Al inicio de la misión, cuando partieron de Salusa Secundus, Vorian Atreides confiaba en él plenamente. Y, siempre tan realista, preparado ante la posibilidad de que algo le sucediera, le había dado la llave maestra y la secuencia de códigos para acceder a todo el sistema defensivo de la flota. Había sido como un anticipo de su promesa de ayudarle a restituir el honor de Xavier Harkonnen.
Y, aunque la llave maestra le permitía a Abulurd activar todo el sistema defensivo de la flota, podía servirle también para algo muy distinto.
Un nutrido grupo de técnicos de defensa estaban ocupados ante las consolas, preparándose para la batalla inminente contra las máquinas. La ballesta insignia y las otras naves seguían cerrando el cerco, acercándose a la línea que provocaría la muerte absurda de millones de seres humanos en el puente. El bashar supremo, que estaba demasiado embebido en sus planes y no quería dañar la moral de los soldados, aún no había anunciado al resto de la tripulación el castigo de Abulurd.
Así pues, y ante la inminencia del combate, cuando entró en la cubierta de control de armas, a ninguno de los oficiales se le ocurrió cuestionar su presencia allí ni preguntar por qué no llevaba puesta su insignia.
Abulurd respondió a los saludos formales de los soldados y fue directamente a la consola principal. En unos minutos, el comandante de la flota daría la orden de abrir fuego.
En cuanto introdujo el código de acceso de la llave, Abulurd tuvo vía libre a los controles de todo el armamento. Por un momento se quedó mirando la pantalla, asustado, impresionado por el paso tan importante que estaba a punto de dar. Antes de que pudiera cambiar de opinión, volvió a utilizar la llave para cambiar el código de acceso e introdujo una secuencia que solo él conocería.
Cuando se acercara a la zona de combate, Vor descubriría que ya no tenía el control sobre las armas. No podría disparar. Y sin armas, no le quedaría más remedio que retroceder y reconsiderar su postura. Tendría tiempo para respirar hondo y buscar otra salida.
Diciendo una oración por lo bajo, Abulurd se retiró. No tardarían en descubrir lo que había hecho.
El ejército de la Humanidad seguía avanzando hacia aquella dramática confrontación sin saber que afortunadamente les había dejado paralizados.
La guerra es una combinación de arte, psicología y ciencia. Un buen comandante ha de saber cómo aplicar cada uno de estos componentes y cuándo.
B
ASHAR SUPREMO
V
ORIAN
A
TREIDES
«Soy un halcón. Ese es mi símbolo».
El sol gigante y coagulado asomaba por detrás de Corrin, tiñendo de un rojo sangre el casco de las naves más próximas con su luz. En el perímetro interior de la red de satélites descodificadores Omnius había colocado un apretado círculo de naves defensivas y contenedores cargados de humanos inocentes. Las primeras filas de naves humanas, con sus escudos, toparían con el obstáculo y al diablo con las consecuencias.
Más allá de esta barrera, las nubes cubrían buena parte del planeta. Vor vio el resplandor de un relámpago, luego otro, pero las tormentas más fuertes se iban a desencadenar en el espacio.
Delante de ellos, la red de satélites formaba una línea que amenazaba las vidas de más de dos millones de rehenes. Incluyendo a Serena Butler. «No tengo alternativa. Si esa mujer realmente es Serena y sigue viva después de todos estos años, entonces lo entenderá…, de hecho, seguro que exigiría que lo hiciera».
Y, si no era Serena, entonces, ¿qué importaba? Ya había tomado su decisión.
Así pues, la flota avanzaba, cada vez más deprisa, cerrando el cerco. Los soldados estaban inquietos. Algunos rezaban para que las máquinas se echaran atrás en el último minuto. Pero Vor sabía que eso no pasaría. Ya habían muerto miles y miles de millones de esclavos humanos durante la purga nuclear de los Planetas Sincronizados. Lo que iban a hacer ese día era lamentable, pero no era peor que lo que habían hecho otras veces. Y por fin acabarían con las máquinas pensantes.
Su determinación no flaqueó ni siquiera cuando se enteró de la existencia del «puente» de escudos humanos. El solo hecho de que las máquinas hicieran algo así ya indicaba que estaban desesperadas. «El precio de la victoria es alto… pero aceptable».
Sin embargo, la resistencia de Abulurd le había decepcionado profundamente. Él justamente sabía mejor que nadie lo importante que era aquella ofensiva… para Vor y para toda la humanidad. Tendría que haberle ayudado en lugar de interferir en sus órdenes, las órdenes de un oficial superior, de un amigo.
Vor sentía un nudo en la boca del estómago. Xavier jamás habría vacilado en una situación como aquella. Él habría tomado la decisión adecuada.
Desde su posición segura en la nave diplomática, Rayna transmitía sus oraciones, visiblemente dividida entre su odio por las máquinas pensantes y el deseo de salvar a Serena Butler y su niño mártir, que habían reaparecido milagrosamente. Vor se preguntó si la líder de los cultistas sería siquiera consciente de la paradoja. Si realmente creía que el espíritu de santa Serena se le había aparecido en su visión, ¿cómo podía creer que la verdadera Serena seguía con vida? No tenía sentido.
