en estas montañas, más probabilidades tendremos de llegar a las tierras de los ríos. Quiero que cabalguemos hasta agotarnos. Viajaremos de noche y nos esconderemos de día, siempre que sea posible nos saldremos del camino, no haremos ruido y, desde luego, no encenderemos hogueras.
—Un plan excelente, Bronn —dijo Tyrion Lannister con un suspiro—. Llévalo a cabo... y perdóname si no me paro a enterrarte.
—¿Crees que me vas a sobrevivir, enano? —El mercenario sonrió. Tenía un hueco oscuro allí donde el borde del escudo de Ser Vardis Egen le había roto un diente.
—Cabalgar hasta agotarnos —contestó Tyrion encogiéndose de hombros—, y encima de noche, es una manera segura de caer, montaña abajo, y rompernos el cráneo. Yo prefiero ir despacio y sin agobios. Sé que te gusta la carne de caballo, Bronn, pero si matamos a los caballos tendremos que ensillar gatosombras... y, si quieres que te diga la verdad, creo que los clanes darán con nosotros, hagamos lo que hagamos. Nos tienen bien vigilados. —Hizo un movimiento con la mano enguantada en dirección a los riscos altos, azotados por el viento, que los rodeaban.
—En ese caso, Lannister, nos podemos dar por muertos. —Bronn hizo una mueca.
—Entonces prefiero morir cómodo —replicó Tyrion—. Nos hace falta una hoguera. Aquí arriba las noches son frías, una comida caliente nos consolará el estómago y nos levantará el ánimo. ¿Podrías cazar algo? Lady Lysa ha tenido la bondad de proporcionarnos un festín de carne en salazón, queso duro y pan rancio, pero no me gustaría romperme un diente mientras estemos tan lejos del maestre más cercano.
—Iré a buscar carne. —Bajo la maraña de pelo negro, los ojos oscuros de Bronn miraron a Tyrion con desconfianza—. Debería dejarte aquí, con tu hoguera de chiflado. Si me llevara tu caballo tendría el doble de posibilidades de escapar. ¿Y qué harías tú, enano?
—Morir, probablemente. —Tyrion se agachó para recoger otro palo seco.
—¿Y crees que no lo voy a hacer?
—Lo harías sin pensarlo ni un segundo si te fuera la vida en ello. Reaccionaste muy deprisa cuando se trató de silenciar a tu amigo Chiggen, cuando le alcanzó aquella flecha en la barriga.
Bronn había agarrado al otro mercenario por la cabeza y le había rebanado el cuello con la daga. Más tarde dijo a Catelyn Stark que había muerto a causa de la herida de flecha.
—Ya estaba muriéndose —replicó Bronn—. Y con sus gemidos no hacía más que atraer a los bandidos. Chiggen hubiera hecho lo mismo conmigo. Y no era mi amigo, sólo cabalgaba conmigo. No te equivoques, enano: luché por ti, pero no te tengo aprecio.
—Necesitaba tu espada, no tu amor eterno —replicó Tyrion.
Soltó la brazada de leña en el suelo. Bronn sonrió.
—Tengo que reconocerlo, eres tan valiente como un mercenario. ¿Cómo sabías que me pondría de tu parte?
—No lo sabía. —Tyrion se acuclilló sobre las piernecillas deformes para encender la hoguera—. Simplemente, tiré los dados. Aquella noche, en la posada, Chiggen y tú ayudasteis a cogerme prisionero. ¿Por qué? Los demás lo consideraban un deber, por el honor de los señores a los que servían, pero no era vuestro caso. No teníais señor ni deber, y de honor también ibais escasos, así que, ¿por qué os metisteis? —Desenfundó el cuchillo y peló la corteza de algunos palos para que le sirvieran de incendaja—. ¿Por qué hace cualquier cosa un mercenario? Por oro. Pensabais que Lady Catelyn os recompensaría por vuestra ayuda, quizá incluso que os tomaría a su servicio. Bueno, creo que esto ya está. ¿Tienes pedernal?
Bronn metió dos dedos en la bolsa que le colgaba del cinturón y le lanzó un trozo de pedernal. Tyrion lo atrapó en el aire.
