Istian seguía viendo llegar a nuevos alumnos, aunque eran muchos menos que en otro tiempo. Ahora que no había una demanda continua de guerreros para luchar contra Omnius, los jóvenes se inclinaban por otras vocaciones. Desde luego, después de más de un milenio de tiranía mecánica, la raza humana tenía mucho trabajo por delante.
Un día, Istian se sorprendió, porque una pequeña nave llegó a Ginaz con un mensaje y una invitación. Llevaba el sello del virrey Faykan Butler, y solicitaba la presencia del mek Chirox y, de ser posible, del famoso maestro de armas Istian Goss. Por lo visto, el virrey había convocado al mek de combate para que pudiera recibir el reconocimiento que merecía después de sus años de servicio a la Yihad. Sin embargo, la sorpresa de Istian fue mayúscula cuando vio la firma del hombre que enviaba el mensaje. Maestro de armas Nar Trig.
Durante todos aquellos años, él había dado por sentado que su compañero de entrenamientos había muerto junto con los fanáticos que fueron a Corrin a luchar contra las máquinas. ¡Y resulta que estaba vivo! ¿Qué habría hecho durante las dos últimas décadas? ¿Por qué no se había puesto en contacto con él antes? Por el contenido del mensaje, era evidente que Trig sabía que su antiguo compañero seguía entrenando guerreros en Ginaz.
Impaciente, Istian fue a ver a Chirox y le dio la noticia.
—Debemos ir a Salusa Secundus. Se ha solicitado nuestra presencia allí.
El
sensei
mek no discutió ni pidió explicaciones.
—Como tú digas, maestro Istian Goss.
La lealtad es algo claramente definido solo para quien tiene una mentalidad simple y carece de imaginación.
G
ENERAL
A
GAMENÓN
,
Nuevas memorias
A pesar de sus once siglos de camaradería, Juno y Dante no siempre estaban de acuerdo con Agamenón. Con un profundo sentimiento de frustración, el inquieto general andaba arriba y abajo con su forma móvil, buscando algo que destrozar. Las pesadas bases de sus patas metálicas arañaban el suelo de la cámara.
—No, no me acabo de fiar de él, aunque sea mi hijo —dijo a la defensiva—. Pero la verdad, tampoco confiaba en casi ninguno de los veinte titanes. Mirad si no Jerjes.
—¿Es que no lo ves? Qué oportuno que Vorian se presente aquí y te diga que ha cambiado de opinión, después de servir durante cien años en la Yihad. —La voz de Juno normalmente le tranquilizaba, pero en aquella ocasión tenía un algo abrasivo.
Agamenón estaba que rabiaba.
—Y vosotros ¿no os volveríais locos viviendo tanto tiempo entre esa gente? Vorian creció en los Planetas Sincronizados. Memorizó mis memorias, y admiraba mis logros, hasta que una mujer me lo distrajo… o, si lo preferís, podéis considerarlo una forma de rebeldía juvenil. Creo que sus motivos son válidos. Desde luego, yo habría hecho lo mismo.
Juno se burló con una risa simulada.
—Entonces, después de todo, ¿tu hijo se parece a ti, Agamenón?
—No subestimes nunca el poder de los lazos de sangre.
—Y tú no los valores en exceso —replicó Juno.
Vor se veía pequeño y vulnerable en medio de la cámara central que en otro tiempo ocuparon los pensadores de la Torre de Marfil, mirando a la intimidatoria figura de su padre.
—¿Qué te hace pensar que puedes convencer a Quentin Butler para que se alíe con nosotros, si todas nuestras técnicas de coacción y lavado de cerebro han fracasado? —dijo Agamenón.
—Pues precisamente. Si quieres que un genio militar ponga su talento al servicio de los cimek… no puedes torturarle. Le engañaste una vez, pero es un comandante. Teniendo en cuenta lo que buscas, el método es totalmente equivocado.
Vor estudió el contenedor blindado y translúcido donde estaba el viejo cerebro de su padre, así como los numerosos y vistosos compartimientos donde tenía su extraña colección de armas antiguas.
El general se lanzó hacia delante como una tarántula a punto de saltar.
—Sigo sin creerte, no confío en ti, Vorian.
—Y haces bien. Tú tampoco me has dado motivos para que confíe en ti. —Miró con calma a la monstruosa forma móvil, que no dejaba de andar arriba y abajo. Aquel cuerpo mecánico era rápido y poderoso, y podría haber desmembrado a un simple humano fácilmente. Pero no ese día—. Aun así, estoy deseando aceptar la apuesta. ¿O es que me tienes miedo?
—¡He vivido lo bastante para no tener miedo de nada!
—Bien, entonces hecho. —Vor no permitió en ningún momento que su tono fanfarrón ni su confianza flaquearan.
El titán se movió, visiblemente furioso por el desparpajo de su hijo, pero se contuvo.
—¿Y crees que tú lograrás mejores resultados con Quentin Butler?
Vor cruzó los brazos sobre el pecho. No debía apocarse ante el titán.
—Sí, lo creo, padre. Quentin y yo éramos compañeros. Yo era su superior. Me respeta, y sabe cuánto he luchado por la Yihad. Incluso si no está de acuerdo con mi decisión, al menos me escuchará.
