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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (78 page)

BOOK: La batalla de Corrin
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Y ahora estaban en una encrucijada. ¿Desaparecería definitivamente el sueño de Selim? ¿Quedarían eclipsados los zensuníes, absorbidos por aquella desagradable y débil civilización de los infieles? ¿O volverían a descubrir sus orígenes y aceptarían de nuevo el reto de seguir con la lucha hasta que salieran victoriosos, y fueran libres… por muchos siglos que tardaran?

Ishmael estaba tan concentrado en sus pensamientos que no se dio cuenta de que se acercaba un gusano hasta que oyó los débiles gritos de su gente. Con sus viejos ojos, vio la tenue ondulación muy lejos entre las dunas. Golpeó el tambor siete veces más —un número sagrado— y recogió sus cuerdas y su material. El gusano iba a toda velocidad hacia él.

Muy lejos, en el otro extremo de la cuenca, vio que también había cierto revuelo entre las diminutas figuras de los zensuníes. Un segundo gusano se acercaba. Shai-Hulud había contestado a sus llamadas.

Ishmael estaba en tensión, acuclillado. Sus músculos eran viejos, estaban rígidos, doloridos, pero no dudó en ningún momento de su capacidad. Podía montar y controlar a aquella criatura del desierto tan bien como el naib El’hiim.

Las arenas se dividieron, levantando un tenue hilo de polvo, y el cuerpo sinuoso del gusano se elevó al tiempo que Ishmael saltaba hacia delante. A lo largo de su vida, había atraído a gusanos mucho mayores que aquel, pero con éste tendría suficiente. Si Budalá le hubiera enviado una bestia titánica, todos lo habrían interpretado como una clara señal de Dios. Ahora sabía que la batalla no se decidiría tan fácilmente. Tendría que luchar para defender lo que era correcto.

Y estaba preparado para hacerlo.

Ishmael lanzó sus ganchos y sujetó las cuerdas, y trepó por los granulosos segmentos del gusano antes de que este se diera cuenta. Ayudándose con unas palancas, separó el punto donde se unían dos de los anillos y dejó al descubierto la carne sensible del gusano, para evitar que volviera a sumergirse en la arena. Selim Montagusanos había desarrollado aquellas técnicas hacía más de un siglo. Él había sido el primero en montar un gusano, y lo hizo con la única ayuda de una barra de metal y una largada de cuerda.

El monstruo se sacudía, tratando de deshacerse del molesto parásito, pero Ishmael aguantó.

—Hago esto en tu memoria, Selim, por la supervivencia de nuestro pueblo y la gloria de Budalá y Shai-Hulud.

Después de asegurarse bien pasándose una cuerda por la cintura y sujetándola en la carne más sensible que había cerca de la cabeza del gusano, hizo que la bestia se dirigiera hacia el lugar donde debía enfrentarse con El’hiim. El gusano avanzaba, y a su paso, el roce con la arena generaba calor y un intenso olor a canela. Los fuegos que ardían en su garganta se avivaron. En su boca inmensa sus dientes destellaban como agujas.

Ishmael vio al segundo gusano acercándose desde el otro extremo de la gran llanura, un gusano más grande, que montaba El’hiim. Ishmael aferró sus cuerdas y se las enrolló alrededor de las manos para asegurarse de que no se le escapaban. Gritó un desafío y dio un fuerte pinchazo entre los segmentos de su gusano.

Aquellas dos criaturas corrían entre las dunas como monstruos de batalla. Eran animales muy territoriales y, en cuanto notaron la presencia del otro, empezaron a proferir rugidos desafiantes, expulsando vapores con olor a melange de sus gargantas cavernosas. Se enroscaron sobre sí mismos como muelles y saltaron el uno sobre el otro.

