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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (82 page)

BOOK: La batalla de Corrin
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No podía perder el tiempo con el núcleo parcialmente recuperado del Omnius Primero. Furioso, lo dejó a un lado y abandonó la cámara subterránea a toda prisa.

«Debo despertar».

Los datos empezaron a fluir, pero aún quedaba mucho por hacer antes de que la memoria de circuitos gelificados quedara totalmente restituida. Los dos Omnius no sincronizados habían infligido graves daños a sus sistemas, pero no se habían molestado en terminar el trabajo. Habían desechado sus restos cibernéticos en su ciudadela central y habían vuelto su atención a otros asuntos.

Corrin estaba a punto de caer por su culpa.

Antes de que las dos copias defectuosas lo derribaran, el Omnius Primero había desarrollado una vía de escape que permitiría salvar su núcleo de memoria. Podía codificar toda la información contenida en su interior en un pack de datos gigante. Y, puesto que no habría circuitos gelificados, y no sería más que una señal, podría pasar sin problemas por la red descodificadora. «Omnius» iría a la deriva por la galaxia hasta que encontrara un receptor, cualquier cosa que le permitiera descargarse. Que le permitiera vivir.

Las dos supermentes usurpadoras podían quedarse allí y tratar de cambiar las apuestas. Ellas serían destruidas, pero el Omnius Primero no podía permitir que a él le pasara lo mismo. Pero antes que nada tenía que regenerar sus sistemas.

102

Solo las máquinas pensantes ven las decisiones en términos absolutos de blanco o negro. Cualquiera que tenga un corazón alberga dudas. Es algo que va con la naturaleza humana.

B
ASHAR
A
BULURD
H
ARKONNEN
,
diarios privados

No dejaban de llegar informes de las naves de la flota de vigilancia y de las cubiertas de la nave insignia. Los soldados del ejército de la Humanidad se sentían profundamente inquietos.

Y entonces la raza humana perdería la guerra.

Vor, que estaba junto a él en el puente, totalmente concentrado en su trabajo, dijo:

—Si Omnius cree que nos vamos a echar atrás está muy equivocado. Esta táctica no hace más que demostrar una vez más lo mucho que las máquinas subestiman la determinación del humano.

Utilizando un canal de alta seguridad para comunicarse con el
Serena Victory
, el virrey habló nuevamente, con tono conciliador.

—Quizá me he precipitado, campeón Atreides. Tenía usted razón. Aunque durante la Yihad los dos luchamos lado a lado en muchas batallas, ahora soy el virrey de la Liga. Ya no soy un militar, así que me lavo las manos en lo referente a las decisiones que haya que tomar aquí. Usted está al frente de la operación. La autoridad militar y la responsabilidad son suyas, con mi bendición.

Tras desvincularse de la inminente tragedia, el virrey ordenó a su nave diplomática que se alejara del campo de batalla en las proximidades de Corrin, y se llevó a su sobrina y el contingente de representantes a una distancia segura.

—Solo se está cubriendo las espaldas —musitó Abulurd con desprecio—. Todo lo que mi hermano hace tiene un fin político, incluso aquí.

Vorian miraba al frente con expresión pétrea. Abulurd sabía que su comandante estaba dando ejemplo a los soldados del puente, obedientes pero inquietos. Su línea de comunicación estaba conectada a todas las naves que habían acudido allí para la última batalla.

—Seguiremos adelante, a pesar de las amenazas. No pienso detenerme ahora. Malditas sean las máquinas y su carácter traicionero.

—¡Pero, señor, el coste…! —exclamó Abulurd—. Se perderán muchas vidas inocentes. Las circunstancias han cambiado; deberíamos reconsiderarlo… buscar otro camino.

—No hay otro camino. Si esperamos, el riesgo es demasiado alto.

Abulurd aspiró con fuerza. Nunca había visto a su mentor tan decidido e implacable.

—Omnius es lógico. No hará lo que dice si sabe que llevará a su exterminación.

—Su exterminación no es negociable —dijo Vor—. Ya hemos derramado tanta sangre que estoy dispuesto a perder unas gotas más para asegurar la victoria.

—¡Unas gotas!

—Es necesario. Cuando vinimos aquí esa gente ya estaba condenada.

—No estoy de acuerdo, señor. Puede que las otras víctimas de la Yihad fueran bajas necesarias, pero estas no lo son. La situación es lo bastante estable para que podamos meditar bien nuestras opciones. Deberíamos reunimos con el resto de oficiales y ver si alguno tiene…

Vor se volvió hacia el oficial.

—¿Más cháchara? ¡Llevo veinte años escuchando debates interminables e inútiles en la Liga! Oh, sí, la cosa empezará como un pequeño retraso y entonces el virrey reconsiderará su postura y nos pedirá que enviemos mensajeros a Salusa. Y todos los nobles meterán las narices. —Cerró la mano en un puño, contra el costado—. Hemos cometido demasiados errores en el pasado, Abulurd, y hemos pagado un precio muy alto por nuestra indecisión. Hoy eso va a cambiar, y para siempre.

