Miles se colocó el comunicador en la muñeca izquierda. Representaba un compromiso entre él y SegImp de Serifosa, que de otro modo sería responsable de su seguridad en la ciudad. SegImp había pretendido pasarse de cautelosa y rodearlo con una inconveniente turba de guardaespaldas. Miles se atrevió a probar su autoridad como Auditor Imperial ordenándoles que le dejaran en paz; para su sorpresa, funcionó. Pero el comunicador le daba línea directa con SegImp, e indicaba su situación. Trató de no sentirse como un animal experimental liberado en el bosque.
—¿Y qué son éstos? —indicó los discos de datos.
Vorthys desplegó los discos como si fueran una mala mano de cartas.
—El correo de la mañana también nos trajo grabaciones de la pesca de anoche. Y algo especial para ti, ya que amablemente te ofreciste a revisar el aspecto médico de las cosas. Una nueva autopsia preliminar.
—¿Han encontrado por fin a la piloto? —Miles recogió los discos.
Vorthys hizo una mueca.
—Partes de ella.
La señora Vorsoisson entró a tiempo de oír este último comentario.
—Oh, cielos.
Iba vestida como ayer, con ropas de calle komarresas de oscuros tonos terrosos: pantalones sueltos, blusa, y un chaleco largo que cubría su figura. Habría estado magnífica de rojo, o apabullante en azul claro, con aquellos ojos celestes… Su pelo esta mañana estaba sobriamente recogido de nuevo, para alivio de Miles. Habría sido enervante pensar que estaba desarrollando algún tipo de clarividencia como resultado de sus últimas heridas, además de los malditos ataques.
Miles le dio los buenos días y cuidadosamente devolvió su atención a Vorthys.
—Debo de haber dormido profundamente, porque no oí llegar al correo. ¿Le ha echado ya un vistazo a la información?
—Sólo por encima.
—¿Qué partes de la piloto encontraron? —preguntó Nikolai, interesado.
—Nada que a ti te importe, jovencito —dijo con firmeza su tío-abuelo.
—Gracias —murmuró la señora Vorsoisson.
—Entonces ya tenemos el último cuerpo. Bien —dijo Miles—. Es tan duro para los parientes que no se recupere nada. Cuando yo era…
Guardó silencio.
Cuando yo era comandante de una flota de agentes encubiertos, movíamos cielo y tierra para recuperar los cuerpos de nuestras bajas y devolverlos a los suyos
. Ese capítulo de su vida estaba ahora cerrado.
La señora Vorsoisson, espléndida mujer, le ofreció café solo. Preguntó entonces qué querían desayunar sus invitados; Miles consiguió que Vorthys respondiera primero, y solicitó también copos de avena.
—La presentación de mi departamento estará lista esta tarde, Auditor Vorthys —dijo el administrador Vorsoisson, mientras ella se disponía a servir, y limpiaba los restos que había dejado Nikolai—. Esta mañana, Ekaterin se preguntaba si le gustaría ver la escuela de Nikolai. Y después de la presentación, tal vez haya tiempo de sobrevolar algunos de nuestros proyectos.
—Parece un buen itinerario —el profesor Vorthys sonrió a Nikolai. A pesar de todo el jaleo de su apresurada partida de Barrayar, no se le había olvidado (o tal vez no se le había olvidado a su esposa) traer un regalo para su sobrino-nieto.
Tendría que haberle traído algo al chaval
, decidió Miles.
Es la forma más segura de contentar a una madre
.
—¿Miles…?
Miles colocó el montón de discos de datos junto a su cuenco.
—Sospecho que tendré suficiente para entretenerme esta mañana. Señora Vorsoisson, vi una comuconsola en su taller. ¿Puedo usarla?
—Naturalmente, lord Vorkosigan.