Ishmael se sujetó e instintivamente cerró los ojos cuando aquellas figuras inmensas y sinuosas chocaron. El impacto casi lo arrancó de su arnés. Las bocas gigantes lanzaban dentelladas y golpeaban. Una oleada de dolor y de ira hizo que la montura de Ishmael temblara de arriba abajo.

En el otro gusano, Ishmael veía el rostro aterrado de El’hiim, que se aferraba con fuerza a las cuerdas y se aseguraba con ellas una y otra vez. Una estupidez. Si el gusano rodaba sobre su cuerpo, estaría perdido y no podría soltarse. El anciano sintió un nudo en el estómago. No quería que El’hiim muriera…

«Shai-Hulud decidirá».

Los gusanos de arena recularon para coger impulso, y volvieron a atacar. Gruesos segmentos con rocas incrustadas se desgarraban en largas tiras de carne curtida. Aquello era un duelo y aquellas criaturas territoriales luchaban a su modo. Ishmael ya no podía guiar al gusano; lo único que podía hacer era aguantar.

Siseando, agotados, los gusanos recularon y empezaron a moverse en círculos, convirtiendo la arena en un remolino polvoriento.

Y entonces volvieron a saltar, haciendo colisionar sus cuerpos mastodónticos y enroscándose sobre el otro como si quisieran estrangularse. Dientes de cristal acuchillaban la carne. Nuevos segmentos de los anillos fueron arrancados. Un líquido gelatinoso brotaba de las enormes heridas.

Después de saltar repetidas veces sobre el otro, los gusanos estaban exhaustos, pero sus ansias de lucha seguían ahí. La montura de Ishmael empezó a sacudirse y retorcerse, y él se sujetó, temiendo que la criatura rodara sobre su cuerpo y lo aplastara debajo a pesar de la carne que había dejado al descubierto. En el último momento, el gusano se irguió de nuevo y echó el cuerpo hacia atrás, y se arrojó como un martillo contra el yunque.

El’hiim, por su parte, seguía sobre su gusano, casi inconsciente, pero se había asegurado tan a conciencia con las cuerdas que no habría podido escapar ni aun queriendo. Su gusano, más grande, chocó contra el de Ishmael con tanta violencia que éste cayó hacia atrás. Ishmael gritó, y a punto estuvo de perder su asidero y salirse del arnés, pero hundió sus gruesas botas contra la carne y se sujetó.

Entonces una de las cuerdas se partió.

Mientras los gusanos de arena seguían peleando, Ishmael cayó como una mota de polvo en la tormenta. Iba dando tumbos, tratando de encontrar un asidero, clavando sus ganchos en un anillo, luego en otro. Los gusanos no le prestaban atención; solo era un humano insignificante. Sus bocas colisionaron. Dientes de cristal se partieron, formando una lluvia de diminutas estalactitas.

Ishmael siguió cayendo a trompicones, hasta que finalmente llegó abajó y se hundió en las arenas removidas. Se puso a agitar los brazos, hasta que logró salir a la superficie, tosiendo, y después se puso a apartar arena con las manos, tratando de ponerse en pie.

Cada vez que los gusanos rodaban cuerpo a cuerpo y se desplazaban en alguna dirección, lo destrozaban todo a su alrededor. Ishmael echó a correr tan deprisa como pudo, olvidando el patrón de pasos aleatorios que había aprendido a utilizar en la arena. Las bestias volvieron a engancharse. Cuando vio que volvían a moverse en su dirección, Ishmael saltó en la hendidura que había entre dos dunas. La delgada cola de su gusano, muy caliente por la fricción, le pasó por encima y arrojó una lluvia de arena sobre él.

Ahogándose, Ishmael volvió a salir a la superficie, mientras la batalla se llevaba a los gusanos más allá. Fue renqueando hacia la seguridad de las rocas. Jadeando, solo, casi sin poder tenerse en pie, vio al gusano triunfante de El’hiim persiguiendo al suyo.

