Juego de Tronos (9 page)

Read Juego de Tronos Online

Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Juego de Tronos
6.67Mb size Format: txt, pdf, ePub

Y estaba dándose cuenta de que tenía la sed de un hombre, para regocijo de los jóvenes que lo rodeaban y lo animaban a servirse de nuevo cada vez que vaciaba la copa. Eran buenos muchachos, y Jon disfrutaba de las historias que contaban, anécdotas de peleas, de cama y de caza. Estaba seguro de que sus compañeros eran más divertidos que los hijos del rey. Para satisfacer su curiosidad le había bastado observar a los visitantes cuando entraron en la sala. El cortejo había pasado a escasa distancia del lugar que se le había asignado en el banco, y Jon había tenido ocasión de examinar a cada uno de ellos.

Su señor padre iba a la cabeza, acompañando a la Reina. Era tan bella como comentaban los hombres. Se adornaba la larga cabellera rubia con una diadema engastada con piedras preciosas, cuyas esmeraldas le hacían juego con los ojos verdes. Su padre la ayudó a subir a la tarima y la acompañó a su asiento, pero la Reina ni siquiera lo miró. Jon vio lo que ocultaba tras su sonrisa, pese a sus catorce años.

A continuación iba el rey Robert, con Lady Stark del brazo. Para Jon, el rey fue una gran decepción. Su padre le había hablado a menudo de él: el sin par Robert Baratheon, demonio del Tridente, el guerrero más feroz del reino, un gigante entre los príncipes... Jon sólo veía a un hombre gordo y de rostro congestionado bajo la barba, que sudaba en sus ropas de seda. Caminaba como si ya hubiera bebido bastante.

Tras ellos llegaron los niños. El pequeño Rickon iba el primero, con toda la dignidad que era posible en un chiquillo de tres años. Jon había tenido que apremiarlo para que siguiera avanzando, porque se detuvo ante él para charlar. Justo detrás iba Robb, vestido con ropas de lana gris con ribetes blancos, los colores de los Stark. Llevaba del brazo a la princesa Myrcella. Era apenas una chiquilla, no llegaba a los siete años, con una cascada de rizos dorados recogidos en una redecilla enjoyada. Jon advirtió las miradas de reojo que lanzaba a Robb mientras avanzaban entre las mesas y las sonrisas tímidas que le dirigía. Le pareció muy sosa. Y Robb ni siquiera se daba cuenta de lo idiota que era; le sonreía como un bobo.

Sus medio hermanas iban con los príncipes. A Arya le había tocado acompañar a Tommen, un niño regordete que llevaba el pelo rubio, casi blanco, más largo que ella. Sansa, dos años mayor, iba con el príncipe heredero, Joffrey Baratheon. El muchacho tenía doce años, era más joven que Jon y que Robb, pero para consternación de Jon los superaba a ambos en altura. El príncipe Joffrey tenía el cabello de su hermana y los ojos verde oscuro de su madre. Los espesos rizos dorados le caían sobre la gargantilla de oro y el cuello alto de terciopelo. Sansa, a su lado, parecía radiante de felicidad, pero a Jon no le gustaron los labios fruncidos de Joffrey, ni la mirada aburrida y desdeñosa que dirigió al salón principal de Invernalia.

Le interesó mucho más la pareja que iba detrás de él: los hermanos de la reina, los Lannister de Roca Casterly. El León y el Gnomo. No había manera de confundirlos. Ser Jaime Lannister era hermano gemelo de la reina Cersei: alto, rubio, con ojos verdes deslumbrantes y una sonrisa que cortaba como un cuchillo. Iba vestido con ropas de seda escarlata, botas altas negras y capa negra de raso. En el pecho de la túnica se veía el león rugiente de su Casa, bordado en hilo de oro. Lo llamaban el
León de Lannister
cuando estaba presente, y
Matarreyes
a sus espaldas.

A Jon le costó apartar la vista de él.

«Este es el aspecto que debería tener un rey», pensó mientras lo veía pasar.