Con un murmullo amable sobre preparar las cosas en su departamento, Vorsoisson se marchó. La reunión se disolvió poco después, cada uno a lo suyo. Miles, con los nuevos discos en la mano, regresó al taller/habitación de invitados de la señora Vorsoisson.
Se detuvo antes de sentarse ante la comuconsola, para contemplar, a través de la ventana sellada, el parque y la cúpula transparente que permitía la entrada de la energía solar. El débil sol de Komarr no era directamente visible, pues se alzaba al este, detrás del bloque de apartamentos, pero una línea de luz cubría el extremo más alejado del parque. El espejo solar dañado todavía no había salido por el horizonte para doblar las sombras que el pálido sol proyectaba.
¿Entonces esto significa siete mil años de mala suerte?
Suspiró, oscureció la polarización de la ventana (escasamente necesaria), se sentó ante la comuconsola y empezó a introducir los discos de datos. Un par de docenas de nuevas piezas del desastre se habían recuperado durante la noche: repasó los vids donde los trozos giraban en el espacio mientras las naves de salvamento se acercaban. La teoría decía que si podías encontrar todos los fragmentos, hacer grabaciones exactas de sus giros y trayectorias, y luego pasarlo todo hacia atrás, podías obtener una imagen informatizada del momento mismo del desastre, y así diagnosticar su causa. En la vida real, las cosas nunca eran tan fáciles pero todo detalle contaba. SegImp de Komarr todavía estaba comprobando en las estaciones orbitales de tránsito en busca de algún turista que llevara vid y hubiera podido estar grabando esa sección del espacio en el momento de la colisión. Inútilmente hasta el momento, temía Miles; ese tipo de gente se presentaba voluntaria de inmediato, nerviosa y deseando ayudar.
Vorthys y el equipo de investigación opinaban que el remolcador ya estaba destrozado en el momento en que golpeó al espejo, una especulación que aún no había sido hecha pública. Entonces, ¿la explosión de los motores había sido causa o consecuencia de la catástrofe? ¿Y en qué punto habían adquirido aquellos torturados fragmentos de metal y plástico algunas de sus distorsiones más interesantes?
Miles volvió a contemplar, por enésima vez esa semana, la recreación informática del rumbo del carguero antes de la colisión, y reflexionó sobre sus anomalías. La nave sólo llevaba a su piloto en una lenta y rutinaria (de hecho, aburridísima) misión desde el cinturón de asteroides mineros hasta una refinería orbital. Se suponía que los motores no estaban en funcionamiento en el momento del accidente: la aceleración ya se había completado y la deceleración aún no tenía que empezar. La nave remolcadora llevaba cinco horas de adelanto, pero sólo porque había zarpado antes, no porque hubiera acelerado más de lo acostumbrado. Se había estado desviando de su rumbo un seis por ciento, dentro de los parámetros normales y sin necesitar aún una corrección del curso, aunque la piloto podría haberse estado divirtiendo tratando de conseguir más precisión con algunos microimpulsos no previstos. Incluso sin realizar la corrección, la ruta de la nave remolcadora se encontraba a varios cientos de kilómetros del espejo, de hecho mucho más lejos que si hubiera seguido su curso correcto.
Lo que la variación del rumbo había logrado fue llevar al carguero casi directamente frente a uno de los puntos de salto de agujero de gusano de Komarr que nunca se utilizaban. El espacio local de Komarr era inusitadamente rico en puntos de salto activos, un hecho de consecuencias estratégicas e históricas; uno de los saltos era el único portal de Barrayar al nexo del agujero de gusano. Treinta y cinco años antes, la flota invasora de Barrayar había aparecido precisamente para controlar los puntos de salto y no para poseer el frío planeta. Mientras el Imperio dominara militarmente las alturas, su interés en la población de Komarr y sus problemas era, en el mejor de los casos, tenue.
