Read La búsqueda del dragón Online
Authors: Anne McCaffrey
—Muchas gracias por haberle traído, D'wer. Buenos días, Señor Gobernador Lytol. El caudillo y la Dama del Weyr me han encargado que te salude de su parte y te pida que te quedes a comer después de la Impresión, si puedes dedicarles unos instantes de tu tiempo.
Felessan recitó la lección tan de corrido que el caballero azul sonrió. Por su parte, Lytol se inclinó de un modo tan solemne que Jaxom no pudo evitar una sensación de enojo ante la rigidez de su tutor.
Pero Felessan era impermeable a tales sutilezas y tiró apresuradamente de Jaxom, apartándole de los adultos. Habiendo alcanzado cierto alejamiento físico, el muchacho empezó a hablar con un susurro tan estridente que todo el mundo, dos saledizos más arriba, podía oírle claramente
—Estaba convencido de que no te permitirían venir. Todo ha sido tan triste y tan horrible desde.. ya sabes... desde que pasó aquello.
—Tú no sabes nada, Felessan —dijo Jaxom, con un siseo de reprobación que sumió a su amigo en un sobresaltado.
—¿Eh? ¿Qué he hecho de malo? —preguntó finalmente, esta vez en un tono más circunspecto, mirando a su alrededor aprensivamente—. No me digas que ha ocurrido algo malo en el Fuerte de Ruatha...
Jaxom alejó a su amigo todo lo posible de Lytol en aquella hilera de asientos, y luego le empujó tan bruscamente para que se sentara, que Felessan dejó escapar un grito de protesta que ahogó inmediatamente detrás de sus dos manos. Jaxom miró de soslayo a Lytol, pero el hombre estaba respondiendo a los saludos de los que se encontraban un piso más arriba. Seguía llegando gente, lo mismo a pie que a lomos de dragones. Felessan rió súbitamente, señalando a un hombre y una mujer de aspecto muy orondo que cruzaban la Sala de Eclosión. Era evidente que llevaban zapatos de suela muy delgada, ya que avanzaban a saltitos sobre la arena caliente, entregados a una especie de danza que contrastaba cómicamente con su apariencia física.
—No creí que viniera tanta gente con todo lo que ha estado ocurriendo —murmuró Felessan en tono excitado, con los ojos brillantes—. ¡Míralos! —y señaló a tres muchachos, todos con el emblema de Nerat en sus pechos—. Parece que estén oliendo algo desagradable. Tú no crees que los dragones huelen, ¿verdad?
—No, desde luego que no. Sólo un poquito, y es un olor agradable. Esos no son candidatos, ¿verdad?
—Noooo. Los candidatos visten de blanco.—Felessan hizo una mueca ante la ignorancia de Jaxom—. No llegarán hasta más tarde. ¡Ooops! Y más tarde puede ser muy pronto. ¿Has visto como se movía aquel huevo?
El movimiento había sido observado, ya que los dragones empezaron a susurrar. Se oyeron gritos excitados de los que habían llegado últimamente y que ahora se apresuraban en busca de un asiento. Y Jaxom apenas pudo ver el resto de los huevos debido al repentino despliegue de alas de dragones en el aire. De pronto, y con la misma rapidez, las alas se aquietaron y no hubo ya ningún impedimento para una visión perfecta. Todos los huevos parecían moverse. Casi como si finalmente les hubiera penetrado el calor de las arenas ardientes y no pudieran soportarlo. Un solo huevo permanecía inmóvil: el pequeño, apoyado contra la pared más lejana.
—¿Qué le pasa a aquel huevo? —preguntó Jaxom, señalándolo.
—¿El más pequeño? —Felessan tragó saliva, hurtando el rostro a la vista de su amigo.
—Nosotros no le hicimos nada.
—Yo no le hice nada —dijo Felessan en tono firme, mirando a Jaxom—. Tú lo tocaste.
—Es posible que lo tocara, pero eso no significa que lo dañara —dijo el joven Señor del Fuerte, como si suplicara que le tranquilizaran.
