Authors: Ava McCarthy
—Seguro que existe algún medio de averiguarlo.
Harry negó con la cabeza.
—Resulta complicado. Los
re-mailer
s suelen estar encadenados, de modo que el mensaje salta de uno a otro antes de llegar a su destino final. En cada salto puede pasar por un país diferente, con su propia jurisdicción y sus leyes de privacidad. Pruebe a abrirse camino entre semejante pesadilla de litigios.
—¿Así que es anónimo?
Dedicó una mirada irónica a Jude.
—Tan anónimo como las cuentas bancarias suizas. En los
re-mailer
s menos seguros siempre existe una base de datos en algún lugar con tu nombre real. Un
hacker
puede acceder a ella, o también existe la posibilidad de sobornar a algún empleado para que filtre la información. —Señaló la pantalla con el dedo—. Pero conozco este
re-mailer
. Ahora está cerrado, pero costaba mucho introducirse en él. Pasaba por unos doce países diferentes y empleaba modelos criptográficos avanzados. No me sorprende que las autoridades se hayan topado con serias dificultades a la hora de localizar a El Profeta.
—¿Y ahora qué?
Harry suspiró y consultó el reloj al pie de la pantalla. Eran casi las once. Se masajeó las esquinas de los ojos. Los notaba secos y arenosos; le dolía todo el cuerpo. Estaba deseando ir a dormir para olvidarse de los problemas y dejar que su subconsciente procesara todo aquello durante unas horas, pero aún no había terminado.
Volvió a usar el teclado para registrar el archivo de Felix, pero esta vez en busca de los mensajes enviados por Jonathan Spencer. No encontró nada. Era evidente que aquel hombre había actuado con mucha cautela. Entonces Harry se acordó de la búsqueda de archivos de contraseñas del sistema que había iniciado en paralelo. Comprobó los resultados. Nada.
Todavía le quedaba una cosa por hacer. Consciente de que no podía posponerla más, Harry flexionó los dedos y empezó a teclear. Tenía que hallar todo el correo que había enviado su padre.
Sólo encontró un mensaje con fecha 5 de octubre de 2000.
Leon,
Las acciones de Sorohan han tocado fondo. Ahora es el momento de comprar, antes de que Aventus lo filtre a la prensa. Son las cartas que estábamos esperando. Subamos la apuesta esta vez.
S
AL
Harry sintió un vago dolor en el pecho como si hubiera hurgado en una antigua herida. El bueno de su padre. Podía imaginárselo en aquel mismo momento: sonrisa relajada, tez bronceada y su simpática ceja izquierda ligeramente arqueada como si dijera: « ¿Quién, yo?».
Observó a Jude. Miraba la pantalla con ojos entrecerrados como si no lo hubiera entendido bien a la primera. Conocía aquella sensación.
—No lo entiendo —confesó—. Pensaba que le conocía. Fue mi mentor en KWC. Por Dios, yo lo admiraba. —Apartó la vista de la pantalla y se dio la vuelta para mirarla—. ¿Se puede saber por qué lo hizo?
Harry realizó un ejercicio de introspección. ¿Cómo podía definir a alguien como su padre? Hombre de negocios, estafador, adicto al juego y al riesgo, totalmente despreocupado por cómo pudiera afectar todo aquello a los demás.
Se encogió de hombros.
—Porque pudo.
Jude frunció el ceño y negó con la cabeza.
—Pero tenía mucho que perder.
—Formaba parte del atractivo. Cuanto más arriesgara, mejor. —Toqueteó el pie de su copa de vino—. Una vez, apostó nuestra casa en una partida de póquer y perdió. No es que fuera nada del otro mundo, la zona era bastante mala, pero aun así era nuestro hogar.
Jude la miró sobresaltado.
—¿Y qué hicieron?
—Nos vimos obligados a mudarnos. Mi madre, mi hermana y yo vivimos en una pensión durante tres meses.
Harry tenía nueve años por aquel entonces. Aún recordaba la destartalada casa de Gardiner Street y el olor a col y cebolla rancia en cada rellano. Podía ver la desvencijada cama que compartía con Amaranta y el hombre gordo que cada viernes venía a recoger el dinero que le entregaba su madre y silbaba al respirar.
—¿Dónde estaba su padre?
—Hospedado en una suite del Jury’s Hotel, jugando al póquer.
Jude se quedó mirándola fijamente y después señaló la pantalla.
—No le he sido de gran ayuda en este asunto, ¿verdad?
Harry sonrió.
—No demasiado. —Entonces se acordó del archivo de contraseñas del sistema oculto y se mordió el labio inferior—. Pero hay algo que puede hacer.
—¿Sí?
Harry señaló la pantalla con la cabeza.
—Sé lo que sucedió hace nueve años, pero ¿qué es lo que está ocurriendo ahora? ¿Qué ha sucedido para que las cosas se hayan revuelto de nuevo?
Se inclinó hacia delante y escrutó el rostro de Jude.
—Necesito ver el correo actual de Felix. Tengo que comprobar si ha interceptado algún mensaje reciente de la organización.
