Juego de Tronos (33 page)

Read Juego de Tronos Online

Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Juego de Tronos
3.64Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿
Fantasma
sabe ya hacer malabarismos? —preguntó Tyrion con una sonrisa.

—No —respondió Jon, también sonriente—, pero esta mañana Grenn se ha defendido bien de Halder, y a Pyp ya no se le cae la espada tan a menudo.

—¿Pyp?

—Se llama Pypar. Es el chico menudo, el que tiene las orejas tan grandes. Me vio entrenar con Grenn y me pidió ayuda. Thorne ni se había molestado en enseñarle a sujetar bien la espada. —Se giró hacia el norte—. Tengo que vigilar un tercio de legua de Muro. ¿Quieres caminar conmigo?

—Siempre que camines despacio... —accedió Tyrion.

—El comandante al cargo de los turnos me ha dicho que tengo que andar para que no se me hiele la sangre, pero no a qué velocidad.

Echaron a andar.
Fantasma
iba junto a Jon como una sombra blanca.

—Me marcho mañana —dijo Tyrion.

—Ya lo sé —dijo Jon con una extraña tristeza.

—Tengo pensado detenerme en Invernalia en el camino de vuelta hacia el sur. Si quieres que lleve algún mensaje de tu parte...

—Dile a Robb que seré comandante de la Guardia de la Noche y que conmigo estará a salvo, así que más vale que se vaya a coser con las niñas, y que Mikken le funda la espada para hacer herraduras.

—Tu hermano es más alto que yo —dijo Tyrion con una carcajada—. Me niego a entregar ningún mensaje que conlleve mi pena de muerte.

—Rickon preguntará que cuándo voy a volver. Si puedes, intenta explicarle dónde estoy. Dile que mientras tanto se puede quedar con todas mis cosas. Eso le gustará mucho.

—Oye, no sé si lo sabes, pero eso mismo lo podrías decir por carta. —Tyrion Lannister tenía la sensación de que aquel día la gente le estaba pidiendo demasiado.

—Rickon aún no sabe leer. Y en cuanto a Bran... —Se detuvo bruscamente—. No sé qué mensaje enviarle a Bran. Ayúdalo, Tyrion.

—¿Cómo quieres que lo ayude? No soy un maestre que pueda aliviarle el dolor. Ni conozco hechizos que le devuelvan las piernas.

—A mí me ofreciste ayuda cuando la necesitaba.

—No te ofrecí nada más que palabras.

—Entonces, dale palabras también a Bran.

—Le estás pidiendo a un cojo que enseñe a bailar a un tullido —dijo Tyrion—. Por sincera que sea la lección, el resultado no puede ser más que grotesco. Pero sé lo que es querer a un hermano, Lord Nieve. Prestaré a Bran la poca ayuda que esté en mi mano.

—Gracias, mi señor de Lannister. —Se quitó el guante y le tendió la mano desnuda—. Amigo mío.

Tyrion se sintió extrañamente conmovido.

—La mayor parte de mis parientes son bastardos —dijo con una sonrisa irónica—, pero eres el primero al que me une la amistad. —Se quitó el guante con los dientes, y estrechó la mano de Nieve, carne contra carne. El apretón del chico era firme y fuerte.

Jon Nieve se puso de nuevo el guante, se dio media vuelta bruscamente y caminó hacia el gélido antepecho norte. Más allá, el Muro era un precipicio abrupto. Más lejos, solamente había oscuridad inexplorada. Tyrion se reunió con él, y juntos contemplaron el fin del mundo.

La Guardia de la Noche no permitía que el bosque se acercara a menos de un kilómetro de la cara norte del muro. Hacía siglos que habían talado la espesura de palo santo, robles y árboles centinelas para crear una ancha franja de terreno descubierto en la que no pudiera ocultarse enemigo alguno. Tyrion había oído que en algunas zonas del Muro, entre las tres fortalezas, la espesura había recuperado terreno a lo largo de las décadas, y que había centinelas verde grisáceos y arcianos blancos enraizados al pie de la muralla de hielo. Pero el Castillo Negro era un voraz consumidor de madera para las chimeneas, y allí las hachas de los hermanos negros detenían el avance del bosque.