—No, tocarlos no les produce ningún daño. Los candidatos los han estado tocando durante semanas enteras y se están moviendo.
—Entonces, ¿por qué no se mueve aquél?
Ahora, Jaxom tenía dificultades para que Felessan le entendiera, ya que el susurro se había convertido en un continuo y excitado cencerreo que resonaba de un lado a otro a través de la Sala de Eclosión.
—No lo sé —Felessan se encogió tímidamente de hombros—. Es posible que ni siquiera Eclosione. Eso es lo que dicen ellos, en cualquier caso.
—Pero yo no hice nada —insistió Jaxom, principalmente para tranquilizarse a sí mismo.
—¡Ya te lo he dicho! Mira, ahí llegan los candidatos.—Entonces, Felessan se inclinó, pegando sus labios al oído de Jaxom y susurrando algo tan ininteligible que tuvo que repetirlo tres veces antes de que Jaxom le oyera.
—¿Brekke vuelve a Impresionar? —exclamó Jaxom, en voz mucho más alta de lo que pretendía, mirando de soslayo hacia Lytol.
—¡No grites! —le siseó Felessan, empujándole hacia atrás en su asiento—. Tú no sabes lo que ha estado pasando aquí. ¡Deja que te lo cuente, vale la pena!
—¿Qué? ¡Cuéntamelo!
Felessan miró hacia Lytol, pero el hombre parecía haberse olvidado de ellos; su atención estaba concentrada en los jóvenes que avanzaban hacia los huevos, con una expresión decidida en sus pálidos rostros, sus cuerpos tensos de anticipación en las blancas túnicas.
—¿Qué quieres decir con lo de la re—Impresión de Brekke? ¿Por qué? ¿Cómo? —preguntó Jaxom, su mente asaltada por conflictos simultáneos: Lytol montando a un dragón de su propiedad, Brekke volviendo a Impresionar, Talina dejada al margen y llorando debido a que era de sangre ruathana y tenía que ser dragonera.
—Lo que he dicho, sencillamente. Impresionó a un dragón una vez, es joven. Dicen que era una Dama del Weyr mucho mejor que esa Kylara —Felessan se limitaba a hacerse eco de la generalizada opinión desfavorable sobre la ex Dama del Weyr Meridional—. De ese modo Brekke se curará. Verás —y Felessan bajó de nuevo la voz—, F'nor está enamorado de ella. Y he oído decir...—hizo una pausa teatral y miró a su alrededor (como si alguien pudiera oírles en medio de aquel alboroto— ...he oído decir que F'nor pensaba dejar que Canth cubriera a la reina de Brekke.
Jaxom miró a su amigo, asombrado.
—¡Estás loco! Los dragones pardos no cubren a las reinas.
—Bueno, F'nor iba a intentarlo.
—Pero... pero...
—¡Sí, es verdad! —insistió Felessan—. Tendrías que haber oído a F'lar y a F'nor. —Sus ojos se abrieron hasta adquirir el doble de su tamaño normal—. Fue Lessa, mi madre, la que dijo que tenían que hacerlo. Que Brekke volviera a Impresionar. Era demasiado buena, dijo Lessa, para vivir medio muerta.
Los dos muchachos miraron hacia Lytol con una expresión de culpabilidad en los ojos.
—¿Creen... creen que Brekke puede volver a Impresionar? —preguntó Jaxom, sin perder de vista el severo perfil de su tutor.
Felessan se encogió de hombros.
—No tardaremos en saberlo. Aquí están.
En efecto, surgiendo de la negra boca del túnel superior, aparecieron dragones bronce en tan rápida sucesión que parecían unidos por un hilo invisible.
—¡Ahí está Talina! —exclamó Jaxom, poniéndose en pie de un salto—. Ahí está Talina, Lytol —y se acercó a su tutor para tirar de su brazo. El hombre no había observado ni las instancias de Jaxom ni la entrada de Talina: sólo tenía ojos para la muchacha que salía del túnel inferior. Dos figuras, un hombre y una mujer, se quedaron de pie junto a la amplia abertura, como si pudieran acompañarla hasta allí, y no más lejos.
