Clitemnestra también le había hecho semejante oferta; pero ella sabía que era demasiado tarde para dedicar el resto de su vida a semejante tarea.
—O si deseas —añadió Imandra—, haré lo que tu padre debió hacer hace mucho tiempo y te encontraré un marido.
Casandra dijo impetuosamente:
—Sigo siendo poco inclinada a constituirme en propiedad de un hombre. Pasé menos de un año con Agamenón y ya tuve bastante.
Zakintia las interrumpió súbitamente; se adelantó y se postró ante Imandra.
—Oh, reina —dijo con su ronca voz—, la diosa me conminó a que acudiera en demanda de tu ayuda. Se me ha ordenado que funde una ciudad y no puedo hacerlo solo. Al principio creí que me enviaba aquí en busca de alguna amazona que hubiera sobrevivido porque en una visión me dijo que sólo una mujer podría ayudarme en semejante tarea.
—¿Y quién eres tú? —demandó Imandra.
—Mi nombre es Zakintos —contestó el que Casandra conocía como Zakintia—. ¿No ha quedado amazona alguna que pueda ayudarme a fundar una ciudad en donde sea servida la diosa sin dioses ni reyes? Yo no tomaría una esposa al modo de los aqueos, sino alguien que pudiese servir como sacerdotisa en esa ciudad. Pero he oído que no existen ya tales mujeres.
—No —declaró Casandra—. Ninguna amazona quedó con vida tras la batalla en que murió Pentesilea.
—No puedo admitirlo —manifestó Zakintos, echando hacia atrás el velo que había vestido como mujer—. Ahora me hallo libre de mi voto y buscaré por el mundo entero si es preciso.
—¿Cuál fue tu voto? —preguntó Imandra. —Vivir como mujer hasta que llegase a Colquis, de modo tal que conociera la vida que las mujeres han de llevar. Antes de que pasasen tres días vestido con prendas femeninas, supe por qué tienen que temer las mujeres y por eso busqué la protección de la princesa troyana. En su compañía viajé mientras descubría por qué las mujeres desean verse libres de los hombres. Ella no necesitó de la protección ni de la ayuda de un varón.
—Sin embargo —intervino Casandra con amabilidad—, la protección que me diste, compartiendo mi viaje y mi carga...
—Pero no por ser hombre —contestó Zakintos—. Y una y otra vez juré que recorrería el mundo, si fuera preciso, hasta hallar una mujer en quien aún alentara el espíritu de las amazonas.
—¿Y la has encontrado? —preguntó Imandra.
—Sí —se volvió hacia Casandra—, y he llegado a conocerla muy bien.
Casandra se echó a reír.
—Hace ya tiempo que perdí cualquier afición a las armas, Zakintos. Sin embargo... ¿Cómo fundarás tu ciudad?
—Navegaré muy lejos hacia Poniente por el gran mar y allí hallaré un lugar en donde alzar una urbe. Apartada de esas islas malditas en donde los hombres adoran a dioses de hierro y opresión...
Oyéndole, Casandra no pudo por menos de recordar a Eneas; también había sido ése su deseo. A ella le habría gustado ayudarle a realizarlo, y Zakintos parecía impulsado por el mismo espíritu.
—Busco un mundo en donde la Madre Tierra sea adorada conforme a los antiguos usos —declaró con entusiasmo—. Fue ella quien me dio esa visión, el sueño de una ciudad en donde las mujeres no sean esclavas y en donde los hombres no hayan de consagrar sus vidas a guerras y luchas. Tiene que existir tanto para los hombres como para las mujeres un modo mejor de vivir que esa gran guerra que consumió toda mi niñez y arrebató las vidas de mi padre y de todos mis hermanos...
—Y de los míos —dijo Casandra.
—Y de los tuyos.
Zakintos se volvió y se arrodilló de nuevo ante Imandra.
—Te imploro, como pariente de esta mujer, que me des permiso para tomarla en matrimonio.
—Pero el matrimonio es algo que trajeron las nuevas costumbres. ¿Quién soy yo para entregártela como si fuese una esclava? —objetó Imandra.
Zakintos suspiró.
—Tienes razón —dijo—. Casandra y yo hemos viajado juntos durante mucho tiempo, y me conoce bien. —Y volviéndose hacia ésta preguntó—: ¿Continuarás viajando conmigo... para construir un mundo mejor que el de Troya?
—Pero, como otros hombres, tú querrás un hijo... —supuso Casandra.
—Llevé a tu hijo en mis brazos al menos durante la mitad de ese camino. Si he podido ser madre para tu hijo, ¿dudarás de que pueda ser también un padre para él? Porque creo que, en mi búsqueda de ese mundo remoto, no hallaría una mujer más adecuada para mis fines. Y quizá también para los tuyos —añadió sonriendo— ¿Deseas quedarte aquí, a hilar en la corte de Imandra?
—¿No te preocupa que me viese forzada a ser la concubina de Agamenón y que le diese un hijo? Todos los hombres lo sabrán.
Él sonrió otra vez y ella pensó de nuevo en Eneas. —Sólo tanto como te inquiete a ti. Y por lo que al niño se refiere es hijo tuyo y has visto cuánto le quiero. Quizás algún día tengamos otros para quienes yo pueda ser tanto padre como madre... —Su voz era muy tierna cuando añadió—: Me gustaría tener una hija como tú.
Había pasado gran parte de su vida creyendo que nunca podría casarse: mas la guerra se llevó a todos los de su linaje y no tenía lugar alguno que pudiera considerar propio. Y las amazonas habían desaparecido, como Troya. Su nueva ciudad podría ser un lugar donde los hombres y las mujeres no necesitasen ser enemigos, donde los dioses no fueran los enemigos implacables de la diosa...