—Muchas gracias —dijo—. Lo malo era que no conocíais a los Stark. Lord Eddard es un hombre orgulloso, honorable y honrado, y su esposa es todavía peor. Oh, no me cabe duda de que os habría dado un par de monedas cuando esto acabara, os las habría puesto en la mano con una palabra adecuada y una mueca de repugnancia, pero nada más. Los Stark sólo quieren a su servicio hombres valientes, leales y nobles. Y vamos a ser sinceros, Chiggen y tú erais escoria. —Tyrion chocó el pedernal contra la daga, tratando de provocar una chispa. No sucedió nada.
—Tienes una lengua muy osada, hombrecito —dijo Bronn dejando escapar un bufido—. El día menos pensado alguien te la cortará y te la hará tragar.
—Eso me dice todo el mundo. —Tyrion alzó la vista hacia el mercenario—. ¿Te he ofendido? Pues perdóname..., pero eres escoria, Bronn, no te llames a engaño. No te importa nada el honor, el deber ni la amistad. No, no te molestes, los dos sabemos que es así. Pero no eres ningún idiota. Una vez llegamos al Valle, Lady Stark ya no te necesitaba... y en cambio, yo sí. Y si hay algo de lo que los Lannister estamos sobrados es de oro. Cuando llegó el momento de lanzar los dados, contaba con que fueras suficientemente listo como para saber qué te interesaba más. Y, por suerte para mí, así fue. —Volvió a chocar la piedra contra el acero, sin resultados.
Bronn se acuclilló a su lado.
—Espera, ya lo hago yo. —Le cogió la daga y el pedernal, los hizo chocar y las chispas saltaron al primer intento. Un rizo de corteza empezó a humear.
—Bien hecho —dijo Tyrion—. Puede que seas escoria, pero resultas de lo más útil, y con la espada en la mano eres casi tan bueno como mi hermano Jaime. ¿Qué quieres, Bronn? ¿Oro? ¿Tierra? ¿Mujeres? Mantenme con vida y lo tendrás.
—¿Y si mueres? —Bronn sopló con suavidad sobre el fuego y las llamas se elevaron.
—En fin, al menos tendré a alguien que me llore con dolor sincero —sonrió Tyrion—. El oro se acaba conmigo.
El fuego chisporroteaba alegremente. Bronn se levantó, volvió a guardarse el pedernal en la bolsa y entregó la daga a Tyrion.
—Me parece muy bien —dijo—. Mi espada está a tu servicio... pero no pienso ir por ahí hincando la rodilla en tierra y llamándote «mi señor» cada vez que te tiras un pedo. Yo no adulo a nadie.
—Tampoco eres amigo de nadie —replicó Tyrion—. No me cabe duda de que me traicionarías tan deprisa como traicionaste a Lady Stark si con ello sacaras algún beneficio. Si en algún momento te entran tentaciones de venderme, acuérdate de esto, Bronn: igualo cualquier oferta, la que sea. Me gusta la vida. En fin, ¿no ibas a buscar algo para que cenáramos?
—Cuida de los caballos —replicó Bronn al tiempo que desenfundaba el cuchillo largo que le colgaba de la cadera. Se adentró entre los árboles.
Una hora más tarde los caballos estaban alimentados y cepillados, el fuego chisporroteaba alegremente y una pierna de cabrito giraba sobre las llamas en un espetón.
—Lo único que nos falta es un buen vino para bajar el cabrito —dijo Tyrion.
—Eso, una mujer y una docena de hombres armados —replicó Bronn. Estaba sentado ante la hoguera, con las piernas cruzadas, y afilaba la espada con una piedra de amolar. El sonido que hacía al pasarla por el acero resultaba, a su extraña manera, reconfortante—. Pronto habrá anochecido del todo —señaló el mercenario—. Me encargaré de la primera guardia, aunque no va a servir de gran cosa. Casi sería mejor dejar que nos mataran mientras dormimos.
—Oh, me imagino que estarán aquí mucho antes de que nos durmamos. —El olor del cabrito hacía salivar a Tyrion.
Bronn lo miró desde el otro lado de la hoguera.
—Tienes un plan —dijo sin dejar de afilar el acero.
—Más bien una esperanza —respondió Tyrion—. Otra tirada de dados.
—¿En la que te juegas nuestras vidas?