—Esa es Brekke, desde luego —dijo Felessan en voz baja, acercándose a Jaxom.
La muchacha se tambaleó ligeramente y se detuvo, sin que las arenas calientes parecieran afectar a sus pies. Luego irguió los hombros y avanzó lentamente hacia las cinco muchachas que esperaban junto al huevo dorado. Se paró junto a Talina, la cual hizo un gesto a la recién llegada para que ocupara un lugar en el semicírculo formado alrededor del huevo de la reina.
Los murmullos cesaron. En medio del repentino silencio, preñado de inquietud, fue claramente audible el crujido de una cáscara, seguido por los chasquidos de otras.
Los dragoncillos, relucientes, torpes, feos animalitos, empezaron a surgir de sus cascarones, piando, gorjeando, con unas cabezas cuneiformes demasiado grandes para los delgados y sinuosos cuellos. Los jóvenes candidatos permanecían completamente inmóviles, tensos sus cuerpos con los esfuerzos mentales de atraer a los dragoncillos hacia ellos.
El primero en salir de su cascarón avanzó tambaleándose más allá del muchacho más cercano, que había saltado diestramente a un lado. Cayó, con el hocico por delante, a los pies de un muchacho alto de cabellos negros. El muchacho se arrodilló, ayudó al dragoncillo a incorporarse sobre sus temblorosas patas, y fijó su mirada en los ojos multicolores. Jaxom vio a Lytol junto a él, y vio el hecho de la terrible pérdida de Lytol grabado en el rostro grisáceo del hombre, tan atormentado ahora como el día que su Larth había muerto a consecuencia de las quemaduras de fosfina.
—¡Mira! —gritó Jaxom—. El huevo reina... Está oscilando. Oh, cuánto me gustaría...
Se interrumpió, temiendo herir los sentimientos de su amigo. Por mucho que deseara que Talina Impresionara, lo cual significaría tres Damas del Weyr vivientes de sangre ruathana, sabía que Felessan estaba apostando por Brekke.
Felessan estaba tan absorto en la escena que se desarrollaba debajo de ellos que no había prestado atención a la frase sin terminar de Jaxom.
El huevo dorado se abrió de golpe, por el mismo centro, y su inquilina, con una ronca protesta, cayó de espaldas sobre la arena. Talina y otras dos muchachas avanzaron rápidamente, tratando de ayudar a incorporarse al animalito. Tan pronto como la reina se sostuvo sobre sus cuatro patas, las muchachas retrocedieron, en un gesto que hizo evidente su propósito de cederle la primera oportunidad a Brekke.
Brekke permanecía como ausente. Jaxom tuvo la impresión de que no le importaba en absoluto lo que estaba sucediendo. Parecía débil, rota, patética, desmadejada. Un dragón canturreó suavemente y Brekke agitó la cabeza, como si sólo entonces se diera cuenta de lo que la rodeaba.
La reina se volvió hacia Brekke, con los enormes ojos resplandecientes en la desproporcionada cabeza. Luego, el animal dio un paso adelante.
En aquel preciso instante una pequeña mancha color bronce cruzó la Sala de Eclosión. Gritando su desafío, un lagarto de fuego se paró encima mismo de la cabeza de la reina. Tan cerca, de hecho, que la reina retrocedió con un graznido sobresaltado y lanzó un mordisco al aire, extendiendo instintivamente sus alas para proteger sus vulnerables ojos.
Los dragones protestaron desde sus saledizos. Talina interpuso su cuerpo entre la reina y su pequeño atacante.
—¡Berd! ¡Quieto! —Brekke avanzó, con un brazo extendido, para capturar a su enfurecido bronce. La reina expresó su apasionada protesta, ocultando su cabeza entre las faldas de Talina. Las dos mujeres se enfrentaron la una a la otra, con sus cuerpos en tensión.
