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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (73 page)

BOOK: La batalla de Corrin
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En sus anteriores intentos de rebelión, Juno lo había reducido fácilmente neutralizando los mentrodos que conectaban su cerebro a su forma móvil. Una simple desconexión y quedaba totalmente paralizado. Los titanes utilizaban aquello como una forma fácil de dejarlo fuera de combate sin hacerle daño cuando se ponía demasiado rebelde.

Pero para aquello no necesitaba armas poderosas ni destructivas… solo pericia. Solo tenía que esperar una oportunidad.

Mientras Juno seguía parloteando sobre la forma en que torturaría a Vorian Atreides, con sus manos mecánicas Quentin cogió un pequeño láser de baja intensidad. Se sentía como un crío eligiendo una piedrecilla para enfrentarse a Goliat, como en la historia que Rikov y Kohe le habían leído a su hija en Parmentier.

Su principal preocupación sería apuntar la pequeña herramienta con precisión. Juno no estaba preocupada. Todavía.

Moviéndose en silencio y con eficacia, los neos-subordinados despejaron la mesa metálica donde se realizaría la intervención y activaron el pesado material que había junto a ella. Juno no tardaría en pedir que trajeran a Vorian. Pero uno de aquellos ayudantes torpes y estrambóticos volcó accidentalmente una bandeja. Al oír el ruido, Juno giró la torreta de la cabeza… y dejó uno de sus puertos externos de cara a Quentin. Actuando con rapidez, Quentin retiró la placa protectora y dejó al descubierto la red de mentrodos de la titán.

Juno retrocedió, pero Quentin disparó el láser de diagnóstico contra uno de sus delicados receptores y dejó inutilizados sus sensores.

Después de haber practicado y estudiado a conciencia la configuración de los cuerpos cimek, Quentin sabía exactamente adonde apuntar.

Aquella descarga de energía bastó para sobrecargar y desconectar uno de los enlaces del contenedor cerebral de Juno con los circuitos de movilidad de la forma móvil. Ella, perpleja, se sacudió, retrocedió, tratando de recuperar el control, pero Quentin soltó el diminuto láser y con los extremos de su brazo de metal cortó otros tres enlaces con los mentrodos.

El cortocircuito hizo que las patas articuladas de Juno se desplomaran como si hubieran perdido su integridad física. Pero, a diferencia de los humanos, Juno no podía quedar inconsciente. El líquido azul de su contenedor cerebral lanzaba destellos furiosos. Simplemente, no podía moverse.

—¿Qué necedad es esta? —Una de las patas de la forma móvil se sacudió—. Los mentrodos se regeneran enseguida, y tú lo sabes. No podrás detenerme por mucho tiempo, cachorrito mío.

Quentin actuó con rapidez, se acercó, y de nuevo utilizó el láser de diagnóstico para quemar el resto de los mentrodos de movilidad. Juno, que estaba temporalmente paralizada, le gritó y le insultó, pero Quentin la tenía a su merced.

El oficial encontró los mentrodos que conectaban el sintetizador de voz y, a su lado, los estimuladores que llevaban a los centros sensoriales. Centros de dolor.

—Me encantaría oírte gritar y gritar, Juno —dijo—. Pero no puedo perder el tiempo. —Con otra descarga, desconectó el simulador. Juno ya no podía hablar—. Tendré que conformarme con el dolor que vas a tener que aguantar.

Rápidamente, aunque con cuidado, Quentin sacó el contenedor cerebral de la forma móvil, antes de que los mentrodos pudieran reagruparse y devolver el control a Juno. Lo levantó con sus fuertes brazos metálicos y lo colocó sobre la mesa donde iban a convertir a Vorian Atreides en cimek.

Agamenón fue pesadamente hasta los bancos de material para su acicalado, impaciente por iniciar aquella actividad que recordaba con tanto afecto.

—Ah, Vorian, ciertamente eres el hijo pródigo. Has desdeñado tu destino durante más de un siglo, pero por fin has entrado en razón. Pronto todo será perfecto, como siempre había querido.

—Si somos inmortales, ¿qué importancia tiene un siglo? No es más que un instante en la extensión de nuestras vidas. —Vor se adelantó, recordando los intrincados pasos que debía seguir para aquella tarea—. Aun así, siento que ha pasado muchísimo tiempo desde la última vez que hice esto. —Pensó en las extravagantes ciudades de la Tierra, en los inmensos monumentos de la Era de los Titanes. Casi había olvidado que en aquellos tiempos era feliz…

—Demasiado, hijo mío, demasiado tiempo. —Como una mascota grandota y obediente, el titán se quitó su extraño adorno de cota de malla y se colocó en el muelle de mantenimiento. Solo le faltó ronronear cuando su hijo se encaramó con cuidado a lo alto de la forma móvil y empezó a limpiar y a pulir con paños de metalseda y compuestos para abrillantar.

—Un titán debe inspirar respeto y majestad —dijo Vor—. Que los cimek estéis solos en Hessra no significa que tengáis que descuidaros.

