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Authors: Kevin J. Anderson

La búsqueda del Jedi (48 page)

BOOK: La búsqueda del Jedi
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—…Comprobación antes... Esperen...

De repente Kyp oyó un golpe ahogado y el siseo de una descarga. Un objeto pesado chocó con la puerta. Kyp retrocedió en cuanto la puerta empezó a abrirse.

El cuerpo del guardia muerto se derrumbó de espaldas dentro de su celda con un estrépito de armadura blanca. Un agujero humeante en la cintura del uniforme dejaba escapar un hilillo de vapor.

Otro soldado de las tropas de asalto entró en la celda sosteniendo en su mano una pistola desintegradora que aún estaba caliente. A su lado había una esbelta alienígena que parecía delicada y, al mismo tiempo, muy enfadada.

—Espero que eso le haya parecido suficiente como autorización —dijo el soldado, y después se quitó el casco.

—¡Han! —exclamó Kyp.

—No soporto la burocracia —dijo Han, y empujó al guardia muerto con el píe—. ¿Crees que podrás ponerte ese uniforme, chico?

—¡No, no quiero uno de los esclavos antiguos! —dijo secamente Qwi mirando fijamente al capataz del destacamento de wookies.

Han estaba contemplando a través del restringido campo de visión de su casco de soldado de las tropas de asalto cómo la delicada alienígena interpretaba el papel de una investigadora impaciente y decidida a salirse con la suya.

El gordo capataz echó una mirada a los peludos trabajadores que tenía bajo sus órdenes, pareciendo tan poco intimidado como sí estuviera muy acostumbrado a soportar los gritos de una científica caprichosa. El rostro del capataz parecía estar hecho de arcilla húmeda.

Han se removió nerviosamente, y notó que estaba empezando a sudar dentro del uniforme. El casco tenía filtros nasales, pero el traje seguía estando impregnado por el olor corporal de su anterior propietario. Los soldados de las tropas de asalto de la Instalación de las Fauces vivían dentro de sus uniformes, y Han pensó que desinfectar el interior de las armaduras probablemente era una tarea que llevaban a cabo con mucha menos frecuencia que la de sacar brillo al exterior.

El capataz se encogió de hombros como si la impaciencia de Qwi no tuviera nada que ver con él.

—Estos wookies llevan más de una década trabajando muy duro —dijo—. ¿Qué espera de ellos? No son más que una pandilla de inútiles que apenas sirven de nada.

Han pudo ver que casi todos los wookies que deambulaban por el hangar tenían zonas del cuerpo que habían perdido el vello y los hombros encorvados, con lo que su altura casi había quedado reducida a la de un ser humano. El aspecto general de aquellos esclavos parecía indicar que su voluntad había quedado aplastada bajo el peso de años de cruel servidumbre.

—No quiero oír sus excusas —dijo Qwi, y meneó la cabeza haciendo que el plumaje perlino de su cabellera despidiese reflejos iridiscentes—. Hemos recibido instrucciones terminantes y tenemos muchas cosas que hacer antes de que se dé la orden de partida a la flota, y necesito un wookie que todavía tenga algo de energía. Entrégueme al prisionero nuevo que le trajeron hace poco... Ese wookie servirá.

—No es muy buena idea —dijo el capataz, y su frente blanquecina se llenó de arrugas—. Todavía no está acostumbrado a la disciplina y es un poco rebelde, y además tendrá que comprobar cualquier trabajo que haga. No se puede confiar en que no intentará cometer algún acto de sabotaje.

—¡Me da igual que todavía no esté acostumbrado a la disciplina o que sea un poco rebelde! —dijo secamente Qwi—. Al menos no se quedará dormido haciendo el trabajo...

Un wookie muy alto salió de una lanzadera de asalto de la clase Gamma al otro extremo del hangar. Se irguió, estirándose después de haber pasado mucho rato en el pequeño recinto, y recorrió el hangar con la mirada. Han tuvo que hacer un considerable esfuerzo de voluntad para no arrancarse el casco de un manotazo y llamar a Chewbacca a gritos. El wookie parecía dispuesto a atacar al primero que se le pusiera por delante, y daba la impresión de que apenas si conseguía controlar la rabia suicida que pugnaba por adueñarse de él. Chewbacca era capaz de desmantelar cinco o seis cazas TIE con las manos desnudas antes de que los soldados pudieran acabar con él. El capataz volvió la mirada hacia Chewbacca, como si estuviera pensando qué hacer.

—Tengo una autorización emitida por la almirante Daala —dijo Qwi.

La alienígena mostró una hoja enrollada sobre la que se veía el sello de Daala. Han echó una rápida mirada a los otros soldados que montaban guardia en la sección de motores. No podía invocar la misma «autorización» violenta que había empleado para sacar a Kyp Durron de su celda.

Kyp —que llevaba el más pequeño de los dos uniformes de las tropas de asalto que habían robado—, permanecía inmóvil como una estatua al lado de Qwi Xux. Han sabía que el chico debía de estar aterrorizado, pero Kyp se había puesto firmes y había obedecido todas sus sugerencias. Han sintió una cálida oleada de afecto hacia él, y esperó que Kyp pudiera salir de allí para llevar la vida normal que tanto se merecía.