La Flota de Venganza entró por fin en el radio de acción de los satélites descodificadores.
—Preparados para atacar. Todos los oficiales de armas, a sus puestos. Activad los sistemas y preparaos para disparar a mi señal. Atacaremos como una espada llameante que cae de los cielos.
Tragó, aunque se sentía la garganta seca. Si se había equivocado y Omnius sí conocía el secreto de la interacción entre el láser y los escudos Holtzman, en unos segundos la primera línea de naves se desintegraría en una explosión seudoatómica.
—Cuando estemos más cerca, seleccionad los objetivos —dijo.
—Señor, ¿y si hay rehenes en las naves de guerra del enemigo?
Vor se volvió, y vio que el oficial de artillería se sobresaltaba ante su reacción.
—¿Y si no los hay? No se preocupe por eso. Usted haga su trabajo, bator. —Su voz sonaba hueca. Cuando el puente de hrethgir estallara, ya no habría nada que pudiera contener las ansias de venganza del ejército de la Humanidad. En cierto modo, tenía ganas de que pasara de una vez, para que la flota pudiera concentrarse en la tarea que tenía por delante.
Listo ya para abrir fuego, Vor acercó un poco más los dedos al panel táctil que iniciaría la secuencia de lanzamiento. Quería hacer a las máquinas el mismo daño que ellos habían hecho a la humanidad durante generaciones.
Finalmente, el oficial que se ocupaba del escáner de la nave insignia informó.
—Están dentro de nuestro radio de alcance, bashar supremo.
—Iniciad el bombardeo. Les vamos a dar lo que merecen.
Impaciente por lanzar personalmente el primer disparo, Vor tocó el panel táctil, pero no pasó nada. Volvió a tocarlo. Nada.
—¡Maldita sea!
Por todo el puente de mando, otros oficiales musitaban confusos, gritaban. Por las líneas de comunicación todos hablaban.
—Señor, las armas están inactivadas en toda la flota. No podemos lanzar ni un solo disparo.
Sus oficiales corrieron a buscar respuestas, ocupando las líneas de comunicación que conectaban la nave insignia con las otras naves, preguntando a unos y a otros. Cuando la respuesta llegó, a Vor le cayó como un jarro de agua fría.
—Les habla Abulurd Harkonnen. —La voz resonó por los altavoces—. Con intención de evitar la muerte innecesaria de millones de personas, he inhabilitado los controles de todas las baterías de armas de la flota. Bashar supremo Atreides, debemos encontrar una solución mejor. Ahora no le queda más remedio que echarse atrás.
—¡Traedlo aquí enseguida! —ordenó Vor. Los agentes de seguridad salieron a toda prisa en su busca. Vor se volvió en su asiento—. ¡Y haced algo para que esas armas vuelvan a ser operativas!
—Sin la secuencia de acceso no podemos hacer nada… y el bashar Harkonnen la ha cambiado.
—Ahora ya sabemos por qué adoptó el nombre de Harkonnen —dijo con tono de desprecio uno de los oficiales de artillería—. Tiene miedo de luchar contra las máquinas.
—Basta. —Vor tuvo que contenerse para no decir más. Se tambaleaba. No entendía que su protegido le hubiera hecho algo así, que arriesgara las vidas de todos ellos interfiriendo justo en el momento más crítico—. Eludid los sistemas que podáis, si es necesario preparad secuencias de lanzamiento manuales. Si no, puede que nos veamos obligados a abrir las escotillas de carga y arrojarle piedras a nuestro enemigo.
—Tardará unos minutos, bashar supremo.
—Señor, ¿seguimos avanzando? —preguntó el técnico de navegación—. Casi hemos alcanzado el puente.
Los pensamientos se agolpaban en su cabeza, y la sensación de que Abulurd le había traicionado lo abrumaba.
—Si nos detenemos ahora, las máquinas sabrán que pasa algo.
—¡No debemos vacilar! —exclamó uno de los cultistas de la tripulación—. Las máquinas demoníacas pensarán que vacilamos en nuestro propósito sagrado.
Vor sabía que Omnius no lo vería en absoluto de ese modo.
—Es más probable que sospechen que tenemos problemas técnicos. —Habló con voz dura, inflexible—. ¡Adelante! Lo haremos, aunque sea a las malas. —Solo tenía unos minutos para obligar a Abulurd a volver a activar los sistemas. Quizá aún estaban a tiempo.
No les costó encontrar a Abulurd, y no se resistió. De hecho, parecía orgulloso cuando los guardas lo llevaron de vuelta al puente de mando. No llevaba armas, y la expresión de su cara a Vor le llegó al alma. No lucía su insignia.
Vor se acercó a él, con los ojos llenos de ira.
—¿Qué has hecho? Por Dios y Serena, dime qué has hecho.