Mientras limpiaba las partes mecánicas y realizaba las labores de mantenimiento externo de la forma móvil, de los sistemas de soporte vital y las conexiones con el contenedor cerebral, Vor sintió nostalgia.

Y entonces recordó por qué estaba allí.

Una muerte para vengar todos los asesinatos que aquel tirano había cometido.

Los neos-subordinados se quedaron mirando lo que Quentin hacía. No hicieron ningún comentario, ni huyeron. Y tampoco trataron de detenerle.

Ahora que tenía acceso a todo el material quirúrgico pesado, Quentin utilizó la sierra de diamante para abrir la gruesa pared del contenedor cerebral de Juno y dejó que el electrolíquido se derramara. Finalmente, dejó al descubierto el vulnerable cerebro que se había comportado de forma tan odiosa durante siglos.

—Teniendo en cuenta todo el daño que has causado, Juno —Quentin hablaba en voz alta, aunque sabía que con la red de sensores desconectada no podría oírle—, no pareces tan temible… ahora no, cachorrito mío.

A continuación, cogió los láseres quirúrgicos más pesados y los graduó a la máxima potencia.

—Esto se pondrá un poco asqueroso —dijo, parafraseando lo que ella le había dicho poco antes.

Y los deslumbrantes rayos incineradores cortaron el cerebro de Juno en pequeños pedazos de materia gris y humeante.

Los hilillos de fluido y materia biológica que rezumaba se escurrieron por los desagües, exactamente como Juno había dicho.

Quentin retrocedió para mirar aquella masa ennegrecida e informe, y tan poco imponente.

Ahora que uno de los tres titanes había muerto, Quentin giró la torreta de su cabeza y vio que los neos-subordinados seguían mirando.

—Bueno, ¿qué vais a hacer, pensáis resistiros o vais a ayudarme?

—Odiamos a los titanes que asesinaron a nuestros amos, los pensadores —dijo uno de los extraños híbridos.

—Aplaudimos lo que has hecho, Quentin Butler. No impediremos que sigas con tu interesante trabajo —añadió otro.

Finalmente, tras una pausa, un tercero dijo:

—Y serás un interesante cimek con una forma móvil superior.

Los subordinados mecánicos ayudaron a Quentin: retiraron su contenedor cerebral de la pequeña forma móvil donde estaba y lo reinstalaron en la poderosa forma móvil de titán que había pertenecido a Juno.

Una vez hubieron conectado los mentrodos y sus nuevos sistemas estuvieron activados, Quentin se sintió estupendamente. Más que estupendamente. El cuerpo de Juno tenía armas y acceso a todo el sistema defensivo de Hessra. El potencial destructivo de aquello era increíble.

Si de él dependía, Agamenón, Dante y todos los neocimek iban a morir. Y la galaxia estaría mucho mejor.

A fin de realizar su trabajo con su padre de la forma más eficaz, Vor fue abriendo los compartimientos de la forma móvil, donde guardaba interesantes objetos reunidos durante sus viajes y hazañas. Trofeos horripilantes, fruslerías relucientes, antiguas armas.

—Muévete un poco, por favor, para que pueda limpiar el interior de este compartimiento.

El cimek obedeció y movió un poco la parte central de su forma móvil.

—La verdad, tendría que haber conservado a uno o dos subordinados con sus cuerpos humanos para que pudieran realizar este servicio. Había olvidado cuan… gratificante puede ser.

En el interior de la cavidad, Vor encontró lo que buscaba, una antigua daga, una pieza inútil que no podría haber dañado a la forma de combate de un titán.

—En nuestros siglos de gloria —dijo Agamenón como en un ensueño—, teníamos esclavos humanos que hacían lo que estás haciendo tú ahora. Pero, como cimek renegados, ya no disponemos de esa opción.

—Lo entiendo, padre. Lo haré mejor que nunca.

Desconectó el contenedor cerebral de la forma móvil, como siempre.

Totalmente confiado, porque la fría ciudadela contaba con un pequeño ejército de neocimek que no dejarían que Vorian escapara con vida si intentaba algo, Agamenón empezó a hablar de sus días de gloria como gobernador de la humanidad, de sus sueños de crear un nuevo imperio junto con su hijo ahora que Omnius había sido derrotado.

Mientras su padre se ponía nostálgico, Vor siguió limpiando. Una vez desconectada, la forma móvil era totalmente inútil. Vor aún no había desconectado las fibras ópticas ni los sensores externos de los mentrodos. Aun así, Agamenón era totalmente vulnerable.

Mientras abrillantaba el contenedor cerebral, Vor dijo:

—Voy a mover un poco este panel de ventilación para limpiar alrededor.

El general seguía con lo suyo, y mientras, Vor corrió un pequeño panel del contenedor, dejando al descubierto la masa carnosa del interior. Cogió la daga. Con un rápido movimiento podía hundir la punta en los esponjosos contornos del cerebro de Agamenón. Y todo habría acabado.

Pero, justo en ese momento, la puerta que daba a la cámara se abrió de golpe y un monstruoso titán entró. Perplejo, Vor dejó caer el cuchillo. ¿Juno? ¿Dante? Ninguno de los dos se había tragado su supuesta conversión a la causa cimek.

