Read La búsqueda del dragón Online
Authors: Anne McCaffrey
—¿Te das perfecta cuenta, de veras? —inquirió Raid, y súbitamente se puso en pie. El viejo Señor había perdido centímetros a medida que ganaba Revoluciones: sus hombros eran ahora ligeramente redondeados su vientre había dejado de ser liso, y sus piernas se adivinaban fibrosas bajo la tensa piel de sus pantalones. Parecía una caricatura enfrentándose al esbelto muchacho—. ¿Sabes que tienes que quedarte en el Weyr de Benden ahora que has Impresionado a un dragón? ¿Te das cuenta de que Ruatha está sin Señor?
—Con el debido respeto, Señor, los otros Señores presentes y tú no formáis un Conclave, dado que no sois las dos terceras partes de los Señores de Pern —replicó Jaxom—. Si es necesario con mucho gusto compareceré ante un Cónclave debidamente constituido y defenderé mi caso. Es obvio, creo, que Ruth no es un dragón normal. Me han dado a entender que sus probabilidades de madurar son escasas. En consecuencia, no es de ninguna utilidad para el Weyr, que no dispone de espacio para lo inútil. Incluso los dragones viejos incapaces de masticar pedernal son enviados al Weyr Meridional... o lo eran. —Su leve desliz sólo desconcertó a Jaxom hasta que vio la aprobadora sonrisa de Asgenar—. Ruth puede ser considerado más como un lagarto de fuego de gran tamaño que como un dragón enano —Jaxom sonrió y acarició la cabeza de Ruth, como si se disculpara por lo que acababa de decir. Fue un gesto tan adulto, tan bello, que Lessa notó que se le formaba un nudo en la garganta—. Me debo primordialmente a mi Linaje, al Fuerte que ha cuidado de mí. Aquí, en el Weyr de Benden, Ruth y yo seríamos un estorbo. Podemos ayudar al Fuerte Ruatha lo mismo que los otros lagartos de fuego.
—Bien dicho, joven Señor de Ruatha, bien dicho —exclamó Asgenar de Lemos, y su aplauso sobresaltó a su lagarto.
Larad de Telgar asintió solemnemente.
—Hummm... Una respuesta demasiado rápida para mí —gruñó Raid—. Hoy en día, los jóvenes actuáis antes de pensar.
—Ciertamente soy culpable de eso, Señor Raid —dijo Jaxom ingenuamente—. Pero hoy tuve que actuar con rapidez para salvar la vida de un dragón. Nos han enseñado a respetar a la especie dragonil, y a mí más que a la mayoría. —Jaxom señaló hacia Lytol. Su mano permaneció inmóvil en el aire, y un profundo pesar asomó a su rostro.
Despertado por la voz de Jaxom o debido a que la postura de su cabeza era demasiado incómoda, el Gobernador del Fuerte de Ruatha no estaba ya dormido. Se puso en pie, agarrándose a la mesa, y luego se soltó de aquel apoyo. Con pasos lentos, como si se viera obligado a concentrarse en cada movimiento, Lytol recorrió la longitud de la mesa hasta que alcanzó a su pupilo. Una vez allí, colocó un brazo ligeramente a través de los hombros de Jaxom. Como si extranjera fuerza de aquel contacto, se irguió y se giró hacia Raid del Fuerte de Benden. Su expresión era orgullosa y sus modales más altivos que los del Señor Groghe en sus peores momentos.
—El Señor Jaxom del Fuerte de Ruatha no merece ningún reproche por los acontecimientos de hoy. Como tutor suyo, el responsable soy yo... si es un delito salvar una vida. ¡Si subrayé en su educación el respeto debido a la especie dragonil, tenía un buen motivo para hacerlo!
El Señor Raid hurtó su rostro a los ojos de Lytol, que le miraba fijamente.