Sin embargo, este punto de salto no recibía tráfico, ni comercio, ni era una amenaza estratégica. Las exploraciones realizadas habían acabado en callejones sin salida, bien en el espacio interestelar profundo, o cerca de estrellas que no tenían planetas habitables o recursos de sistemas económicamente recuperables. Nadie salía de allí, nadie debería de haber entrado por allí. La visión inmediata de algún pirata o villano sin motivación saliendo del agujero de gusano, atacando al inocente carguero de minerales (con algún arma que además no dejaba huellas, nada menos) y regresando por donde había venido, no era apoyada por ninguna prueba, aunque la zona había sido peinada a conciencia buscándolas. Era, por el momento, la teoría favorita de los medios de comunicación. Pero tampoco se había detectado ninguna de las huellas pentaespaciales generadas por las naves al atravesar los puntos de salto.
La anomalía pentaespacial del punto de salto ni siquiera era observable por medios comunes desde el triespacio; no debería de haber afectado al carguero de ningún modo, ni aunque la nave hubiera atravesado directamente el vórtice central. El carguero era una nave de sistema interno, y carecía de varas de Necklin y capacidad de salto. Sin embargo… el punto de salto estaba allí. No había ninguna otra cosa.
Miles se frotó el cuello y se dedicó al informe de la nueva autopsia. Desagradable, como siempre. La piloto era una mujer de Komarr de cincuenta y tantos años. Podría ser machismo barrayarés, pero los cadáveres de mujeres siempre molestaban más a Miles. La muerte era una maliciosa destructora de la dignidad. ¿Tenía él ese aspecto desordenado y expuesto cuando cayó bajo el fuego de los disparos? El cadáver de la piloto mostraba la progresión habitual: aplastada, descomprimida, irradiada y congelada, todo bastante típico de los accidentes por impacto en el triespacio. Un brazo arrancado, al parecer en los momentos iniciales, a juzgar por los primeros planos de la congelación de los líquidos perdidos en el muñón. De cualquier manera, había sido una muerte rápida. Miles sabía que no podía añadir casi indolora. No había huellas de drogas ilegales ni de alcohol en los tejidos congelados.
El examinador médico komarrés, junto con sus seis informes finales, incluía un mensaje donde quería saber si tenía permiso de Miles para entregar los cadáveres de los seis miembros de la tripulación de la estación del espejo a sus familiares. Santo Dios, ¿no lo habían hecho todavía? Como Auditor Imperial, él no tendría por qué estar dirigiendo esta investigación, sino sólo observando e informando. No deseaba que su mera presencia congelara la iniciativa de nadie. Transmitió el permiso inmediatamente, desde la comu-consola de la señora Vorsoisson.
Empezó a trabajar en los seis informes. Eran más detallados que los preliminares, que ya había visto, pero no contenían ninguna sorpresa. A estas alturas, quería una sorpresa, algo más que un simple «nave espacial estalla sin motivo, mata a siete personas». Por no mencionar la astronómica factura de daños. Con tres informes asimilados, y su blando desayuno convirtiéndose en una molestia en el estómago, paró durante un rato para recuperarse mentalmente.
Mientras esperaba a que el malestar pasara, se entretuvo en curiosear los archivos de datos de la señora Vorsoisson. El que se titulaba Jardines Virtuales parecía agradable. Quizás a ella no le importaría que diera un paseo virtual por allí. El Jardín Acuático le atrajo. Lo recuperó en la pantalla del holovid.
Era, como había supuesto, un programa de diseño de paisajes. Podían verse desde cualquier distancia o ángulo, desde una vista general en miniatura a una inspección ampliada y detallada de cualquier planta en concreto; se podía programar un paseo por sus senderos a cualquier altura. Eligió la suya propia a, ejem, algo menos de metro cincuenta. Las plantas crecían según los programas realistas que tenían en cuenta la luz, el agua, la gravitación, los nutrientes, e incluso los ataques de pestes programadas. Este jardín estaba completo en un tercio, con una disposición no definitiva de hierbas, violetas, lirios de agua y belchos. En este momento sufría una invasión de algas. Los colores y formas se detenían bruscamente en los bordes sin terminar, como si una invasión de algún tipo de geométrico universo gris se lo estuviera engullendo todo. Picada su curiosidad, con el mejor estilo aprobado por SegImp pasó al interior del programa y buscó niveles de actividad. El más reciente, descubrió, se llamaba El Jardín Barrayarés. Lo recuperó, seleccionó de nuevo su propia altura, y entró en él.