Aquella ominosa forma mecánica de guerra estaba cubierta de armas y púas metálicas.

—Ya imaginé que Agamenón estaría aquí —dijo una voz sintetizada—. Y Vorian.

El titán avanzó, cogió a Vorian y lo apartó del vulnerable cerebro del contenedor. Solo unos centímetros. Había estado tan cerca…

92

Sea cual sea su rango, lo que más preocupa a un guerrero es no saber cómo actuará cuando se enfrente a su propia muerte.

M
AESTRO DE ARMAS
I
STIAN
G
OSS
,
comentarios al inicio de una clase

Tras hacer un reconocimiento con sus mentrodos, el general Agamenón aparcó sus reminiscencias un momento.

—¡Tú no eres Juno! ¿Por qué llevas su forma móvil? ¿Quién…?

El otro titán dejó a Vor con suavidad a un lado.

—Lo que tenías pensado sería demasiado rápido, Vorian Atreides. No le causaría el suficiente dolor. He tenido una idea mejor.

—¡Vorian, vuelve a conectar mi forma móvil! —exigió Agamenón a través de su simulador de voz.

Confundido, Vor miró a la forma móvil que se alzaba ante él. La configuración era la de Juno, pero había algo diferente.

—¿No me reconoce, bashar supremo? —preguntó el titán. Algo en la cadencia de las palabras le resultaba familiar.

Vor pestañeó con incredulidad.

—¿Quentin? ¿Eres tú?

El general, completamente impotente en su contenedor cerebral, cada vez gritaba con tono más exigente, pero Vor no le hizo caso. Ni el otro cimek tampoco.

—Sí. He matado a Juno. He cortado su cerebro en cachitos.

—¿Juno? —Agamenón profirió un lamento discordante a través del simulador de voz—. ¿Muerta?

Quentin estiró un brazo del poderoso cuerpo mecánico de Juno y cogió el contenedor cerebral del titán. Sostuvo el cilindro delante de sus brillantes fibras ópticas y vio que las membranas grises y rosas palpitaban y se encogían, como si quisieran huir de su encierro.

—Sí. ¡Juno está muerta! Y a ti te espera el mismo destino.

Vor permanecía inmóvil, en medio de una avalancha de emociones encontradas, pero deseando también completar su misión. Agamenón gemía, pero el simulador de voz no podía dar una idea del dolor tan grande que su cerebro sentía por la que había sido su amante durante más de mil años.

Quentin siguió hablando, porque sabía que Agamenón le oía.

—Por lo que me hiciste, general, por matar mi cuerpo y convertirme en cimek, por arrancarme el secreto de la vulnerabilidad de nuestros escudos… pienso hacer que tus últimos momentos se te hagan eternos.

Dos de los subordinados que habían seguido a Quentin hasta la torre entraron corriendo. Vor se volvió a mirar, pero se dio cuenta de que aquellos cimek que antes fueron monjes no les atacarían.

Aun así, la ciudadela estaba llena de neos leales.

—Acabemos con esto de una vez, Quentin. Nadie duda que Agamenón merece morir por sus crímenes. Yo no pensaba torturarle…

—Eso no me basta, bashar supremo. —Los neos-subordinados entraron en la cámara de mantenimiento. Quentin colocó al titán indefenso sobre el pedestal donde Vor habría continuado con su acicalado—. Pienso conectar el contenedor cerebral de Agamenón a los amplificadores de dolor que ha hecho instalar en las formas móviles de estos pobres monjes. Si aguanta solo un segundo de agonía por cada vida que se ha llevado a lo largo de estos siglos, seguirá retorciéndose durante décadas y más décadas. Y solo será una fracción del sufrimiento que merece.

Como antiguo comandante de la Yihad, Vor no podía discutirle la justicia de lo que proponía. Pero a pesar de los reconocidos crímenes de Agamenón, seguía siendo su padre.

El general gritaba a través del sintetizador de voz.

—¡Hijo! ¿Cómo puedes hacerme esto?

—¿Cómo podría no hacerlo? —Vor se obligó a pronunciar las palabras—. ¿Acaso no estabas orgulloso de las atrocidades que cometías… de la forma en que oprimías y dominabas? E intentaste que te admirara por ello.

—Traté de convertirte en un sucesor digno. En un titán. Te eduqué para ser algo grande, te enseñé a valorar tu potencial y venerar la Historia, ¡a labrarte un lugar en esa Historia! —La voz del general sonaba furiosa y desafiante, no asustada—. Te guste o no te guste, yo te he convertido en lo que eres.

Vor luchaba por conservar la determinación. No quería admitir la verdad que había detrás de las palabras de su padre, no quería reconocer que sus propias decisiones habían influido en las vidas de Abulurd, de Raquella, de Estes y Kagin. Él no había sido precisamente el mejor padre.

—Quentin, hagas lo que hagas, por mucho que le tortures, nunca será suficiente… y no podrás cambiar la Historia.

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