Así pues, las dos copias, ligeramente desfasadas, conservaban su identidad independiente. Ingenuamente, la supermente principal creía que, puesto que las tres encarnaciones se encontraban juntas y presumiblemente estaban viviendo los mismos acontecimientos, no seguirían desviándose. En cambio Thurr estaba convencido de que aquel trío cada vez se distanciaba más.
En realidad, eso esperaba, porque podía jugar en su favor.
Cuando accedió a la copia de la supermente que él había traído de Wallach IX, se puso ante el circuito de escucha y trató de hablar lo más razonablemente posible.
—Corrin sigue enfrentándose a una seria amenaza. Está claro que es un desafío demasiado grande para la capacidad de procesamiento del Omnius Primero.
—Yo soy idéntico al Omnius Primero —dijo la supermente.
—Eres equivalente a él en capacidad y talento. Pero ya no sois idénticos. Si los dos os aplicarais al problema en paralelo, habría el doble de capacidad mental envuelta. Los hrethgir no tendrían nada que hacer. Los dos tenéis acceso a los mismos sistemas aquí en la ciudadela central. Mientras el Omnius Primero mantiene una defensa infranqueable, recomiendo que tú planifiques una nueva ofensiva contra la flota de vigilancia de los humanos. Ciertamente, tenemos naves de sobra en órbita.
—Se ha producido un desgaste significativo, y eso fuerza en exceso la capacidad de Corrin de reponer sus efectivos. Nuestras naves han emprendido numerosas ofensivas, pero no podemos franquear la barrera descodificadora. ¿Qué podemos conseguir con un nuevo intento?
Thurr suspiró con impaciencia. Aunque la supermente contaba con cantidades ingentes de información, tenía muy poca vista… como la mayoría de las máquinas pensantes.
—Si todas nuestras naves se lanzaran a abrir una brecha en las defensas de los hrethgir, sin importar cuántas hagan falta para desconectar la red descodificadora, eso nos permitiría enviar nuevas copias de Omnius al espacio. Las supermentes podrían propagarse y las máquinas pensantes recuperaríais los Planetas Sincronizados o al menos estableceríais nuevas bases en otros planetas. Como semillas sobre suelo fértil. Pero eso solo pasará si pueden salir… si tú consigues abrir un agujero lo bastante grande en la barrera. —Sonrió—. En cambio, mientras sigas atrapado aquí, si los hrethgir consiguen abrir aunque sea una pequeña brecha y lanzar sus ojivas nucleares de impulsos, estarás en una posición muy vulnerable. Por tanto, es fundamental que las supermentes se dispersen, que se propaguen, que sobrevivan.
—Interactuaré y discutiré este asunto con el Omnius Primero. Tal vez sea un plan viable.
Thurr meneó la cabeza, y se llevó las manos a las caderas para ajustarse el cinturón y su daga enjoyada.
—Eso significaría sacrificar tu independencia, que en estos momentos es la única ventaja que tenemos. ¿No sería mejor demostrar inequívocamente al Omnius Primero que tienes ideas innovadoras que él no ha tenido en cuenta? Cuando vea que tus ataques tienen éxito, el Omnius Primero no podrá negar tu valor como unidad separada.
La copia de Wallach IX consideró lo que le había dicho y tomó una decisión.
—He analizado los patrones de las fuerzas de vigilancia del enemigo y he calculado el mejor momento para lanzar una contraofensiva inesperada a gran escala, diferente de las que hemos emprendido hasta ahora. El momento óptimo se producirá dentro de nueve horas.
—Excelente —dijo Thurr, moviendo la cabeza arriba y abajo. Se habría ido corriendo a sus habitaciones, pero no se atrevió a demostrar su impaciencia, aunque dudaba que la supermente fuera capaz de distinguir esos matices tan simples en los humanos. Nueve horas. Se conformó con caminar deprisa. Tenía muchísimas cosas que preparar.