Dejó caer la cabeza. El duelo había terminado…

El’hiim volvió con su gusano. Las dos bestias estaban agotadas. Ishmael no sabía si la suya había muerto o si, simplemente, se había escabullido y había desaparecido en la arena.

Cuando Ishmael se desmoronó en el suelo, jadeando, temblando, su gente acudió enseguida, pero él no quería hablar con nadie. No en aquellos momentos. Sacudió la cabeza cubierta de polvo, se volvió hacia otro lado. El corazón seguía latiéndole con violencia, y el aliento le quemaba en el pecho, pero estaba claro. Aunque había sobrevivido, no estaba contento.

Había perdido el duelo, y el futuro de los Free Men de Arrakis.

97

La victoria militar no ha de estar sujeta a interpretaciones o negociaciones. Debería ser clara e indiscutible, y no comprometerse de ninguna forma.

B
ASHAR SUPREMO
V
ORIAN
A
TREIDES
,
de su serie de discursos como invitado

En Salusa Secundus, la Flota de Venganza se preparaba para partir en dirección a Corrin. La tripulación de las naves la formaban veteranos de la Yihad, soldados del ejército de la Humanidad y feroces miembros del Culto a Serena.

Veloces naves de reconocimiento que plegaban el espacio salieron para avisar a la flota de vigilancia que mantenía sus posiciones alrededor del último Planeta Sincronizado. Una última batalla y su vigilia se habría terminado.

Las máquinas pensantes no sabían nada.

Vorian Atreides, que tuvo que asistir a la elaborada ceremonia de despedida aunque tenía cosas más importantes que hacer, estaba en posición de firmes en la pista de despegue del puerto espacial, viendo cómo cargaban la última de las naves. La Liga se había vuelto demasiado aficionada a toda aquella pompa.

Se volvió hacia el virrey Butler, que se acercó con una pequeña caja azul sujeta con lazos dorados. El virrey llevaba su túnica ceremonial y una pequeña pero visible insignia que atestiguaba su relación con el Culto a Serena. Vor no creía que el hijo de Quentin Butler aceptara realmente el mensaje antitecnológico que su sobrina había promulgado en su manifiesto, pero el movimiento había conseguido tanto poder que no era difícil ver los nuevos aires que soplaban en política.

Faykan no había permitido aún que se nombrara un nuevo Gran Patriarca, y ahora decía que la ofensiva contra Omnius tenía prioridad. Vor sospechaba que aquel hombre tenía otros planes, y solo trataba de ganar tiempo.

La pálida figura de Rayna Butler estaba sentada al frente del palco para las personalidades, con mirada encendida. Las multitudes llenaban la pista, gente sincera y bienintencionada y también fanáticos de ojos brillantes que llevaban estandartes con la silueta de Serena Butler en rojo sangre. La chusma lanzaba vítores y gritaba el nombre de Vor, junto con insultos dirigidos a Omnius.

Como si estuviera escalando una montaña, Vor se concentró en lo que tenía por delante, la cima, la destrucción de la última supermente. Aunque no le gustaba lo que hacían los cultistas, tenía que aprovechar cada recurso, cada persona. Todo lo que había logrado durante más de un siglo de Yihad culminaría con aquella última batalla, y entonces las máquinas pensantes no volverían a ser una amenaza. Pero, a juzgar por lo que veía entre la chusma inquieta y furiosa de seguidores de Rayna, sin duda seguirían encontrando enemigos y chivos expiatorios que avivaran su fervor.

Su ballesta insignia, el
Serena Victory
, la misma que había dirigido durante la Gran Purga, se elevaba a un lado de la pista de aterrizaje, junto con varias de las naves más importantes. La mayoría de naves de guerra esperaban en órbita.

Aunque había estado muy ocupado con los preparativos, Vor no había olvidado la promesa que le había hecho a Abulurd: restituir el buen nombre de Xavier Harkonnen en cuanto regresaran.

