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Authors: Kevin J. Anderson

La búsqueda del Jedi (40 page)

BOOK: La búsqueda del Jedi
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—No son más que precauciones rutinarias.

El capitán cogió el detector y volvió a usarlo con Jacen y Jaina, dando visibles muestras de incomodidad mientras lo hacía. En cuanto hubo terminado su tarea, siguió negándose a hacerse a un lado. Leia se cruzó de brazos.

—¿Y ahora qué?

—Su androide, ministra —dijo el capitán—. Tenemos que llevar a cabo una comprobación total de sistemas. Se le podría haber introducido la programación de un androide asesino.

—¿A mí, señor? —exclamó Cetrespeó—. ¡Oh, cielos! No puede estar hablando en serio, ¿verdad?

La mera idea de que el envarado y asustadizo androide de protocolo pudiera ser un asesino bastó para que Leia pusiera los ojos en blanco.

—¿Y cuánto tiempo se necesitará para llevar a cabo esa comprobación de sistemas?

—No mucho.

El capitán cogió otro aparato detector del que colgaban varios cables.

—¡Protesto enérgicamente, ama Leia! —La voz de Cetrespeó estaba impregnada por una inconfundible sombra de pánico—. ¡Como recordará, ya he sido maliciosamente reprogramado en el pasado! No quiero volver a confiar nunca más en una sonda desconocida.

Leia habló al androide, pero mantuvo su penetrante mirada clavada en los ojos del capitán de las tropas de asalto mientras lo hacía.

—Deja que te examine, Cetrespeó —dijo—. Y si tu programación sufre la más mínima alteración, este hombre será responsable de un incidente galáctico que muy bien podría acabar llevando a la guerra... una guerra en la que su sistema natal de Carida sería el objetivo primario de todas las fuerzas combinadas de la Nueva República.

—Tendré mucho cuidado, ministra —dijo el capitán de las tropas de asalto.

—¡Desde luego que lo tendrá, señor! —insistió Cetrespeó.

Cuando por fin lograron llegar a la zona donde se celebraba la recepción, ya apenas llovía. Los invitados iban y venían por los senderos de los distintos recorridos para observar las abigarradas y extrañas formas de la vida vegetal alienígena. Cada vez que cruzaban los campos de fuerza que servían como barreras entre los distintos entornos, la temperatura y la humedad cambiaban drásticamente para proporcionar las condiciones de crecimiento más adecuadas a los distintos tipos de plantas. Diminutos letreros mostraban los nombres científicos de las especies escritos en una docena de alfabetos distintos.

Jacen y Jaina, firmemente cogidos de las manos de su madre, contemplaron con asombro a los invitados ataviados con sus mejores galas diplomáticas y las plantas exóticas de mundos distantes.

En el centro de la cámara había una zona brillantemente iluminada en la que un cactus tentaculado monstruosamente grande desempeñaba las funciones de camarero de la recepción, agitando sus tallos de un lado a otro para exhibir diminutos bocadillos, rebanadas de frutas, salchichas y pastelillos clavados en sus largas espinas. Los invitados iban cogiendo bocados de las espinas cada vez que un tallo del cactus tentaculado se deslizaba junto a ellos.

El bajito y rechoncho embajador Furgan parecía ser el centro de toda la atención, pero todo el mundo le observaba por el rabillo del ojo en vez de hablarle directamente. Leia volvió a ser consciente de sus obligaciones políticas, por lo que dejó escapar un suspiro y fue hacia él con los niños trotando a su lado.

Furgan clavó la mirada en los gemelos y apuró de un trago la copa que tenía en la mano. Leia le observó mientras volvía a llenarla con un recipiente de bombeo que colgaba de su cadera derecha. Furgan presionó el botón y se sirvió una nueva ración de un líquido de color entre verdoso y dorado miel. «Es lógico —pensó Leia—. Si padeces una paranoia tan intensa acerca de los venenos, resulta natural que te traigas tu propia bebida...» Furgan llevaba un recipiente idéntico colgando de la cadera izquierda.

—Bien, ministra Organa Solo, así que éstos son los famosos gemelos Jedi, ¿no? Creo que les puso de nombre Jacen y Jaina, ¿verdad? ¿Y no tiene un tercer hijo llamado Anakin?

Leia parpadeó, sintiéndose un poco nerviosa al ver que Furgan sabía tantas cosas sobre su familia.

—Sí, el bebé está en otro sitio..., un lugar seguro donde se encuentra a salvo.

Sabía que Furgan no podía haber descubierto la situación del planeta-refugio, pero los instintos de una madre amplificaron sus temores.

Furgan dio una palmadita en la cabeza a Jaina.

—Espero que también proteja a estos dos —dijo—. Sería realmente lamentable que un par de niños tan encantadores acabaran convirtiéndose en peones políticos.

—No corren ningún peligro —dijo Leia, y se sintió repentinamente atrapada e impotente—. Id a jugar con Cetrespeó —añadió, empujando a los gemelos lejos de ella sin apartar la mirada del embajador ni un instante.