Entonces se fijó en el otro, que renqueaba medio oculto por su hermano. Tyrion Lannister era el más joven de los hijos de Lord Tywin, y con mucho, el más feo. Los dioses habían negado a Tyrion todas las gracias que derramaron sobre Cersei y Jaime. Era enano, medía la mitad que su hermano y le costaba seguir su ritmo con aquellas piernas atrofiadas. Tenía la cabeza demasiado grande en proporción al cuerpo, y los rasgos deformes, aplastados, bajo un ceño inmenso. Un ojo verde y el otro negro lo escudriñaban todo bajo una mata de pelo lacio tan rubio que parecía blanco. Jon lo observó, fascinado.

Los últimos grandes señores en entrar fueron su tío, Benjen Stark, de la Guardia de la Noche, y el joven pupilo de su padre Theon Greyjoy. Benjen dedicó a Jon una cálida sonrisa al pasar junto a él. Theon no se dignó a mirarlo, pero aquello no era ninguna novedad. Cuando todos se hubieron sentado, tras los brindis y los agradecimientos recíprocos, comenzó el banquete.

Jon había empezado a beber en aquel momento, y no había parado.

Algo se le frotó contra la pierna por debajo de la mesa. Jon vio los ojos rojos que se alzaban para mirarlo.

—¿Otra vez tienes hambre? —preguntó.

Todavía quedaba medio pollo a la miel en la mesa. Jon fue a arrancarle un muslo, pero se le ocurrió una idea mejor. Pinchó la pieza entera y la dejó caer al suelo, entre las piernas.
Fantasma
lo devoró en un silencio salvaje. A sus hermanos no les habían dejado asistir al banquete con los lobos, pero en aquel rincón de la sala había innumerables chuchos, y nadie había protestado por la presencia de su cachorro. Se dijo que en aquel aspecto también tenía suerte.

Le escocían los ojos. Se los frotó con energía, maldiciendo el humo. Bebió otro trago de vino y se dedicó a mirar cómo su huargo devoraba el pollo.

Los perros correteaban entre las mesas tras los pasos de las camareras. Uno de ellos, una perra negra de grandes ojos amarillos, captó el olor del pollo. Se metió bajo el banco para reclamar su parte. Jon observó el enfrentamiento. La perra lanzó un gruñido bajo y se acercó más.
Fantasma
alzó la vista en silencio y clavó aquellos ojos rojos en la hembra. La perra lanzó al aire una dentellada desafiante. Era tres veces más grande que el cachorro de huargo.
Fantasma
no se movió. Se irguió junto a su botín, abrió la boca y enseñó los colmillos. La perra se puso en tensión, ladró de nuevo y cambió de idea con respecto a aquella pelea. Se dio media vuelta y se alejó, no sin lanzar otra dentellada al aire por cuestión de orgullo.
Fantasma
volvió a concentrarse en su comida.

Jon sonrió y acarició el pelaje blanco tupido por debajo de la mesa. El huargo alzó la vista hacia él, le dio un mordisquito cariñoso en la mano y siguió comiendo.

—¿Éste es uno de los huargos de los que tanto se habla? —preguntó una voz conocida, muy cerca de él.

—Sí —dijo Jon sonriendo a su tío Ben, que le había puesto una mano en la cabeza y le revolvía el pelo casi igual que él había hecho con el lobo—. Se llama
Fantasma
.

Uno de los escuderos interrumpió la anécdota procaz que estaba contando para hacer sitio al hermano de su señor en el banco. Benjen Stark se sentó a horcajadas y le quitó la copa a Jon de entre los dedos.

—Vino veraniego —dijo tras beber un sorbo—. No hay nada más dulce. ¿Cuántas te has tomado, Jon? —Jon sonrió. Ben Stark se echó a reír—. Lo que me temía. En fin, yo era más joven que tú la primera vez que me emborraché a conciencia. —Cogió de la bandeja más cercana una cebolla asada que rezumaba salsa oscura y le dio un mordisco.

Se oyó un crujido cuando le hincó los dientes.