Cuando el sorpresivo ataque empezó, los robots que estaban en la superficie reaccionaron tan sorprendidos y asustados como las naves humanas que vigilaban en la órbita del planeta. La ciudadela central se convulsionó y perdió su integridad porque la atención del Omnius Primero se desvió a otras cosas, y la estructura de la torre de metal líquido empezó a flaquear.
De pronto, un contingente de defensas robóticas activó sus armas, modificó su configuración y se lanzó de cabeza contra las naves centinelas de los humanos. Pero incluso eso se parecía a lo que habían hecho muchas otras veces en las dos pasadas décadas. Deteniéndose justo en el interior de la zona de alcance de la red de satélites descodificadores, lanzaron un enjambre de misiles contra las naves humanas y siguieron avanzando. Los satélites Holtzman descargaron sus mortíferos impulsos, y las minas descodificadoras apuntaron a las naves robóticas, eliminado sus controles con facilidad. Pero mientras los cascos de las naves inutilizadas se amontonaban en el espacio, no dejaban de llegar más y más de aquellas naves. Varias incluso lograron pasar por las brechas que se iban abriendo en la red descodificadora.
Thurr lo había concebido solo como una maniobra de distracción, inútil y destructiva, pero por un momento casi pareció que funcionaría.
En cuanto se inició el ataque sorpresa y las fuerzas de los hrethgir se concentraron en defenderse, Thurr corrió a la zona de despegue. Escogió la nave de actualización en la que Seurat había llegado a Corrin en medio de la Gran Purga. Estaba bien conservada, era rápida, tenía unas defensas decentes, armas rudimentarias y un mínimo sistema de soporte vital que él había hecho instalar años antes… en previsión de lo que pudiera pasar. Era exactamente lo que necesitaba.
La nave estaba preparada para viajar, y no había vigilancia. Thurr ya había estudiado sus controles y sabía que podía pilotarla. Había cogido solo las provisiones justas, porque temía que, si llenaba demasiado la nave, sus propósitos serían evidentes. Sólo necesitaba comida y aire suficiente para llegar a otro planeta.
Mientras en órbita la batalla seguía, y las naves de la Liga y de Omnius se atacaban entre sí, Thurr activó la rampa de acceso y subió a toda prisa.
Dentro, se encontró con Erasmo y su pupilo humano, que le estaban esperando.
—¿Lo ves, Gilbertus? Mi interpretación del extraño comportamiento de Yorek Thurr era correcta. Pretende abandonarnos.
Thurr estaba boquiabierto.
—¿Qué hacéis aquí?
Gilbertus Albans permanecía a un lado, y asintió.
—Sí, padre. Conoce muy bien la naturaleza humana. Los indicios eran sutiles, pero en cuanto me los señaló, vi que tenía razón. Thurr ha creado una distracción en órbita para robar esta nave y escapar.
—Admiro tu acto de desesperación. —El rostro de metal líquido formó una sonrisa—. Pero en este caso tengo que poner en duda tu buen juicio.
—Es mi decisión —dijo Thurr suspirando—. Cuando la Liga decida atar los cabos que dejó sueltos, Corrin estará condenado. Las máquinas también tendríais que estar buscando una forma de escapar. Tú, Erasmo, has tenido que enfrentarte muchas veces a las amenazas de Omnius cuando trata de reescribir tu personalidad. Y nunca aprende. —Sonriendo, Thurr se acercó al robot, ataviado con su túnica—. ¿Por qué no me acompañáis tú y tu pupilo? Podemos irnos lejos de Corrin y dejar nuestra propia huella en la galaxia. La Historia no nos olvidará.
—Las máquinas pensantes conservan archivos exactos de todos los acontecimientos —dijo Erasmo—. Haga lo que haga la Historia no me olvidará.
Thurr se acercó otro paso.
—Pero ¿es que no ves la lógica tan hermosa de mi plan? Esta nave podría escabullirse con facilidad y atravesar la barrera de los hrethgir. Podemos escapar. En realidad, otras naves de actualización podrían aprovechar la ocasión y salvar otras esferas de Omnius. Los Planetas Sincronizados podrían volver a extenderse.