La guardia de honor del ejército de la Humanidad hizo una extravagante exhibición para la chusma. Siguiendo sus tradicionales maniobras, formaron un pelotón de ejecución y apuntaron sus ruidosos rifles a las falsas máquinas pensantes que estaban encadenadas a los postes. Los sensores de los supuestos robots parpadearon, como si pidieran clemencia. Uno a uno, los falsos robots fueron destruidos entre la algarabía del público, hasta que quedó poco más que chispas y humo. La escenificación fue retransmitida a toda Salusa y con posterioridad se enviaría a otros mundos de la Liga para que las multitudes también pudieran participar de los festejos.

—Esto es solo para ir entrando en calor antes de partir con la Flota de Venganza —dijo Faykan Butler, y su voz resonó por todo el puerto. Rayna estaba sentada junto a él, como si su posición fuera equivalente a la del virrey.

«Estos dos forman una combinación peligrosa», pensó Vor mirando al uno y la otra. El veterano oficial habría querido marcharse y enfrentarse a las máquinas en un combate directo, pero las cosas no irían así. Aquel necio del virrey y su sobrina querían acompañar a la flota en una nave diplomática. Qué ganas de complicar las cosas. Ahora, Vor no solo tenía que preocuparse por las máquinas, también tendría que estar al tanto por si a los Butler se les ocurría hacer alguna estupidez en mitad de la batalla.

Algunos de los cultistas propusieron utilizar los motores Holtzman para que la flota llegara de forma inmediata a Corrin. Pero a Vor ni siquiera su impaciencia y determinación le habrían cegado tanto como para arriesgarse a perder el diez por ciento de sus fuerzas durante el salto. Norma Cenva, que nunca había dejado de trabajar en el problema, decía haber descubierto un método seguro de navegación, pero por lo visto solo ella podía hacerlo. Y solo podía llevar una nave a la vez.

No, aquello no bastaba. Durante veinte años, la flota de vigilancia había tenido a Omnius atrapado en Corrin. Las máquinas no tenían ningún motivo para pensar que pudiera haber ningún cambio inminente. Vor controlaría su ira y su impaciencia. Un mes, solo un mes más y todo habría acabado…

En aquellos momentos, mientras el espectáculo terminaba con un toque de trompeta, Faykan soltó los lazos y abrió la caja azul, y acto seguido se la ofreció a Vor, que vio la insignia dorada del interior y reprimió un suspiro. Otra bagatela militar que lucir.

Con sus dedos limpios y bien cuidados, el virrey cogió la insignia y se la entregó con orgullo al bashar supremo. A través de los altavoces, su voz resonó por toda la pista.

—Vorian Atreides, en honor a esta nueva misión militar a Corrin, le concedo un nuevo título: Campeón de Serena, un hombre que representa los intereses de la Liga de Nobles, del Culto a Serena y de toda la humanidad libre.

La multitud lanzó vítores, como si aquel título cambiase algo.

—Gracias, virrey. —Vor mantuvo una expresión tranquila—.

—Y ahora, basta de ceremonias frívolas. Es hora de partir. Omnius nos espera. —Y se guardó la insignia en un bolsillo interior, donde nadie pudiera verla.

El virrey levantó los brazos en alto.

—¡A Corrin! ¡A por la victoria!

—¡A Corrin! —repitió Rayna.

Todos sus seguidores se pusieron en pie como una bandada de pájaros preparándose para levantar el vuelo. Y repitieron sus palabras en rugido atronador.

—¡A Corrin!

Vor estaba impaciente por llegar.

Su nave insignia salió la primera, seguida por las otras naves ceremoniales, y se unieron al grueso de la flota, que esperaba en órbita. Con mirada endurecida y expresión concentrada, Vor echó un vistazo al puente de mando, mientras su segundo oficial, el bashar Abulurd Harkonnen, le miraba a él. Era bueno tener a su lado a alguien con la cabeza en su sitio, alguien en quien podía confiar.

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