Aun así, el bosque nunca estaba lejos. Desde donde se encontraban, Tyrion alcanzaba a verlo, divisaba los árboles oscuros que se alzaban amenazadores más allá de la franja de terreno abierto, como un segundo muro paralelo al primero, un muro de noche. Pocas veces se había blandido un hacha contra aquella madera negra, ni la luz de la luna conseguía penetrar en el viejo entramado de raíces, ramas y matorrales espinos. Allí los árboles crecían inmensos, y no era de extrañar que la Guardia de la Noche llamara a aquella espesura el Bosque Encantado.

Allí de pie, observando aquella oscuridad en la que no ardía hoguera alguna, a merced del viento y sintiendo el frío como una lanza en las entrañas, Tyrion Lannister pensó que casi podía creer los rumores sobre los Otros, el enemigo en la noche. Sus bromas sobre grumkins y snarks ya no le parecían tan divertidas.

—Mi tío está ahí afuera —dijo Jon Nieve en voz baja; se apoyó en la lanza y escudriñó la oscuridad—. La primera noche que me enviaron aquí, pensé: «Ahora vendrá el tío Benjen, seré el primero en verlo y haré sonar el cuerno». Pero no vino. Ni esa noche ni ninguna otra.

—Dale tiempo —dijo Tyrion.

Mucho más al norte un lobo empezó a aullar. Otro se unió a su llamada, y otro más.
Fantasma
inclinó la cabeza y escuchó. El muchacho le puso la mano encima.

—Si no vuelve,
Fantasma
y yo iremos a buscarlo —prometió Jon.

—Te creo —dijo Tyrion.

Pero lo que pensaba era: «¿Y quién irá a buscarte a ti?». Se estremeció.

ARYA (2)

Su padre había estado peleando otra vez con el Consejo. Arya se lo notó en la cara cuando se sentó a la mesa, otra vez tarde, como sucedía tan a menudo. Ya habían retirado el primer plato, una sopa de calabaza espesa y dulce, cuando Ned entró a zancadas en el Salón Pequeño. Lo llamaban así para diferenciarlo del Salón Principal, donde el Rey podía celebrar festines con mil invitados, pero se trataba de una estancia inmensa, de grandes techos abovedados y bancos para doscientas personas junto a las mesas sostenidas por caballetes.

—Mi señor —dijo Jory al ver entrar a Ned.

Se puso de pie, e inmediatamente lo imitó el resto de la guardia. Todos los hombres lucían capas nuevas, de gruesa lana gris con ribetes de seda blanda. Se cerraban las capas con broches en forma de manos de plata, que los identificaban como miembros de la casa y la guardia de la Mano. Sólo eran cincuenta, así que casi todos los bancos estaban vacíos.

—Sentaos —dijo Eddard Stark—. Ya veo que habéis empezado sin mí. Me alegra ver que aún quedan hombres con sentido común en la ciudad. —Hizo una señal para que se reanudara la comida. Los criados empezaron a servir bandejas de costillas, asadas con una costra de ajo y hierbas.

—En los patios se comenta que habrá un torneo, mi señor —dijo Jory al tiempo que volvía a sentarse—. Se dice que vendrán caballeros de todas partes del reino para las justas y los festines en honor a vuestro nombramiento como Mano del Rey.

Arya se dio cuenta de que a su padre no le gustaba lo más mínimo aquello.

—¿Se comenta también que es lo que menos deseo en el mundo?

—¡Un torneo! —exclamó Sansa con los ojos abiertos como platos. Estaba sentada entre la septa Mordane y Jeyne Poole, tan lejos de Arya como podía sin exponerse a un reproche de su padre— . ¿Se nos permitirá asistir, Padre?

—Sabes de sobra qué opino, Sansa. Tengo que organizar los juegos de Robert y encima fingir que me siento honrado. Pero nada me obliga a exponer a mis hijas a semejante locura.

—¡Por favor! —insistió Sansa—. ¡Quiero verlo!