Y eso es más de lo que habéis logrado vosotros.
El simulador de voz del cimek chirrió y vibró, como si Agamenón estuviera farfullando por lo bajo.
—Puedes intentarlo —dijo finalmente—. Pero piensa que esto no solo es una prueba para él, también lo será para ti.
—En la vida todo es una prueba, padre. En el momento en que vuelva a fallarte, sé que no vacilarás en disciplinarme.
—Sí, y será la última vez que lo haga. No lo olvides. —Pero Agamenón hablaba sin convicción.
Con tantas esperanzas echadas a perder, no podía precipitarse y deshacerse de Vorian Atreides tan fácilmente.
«Después de todos estos siglos —pensó el general—, no esperaba seguir teniendo emociones humanas». Y confiaba en que no se le notaran.
Allí dentro, bajo las diferentes capas de hielo del glaciar, el aire era tan gélido que Vor veía su aliento elevarse ante su rostro. Uno de los neocimek lo llevó a una fría cámara lateral, donde guardaban el contenedor cerebral de Quentin Butler desde su rebelión durante el ataque cimek contra las naves de Faykan.
El que fuera un gran primero, liberador de Parmentier y Honru, comandante de la Yihad, ya no era más que una masa inerte de tejido cerebral suspendida en un baño de electrolíquido azul y chispeante. Su contenedor estaba en un estante, como una pieza de material cualquiera. Después de su hazaña al avisar a Faykan, tras llevarlo de vuelta a Hessra, lo habían desmantelado y le negaron el acceso a otras formas móviles. Estaba atrapado allí.
Cuando Vor lo vio, las palabras se le atragantaron.
—¿Quentin? ¿Quentin Butler? —Totalmente perplejo, se acercó al contenedor cerebral, y estaba a punto de preguntar a su escolta neocimek cuando vio que este retrocedía y se alejaba por el corredor. Vor esperaba que Quentin tuviera los sensores conectados a los mentrodos para que pudieran comunicarse—. No sé si puedes verme, o si me reconoces, Quentin. Soy el bashar supremo Vorian Atreides.
—Puedo ver. —La voz salía de un simulador situado en la pared, no muy lejos del contenedor—. Y veo otro truco barato.
—No soy una ilusión. —Vor sabía que los titanes estarían escuchando cada palabra, así que debía ir con cuidado. Cada matiz, cada palabra sería sospechosa. De alguna forma, tenía que lograr que Quentin supiera la verdad sin revelar sus planes secretos—. Los titanes te han manipulado y te han torturado, pero soy real. He luchado junto a tus hijos. Soy el mismo Vor que fue a Parmentier y trajo la noticia de que Rikov y su mujer habían muerto por la plaga. En una ocasión, te acompañé a la Ciudad de la Introspección a visitar a tu mujer… era primavera, y los árboles estaban en flor. Te dije que siempre había tenido debilidad por Wandra, porque era la hija pequeña de Xavier. Y tú te enfadaste conmigo por haber mencionado el nombre de Harkonnen. ¿Lo recuerdas, Quentin?
El cerebro del héroe retirado permaneció en silencio en su contenedor. Pero finalmente dijo:
—Los cimek están al corriente de la interacción entre el láser y los escudos. Yo… yo se lo dije. Y casi destruyen a Faykan.
Sabiendo que aquel tema podía ser peligroso, Vor llevó la conversación por otros cauces.
—Faykan es virrey con plenos poderes de la Liga. ¿Lo sabías? Lo nombraron cuando estabas fuera con Porce Bludd. Tendrías que estar orgulloso.
—Yo… siempre estuve orgulloso de él.
—Y tu hijo pequeño, Abulurd. —Vor se acercó más al contenedor—. Me ocupé personalmente de que se le ascendiera a bashar, cuarto grado. Yo mismo le coloqué la insignia. Diría que fue el día más feliz de su vida, aunque le apenó que no estuvieras allí para verlo.
—Abulurd… —dijo Quentin, como si el nombre le hiciera dudar.
Vor sabía que el veterano siempre había dado la espalda a su hijo menor.
—Has sido injusto con él, Quentin. —Le pareció que un tono severo sería lo mejor—. Tiene talento, es inteligente… y tiene razón en el tema Harkonnen. Te aseguro que todo lo que has oído sobre Xavier era mentira. Lo convirtieron en cabeza de turco para fortalecer la Yihad. Yo creé una comisión para que investigara los hechos y rectificara esta situación. Es hora de curar las viejas heridas. Y Abulurd… Abulurd jamás ha hecho nada en su carrera para merecer tu desaprobación.
—He sido injusto con mi hijo —concedió Quentin—, pero ahora es demasiado tarde. Ya no volveré a verle. Llevo una eternidad aquí metido, y no he tenido otra cosa que hacer más que pensar y pensar… y lamentarme por mis errores pasados. Detesto en lo que me he convertido. Si realmente es leal, si siente algún respeto o aprecio por mí, Vorian Atreides, tire este contenedor cerebral contra el suelo ahora mismo y destrúyalo. He tratado de resistir, pero ya ni eso puedo hacer. Quiero morir. Quizá esa sea la única forma de complicar sus planes.