El comandante clavó la vista en la pantalla, en el tumor canceroso de Corrin, que había que extirpar del universo.

—Todas las armas preparadas, que las naves empiecen a avanzar.

—¡Pero, bashar supremo! —Abulurd insistía—. Sabe que Omnius no miente. Si pasamos la barrera, las secuencias de destrucción se activarán automáticamente. Estará condenando a toda esa gente… incluidos Serena y su hijo.

Vor parecía distante.

—He hecho esto otras veces. Si he de convertir a un puñado de humanos en corderos para el sacrificio por la libertad futura de nuestra especie, que así sea.

—¡Un puñado! Señor, son más de dos millones…

—Y tú, piensa en los miles de millones de soldados que han muerto. Incluso Serena aceptaba que a veces los espectadores inocentes se conviertan en víctimas de la guerra. —Sus ojos grises miraron a Abulurd, y al oficial más joven le parecieron los de un extraño—. No te confundas, es Omnius quien los eliminará, no yo. Yo no he provocado esta situación, y me niego a aceptar la responsabilidad. Ya tengo bastantes muertes sobre mi conciencia.

A Abulurd el corazón le latía con violencia, respiraba agitadamente. No le importaba que el resto de la tripulación estuviera escuchando.

—Podemos permitirnos considerar esto con calma, señor. Las máquinas llevan dos décadas atrapadas en Corrin. ¿Por qué tiene que atacar justamente ahora… sabiendo que hay más de dos millones de vidas en juego? ¿Solo porque nuestras fuerzas ya están aquí? Omnius no es más peligroso hoy que ayer, o antes de ayer.

El rostro juvenil de Vor adoptó un aire frío y duro, la única manera en que se permitió manifestar su disgusto.

—Dejé que Omnius viviera al final de la Gran Purga. Sufrimos una terrible falta de decisión, aunque nuestros yihadíes estaban dispuestos a ir hasta el final y pagar con su vida. No tendríamos que haber vacilado, y no pienso vacilar ahora.

—Pero al menos, ¿por qué no tratar de buscar una solución intermedia que permita salvar a parte de esa gente? Podemos lanzar un ataque localizado, como hicieron mi padre y mis hermanos cuando liberaron Honru. Nuestras naves están llenas de veloces kindjal y bombarderos dotados de ojivas nucleares de impulsos, y tenemos a muchos mercenarios de Ginaz con nosotros. Quizá puedan colarse los suficientes para lanzar las ojivas contra esos objetivos localizados y destruir a Omnius.

—Para hacer eso también hay que cruzar la línea descodificadora. —Su mirada se había vuelto glacial—. No quiero que se hable más, bashar. Avanzaremos y utilizaremos todas las armas que tengamos a nuestra disposición. En la historia este día se conocerá como el último para las máquinas pensantes. —Y se inclinó hacia delante en su asiento, concentrado en las pantallas tácticas.

Abulurd habría querido gritar. «¡Esto no es necesario!». Se sentía como si le estuvieran arrancando el corazón del pecho. Y aun así, habló con voz neutra.

—No puedo permitir que renuncie a su humanidad de esta forma, bashar supremo. Podemos mantener las naves aquí. Nuestra Flota de Venganza está en posición. Podemos tener a las máquinas atrapadas otros veinte años en Corrin, hasta que se nos ocurra otra cosa. Por favor, señor, ayúdeme a encontrar una alternativa.

Vorian se levantó de su asiento de mando y se volvió hacia su oficial con ira y desprecio. La tripulación del puente se sentía visiblemente inquieta ante la perspectiva de provocar todas aquellas muertes innecesarias, y las palabras de Abulurd reforzaron sus dudas.

Vor cuadró los hombros y lo miró furibundo.

—Bashar Harkonnen, he tomado una decisión y he dado la orden. Esto no es un grupo de debate. —Y, levantando la voz, gritó al resto del personal—: Activad las armas y preparaos para el asalto final.

—Vorian, si hace esto —dijo Abulurd, sin preocuparse por las consecuencias—, entonces no es mejor que su padre. Este es el tipo de actuación que esperaría del general Agamenón.

Como un globo de luz agotado, la emoción desapareció del rostro de Vor. Una máscara de rigidez cubrió sus bellas facciones, y la voz brotó de sus labios tan helada y neutra como las llanuras de Hessra.

—Bashar Harkonnen, le relego de su cargo aquí y ahora. Quedará recluido en su camarote en la nave hasta el final de la batalla.

Abulurd lo miró, perplejo, sintiendo que una profunda desdicha crecía en su interior, y sus ojos se llenaron de lágrimas ardientes. No podía creerlo.

Vor le dio la espalda y habló de nuevo.

—¿Necesita una escolta armada?

—No será necesario, señor. —Abulurd abandonó el puente… junto con sus esperanzas y su carrera.

103

La vida humana no es negociable.