—Pero ya no trabaja en seguridad de TI. ¿Cómo podría interceptarlos ahora?
—¿De verdad cree que se limitó a apartarse de toda la información y el poder sin procurarse un medio de volver a las andadas? Apuesto a que, antes de abandonar seguridad, dejó abiertas algunas puertas traseras.
—Pero los nuevos empleados de seguridad las detectarían, ¿verdad?
Harry negó con la cabeza.
—No necesariamente. No olvide que él construyó los sistemas. Créame, él aún dispone de acceso a ellos. Seguramente por eso se posicionó en contra de que yo hurgara por allí. —Contempló a Jude un momento—. Tengo que leer el correo actual de Felix y, para ello, necesito su contraseña. Ahí es donde entra usted.
Él la miró perplejo.
—Pero yo no tengo su contraseña.
—No, pero puede conseguirla. —Se recostó, cruzó los brazos, y le lanzó una mirada retadora—. Creo que está preparado para hacer un poco de ingeniería social.
—Vaya, vaya, así que mi viejo amigo Jude necesita un favor.
La voz de Felix sonaba pastosa y silbante en el altavoz del teléfono de Jude. Harry se inclinó hacia él. Estaba sentada al escritorio de su propio estudio. Detrás, el cuerpo de guardaespaldas de Jude empequeñecía todavía más la habitación. Ella le había propuesto continuar con aquel asunto en su apartamento, ya que necesitaban intimidad.
—No nos ayudamos muy a menudo, ¿verdad? —continuó Felix.
Harry percibió un ruido vibrante y grave de fondo, como si Felix se encontrara dentro de una colmena gigantesca. Miró a Jude de reojo. Tenía la vista clavada en el teléfono que había entre ellos encima del escritorio. Un músculo tenso le sobresalía en la mandíbula inferior.
Harry cogió bolígrafo y bloc y le escribió una nota: «Sea amable». Al fin y al cabo, mostrarse un punto zalamero con tu objetivo formaba parte del juego de la ingeniería social.
Jude la miró a los ojos y asintió con la cabeza.
—Sólo necesito que me dediques cinco minutos, Felix —le pidió—. Tengo un pequeño problema, pero creo que tú puedes ayudarme.
—¿A estas horas? ¿Y desde cuándo trabajo los fines de semana para KWC?
—Ya sé que es tarde...
—Ya es casi mañana.
Felix soltó una carcajada que empezó con un resuello bronquial prolongado y acabó en una ruidosa tos que le hizo preguntarse a Harry si padecía tuberculosis. Instintivamente, se apartó del teléfono.
Entre toses, Felix dijo:
—Eh, Judy, ¿te he dicho que hoy es mi cumpleaños?
Jude arqueó las cejas al mirar a Harry.
—No, creo que no.
—Esos cabrones de la oficina... Les dije que era mi cumpleaños pero no ha aparecido ninguno por aquí.
Harry escuchaba sus resbaladizas consonantes y el zumbido cada vez más fuerte de las voces de fondo. El bar en el que se encontraba Felix debía de estar haciendo un gran negocio.
—Y bien, ¿cuál es ese favor?
El tono de Felix le hizo suponer a Harry que iba a negarse a colaborar en cualquier caso.
—Es una tontería —admitió Jude—. Estoy en la oficina y he olvidado mi contraseña de red. Me he quedado en blanco.
—¿Y para qué me molestas? Llama a alguno de esos mocosos gilipollas de seguridad.
—Lo he intentado, en serio. Me salta el buzón de voz todo el rato.
—Bueno, me encantaría ayudarte, de verdad, pero ahora sólo soy un pobre empleado de adquisiciones.
—No me vengas con ésas, Felix. Sabes más sobre la red de KWC que todos los de seguridad de TI juntos.
Felix hizo una pausa.
—Me halagas, Judy. Debes de estar desesperado.
—Vamos, ayúdame con esto, no puedo hacer nada sin la contraseña.
—Pues vete a casa. La recordarás por la mañana.
—Mañana no es una opción. El plazo finaliza esta noche y tengo que acceder a un documento que está en red ahora. ¿No puedes asignarme otra contraseña o algo así?
—Sin un portátil no puedo. Además, créeme si te digo que voy a tardar en marcharme de este viejo bar.
Jude le lanzó a Harry una mirada inquisidora y ella asintió con la cabeza. Él se acercó más al teléfono.
—Bien, ¿qué te parece si me das otra identidad de acceso? Cualquiera con la que pueda abrir los archivos privados de la red.
Un chillido estridente retumbó por el altavoz. Seguidamente, se escuchó el clamor de unas voces masculinas en un tono sarcástico.
Jude aproximó su rostro al teléfono aún más.
—Felix, ¿sigues ahí?
—Pues claro, Judy. No te dejaría colgado. Anda, adivina cuántos años he cumplido. Venga, inténtalo.
Jude suspiró y lanzó una mirada hacia el techo. Harry le indicó con las manos que le siguiera el juego. No podían permitir que se escabullera.
—Está bien —contestó—. Tienes cuarenta.