—Será una experiencia muy educativa para ellos, ama Leia —dijo Cetrespeó, y se llevó a los niños en dirección a los especimenes vegetales para que pudieran verlos.

Furgan siguió su conversación con Leia.

—Si quiere que le dé mi opinión, es una pena que el Emperador no consiguiera eliminar a todos los Jedi. Las tareas que no llegan a terminarse siempre acaban causando nuevos problemas.

—¿Y por qué razón teme tanto a los Caballeros Jedi? —replicó Leia.

No era un tema de conversación que le gustara demasiado, pero quizá podría obtener alguna información de Furgan.

El embajador tomó un largo sorbo de su bebida.

—Siempre he pensado que dada nuestra sofisticada tecnología no deberíamos encogernos temerosamente ante la brujería y los extraños poderes mentales de los que el azar sólo ha hecho poseedores a unos cuantos individuos. Me parece muy elitista... ¿Caballeros Jedi? En realidad, podría decirse que los Caballeros Jedi actuaron como fuerza represora al servicio de un gobierno débil.

Leia empezó a interesarse por la discusión.

—Ese Emperador al que usted tanto reverencia controlaba la Fuerza en un grado muy superior, al igual que Darth Vader. ¿En qué se diferenciaban de ellos?

—El Emperador tiene derecho a poseer poderes especiales —dijo Furgan, como si estuviera exponiendo algo obvio—. Después de todo, es el Emperador... Y al final Vader acabó resultando ser un traidor, ¿no? Tengo entendido que Vader mató al Emperador, y eso me parece otra buena razón por la que dichos poderes deberían ser declarados ilegales.

Leia comprendió que Furgan debía de haber visto el discurso pronunciado por Luke ante el Consejo, que había gozado de una amplia difusión por toda la galaxia.

—Aun así, los Jedi han conseguido sobrevivir, y toda la orden de los Caballeros Jedi será restaurada. Mi hermano se ocupará de que así sea... Dentro de unos cuantos años, los nuevos Caballeros Jedi desempeñarán el mismo papel de protectores de la República que ya desempeñaron antiguamente.

—Qué pena —dijo Furgan.

Después el embajador le dio la espalda buscando una nueva conversación, pero nadie parecía querer hablar con él.

Cetrespeó perdió a los gemelos casi al instante apenas decidieron jugar al escondite entre los especímenes. Los niños empezaron deslizándose por debajo de barandillas colocadas a tan poca altura que Cetrespeó no podía seguirles, y después se persiguieron por zonas de acceso restringido indicadas mediante letreros de PROHIBIDA LA ENTRADA. Cuando el androide les gritó que volvieran, Jacen y Jaina desarrollaron una repentina deficiencia auditiva altamente selectiva y siguieron correteando de un lado a otro.

Cetrespeó los persiguió a través de un bosquecillo de árboles mucosos que mancharon su reluciente caparazón metálico con gotitas de una viscosa sustancia polinizada amarillenta, pero al menos el líquido que rezumaba de los árboles hizo que hubiera un rastro de pisadas en el suelo que el androide podía seguir. Cetrespeó dejó escapar un gemido de consternación cuando vio que las pequeñas pisadas iban en línea recta hacia la zona de las «Plantas Carnívoras».

—¡Oh, cielos! —exclamó.

El androide ya había empezado a imaginarse matorrales sedientos de sangre muy ocupados digiriendo trozos de los niños, pero por fortuna Cetrespeó oyó las risitas estridentes de Jacen antes de que pudiera enviar una alarma general, y las carcajadas de su hermana no tardaron en unírseles. Cetrespeó utilizó sus localizadores direccionales y volvió al centro de la exhibición vegetal.

Los gemelos estaban sentados en el centro del gigantesco cactus tentaculado y jugaban con los tallos ondulantes sin prestar ninguna atención a las espinas. Jacen y Jaina se las habían arreglado para dejar atrás aquellas puntas tan afiladas como dagas sin sufrir ningún daño, y se habían instalado en la blanda masa central de finos pelitos recién brotados que acabarían convirtiéndose en nuevas espinas.

—¡Amo Jacen y ama Jaina, salgan de ahí ahora mismo! —ordenó Cetrespeó en el tono más seco e imperioso de que fue capaz—. ¡Debo insistir en que salgan de ahí!

Lo único que consiguió fue que Jaina se riera y le hiciese señas con la mano.

Y el cada vez más desesperado y confuso androide empezó a preguntarse cómo conseguiría rescatar a los niños de su refugio en la gran planta sin tirar ninguna vianda.

Las conversaciones se fueron acallando, y se produjo el tipo de silencio que suele darse en las reuniones sociales que han surgido de una manera artificial y forzada. El embajador Furgan aprovechó el silencio para hablar.

—¡Solicito su atención! —exclamó.

Leia vio cómo se apartaba bruscamente de ella. No sabía qué podía hacer, y se tensó preparándose para cualquier cosa.