B
ASHAR
A
BULURD
H
ARKONNEN
,
diarios privados

Confinado en su camarote, despojado de las obligaciones de su cargo, Abulurd Harkonnen notó la aceleración del
Serena Victory
en su avance final hacia Corrin, hacia la fatídica línea formada por el puente de hrethgir de Omnius.

Por el canal de comunicación de la nave insignia, el bashar supremo pronunció un sentido discurso para preparar a sus tropas para el ataque.

—Omnius cree que puede evitar nuestra victoria poniendo escudos humanos alrededor de Corrin. Cree que poniendo un puente de hrethgir perderemos la determinación y le dejaremos seguir con sus planes venenosos. Pero se equivoca.

»La supermente ha elegido colocar a millones de humanos inocentes donde sabe a ciencia cierta que morirán. Y eso solo confirma la necesidad de destruirla, ¡al precio que haga falta! Las máquinas pensantes se regodean en su inhumanidad, nosotros nos regocijamos en nuestro sentido de la justicia. ¡Que éste sea nuestro último campo de batalla! Seguidme a la victoria, por nuestros hijos, por el futuro de las nuevas generaciones de humanos.

Abulurd sabía que con su fuerza de voluntad, Vor haría que los soldados se concentraran en su deber hasta que hubieran completado la misión. No habría vuelta atrás. El impulso los haría avanzar hacia aquel terrible fin. Y no tendrían ocasión de pararse a pensar en lo que estaban haciendo hasta que fuera demasiado tarde. Eso es lo que Vor quería.

Pero Abulurd, encerrado en su camarote, no tenía otra cosa que hacer que pensar en las consecuencias. Maldita sea, todas aquellas muertes no eran necesarias. ¡No eran necesarias! Vor había etiquetado aquella misión de emergencia y había impuesto un límite temporal, y no había querido replantearse la situación… simplemente, porque no le daba la gana.

Faykan se había retirado para que él y sus nobles pudieran mirar sin mancharse las manos. Y Vor aceptaría obedientemente toda la responsabilidad por la matanza. Pero Abulurd Harkonnen no.

Miró la insignia de su uniforme. Se sintió tan orgulloso cuando Vor le colocó su insignia de bashar… Todas sus esperanzas y su admiración estaban puestas en él. En la nobleza y el honor de su mentor.

Ahora esa relación se había hecho añicos, y ¿por qué? No había necesidad de que toda aquella gente muriera. Desde los inicios de la Yihad, Vorian Atreides se había labrado una reputación por sus soluciones innovadoras. Había engañado a las máquinas pensantes con una falsa flota en Poritrin, y con un dañino virus informático que su «amigo» Seurat propagó sin saberlo. En cambio, ahora el bashar supremo se veía un halcón, se había vuelto impaciente y vengativo, y dirigiría a sus tropas a una batalla que sobraba.

Sintiendo casi físicamente una profunda punzada, Abulurd se quitó su insignia y la dejó en su buró. Luego se miró en el espejo: un hombre sin rango. Un hombre con conciencia. Se avergonzaba de formar parte de aquella campaña militar.

Pero quizá podría salvar la situación antes de que fuera demasiado tarde, obligar a Vor a detenerse y reconsiderar lo que estaba haciendo. Él sabía que por dentro el bashar supremo seguía siendo grande. Tenía que retrasar aquella acción disparatada como fuera.

Abulurd abandonó su camarote, desobedeciendo deliberadamente las órdenes. Aquello no era más que el principio.

Avanzó por los pasillos, tan decidido seguramente como el mismo Vorian. Abulurd no había participado en la Gran Purga que mató a tantos miles de millones de humanos esclavizados hacía veinte años. Él se había quedado en Salusa Secundus para supervisar la evacuación y la defensa de la capital de la Liga. Vorian Atreides lo había considerado un gesto, una forma de protegerlo del horror, del sentimiento de culpa y el derramamiento de sangre.

Ahora Abulurd le devolvería el favor. Por hacer lo correcto y salvar al bashar supremo de aquella terrible decisión estaba dispuesto a sacrificar su carrera. Y seguro que Vor acabaría por comprender que había hecho lo correcto.

Corrió a la cubierta de control de armas. Desde el centro principal interconectado de mando, tendría acceso a los dispositivos de lanzamiento de toda la flota. Todos los sistemas se coordinaban desde allí, aunque cada nave tenía la opción de disparar de forma independiente si el
Serena Victory
lo autorizaba.

Cuando la flota partió, Rayna Butler y sus fanáticos de la antitecnología habían manifestado su desagrado al ver que el ejército de la Humanidad confiaba su seguridad a aquel avanzado sistema de mando y control. Así que, entre las concesiones que el virrey Butler hizo a su poderosa sobrina, estaba la promesa de incapacitar de forma permanente esos sistemas cuando las máquinas pensantes desaparecieran del mapa. Entretanto, se introdujeron algunas modificaciones para que siempre fuera un humano quien iniciara las secuencias y dirigiera los bombardeos desde la nave insignia. Los sistemas no debían estar totalmente automatizados.

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