—Eso sería demasiado fácil, Quentin. —La voz de Vor adquirió un tono severo, el tono de mando que había aprendido a utilizar durante más de un siglo de servicio al ejército de la Yihad—. Ahora eres un cimek, y tienes la oportunidad de luchar junto al general Agamenón. Sin ti, sin mí, seguramente los cimek se lanzarían sobre los indefensos humanos y se convertirían en una amenaza tan grave como la de las máquinas pensantes. Tú mismo me has dicho muchas veces que los Butler no son criados de nadie. Y es cierto. Tú y yo somos líderes. Si aceptamos cooperar, podremos ayudar a una nueva interacción entre humanos y cimek mucho más beneficiosa.
Las palabras de Vor sonaban convincentes.
—Pero los titanes no querrán negociar hasta haberse asegurado una posición de poder. Yo mismo he abogado en numerosas ocasiones por su destrucción. Así que tienen buenas razones para recelar de la Liga.
»La clave podría estar en nuestra colaboración. Si les ayudas con tus conocimientos, las posibilidades de que la humanidad tenga paz y prosperidad serán mayores. A la larga, si ayudas a los cimek estarás salvando vidas. ¿No lo ves? —Vor hablaba con la suficiente vehemencia para sonar convincente a oídos de Agamenón y Juno, que seguro que no se perdían detalle—. Debes dejar a un lado tus prejuicios, Quentin. La Yihad ha terminado. Un nuevo universo nos espera.
Vor levantó las manos gesticulando para enfatizar sus palabras, asegurándose de que estaba ante los sensores ópticos conectados a los mentrodos de Quentin. Y con los dedos realizó ciertos movimientos rápidos, empleando los signos que durante décadas él y Quentin habían utilizado como lenguaje secreto en el ejército de la Yihad. Los cimek llevaban demasiado tiempo alejados de la humanidad, y no era probable que estuvieran familiarizados con aquel curioso sistema de comunicación, pero Quentin lo reconocería enseguida. Vor esperaba que eso bastara para que supiera que no había cambiado de bando, que tenía otros planes. Tenía que encontrar la forma de encender la chispa de la rebelión en aquel cerebro derrotado. Le demostraría a Quentin que había otro camino… si lograban coordinar un plan.
Quentin permaneció en silencio tanto rato que Vor empezó a preguntarse si se habría fijado en los signos. Finalmente, el cerebro habló a través de su simulador de voz.
—Me ha dado mucho en que pensar, bashar supremo. No puedo decir que esté de acuerdo… pero lo pensaré.
Vor asintió.
—Excelente. —Y salió de la cámara, sabiendo que entre los dos prepararían la caída de Agamenón.
Los más grandes criminales de la humanidad son aquellos que se engañan a sí mismos pensando que han hecho «lo correcto».
R
AYNA
B
UTLER
, sermones
en Salusa Secundus
Aunque el Gran Patriarca había sido un líder débil y poco visionario, Rayna no desaprovechó la ocasión y lo convirtió en un héroe, un símbolo que todos pudieran admirar. Irónicamente, Rayna se aseguraría de que, una vez muerto, lograra mucho más que durante todo el tiempo que había ocupado el cargo.
Aquel asesinato podía ser la chispa que encendiera el rechazo contra los que fomentaban la corrupción y elevara el movimiento cultista a nuevas cotas en Salusa Secundus. Rayna había purificado muchos mundos de la Liga, liberándolos de la tara de la maquinaria informatizada, de cualquier cosa que emulara la sagrada mente del humano.
Aunque ya habían pasado muchos días, el virrey Faykan Butler seguía sin nombrar un sucesor para el Gran Patriarca, y Rayna pensó que, después de todo, tal vez el puesto debía ser suyo. Podía utilizar la cadena de mando para difundir el Culto a Serena y darlo a conocer a las masas como merecía. Sería exactamente como le había mostrado la dama blanca de su visión.
La voz se fue corriendo discretamente entre sus fieles. Zimia y sus lujos modernos inquietaban a algunos de sus seguidores, y sin embargo no dejaban de aparecer nuevos conversos, la gente iba a ver a Rayna y la escuchaba… y, los más afortunados, hasta podían tocarla.
Sin duda, su tío tenía espías entre los cultistas. Algunos de sus seguidores habían descubierto infiltrados, y los mataron discretamente. Cuando se enteró, Rayna se quedó de piedra, porque jamás había defendido la violencia directa contra otros seres humanos, solo contra los monstruos mecánicos. Ordenó que aquello cesara de inmediato y los suyos accedieron a regañadientes, aunque no parecían especialmente compungidos. Quizá, pensó Rayna, no volverían a informarle de sus asesinatos secretos.
Justamente aquel día, de entre todos los días, los planes de los cultistas tenían que ser totalmente confidenciales. La marcha que habían preparado tenía que ser una sorpresa para que la guardia de Zimia no tuviera tiempo de prepararse, una manifestación que sería mucho más efectiva que una huelga general.