—La princesa Myrcella asistirá, mi señor —intervino la septa Mordane—. Y es más joven que lady Sansa. Todas las damas de la corte estarán presentes, es lo que se espera de ellas en un gran acontecimiento como ése. Y el torneo es en vuestro honor, resultaría muy extraño que vuestra familia no asistiera.

—Supongo que sí. —Ned tuvo que darle la razón—. Muy bien, me encargaré de que tengas un lugar, Sansa. —Miró a Arya—. De que las dos tengáis un lugar.

—No me importa esa estupidez de torneo —replicó ella.

Sabía que el príncipe Joffrey asistiría, y lo detestaba.

—Será un acontecimiento espléndido —dijo Sansa alzando la cabeza—. Nadie querrá que asistas.

—Ya basta, Sansa. —El rostro de su padre se nubló de ira—. Una palabra más y cambiaré de opinión. Estoy harto de esta guerra que os traéis entre las dos. Sois hermanas y quiero que os comportéis como tales, ¿entendido?

Sansa se mordió el labio y asintió. Arya bajó la cabeza para mirar el plato con gesto hosco. Sentía que las lágrimas le escocían en los ojos. Se las frotó, furiosa, decidida a no llorar. El único sonido que se oía era el tintineo de los cuchillos y los tenedores.

—Os ruego que me disculpéis —dijo su padre a los presentes—. Esta noche no tengo apetito. —Salió de la estancia.

En cuanto se hubo marchado, Sansa empezó a intercambiar susurros emocionados con Jeyne Poole. Al otro extremo de la mesa Jory se rió de un chiste, y Hullen empezó a hablar acerca de caballos.

—En cambio tu caballo de guerra quizá no sea el mejor para una justa. No es lo mismo, no, ni de lejos.

Los hombres ya conocían aquel tema. Desmond, Jacks y el propio hijo de Hullen, Harwin, lo hicieron callar a gritos, y Porther pidió más vino.

Nadie hablaba con Arya. A ella no le importaba. Lo prefería así. Si se lo hubieran permitido, habría preferido comer a solas en su dormitorio. A veces la dejaban, como cuando su padre tenía que comer con el Rey, o con cualquier gran señor, o con los enviados de tal o cual lugar. El resto de las veces comían en las habitaciones privadas de la Mano, solos él, Sansa y Arya. En aquellas ocasiones era cuando más añoraba a sus hermanos. Quería tomarle el pelo a Bran, y jugar con el pequeño Rickon, y que Robb le sonriera. Quería que Jon le revolviera el pelo y la llamara «hermanita», y que los dos acabaran las frases al unísono. Pero ninguno de ellos estaba allí. No le quedaba nadie, sólo Sansa, y Sansa no le dirigía la palabra si su padre no la obligaba.

En Invernalia comían en el Salón Principal la mitad de las veces. Su padre decía que un señor tiene que comer con sus hombres si quiere conservarlos.

—Debes conocer a los hombres que te siguen —le oyó decir a Robb una vez—, y ellos deben conocerte. No pidas a tus hombres que mueran por un desconocido.

En Invernalia había siempre un asiento de más a su mesa, y cada día pedía a un hombre diferente que comiera con ellos. Una noche podía ser Vayon Poole, y la charla versaría sobre monedas, panaderías y sirvientes. La noche siguiente sería Mikken, y su padre lo escucharía hablar acerca de armaduras, espadas, sobre cómo debe ser una forja caliente y la mejor manera de templar el acero. Otro día podía ser Mullen con su interminable charla sobre caballos, o el septon Chayle de la biblioteca, o Jory, o Ser Rodrik, o incluso la Vieja Tata con sus cuentos.

No había nada en el mundo que a Arya le gustara más que sentarse a la mesa de su padre y escuchar aquellas conversaciones. También le encantaba oír a los hombres de los bancos, mercenarios curtidos como el cuero, caballeros, jóvenes escuderos osados, ancianos hombres de armas ya canosos... Les tiraba bolas de nieve y los ayudaba a robar empanadas de la cocina. Sus esposas le daban galletas, ella inventaba nombres para sus bebés, y jugaba con sus hijos a monstruos y doncellas, a esconder el tesoro, a los castillos... Tom
el Gordo
la llamaba «Arya Entrelospiés», porque decía que ahí era donde estaba siempre. A ella le gustaba el apodo mucho más que «Arya Caracaballo».