—Muy bien, pero ya está avisada de los riesgos que corre llevándoselo —acabó diciendo el capataz—. Si destroza lo que le encargue hacer, sea lo que sea, yo no me consideraré responsable.

El capataz emitió un silbido y movió un brazo indicando a un par de soldados de las tropas de asalto que trajeran a Chewbacca.

El wookie dejó escapar un gruñido de ira y sus feroces ojos negros barrieron lo que le rodeaba. No reconoció a Han, y no conocía a Qwi Xux. Chewbacca les fulminó con la mirada, imaginando que iban a encargarle otro trabajo y odiándoles por ello.

—¡Un poco más de cooperación! —gritó el capataz, y después golpeó a Chewbacca con su látigo de energía dejando una quemadura humeante a través de sus omóplatos.

El wookie aulló y rugió, pero consiguió contenerse mientras los soldados desenfundaban sus desintegradores y se preparaban para dejarle sin conocimiento en el caso de que llegara a perder el control. Han se tensó y apretó los puños todo lo que le permitían los guantes de la armadura. Lo que más deseaba en aquellos momentos era meter el mango generador del látigo de energía en la garganta del capataz y encenderlo a plena potencia.

Pero se limitó a ponerse en posición de firmes y no hizo nada ni dijo nada..., tal como se esperaba de un buen soldado de las tropas de asalto.

Los cuatro salieron del hangar. El capataz dejó de prestarles atención y fue hacia los otros cautivos, y empezó a golpear a izquierda y derecha con su látigo de energía descargando su ira sobre ellos. Han sintió cómo se le formaba un nudo en el estómago.

Chewbacca no paraba de mirar a un lado y a otro, como si estuviera buscando una oportunidad de escapar. Han esperaba que pudieran llegar a un sitio solitario antes de que el enorme wookie decidiera hacerles pedazos a los tres.

Las puertas se cerraron, dejándoles en un pasillo blanco potentemente iluminado.

—¡Chewie! —exclamó Han, y se arrancó el casco.

Después de haber estado respirando un buen rato a través de aquellos filtros nasales llenos de polvo y suciedad, incluso el olor almizclado de un wookie le parecía un perfume maravilloso.

Chewbacca dejó escapar un trompeteo de sorpresa y placer y envolvió a Han en un enorme abrazo, rodeándole con sus peludos brazos y alzándole en vilo. Han jadeó en un desesperado intento de tragar aire, y agradeció la protección que le proporcionaba su armadura.

—¡Bájame! —ordenó, intentando no echarse a reír—. ¡Si alguien te ve, pensará que me estás matando! Sería una razón muy estúpida para recibir un rayo desintegrador, ¿verdad?

Chewbacca asintió y volvió a dejarle en el suelo.

—¿Y ahora qué? —preguntó Han volviéndose hacia Qwi.

—Si puedes pilotar una nave y sacarnos de aquí, podremos escapar —dijo Qwi.

Han sonrió.

—Si ése es nuestro único problema, ya estamos en casa. Puedo pilotar cualquier clase de nave, ¿sabes? Basta con que me des la oportunidad de sentarme delante de los controles.

—Pues entonces salgamos de aquí —dijo Qwi—. El tiempo se está agotando.

Cuando subieron a la lanzadera para volver a la Instalación de las Fauces, Han no pudo hacer más preguntas. Estaban rodeados de soldados de las tropas de asalto que permanecían rígidamente inmóviles concentrados en sus deberes, y ni él ni Kyp pudieron hablar con Qwi. La charla parecía estar totalmente prohibida.

Qwi se removía incesantemente y sus ojos iban de las paredes de la lanzadera a las pequeñas ventanas que mostraban la letal barrera de las Fauces con sus caminos secretos..., que seguirían si podían escapar de allí.

Han anhelaba desesperadamente volver a ver a Leia y a los gemelos. Su familia ocupaba un lugar más grande en sus pensamientos a cada momento que pasaba, y a veces le distraía en situaciones en las que hubiese debido concentrar hasta el último átomo de atención disponible en los peligros que le rodeaban. Ardía en deseos de volver a ver a Leia... pero pensar en ella mientras llevaba puesto un uniforme de las tropas de asalto casi parecía contaminar aquella emoción.

Kyp permanecía sentado detrás de él, su rostro indescifrable bajo una máscara de las tropas de asalto. Pero los agujeros oculares del casco no paraban de volverse hacia Han, como si buscaran una garantía de que todo iría bien. A Han le habría gustado tener algo más que ofrecerle, pero no conocía el plan de Qwi. ¿Por qué estaban volviendo a la Instalación de las Fauces en vez de limitarse a robar una nave y huir al espacio a toda velocidad? Tendrían que alejarse lo más deprisa posible fuera cual fuese el momento en el que iniciaran la huida, y los preparativos de ataque de la almirante Daala estaban un poco más cerca de completarse a cada hora que pasaba.