—Sí —y Lytol cargó el acento en el monosílabo como si tuviera la impresión de que la posibilidad era remota— los Señores deciden actuar en Cónclave, declaro por anticipado que no permitiré que ningún hombre considere culpable al Señor Jaxom por su conducta de hoy. Ha obrado honrosamente y de acuerdo con los principios de su educación. Sin embargo, servirá mejor a Pern regresando a su Fuerte. En Ruatha, el joven Ruth será cuidado y respetado... mientras este con nosotros.
Era evidente que Larad y Asgenar compartían la opinión de Lytol. El viejo Sifer tiró pensativamente de su labio inferior, sin decidirse a mirar en dirección a Raid
—¡Sigo creyendo que la dragonería pertenece a los Weyrs! —murmuró Raid, ceñudo y resentido.
Resuelto aparentemente aquel problema, Lessa se giró para marcharse y casi cayó en brazos de F'nor.
—Brekke está dormida —dijo el caballero pardo—. Ya te dije que no Impresionaría.
La tensión de la última semana se reflejaba aún en su rostro, pero sus ojos ya no estaban turbios y su boca se había distendido. La decisión de Brekke había respondido a sus deseos, evidentemente.
Lessa hizo un gesto de impaciencia.
—Al menos, la experiencia la ha arrancado de aquel letargo.
—Sí —suspiró F'nor, visiblemente aliviado.
—De modo que será mejor que vengas conmigo a las Habitaciones. Quiero enterarme del motivo por el que ha sido llamado el Maestro Agricultor Andemon. ¡Y creo que ya es hora de que vuelvas al trabajo!
F'nor sonrió.
—Desde luego, si alguien ha estado realizando mi trabajo. ¿Ha traído alguien sus Hebras a F'lar? —Por el tono de su voz, Lessa comprendió que estaba preocupado.
—¡N'ton lo hizo!
—¡Pensé que estaba actuando como Lugarteniente de P'zar en el Weyr de Fort!
—Como tú observaste la otra mañana, cuando no estás aquí para controlarle, F'lar hace lo que le viene en gana. —Lessa notó que el rostro de F'nor se contraía y le tomó del brazo, sonriéndole con aire tranquilizador: el caballero pardo no se había recobrado aún lo suficiente como para dejarse embromar—. Nadie podría ocupar tu puesto junto a F'lar... ni junto a mí. Pero Canth y Brekke te necesitaban más durante estos últimos días. —Apretó cariñosamente su mano—. Sin embargo, las cosas han seguido su curso y tienes que comprenderlo. N'ton ha sido incluido en nuestros asuntos porque F'lar recordó súbitamente cuando estaba enfermo que él también era mortal y decidió dejar de llevar las cosas en secreto. En caso contrario, podrían transcurrir otras cuatrocientas Revoluciones sin que lográsemos controlar a las Hebras .
Lessa levantó ligeramente su falda a fin de poder avanzar con más rapidez sobre el suelo arenoso.
—¿Puedo acompañaros? —preguntó el Arpista.
—¿Tú? ¿Estás lo bastante sobrio como para andar hasta allí?
Robinton rió burlonamente, alisándose los revueltos cabellos.
—Lytol no es capaz de tumbarme bebiendo, mi querida Dama Lessa. El único que podría conseguirlo es el Herrero.
En efecto, sus pasos distaban mucho de ser vacilantes mientras los tres avanzaban hacia la entrada a las Habitaciones, iluminada por varias lámparas. Las estrellas brillaban en el oscuro cielo primaveral, y las lámparas de los niveles inferiores proyectaban resplandecientes círculos de luz sobre la arena. Encima, en los saledizos de los Weyrs, los dragones lo observaban todo con sus ojos opalescentes, susurrando de placer de cuando en cuando. Más arriba, Lessa vio las siluetas de tres dragones junto a la Piedra de la Estrella: Ramoth y Mnementh estaban posados a la derecha del dragón de guardia, agitando sus alas. Lessa no había captado ninguna señal de excitación en Ramoth en toda la noche. Era un alivio comprobar que estaba tranquila. Y Lessa confiaba en que transcurriera un largo intervalo antes de que la reina volviera a experimentar la necesidad de aparearse.