Su tío era un hombre de rasgos afilados, duros como la roca, pero los ojos azul grisáceo siempre parecían sonreír. Iba invariablemente vestido de negro porque pertenecía a la Guardia de la Noche. Aquella velada sus ropas eran de suntuoso terciopelo negro, con botas altas de cuero y un cinturón ancho con hebilla de plata. Llevaba una gruesa cadena de plata en torno al cuello. Mientras se comía la cebolla, Benjen observó a
Fantasma
con gesto divertido.

—Un lobo muy tranquilo —señaló.

—No se parece a los otros —asintió Jon—. Nunca hace ruido. Por eso le he puesto el nombre de
Fantasma
. Bueno, por eso y porque es blanco. Los otros son todos oscuros, grises o negros.

—Todavía hay huargos más allá del muro. A veces los oímos cuando salimos de expedición. —Benjen Stark clavó los ojos en Jon durante un largo momento—. ¿No comes en la misma mesa que tus hermanos?

—Casi siempre —respondió Jon con voz átona—. Pero Lady Stark ha pensado que esta noche sería un insulto para la familia real sentar a un bastardo entre ellos.

—Ya entiendo. —Su tío echó un vistazo por encima del hombro, hacia la mesa de la tarima al otro lado de la sala—. Mi hermano no parece nada contento esta noche.

Jon también se había dado cuenta. Un bastardo tiene que aprender a fijarse en todo, a descubrir las verdades que la gente oculta tras los ojos. Su padre respetaba todas las normas del protocolo y de la cortesía, pero había en él una tensión que Jon le había visto en escasas ocasiones. Hablaba poco, y miraba la sala sin ver. A dos asientos del suyo, el Rey se había pasado la noche bebiendo. Tenía el rostro regordete congestionado bajo la espesa barba negra. Había hecho muchos brindis, había reído con todas las bromas y había atacado cada plato como si estuviera muerto de hambre; a su lado, la Reina parecía gélida como una escultura de hielo.

—La Reina también está enfadada —dijo Jon a su tío en voz baja—. Mi padre ha bajado con el Rey a la cripta esta mañana. La Reina no quería que fuera.

—Te fijas en todo, ¿eh? —Benjen miraba a Jon con ojos atentos—. Un hombre como tú nos sería muy útil en el Muro.

—Robb es mejor que yo con la lanza —dijo Jon henchido de orgullo—, pero yo soy mejor con la espada, y dice Hullen que cabalgo tan bien como cualquiera del castillo.

—No está nada mal.

—Llévame contigo cuando vuelvas al Muro —pidió Jon en un impulso repentino—. Mi padre me dejará ir si se lo pides tú, estoy seguro.

—El Muro es un lugar duro para un chico, Jon. —Benjen estudió su rostro detenidamente.

—Ya casi soy un hombre —protestó él—. Mi próximo día del nombre cumpliré quince años, y dice el maestre Luwin que los bastardos crecemos antes que los otros niños.

—Eso es cierto —dijo Benjen con una mueca.

Cogió la copa de Jon, la llenó de la jarra más próxima y bebió un largo trago.

—Daeren Targaryen sólo tenía catorce años cuando conquistó Dorne —dijo Jon.

El Joven Dragón era uno de sus héroes.

—Una conquista que duró un verano —señaló su tío—. Ese niño rey que tanto admiras perdió diez mil hombres en la conquista de Dorne, y cincuenta mil más intentando defenderlo. Nadie le había explicado que la guerra no es un juego. —Bebió otro sorbo de vino—. Además —siguió—, Daeren Targaryen sólo tenía dieciocho años cuando murió. ¿O esa parte se te había olvidado?

—Nunca olvido nada —se jactó Jon. El vino lo estaba volviendo osado. Trató de erguirse en el banco para parecer más alto—. Quiero servir en la Guardia de la Noche, tío.

Había pensado en aquello mucho tiempo, cuando por las noches yacía en la cama y sus hermanos dormían a su alrededor. Algún día Robb heredaría Invernalia, como Guardián del Norte tendría el mando de grandes ejércitos. Bran y Rickon serían los abanderados de Robb y gobernarían territorios en su nombre. Sus hermanas Arya y Sansa se casarían con herederos de otras grandes casas, y se irían hacia el sur para ser las señoras de sus castillos. Pero, ¿qué lugar había para un bastardo?