Si Troya no pudo durar eternamente, no existía seguridad de que la nueva ciudad fuese eterna. Pero si consagraba su existencia a participar en la creación de una urbe en donde los hombres no transformasen a sus hijos en luchadores, de modo tal que no necesitasen seguir a dioses crueles en la batalla, ni a sus hijas en instrumentos de placer para otros hombres, su vida sería fructífera.
Recordó a la muchacha que fue, cuando respondía con cordura en el templo del Señor del Sol a las consultas de los fieles ¿Qué decía entonces?
Doy las respuestas que ellos podrían darse si se molestaran en emplear el ingenio que los dioses les otorgaron. Pero añadía: Antes de hablar, aguardo siempre, por si el dios me transmitiera otra respuesta.
Escuchó dentro de su corazón, mas allí sólo había silencio, y el recuerdo de la ardiente sonrisa del dios. ¿Llegaría un día en que, como cualquier esposa sumisa, viese el rostro del dios en su marido? Miró a Zakintos. No era Apolo, pero su rostro revelaba sinceridad y cariño. Difícilmente imaginaría a un dios habiéndole a través de él, pero al menos lo que decía no era cruel ni caprichoso. Agamenón no fue peor que Poseidón; Paris desencadenó el incendio de Troya, instigado por una diosa más cruel y caprichosa que cualquier hombre. En su vida, los hombres no habían sido tan malos como el mejor de los dioses. Y el daño que causaron fue por imperativo de los dioses que los poseyeron.
Escuchó pero ninguna voz de un dios habló para prohibirla. Sabía en aquel momento cuál sería su respuesta, y ya su corazón corría a través del gran mar hacia un nuevo mundo, que si no mejor que el viejo, sería al menos tan bueno como pudiesen hacerlo los hombres y las mujeres.
—Vamos, Zakintos, en busca de nuestra ciudad. Tal vez llegue un día en que quienes vengan después de nosotros conozcan la verdad de Troya y su caída —dijo, tomando su mano en la suya.
En algún lugar, una diosa sonrió. Casandra no creyó que fuera Afrodita.
La Ilíada no dice cuál fue el destino de Casandra de Troya. Esquilo, en su Agamenón, la presenta compartiendo su muerte a manos de Clitemnestra. Se consideraba completamente lícito introducir personajes de la Ilíada si su destino no había formado parte del poema. Eurípides muestra a Casandra como una de las cautivas troyanas; cabe destacar que es la mujer que exige venganza contra sus apresadores, pero también resulta muy claro que está loca. Y en otra aparición dramática, Casandra se pone a la cabeza de las mujeres de Troya que se suicidan heroicamente.
Pero la tablilla —803 del Museo Arqueológico de Atenas dice como sigue:
ZEUS DE DODONA, ACOGE ESTA OFRENDA
MÍA Y DE MI FAMILIA. AGATÓN. HIJO DE EJEFILOS,
LA FAMILIA ZAKINTIA,
CÓNSULES DE LOS MOLOSIANOS Y DE SUS ALIADOS,
DESCENDIENTES POR TREINTA GENERACIONES
DE CASANDRA DE TROYA.
Deseo manifestar en especial mi gratitud a mi marido, Walter Breen que me ayudó materialmente en las investigaciones previas a este libro y cuyo conocimiento de la Grecia clásica, tanto de su lengua como de su historia, resultó inapreciable para la creación de este relato, incluyendo la cita del Museo de Atenas con que concluye este libro y proporcionándome una base histórica para el destino, y la misma existencia histórica, de Casandra de Troya, desde cuyo punto de vista se narran los hechos.
Es posible que algunos lectores objeten: «Así no es como sucedió en la Ilíada». Pues claro que no. Si me hubiese contentado con lo que relata la Ilíada, no habría existido razón para escribir una novela. Además, la Ilíada se detiene precisamente en el punto más interesante, permitiendo que quien esto escribe conjeture acerca del desenlace de ese acopio de leyendas y tradiciones. Si los autores de las tragedias griegas se consideraron libres para imaginar, yo no necesito disculparme por haber seguido tan excelente ejemplo.
Reconozco también la deuda contraída con Elisabeth Waters que, en muchas ocasiones en que me atascaba en las dificultades del qué ha de ocurrir ahora, nunca dejó de ayudarme a encontrar la respuesta más constructiva, y con los demás miembros de mi familia que sufrieron conmigo las vicisitudes de la caída y el saqueo de Troya.
Marión Zimmer Bradley
MARION ZIMMER BRADLEY, Comenzó a escribir con diecinueve años, vendiendo su primer relato a la revista Vortex en 1952. Se graduó en Artes en la Hardin-Simmons University de Abilene (Texas), e hizo estudios de postgrado en la Universidad de California en Berkeley, siendo en este periodo, cuando fue cofundadora de la Society for Creative Anachronism, una sociedad para el estudio de las culturas europeas anteriores al Siglo XVII. Publicó su primera novela en 1957, gozando de un reiterado éxito hasta su muerte. Recibió el Fantasy World Award a título póstumo. Durante la década de los años sesenta, publicó una serie de novelas de carácter homosexual, entonces tachadas como pornográficas, con los seudónimos de Morgan Ives, Miriam Gardner, John Dexter y Lee Chapman.
Fue una prolífica autora de relatos y novelas de fantasía y ciencia ficción, con la característica de ser tratadas desde el punto de vista femenino. Destaca en su producción su serie de ciencia ficción Darkover, y su saga de novelas artúricas entre las que destaca La nieblas de Avalon.
[1]
Se refiere a una planta silvestre. (N. del T.)
<<