—Cuarenta y cinco. Hoy cumplo cuarenta y cinco. ¿Y sabes cuántos años he trabajado para KWC?
Jude se encogió de hombros.
—¿Diez u once?
—Demasiado tiempo, joder. Pero ¿sabes qué? Se acabó.
—¿Te vas?
—A lo grande. Tengo planes.
Jude respiró hondo.
—Mira, Felix, ¿qué te parece si me pasas la contraseña de administrador? Eso me serviría, ¿verdad?
—¿Te has vuelto loco? ¿Y dejarte campar a tus anchas por toda la red? Ocúpate de tus fusiones y adquisiciones, ya me encargo yo de la tecnología.
—Vamos, Felix, sólo serán cinco minutos.
Feliz emitió un largo y estruendoso eructo al teléfono como el rugido de un león marino.
—Judy, me estoy cansando de esta conversación. Me estás haciendo malgastar el tiempo en este bar.
Jude miró a Harry con desesperación. Ella cerró los ojos un momento. Después escribió unas palabras en el bloc y la subrayó dos veces: «director ejecutivo».
Tenían que recurrir a aquello. Si Felix no respondía a las tácticas persuasivas habituales, deberían jugar su última carta: la figura de la autoridad.
Jude se aflojó la corbata.
—Mira, si no zanjo el asunto esta noche, me veré obligado a explicarle los motivos que me lo han impedido al director ejecutivo. Hazme caso, seguro que no quieres tener a Ashford todo el tiempo encima.
—¿Acaso crees que le tengo miedo? Ni siquiera me corresponde a mí ayudarte en esto. Además, él no me puede hacer nada. Ya no.
Jude ladeó el rostro y miró el teléfono con ojos entrecerrados. Después se volvió hacia Harry y, con una mueca de desconcierto, movió la cabeza de un lado a otro.
Harry soltó el bolígrafo sobre el escritorio y se dejó caer en el respaldo de la silla. Habían jugado su última carta. Cerró los ojos y se masajeó la nuca. Notaba un sordo dolor punzante que se extendía a lo largo de la espalda y le golpeaba la cabeza. Abrió los ojos y vio que Jude la estaba mirando. Negó con la cabeza, intentó sonreír e hizo un gesto como si se cortara el cuello para hacerle entender que se diera por vencido. Si Felix disponía de información que podía resultarle útil, tendría que conseguirla de otro modo.
Apagó el ordenador y Jude se concentró de nuevo en el teléfono.
—Puedo hacer que saques algo en limpio de esto.
Harry se quedó helada y volvió a mirarle a la cara. Tenía la boca rígida y aquel músculo le sobresalía de la mandíbula otra vez. ¿Qué estaba haciendo? No habían hablado de aquello.
—¿Ah, sí? —respondió Felix—. ¿Cómo?
—Haremos un intercambio. Tú me facilitas una identidad de acceso y yo te paso información.
—¿Qué clase de información?
—Información privilegiada que nadie más maneja. Se hizo el silencio.
—Continúa.
Harry contuvo la respiración con la mirada fija en Jude.
—Es sobre la operación en la que estoy trabajando —aclaró—. Con Nectel. Van a adquirir otra empresa.
—Todo el mundo lo sabe. Van a absorber BridgeCom. Lo ha publicado toda la prensa.
—Ya no. Hay un cambio de objetivo, me lo ha confirmado el director ejecutivo de Nectel. Desestiman BridgeCom y van a por otra.
Harry oía el sonido entrecortado de la respiración de Felix a través del teléfono. ¿En qué estaría pensando Jude? ¿De verdad le iba a proporcionar información privilegiada a Felix? Le sudaban las palmas de las manos. Sabía que debía detenerlo, pero era incapaz de moverse. También se le pasó por la cabeza que quizá ya había hecho algo así anteriormente.
Se acercó aún más al teléfono; casi lo rozaba con los labios.
—Esto no saldrá a la luz hasta dentro de un mes; un mes entero para que alguien se haga de oro, y además nadie podrá sospechar nada. —Sus ojos buscaron los de Harry—. Dame una identidad de acceso que pueda utilizar, Felix.
Se oía el ruido de unas voces de fondo.
—Realmente debes de estar muy apurado —contestó Felix después de una pausa.
Jude, con expresión pétrea, no respondió. Harry lo observó paralizada.
Entonces Felix se echó a reír.
—Está bien, acepto. Es divertido. Tú me dices el nombre de la empresa objetivo y yo te paso una identidad de acceso. Y, Judy...
—¿Si?
—Ni se te ocurra jugármela, ¿de acuerdo?
—Palabra de banquero.
Felix resopló en el teléfono.
—Está bien. ¿Qué empresa es?
—Aslan Technology.
—Aslan. Bueno, bueno. Es cierto, reconozco que esto bien vale un nombre de usuario y una contraseña. Pero no la de administrador.
Mierda. Harry apretó los ojos. Necesitaba permisos de administrador. Si no disponía de la contraseña de Felix, era la única manera segura de introducirse en su correo electrónico reciente.