—No sabes lo que pides, Jon. La Guardia de la Noche es una hermandad juramentada. No tenemos familia. Ninguno de nosotros será nunca padre. Estamos casados con el deber. No tenemos más amante que el honor.

—Los bastardos también tenemos honor —dijo Jon—. Estoy dispuesto a prestar vuestro juramento.

—Sólo tienes catorce años —dijo Benjen—. Todavía no eres un hombre. Mientras no conozcas a una mujer no entenderás a qué estarías renunciando.

—¡No me importa! —insistió Jon, exaltado.

—Quizá te importaría si lo entendieras. Si supieras qué te puede costar ese juramento no tendrías tantas ganas de pagar el precio, hijo.

—¡No soy tu hijo! —Jon sintió que la rabia crecía en su pecho.

—Y es una pena. —Benjen se levantó y le puso una mano en el hombro—. Vuelve a hablar conmigo cuando hayas tenido unos cuantos bastardos, y veremos si has cambiado de opinión.

—Jamás engendraré un bastardo —dijo, masticando las palabras y temblando de ira—. ¡Jamás! —escupió, como si fuera un veneno. De pronto se dio cuenta de que la mesa había quedado en silencio y todo el mundo lo estaba mirando. Se le acumularon las lágrimas tras los párpados. Consiguió ponerse de pie—. Dispensadme —añadió con sus últimos restos de dignidad.

Se dio la vuelta y se alejó para que no le vieran llorar. Debía de haber bebido más de lo que creía. Mientras intentaba alejarse, trastabilló y se tambaleó. Chocó contra una camarera y provocó que se le cayera la jarra de vino especiado, que fue a estrellarse contra el suelo. Las carcajadas estallaron a su alrededor, y Jon sintió cómo las lágrimas ardientes le quemaban las mejillas. Alguien intentó ayudarlo a mantenerse en pie. Se sacudió las manos que lo sostenían y corrió, sin apenas ver, hacia la puerta.
Fantasma
lo siguió cuando salió a la noche.

El patio estaba silencioso y desierto. El único centinela se arrebujaba en su capa para protegerse del frío en lo alto de las almenas de la muralla interior. Parecía aburrido, sin duda lamentaba tener que estar allí solo, pero Jon se hubiera cambiado por él sin pensarlo dos veces. Por lo demás, el castillo estaba oscuro y no se veía a nadie. En una ocasión Jon había estado en una fortaleza deshabitada, era un lugar temible donde lo único que se movía era el viento, y las piedras guardaban silencio acerca de los que habían habitado allí. Aquella noche Invernalia le recordaba a aquel lugar.

El sonido de la música y las canciones salía por las ventanas abiertas a su espalda. Jon no tenía el menor deseo de escuchar aquello. Se secó las lágrimas con la manga, enfadado por haberlas derramado, y dio media vuelta para irse.

—Chico —lo llamó una voz. Jon se volvió. Tyrion Lannister estaba sentado en la cornisa sobre la puerta de la gran sala. Parecía una gárgola. El enano le sonrió desde donde estaba—. ¿Ese animal es un lobo?

—Es un huargo —dijo Jon—. Se llama
Fantasma
. —Miró al hombrecillo, y durante un momento olvidó su tristeza—. ¿Qué haces ahí arriba? ¿Por qué no estás en el banquete?

—Hace demasiado calor, hay demasiado ruido y he bebido demasiado vino —replicó el enano—. Hace tiempo descubrí que se considera de mala educación vomitar encima de tu hermano. ¿Puedo ver más de cerca tu lobo?

Other books

Daring Time by Beth Kery
A Fatal Twist of Lemon by Patrice Greenwood
Floundering by Romy Ash
First Came the Owl by Judith Benét Richardson
The Daughter of Night by Jeneth Murrey
So I Married a Rockstar by Marina Maddix