El otro hombre lo miró como si esperara su comprensión.
—He evitado que cometa un grave error. Y he salvado millones de vidas.
Vor lo agarró por la chaqueta del uniforme.
—¡Eres un idiota! Si no acabamos con esto hoy y aquí, es posible que nos hayas condenado a todos, que hayas abierto la puerta a otros mil años de dominación de las máquinas.
El oficial de artillería hizo una mueca de desprecio.
—Otro cobarde, como su abuelo.
—No, no como Xavier. —Vor miró a Abulurd, y la profunda decepción que sentía se llevó el recuerdo de todos los buenos momentos que habían compartido—. Este hombre ha creado su propio universo de cobardía, bator. No tiene comparación posible.
Abulurd permanecía inmóvil, mientras Vor le sujetaba, pero siguió suplicando.
—No tiene por qué hacerse así. Si tan solo…
La voz de Vor sonó fría como el hielo.
—Bashar Harkonnen, le ordeno que me dé los nuevos códigos. No tenemos mucho tiempo.
—Lo siento, no puedo hacerlo. Es la única forma de obligarle a buscar otra solución al problema. Tendrá que echarse atrás.
—¡Estás poniendo en peligro las vidas de toda la flota!
El hombre ni siquiera parecía intimidado.
—Es usted quien pone vidas en peligro, Vorian, no yo.
—Ni se te ocurra volver a llamarme por mi nombre. Apelas a una amistad que ya no existe. —Enojado, Vor lo empujó y Abulurd dio un traspié pero mantuvo el equilibrio. Vor sabía que no podía pasar a las amenazas, ni a las torturas. Con él no—. Has traicionado el futuro de la humanidad.
Asustado, el oficial de navegación exclamó con voz tensa:
—Ya estamos ante la barrera de satélites, bashar supremo. ¿Reducimos la velocidad?
—¡No! Seguiremos adelante con la ofensiva, no importa…
Abulurd jadeó.
—¡No puede hacer eso! Tiene que detener las naves, reagruparlas. Tratar de negociar con Omnius. Sus naves no tienen armas…
—Las máquinas no lo saben. Y, a diferencia de Erasmo, yo sí puedo marcarme un farol. —Vor sentía una calma absoluta. Despojada de sus armas de largo alcance, la flota avanzó sobre las fuerzas mecánicas. Había puesto demasiado en aquel enfrentamiento para arriesgarse al fracaso—. Además, mientras tenga mi imaginación, no estaré sin armas.
Dándole la espalda a Abulurd, que se había puesto muy blanco, Vor dijo:
—Lleváoslo fuera de mi vista, y que esté bajo vigilancia constante. —Tres guardias de aspecto furioso lo rodearon, como si buscaran una excusa para apalear al traidor—. Después ya pensaré qué hago con él… si sobrevivimos.
La historia de la guerra está hecha de momentos y decisiones… que podrían haberse solucionado en un sentido o en el otro.
Diálogos de Erasmo
,
entradas finales en Corrin
Aunque repasó los recuerdos de toda su existencia, Erasmo no pudo encontrar ningún otro momento en que hubiera estado tan preocupado. Tan próximo al… ¿al pánico y la desesperación? Tenía que actuar con rapidez si quería evitar el desastre… y salvar a Gilbertus.
«Interesante —pensó, con tantísima lucidez que casi se le fue de la cabeza la situación—. Quizá ahora entenderé mejor por qué Serena parecía tan frenética por defender a su bebé».
Como robot independiente y asesor de las encarnaciones de Omnius, Erasmo tenía acceso a todos los sistemas de Corrin. En una cámara acorazada subterránea, debajo de la capital, entró en una sala ocupada por una parrilla holográfica. La imagen mostraba un modelo a escala de las defensas alrededor del planeta, incluyendo las naves robóticas fuertemente armadas, y los numerosos cargueros y cámaras de carga que formaban el puente de hrethgir… incluyendo el carguero donde estaban Gilbertus y el clon de Serena. También veía la Flota de Venganza, cada vez más cerca de la parrilla. La imagen cambiaba continuamente, conforme las naves variaban sus posiciones y se aproximaban a la barrera de satélites que activarían los explosivos y matarían a los escudos humanos.
La mente de circuitos gelificados del robot estableció un interfaz con la red de mando. Y analizó rápidamente la programación que su brillante pupilo humano había preparado.
La aceleración de las naves de la Liga iba en aumento. Sus intenciones estaban muy claras. Se acercaban al fatídico límite, pero no vacilaron. Ya nada les haría volver atrás. Vorian Atreides, hijo del titán Agamenón, sacrificaría a los rehenes. No se detendría.
Y Gilbertus moriría en cuanto las naves atravesaran la línea.
Fuera del espacio ocupado por la proyección holográfica, la sala estaba llena de nódulos de acceso interconectados y ayudantes robots que realizaban diversas y complicadas tareas para las dos supermentes. Erasmo no les hizo caso, y aceleró sus procesos mentales.