No era un jardín de lindas plantas terrestres situado en algún lugar famoso de Barrayar; era un jardín compuesto entera y exclusivamente por especies nativas, algo que no había creído posible, mucho menos hermoso. Siempre había considerado aburridos los uniformes tonos rojos y marrones. La única vegetación barrayaresa que podía identificar y nombrar era aquella a la que era violentamente alérgico. Pero la señora Vorsoisson, de algún modo, había usado forma y textura para crear una serenidad en tono sepia. Rocas y agua corriente enmarcaban las diversas plantas: había una masa carmín de enredaderas que formaba una frontera para un pujante seto de hierbas de navaja que, según le habían asegurado, no eran botánicamente una hierba. Nadie discutía la parte de navaja, claro. A juzgar por los nombres comunes, los colonos barrayareses no apreciaron su nueva xenobotánica: hierba maldita, gallina hinchada, veneno de cabra…
Es hermoso. ¿Cómo lo ha convertido en hermoso?
Nunca había visto nada parecido. Tal vez ese tipo de ojo artístico era algo con lo que había que nacer, como el buen oído, cosa de la que también carecía.
En la capital imperial de Vorbarr Sultana, había un pequeño y soso parque verde al fondo del bloque junto a la Casa Vorkosigan, en el lugar donde habían derribado otra vieja mansión. El pequeño parque había sido diseñado prestando más atención a la seguridad del Lord Regente que a ningún plan estético. ¿No sería espléndido sustituirlo por una versión más grande de esta gloriosa sutileza, y darle a probar a los habitantes de la ciudad una ración de su propia herencia planetaria? Aunque necesitara (lo comprobó) quince años para crecer…
El programa del jardín virtual ayudaba a evitar errores que consumían tiempo y resultaban costosos. Pero cuando el único jardín que podías poseer era el que cupiera en tu equipaje, supuso que se convertía en una afición por derecho propio. Desde luego era más limpio, más ordenado y más fácil que un jardín de verdad. Así que… ¿por qué suponía él que ella lo encontraba tan satisfactorio como mirar el holovid de una cena en vez de comerla?
O tal vez sólo siente nostalgia del hogar
. Deprimido, cerró el programa.
Por pura costumbre, recuperó a continuación el programa financiero para hacer un rápido análisis. Resultó que era la cuenta de la casa. Ella llevaba su hogar con un presupuesto demasiado apretado, teniendo en cuenta lo que debía de ganar el administrador Vorsoisson, pensó Miles; su presupuesto quincenal era bastante exiguo. No gastaba tanto en sus hobbies botánicos como sugerían los resultados. ¿Otros hobbies, otros vicios? El rastro del dinero era siempre lo que más revelaba de las verdaderas inclinaciones de la gente; SegImp contrataba a los mejores contables del Imperio para que encontraran formas ingeniosas de ocultar sus actividades por ese mismo motivo. Ella gastaba poquísimo en ropa, excepto en la de Nikolai. Miles había oído quejarse a los padres del coste de vestir a sus hijos, pero sin duda esto era extraordinario… Un momento, esto no era un gasto en ropa. Dinero de aquí y de allá había sido desviado a una cuenta privada llamada «Gastos médicos de Nikolai». ¿Por qué? Como familia de un burócrata barrayarés en Komarr, ¿no cubría el Imperio los gastos médicos de los Vorsoisson?