Las escasas conversaciones que no se habían interrumpido cesaron de repente, y los ojos de todos los presentes se volvieron hacia el embajador de Carida. Mon Mothma había estado charlando con el general Jan Dodonna, el anciano genio de la táctica que había planeado el ataque contra la primera
Estrella de la Muerte
. Mon Mothma enarcó las cejas, sintiendo una obvia curiosidad ante la petición de silencio que acababa de hacer Furgan. Jan Dodonna interrumpió el relato de la anécdota que le había estado contando, y se quedó con las manos inmóviles en el aire y la mirada fija en el embajador.

Furgan se llevó la copa vacía a la cadera y la llenó, esta vez con el recipiente de la izquierda. Leia se preguntó si ya habría vaciado el de la derecha.

Después alzó su copa y dio un paso hacia Mon Mothma sonriendo de oreja a oreja. Leia observó con incredulidad al siempre grosero y desagradable embajador, y se preguntó si pensaba proponer un brindis.

Furgan recorrió con la mirada el recinto de la Cúpula Celeste, asegurándose de que había logrado atraer la atención de todo el mundo. Incluso el lento gotear de hacía unos momentos había cesado en el exterior.

—Deseo ser escuchado por todos los presentes —dijo Furgan—. Como embajador de Carida, se me ha otorgado el poder de hablar en nombre del centro de adiestramiento militar imperial, de mi planeta y de todo mi sistema. Por lo tanto, debo transmitir un mensaje a todos los que se han reunido aquí.

Furgan alzó su voz y su copa.

—Por Mon Mothma, que se hace llamar a sí misma líder de la Nueva República...

Y lanzó el contenido de su copa al rostro de Mon Mothma con una sonrisa burlona. El líquido verde y dorado se derramó sobre sus mejillas, sus cabellos y su pecho. Mon Mothma retrocedió tambaleándose, perpleja y sin saber cómo reaccionar. Jan Dodonna la agarró por los hombros para que no perdiese el equilibrio. Él también estaba boquiabierto de asombro.

Los guardias de la Nueva República apostados en la puerta alzaron sus armas al instante, pero controlaron su reacción refleja a tiempo y no abrieron fuego.

—¡Denunciamos vuestra repugnante rebelión de delincuentes y asesinos! —siguió diciendo Furgan—. Habéis intentado impresionarme con el número de sistemas estúpidos y caprichosos que se han unido a vuestra Alianza, pero sean cuales sean las turbas con las que contéis, nunca podrán borrar vuestros crímenes contra el Imperio.

El embajador estrelló su copa vacía contra el suelo haciéndola añicos y después aplastó los trocitos de cristal con el tacón de su bota.

—Carida nunca se rendirá a lo que vosotros llamáis la Nueva República.

Furgan reunió a su séquito a su alrededor con un aleteo de la mano y salió apresuradamente. Los soldados de las tropas de asalto que habían estado esperando en la puerta volvieron a ponerse con expresión triunfante los cascos blancos que ocultaron sus rostros, y siguieron al embajador. Los guardias de la Nueva República no apartaron la mirada de ellos ni un instante mientras se marchaban. Tenían las armas preparadas para disparar, pero estaba claro que no sabían qué debían hacer.

Hubo unos momentos de silencio perplejo antes de que toda la recepción estallara en una babel de conversaciones escandalizadas. Leia fue corriendo hacia la Jefe de Estado. Dodonna ya estaba intentando limpiar las prendas empapadas de Mon Mothma.

Mon Mothma logró recibir a Leia con una sonrisa mientras el licor pegajoso empezaba a secarse sobre su cara.

—Bueno, no hemos perdido nada intentándolo, ¿verdad? —dijo alzando un poco la voz para hacerse oír por encima del creciente clamor generalizado de indignación.

Leia estaba tan abatida y decepcionada que no pudo responder.

—Discúlpeme, ama Leia...

La voz metálica de Cetrespeó logró abrirse paso por entre el ruido de fondo.

Leia miró frenéticamente a su alrededor buscando a los gemelos, temiendo que Furgan hubiera logrado secuestrarles durante la diversión que había creado con su discurso, pero enseguida sintió un gran alivio al ver que Jacen y Jaina tenían el rostro pegado a la curvatura de la ventana y estaban contemplando el horizonte urbano de Ciudad Imperial.

Un instante después vio por el rabillo del ojo un brazo dorado que se agitaba frenéticamente. Cetrespeó se las había arreglado para quedar atrapado en el cactus tentaculado y aunque el androide se encontraba al otro extremo de la estancia, Leia pudo ver la gran cantidad de arañazos sufridos por sus placas metálicas. Las viandas yacían esparcidas por el suelo.

—Por favor, ¿podría ayudarme alguien a librarme de esta planta? —gritó Cetrespeó—. Oh, por favor...

21

Han Solo parecía estar ahogándose en una masa viscosa de pesadillas. No podía escapar al terrible interrogatorio y a los efectos de las drogas que le habían administrado, y el rostro endurecido y tan hermoso como el de una muñeca de porcelana de la almirante Daala le miraba fijamente acosándole con preguntas.

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