—¿Qué alternativa nos queda? —Tyrion se encogió de hombros, se inclinó sobre el fuego y cortó una fina tajada de cabrito—. Ah... —suspiró, feliz, mientras masticaba. La grasa le corrió por la barbilla—. Está un poco duro para mi gusto, y le faltan condimentos, pero no voy a quejarme demasiado. A estas horas en el Nido de Águilas estaría bailando al borde del vacío, suplicando un plato de judías hervidas.
—Y aun así le diste al carcelero una bolsa de oro —dijo Bronn.
—Un Lannister siempre paga sus deudas.
Hasta a Mord le había costado creerlo cuando Tyrion le lanzó la bolsita de cuero. Al desatar el cordón y ver el brillo del oro, los ojos del carcelero se abrieron como platos.
—Me he quedado la plata —le había dicho Tyrion con una sonrisa malévola—. Pero te prometí el oro, y ahí lo tienes. —Era más del que alguien como Mord podría ganar en toda una vida de maltratar prisioneros—. Y recuerda qué te dije, es sólo el aperitivo. Si alguna vez te cansas de servir a Lady Arryn, preséntate en Roca Casterly y te pagaré el resto de lo que te debo. —Mord, con las manos llenas a rebosar de dragones de oro, cayó de rodillas y le prometió que lo haría.
Bronn sacó el cuchillo y retiró la carne del fuego. Empezó a cortar gruesas tajadas de cabrito achicharrado mientras Tyrion vaciaba dos rodajas de pan rancio para que les sirvieran como platos.
—¿Qué harás si conseguimos llegar al río? —preguntó el mercenario mientras cortaba la carne.
—Para empezar me buscaré una puta, una buena cama y una jarra de vino. —Tyrion le acercó el trozo de pan y Bronn se lo llenó de carne—. Y de ahí a Roca Casterly o a Desembarco del Rey, ya veré. Me gustaría obtener respuestas a ciertas preguntas, relativas a una daga que yo me sé.
—¿Así que decías la verdad? —El mercenario masticó y tragó—. ¿El cuchillo no era tuyo?
—¿Tengo cara de mentiroso? —Tyrion sonrió.
Cuando terminaron de comer, las estrellas brillaban en el cielo y la luna se alzaba sobre las montañas. Tyrion extendió en el suelo su capa de gatosombra y dispuso la silla de montar para que le sirviera de almohada.
—Nuestros amigos se están tomando su tiempo.
—Si yo estuviera en su lugar me temería una trampa —dijo Bronn—. Parece como si quisiéramos atraerlos, ¿qué otro motivo habría para que tomáramos tan pocas precauciones?
—En ese caso, si nos ponemos a cantar huirán despavoridos. —Tyrion soltó una risita y empezó a silbar una melodía.
—Estás loco, enano —dijo Bronn mientras se limpiaba la grasa de debajo de las uñas con la daga.
—¿No te gusta la música, Bronn?
—Si lo que querías era música deberías haber elegido al bardo como campeón.
—Habría tenido gracia —dijo Tyrion con una sonrisa—. Ya me lo imagino, parando las estocadas de Ser Vardis con la lira. —Volvió a silbar—. ¿Te sabes esta canción? —preguntó.
—La he oído por ahí, en las posadas y en los burdeles.
—Es de Myr. «Las estaciones de mi amor». La letra es dulce y triste a la vez. La primera chica que me llevé a la cama la cantaba constantemente, nunca me la he podido quitar de la cabeza. —Tyrion alzó la vista hacia el cielo. Era una noche clara y fresca, y sobre las montañas las estrellas brillaban, despiadadas como la verdad—. La conocí en una noche como ésta —se escuchó decir—. Jaime y yo regresábamos a caballo de Lannisport cuando oímos un grito, y la chica apareció en el camino. La seguían dos hombres que no paraban de amenazarla. Mi hermano desenvainó la espada y fue a por ellos, y yo desmonté para proteger a la chica. Apenas tenía un año más que yo, era morena, esbelta, con una carita que te rompía el corazón. A mí me lo rompió, desde luego. Era una campesina, famélica, sucia..., pero preciosa. Le habían roto los harapos que vestía, así que la cubrí con mi capa mientras Jaime perseguía a los hombres por el bosque. Cuando volvió, yo ya sabía el nombre y la historia de la chica. Era la hija de un granjero pobre, se había quedado huérfana al morir su padre mientras viajaban hacia... bueno, mientras viajaban sin rumbo.