—Es una posibilidad. Sin embargo, he calculado las posibilidades que tendría de éxito y son inaceptablemente bajas. Incluso si separo mi memoria informática y la protejo mediante un grueso blindaje, es posible que no sobreviva al atravesar la red descodificadora. No me arriesgaré, sobre todo si eso significa dejar solo a Gilbertus.
Thurr se movió como una serpiente que ataca. Se había acercado para concentrar la atención del robot sobre su persona, pero en realidad su intención era acuchillar al vulnerable humano. Con un veloz movimiento, sacó la daga ceremonial de su cinturón y saltó hacia la izquierda, cogiendo por el cuello al sorprendido Gilbertus. Thurr clavó la rodilla en la zona lumbar del hombre, se pasó la daga al otro lado y apretó la punta contra su yugular.
—Entonces me temo que tendré que influir en tu decisión de una forma más… humana. Si no me dejas escapar antes de que sea demasiado tarde, lo mato. Lo digo en serio.
Thurr apretó más el cuchillo. Gilbertus estaba paralizado, tenso, con los músculos flexionados, preparándose para poner en práctica todos sus años de entrenamiento. Erasmo se dio cuenta de que pensaba luchar, arriesgando su vida.
—¡Espera, Gilbertus! —dijo amplificando la voz—. Te prohíbo que te arriesgues. Te haría daño.
—Desde luego que sí —dijo Thurr con una extraña sonrisa. Por un momento, Gilbertus vaciló, y luego se relajó, aceptando los deseos del robot.
—No deseamos acompañarte —dijo Erasmo. El rostro de metal líquido del robot se convirtió en una máscara completamente lisa. Como si lo moviera el instinto, adoptó una expresión preocupada, luego recuperó su expresión neutra—. Si le matas, no permitiré que escapes. Quizá soy incapaz de una acción vengativa, pero he invertido mucho tiempo y esfuerzo en Gilbertus Albans. Si haces daño a mi espécimen, no dudes que te exterminaré.
Estaban en un punto muerto. Thurr no se movió. El rostro del robot pasó por una letanía de expresiones que había aprendido.
Gilbertus miraba el rostro pulido de Erasmo buscando seguridad, esperando obviamente que el robot independiente le salvara.
—Este hombre me resulta perturbador, padre. Estoy haciendo un esfuerzo extraordinario para mantener mis pensamientos organizados, y sin embargo él parece…
Erasmo terminó la frase por él.
—¿El caos personificado?
—Una afirmación muy apropiada —dijo Gilbertus.
—Si sueltas a Gilbertus y prometes que no le harás daño —propuso finalmente el robot—, permitiremos que te vayas solo en esta nave. Puede que consigas huir o puede que te maten. Pero ya no será asunto nuestro.
Thurr no se movió.
—¿Cómo sé que no mientes? Podrías ordenar a todas las fuerzas robóticas que se volvieran contra mí y me eliminaran antes de que tenga tiempo de llegar a órbita.
—Después de tanta práctica y estudio podría mentir, sí —reconoció Erasmo—, pero he decidido no hacer ese esfuerzo. Mi oferta es auténtica. Si bien discrepo de tus motivos y tus planes, no arriesgaré la vida de Gilbertus solo para detenerte. Me importa poco si escapas de Corrin. Son las circunstancias las que han obligado a que permanezcas aquí, no una orden de Omnius.
Thurr consideró las palabras del robot, pensando, pensando. No tenía mucho tiempo. No sabía cuánto tiempo seguirían atacando las fuerzas robóticas antes de que el Omnius Primero recuperara el control.
—¿Y tú qué dices? —susurró con voz ronca al oído de su cautivo—. Podría llevarte como rehén.
—Si Erasmo te ha dado su palabra, puedes confiar en él. —La voz de Gilbertus era tranquila.