Cuando entraron en las Habitaciones, la delgada figura del Maestro Agricultor estaba inclinada sobre el mayor de los recipientes, girando las hojas de los renuevos de fellis. F'lar le observaba con una expresión muy seria, en tanto que N'ton sonreía, incapaz de adaptarse a la solemnidad del momento.
En cuanto F'lar vio a F'nor, una ancha sonrisa asomó a su rostro, y cruzó rápidamente la habitación para agarrar el brazo de su hermanastro.
—Manora me ha dicho que Brekke se había repuesto del shock. Es un alivio por partida doble, puedes creerlo. Y me hubiera alegrado todavía más si Brekke hubiese logrado reimpresionar.
—Eso no hubiera servido para nada —dijo F'nor, en un tono tan deliberadamente contradictorio que la sonrisa de F'lar se difuminó un poco.
Pero se recuperó y arrastró a F'nor hacia los recipientes.
—N'ton consiguió algunas Hebras, y con ellas infestamos tres de los recipientes de mayor tamaño —le dijo F'lar, hablando en voz baja, como si no deseara estorbar las investigaciones del Maestro Agricultor—. Las lombrices devoraron todos los filamentos. Y en los lugares donde las Hebras perforaron las hojas de ese fellis, las huellas de las chamuscaduras se están cerrando. Confío en que el Maestro Andemon pueda decirnos cómo o por qué.
Andemon irguió su cuerpo, pero su mandíbula permaneció hundida hasta su pecho mientras contemplaba el recipiente con el ceño fruncido. Parpadeó rápidamente y frunció sus delgados labios, crispando ligeramente sus manos recias y nudosas entre los pliegues de su túnica manchada de tierra. No se había cambiado de ropa cuando el mensajero del Weyr fue en su busca al campo.
—No sé cómo ni por qué, buen caudillo del Weyr. Y si lo que me has contado es la verdad —hizo una pausa, alzando finalmente los ojos hacia F'lar—, estoy asustado.
—¿Por qué, hombre? —preguntó F'lar, sorprendido—. ¿No te das cuenta de lo que significa esto? Si las lombrices pueden adaptarse al suelo y al clima septentrionales, y actuar como nosotros, todos los que estamos aquí —y su gesto abarcó al Arpista y a su Lugarteniente, así como a Lessa—, hemos presenciado, Pern no tendrá que temer nunca más a las Hebras.
Andemon respiró a fondo, echando sus hombros hacia atrás, sin que pudiera decirse si se disponía a replicar al concepto revolucionario o se preparaba a aceptarlo. Se giró hacia el Arpista, como si confiara más en su opinión que en la de los otros.
—¿Tú viste a las Hebras devoradas por esas lombrices?
El Arpista asintió.
—Y, ¿eso ocurrió hace cinco días?
El Arpista asintió de nuevo.
Un estremecimiento hizo ondular la tela de la túnica del Maestro Agricultor. Inclinó la mirada hacia los recipientes con una mezcla de repugnancia y de temor. Luego avanzó con aire decidido y observó de nuevo el joven fellis. Inhalando profundamente y conteniendo la respiración mantuvo unos instantes en el aire una nudosa mano, y luego la hundió en la tierra. Sus ojos estaban cerrados. Cogió un puñado de tierra húmeda y, abriendo los ojos, extendió la palma de la mano, dejando al descubierto un montón de serpenteantes lombrices. Sus ojos se desorbitaron y con una exclamación de disgusto, soltó la tierra como si le quemara la piel. Las lombrices se retorcieron impotentemente contra el suelo de piedra.
—¿Qué pasa? ¡No puede haber ninguna Hebra!
—¡Eso son parásitos! —replicó Andemon mirando a F'lar, desilusionado y furioso—. Durante siglos enteros hemos estado tratando de eliminar esas larvas de las regiones meridionales de esta península. —Hizo una mueca de desagrado mientras contemplaba cómo F'lar recogía cuidadosamente las lombrices y volvía a introducirlas en el recipiente más próximo—. Son tan nocivas e indestructibles como los gusanos de arena de Igen, y ni la mitad de útiles. Si se introducen en un campo, todas las plantas empiezan a marchitarse y mueren.