Pero aquello era en Invernalia, a un mundo de distancia, y allí todo era diferente. Aquélla era la primera vez que comían con los hombres desde que llegaran a Desembarco del Rey. Y Arya lo detestaba. Odiaba el sonido de las voces, la manera en que se reían, las historias que contaban. Antes eran sus amigos, se sentía a salvo entre ellos, pero ya sabía que era mentira. Habían permitido que la reina matara a
Dama
, y eso ya era espantoso, pero cuando el Perro encontró a Mycah... Jeyne Poole le había dicho a Arya que lo habían cortado en tantos trozos que se lo entregaron al carnicero en un saco, y al principio éste pensó que era un cerdo que habían matado. Y nadie alzó una protesta, ni desenfundó una espada, ni nada. Ni Harwin, que siempre parecía tan osado al hablar, ni Alyn que iba a ser caballero, ni Jory que era el capitán de la guardia. Ni siquiera su padre.

—Era mi amigo —le susurró Arya al plato, en voz tan baja que nadie la oyó.

Ni siquiera había tocado las costillas, ya frías y con una película de grasa solidificada bajo ellas en el plato. La niña las miró y sintió náuseas. Se apartó de la mesa.

—¿A dónde crees que vas, jovencita? —preguntó la septa Mordane.

—No tengo hambre. —A Arya le costó un gran trabajo hablar con educación—. ¿Me disculpáis, por favor? —recitó, rígida.

—No, no te disculpamos —replicó la septa—. Si casi no has tocado la comida. Siéntate ahí y limpia el plato.

—¡Límpialo tú!

Antes de que nadie pudiera detenerla, Arya corrió hacia la puerta, mientras los hombres reían a carcajadas y la septa Mordane la llamaba a gritos con voz cada vez más chillona.

Tom
el Gordo
estaba en su puesto de guardia ante la puerta de la Torre de la Mano. Parpadeó sorprendido al ver que Arya corría hacia él y al oír los gritos de la septa.

—Eh, pequeñaja, alto ahí —empezó.

Pero Arya se le escurrió entre las piernas y subió como un rayo por la escalera de caracol de la torre. Tom
el Gordo
jadeaba tras ella.

De todo Desembarco del Rey, el único lugar que a Arya le gustaba era su dormitorio, y lo mejor de éste era la puerta, una plancha enorme de roble oscuro con refuerzos de hierro negro. Cuando cerraba aquella puerta y bajaba la tranca, nadie podía entrar, ni la septa Mordane, ni Tom
el Gordo
, ni Sansa ni Jory ni el Perro, ¡nadie! La cerró.

Cuando tuvo la puerta atrancada, Arya se sintió por fin a salvo y pudo echarse a llorar.

Se sentó junto a la ventana sollozando. Odiaba a todo el mundo, pero sobre todo se odiaba a sí misma. Todo era por su culpa, todo lo malo que pasaba era por su culpa. Lo decía Sansa, y también Jeyne.

—Arya, nena, ¿qué te pasa? —preguntó Tom
el Gordo
mientras llamaba a la puerta—. ¿Estás ahí?

—¡No! —gritó ella.

Los golpes en la puerta cesaron. Un momento más tarde oyó pisadas que se alejaban. Era fácil engañar a Tom
el Gordo
.

Arya se dirigió hacia el baúl situado al pie de la cama. Se arrodilló, levantó la tapa, y empezó a sacar la ropa a brazadas. La seda, el satén, el terciopelo y la lana se amontonaron en el suelo sin orden ni concierto. Estaba allí, en el fondo del baúl, donde la había escondido. Arya la sacó casi con ternura, y extrajo la esbelta hoja de la funda.

Other books

The Shape of My Name by Nino Cipri
No Place to Run by Maya Banks
At End of Day by George V. Higgins
Fallen Idols by J. F. Freedman
Yielding for Him by Lauren Fraser
Rogue for a Night by Jenna Petersen