—¿Que confíe en Erasmo? No creo que muchos hayan dicho eso en la historia de los Planetas Sincronizados. Pero de acuerdo. —Relajó el brazo con que lo tenía sujeto, solo un poco—. Erasmo, sal de la nave. En cuanto te apartes de la rampa de acceso dejaré marchar a Gilbertus. Luego los dos os vais y yo despego. Y no hace falta que nos volvamos a ver.
—¿Cómo sé que no le matarás? —preguntó Erasmo.
Thurr rió entre dientes.
—Para ser un robot aprendes deprisa. Pero corre… o se nos estropea el invento.
El robot salió haciendo ondear su lujosa túnica después de mirar una última vez a Gilbertus, y bajó por la rampa. Thurr consideró la posibilidad de asesinar a su rehén de todos modos, solo para demostrarle al robot lo caprichosos que pueden ser los humanos. El impulso era fuerte, pero se contuvo. Con eso no conseguiría nada, y Erasmo se habría puesto en su contra. Las fuerzas militares de tierra podían derribarle fácilmente. No valía la pena arriesgarse.
Le dio a su prisionero una fuerte sacudida que le hizo trastabillar. Mientras Gilbertus corría a la pista para reunirse con el robot independiente, Thurr cerró la escotilla y se sentó ante los controles.
Gilbertus y Erasmo vieron alejarse la nave.
—Podía haber evitado que huyera, padre, y sin embargo ha preferido salvarme. ¿Por qué?
—A pesar de lo valioso que fue en otro tiempo, Yorek Thurr ya no nos sirve de nada. Además, es alarmantemente impredecible, incluso para lo que son los humanos. —Por un momento, Erasmo calló—. Calculé las consecuencias y decidí que este resultado era el mejor. Para mí es inaceptable que resultes herido. —De pronto, el robot vio una motita roja de un pequeño corte en el cuello de Gilbertus—. Estás herido. Ha derramado tu sangre.
El hombre se tocó la herida, miró la pequeña gota carmesí de su dedo y se encogió de hombros.
—Es insignificante.
—Ninguna herida es insignificante, Gilbertus. A partir de ahora tendré que vigilarte más de cerca. Te mantendré a salvo. —Y yo le mantendré a usted a salvo, padre.
El universo es un campo de juego de la improvisación. No sigue ningún patrón externo.
N
ORMA
C
ENVA
, revelaciones
traducidas por Adrien Venport
Encerrada en el depósito lleno de especia, Norma descubrió que no había fronteras. Ya no había nada concreto, y la sensación —estimulante, increíble— le resultaba totalmente natural. Unas simples paredes no podían contenerla. No había salido de aquella cámara desde hacía días, y sin embargo había realizado un increíble viaje de descubrimientos.
Todo un espectro de capacidades poco corrientes aparecían y desaparecían en su mente, como burbujas que quedaban en su mayor parte fuera de su control, como si algún dios las estuviera desplegando para que las examinara, mostrándole un extenso abanico de asombrosas posibilidades.
Podía ver a Adrien de lejos, como un ángel benevolente, mientras realizaba su trabajo absorbente y complejo para VenKee Enterprises. Inteligente, capaz, visionario… una auténtica síntesis entre ella y Aurelius.
En aquellos momentos, desde el exterior del depósito, respirando aire normal, Adrien miró por las paredes de plaz. Estaba tratando de ver a su madre, de asegurarse de que seguía con vida. Norma sabía que estaba muy preocupado, que no entendía por qué se negaba a salir de la cámara, por qué no comía ni respondía… y por qué su aspecto físico estaba cambiando de aquella forma. Cuando tuviera un momento, le enviaría alguna señal para tranquilizarle, se comunicaría con él, aunque cada vez se le hacía más difícil dedicar su energía a ese tipo de cosas. Y explicar lo que le estaba pasando… no solo a Adrien, sino a todo el mundo, a todos menos a sí misma.