Han tenía que advertir a la Nueva República del desastre que estaba a punto de caer sobre ella. Al principio había estado preocupado por la concentración de poder espacial acumulada alrededor de Kessel, pero la flota de cuatro Destructores Estelares y las armas secretas de la Instalación de las Fauces parecían una amenaza infinitamente peor que todo cuanto Moruth Doole había logrado reunir escarbando en los montones de chatarra.

Chewbacca llevaba un mono de mecánico que le daba la apariencia de un trabajador asignado a trabajos de mantenimiento y reparación en algún equipo de los laboratorios. El wookie gruñía de vez en cuando para sí mismo, satisfecho de volver a estar con sus amigos pero impaciente por entrar en acción.

Qwi permanecía en silencio y mantenía sus delgadas manos de piel azulada cruzadas sobre el regazo. Han se preguntó si no habría ido demasiado lejos en las acusaciones de ser una ingenua y los reproches sobre la naturaleza maligna de su trabajo que le había lanzado a la cara, y deseó que hubiera alguna forma de saber en qué estaba pensando.

La lanzadera se posó en uno de los asteroides de la Instalación y los soldados desembarcaron. Qwi llevó a Han, Kyp y Chewbacca fuera del hangar excavado en las rocas por un túnel cuyo techo era lo bastante alto para permitir el tráfico de naves.

—Por aquí —dijo.

Han no sabía dónde les estaba llevando.

—Eh, doctora, ¿es que no vamos a volver a su laboratorio?

Qwi se quedó inmóvil a media zancada antes de girar lentamente hasta quedar de cara a él.

—No —dijo—. Nunca volveré allí.

Después reanudó la marcha.

Llegaron a una gran puerta metálica vigilada por dos soldados de las tropas de asalto en posición de firmes, y Qwi volvió a sacar su placa y mostró los hologramas impresos en ella haciéndolos destellar bajo la luz. Los soldados se pusieron todavía más tiesos.

—Ábranla —dijo Qwi.

—Sí, doctora Xux —respondió el primer guardia—. ¿Tiene la bondad de entregarme su placa?

Qwi se la pasó con una sonrisa casi imperceptible. Han estaba empezando a ponerse bastante nervioso. Aquellos guardias conocían a Qwi, y la alienígena parecía sentirse mucho más tranquila que durante las otras fases de su fuga. ¿Se trataría de alguna complicada traición? Pero en ese caso, ¿qué propósito podía tener? Han y Kyp se volvieron el uno hacia el otro, pero los cascos del uniforme de las tropas de asalto ocultaban sus expresiones.

—El wookie tiene que hacer el trabajo de mantenimiento más pesado en los motores, y debe revisar todo el sistema de refrigeración antes de que la flota se despliegue mañana —dijo Qwi—. Estos dos guardias han recibido adiestramiento especial para impedir que cree problemas. Este wookie ya ha causado algunos daños con anterioridad, y no podemos permitir que se produzcan retrasos.

Han intentó no encogerse. Qwi estaba hablando demasiado deprisa, y empezaba a permitir que se le notara el nerviosismo que sentía.

—Bastará con que me entregue las autorizaciones correspondientes —dijo el guardia—. Ya conoce la rutina, doctora.

Después pasó la placa de identificación por un detector para registrar la entrada de Qwi y se la devolvió. El guardia parecía estar muy tranquilo, como si le alegrara que le hubiesen asignado aquella misión de vigilancia que le evitaba tener que verse envuelto en los frenéticos preparativos del despliegue.

Qwi fue hacia la terminal de datos de la puerta, tecleó una petición y después volvió a mostrar la copia impresa del permiso electrónico concedido por la almirante Daala. Han se preguntó cuántas veces pensaba utilizar aquel trozo de papel.

—Bien, aquí tiene la solicitud de un wookie para llevar a cabo trabajos especializados, junto con la observación de que necesitará vigilancia especial. Ha sido autorizada personalmente por Tol Sivron.

El guardia se encogió de hombros.

—Como de costumbre —dijo—. He de comprobar los números de servicio de estos dos soldados, y después podrán entrar.

Introdujo los números de Han y Kyp, y luego manipuló los controles de la puerta.

Los enormes paneles de acerocreto se fueron separando lentamente para revelar un hangar iluminado por globos de luz que flotaban en el aire. Grandes tragaluces rectangulares dejaban entrar la fantasmagórica claridad de los remolinos de gases que giraban alrededor de las Fauces. Qwi entró en la gran cámara y toda su conducta cambió de repente, produciendo la impresión de que se había quedado súbitamente sin aliento. Han, Kyp y Chewbacca la siguieron.

El guardia volvió a manipular los controles y los paneles de acerocreto se deslizaron hasta volver a quedar unidos, dejándoles aislados en la cámara. Qwi se relajó visiblemente.

Han alzó la mirada hacia una nave que no se parecía a ninguna de las que había contemplado hasta entonces. Era más pequeña que el
Halcón Milenario
, y tenía una forma oblonga y facetada que hacía pensar en una larga astilla de cristal. Se mantenía erguida gracias a sus haces repulsores, y había una escalerilla que llevaba hasta la compuerta abierta. Las baterías de cañones láser defensivos asomaban en las aristas de sus facetas.

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