Luego, Talina extendió su mano hacia Brekke, sonriendo. Su postura duró sólo unos segundos, ya que la reina empujó sus piernas perentoriamente. Talina se arrodilló, rodeando al dragoncillo con sus brazos en actitud tranquilizadora. Brekke dio media vuelta y avanzó hacia las dos figuras que esperaban junto a la entrada: había dejado de ser una estatua inmovilizada por la pena. Y, todo el tiempo, el pequeño lagarto bronce revoloteó en torno a su cabeza, emitiendo sonidos que se extendían desde el reproche hasta la amenaza. Sus gritos eran tan parecidos a los de la cocinera del Fuerte de Ruatha a la hora de la cena que Jaxom sonrió.
—Brekke no quiere a la reina —dijo Felessan, estupefacto—. ¡No lo ha intentado!
—Ese lagarto de fuego no se lo hubiera permitido —dijo Jaxom, preguntándose por qué estaba defendiendo a Brekke.
—Intentarlo, y conseguirlo, hubiera sido una terrible equivocación por parte de Brekke —dijo Lytol con voz apagada. Su cuerpo parecía haberse encogido, con los hombros hundidos y las manos colgando laciamente entre sus rodillas.
Algunos de los muchachos recién Impresionados estaban conduciendo a sus animales fuera de la Sala. Jaxom se volvió hacia ellos, temiendo perderse algo. Todo estaba ocurriendo con demasiada rapidez. El espectáculo terminaría dentro de unos minutos.
—¿Has visto, Jaxom? —estaba diciendo Felessan, tirando de la manga de su amigo—. ¿Has visto? Birto ha conseguido un bronce y Pellomar sólo ha Impresionado a un verde. A los dragones no les gustan los camorristas, y Pellomar ha sido el tipo más camorrista del Weyr. ¡Felicidades, Birto! —le gritó a su amigo.
—El huevo más pequeño no se ha abierto todavía —dijo Jaxom, tocando a Felessan con el codo y señalando—. ¿No tendría que haber Eclosionado ya?
Lytol enarcó las cejas, preocupado por la ansiedad que se reflejaba en la voz de su pupilo.
—Dijeron que probablemente no Eclosionaría —le recordó Felessan a Jaxom, mucho más interesado en averiguar qué dragones habían Impresionado sus amigos.
—Pero, ¿qué pasará si no Eclosiona? ¿No puede alguien romperlo y ayudar a salir al pobre dragón? ¿Lo mismo que hace una comadrona cuando el bebé no sale?
Lytol se volvió en redondo hacia Jaxom, con el rostro contraído por la cólera.
—¿Qué sabe un muchacho de tu edad de esos asuntos?
—Sé lo que pasó cuando nací yo —replicó Jaxom belicosamente, irguiendo la barbilla—. Estuve a punto de morir. Lessa me lo dijo, y ella estaba presente. ¿Puede morir un dragoncillo?
—Si —admitió Lytol, que nunca le mentía al muchacho—. Puede morir, y es lo mejor que puede ocurrir si el embrión es deforme.
Jaxom observó su propio cuerpo rápidamente, aunque sabía muy bien que era como tenía que ser; de hecho, más desarrollado que algunos de los otros muchachos del Fuerte.
—He visto huevos que no han Eclosionado. ¿Quién necesita vivir... tullido?
—Bueno, ese huevo está vivo —dijo Jaxom—. Ahora mismo se está moviendo.
—Es cierto. Se está moviendo. Pero no se abre —dijo Felessan.
—Entonces, ¿por qué se marcha todo el mundo? —preguntó Jaxom súbitamente, poniéndose en pie de un salto. En efecto, no había absolutamente nadie en las proximidades del pequeño huevo.
La Sala estaba atestada de caballeros que apremiaban a sus animales para que bajaran a ayudar a los cadetes o a devolver a sus Fuertes a los invitados del Weyr. La mayoría de los bronce, desde luego, se habían marchado con la nueva reina. A pesar de lo espaciosa que era la Sala de Eclosión, su volumen se encogía con tantos y tan enormes animales en su interior. Pero ni siquiera los candidatos decepcionados dedicaban el menor interés a aquel pequeño y solitario huevo.