—Aquí no hay una sola planta enferma——protestó F'lar, señalando la vegetación que crecía en los recipientes.
Andemon le miró fijamente. F'lar avanzó, sacando un puñado de tierra de cada uno de los recipientes y exhibiendo las lombrices como prueba.
—Es imposible —insistió Andemon, con la sombra de su miedo anterior asomando de nuevo a su rostro.
—¿No te acuerdas, F'lar —intervino Lessa—, de que cuando introducimos las lombrices aquí las plantas parecieron marchitarse?
—Se recuperaron. ¡Lo único que necesitaban era agua!
—No es posible. —Andemon olvidó su repulsión para excavar en otro recipiente, como para demostrarse a sí mismo que F'lar estaba equivocado—. ¡En esta no hay ninguna lombriz! —exclamó triunfalmente.
—No las ha habido nunca. Lo he utilizado como término de comparación con los otros. Y he de decir que las plantas no tienen un aspecto tan verde ni tan lozano como las de los otros recipientes.
Andemon miró a su alrededor.
—Esas lombrices son una plaga. Durante centenares de Revoluciones hemos estado intentando librarnos de ellas.
—En tal caso, Maestro Andemon —dijo F'lar, con una amable e irónica sonrisa—, sospecho que los agricultores han estado trabajando contra los intereses de Pern.
El Maestro Agricultor estalló en una serie de indignadas protestas contra aquella acusación. Fue necesaria toda la diplomacia de Robinton para tranquilizarle lo suficiente como para que atendiera a las explicaciones de F'lar.
—¿Tratas de decirme que esas larvas, esas lombrices, fueron desarrolladas y esparcidas a propósito? —le preguntó Andemon al Arpista, que al parecer era el único de los presentes que le merecía algún crédito—. ¿Que fueron desarrolladas a propósito por los mismos antepasados que desarrollaron los dragones?
—Eso es lo que nosotros creemos —dijo Robinton—. Oh, comprendo tu incredulidad. Yo mismo tardé varios días con sus correspondientes noches en aceptar la idea. Mo obstante, si revisamos los Archivos descubrimos que, en tanto que no se mencione en ellos que los dragoneros atacarán a la Estrella Roja y eliminarán a las Hebras existentes en ella, se alude en más de una ocasión a la creencia de que llegará un día en que las Hebras dejarán de ser una amenaza para nosotros. F'lar está razonablemente...
—Razonablemente no, Robinton: completamente seguro —le interrumpió F'lar—. N'ton ha estado viajando por el intertiempo al Continente Meridional, retrocediendo hasta siete Revoluciones, para comprobar los efectos de las Caídas de Hebras. En todos los lugares que ha revisado, la tierra contenía lombrices que surgían cuando caían las Hebras y las devoraban. Por eso no ha habido nunca madrigueras en el Continente Meridional: la propia tierra no las admite.
En el silencio que siguió, Andemon contempló fijamente las puntas de sus botas manchadas de barro.
—En los Archivos de nuestro Artesanado se menciona específicamente que debemos prestar una atención muy particular a esas lombrices —murmuró por fin, visiblemente aturdido—. Eso es lo que hemos hecho siempre. Era nuestro deber. Donde aparecen las lombrices, las plantas se marchitan. —Se encogió de hombros—. Siempre las hemos eliminado, destruyendo las bolsas de larvas con —suspiró— fuego y agenothree. Es la única manera de acabar con ellas.
«Prestar una atención particular a las lombrices, dicen los Archivos —repitió Andemon, y súbitamente todo su cuerpo empezó a temblar de un modo incontenible. Lessa miró a F'lar, preocupada por el hombre. Pero el Maestro Agricultor estaba riendo, aunque sólo fuera por la cruel ironía—. Prestar una atención particular a las lombrices, dicen los Archivos. No hablan de destruir las lombrices, sino únicamente de «prestarles una atención particular». De modo que se la hemos prestado. Ay, se la hemos prestado.