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Authors: Carlos Fuentes

Tags: #Relato

La cabeza de la hidra (9 page)

BOOK: La cabeza de la hidra
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Ayub, con un movimiento brusco y nervioso como sus palabras, colocó un espejo de hospital ovalado, enmarcado en un ribete plomizo que poco a poco perdía su baño de platino, frente al rostro develado de Félix.

Él se llamaba Félix Maldonado. El rostro reflejado en el espejo necesariamente tenía otro nombre porque no era el rostro de su nombre. Sin bigote, con el pelo rizado cortado al rape y exterminado en ciertos lugares, una lisura herida en las sienes, unas entradas ralas en la frente, como si su cabeza fuese un campo de trasplantes e injertos. El rostro estaba dañado en algunas partes que no acababan de cicatrizar, estirado en otras y sostenido como una máscara desechable por grapas detrás de las orejas. Los ojos hinchados tenían un aire oriental. Una costura invisible le paralizaba la boca.

Félix Maldonado miró la máscara que le ofrecía Simón Ayub con un sentimiento de fascinación ciega. No pudo mantener abiertos los párpados demasiado tiempo y oyó a Licha decirle a Ayub, a ver si no le estropeaste los ojos, baboso, lárgate de una vez.

Ayub preguntó:

—¿Cuándo crees que pueda hablar?

Licha no contestó, Ayub dijo avísanos en cuanto pueda hablar y salió dando un portazo.

16

—No te preocupes, ya verás —le dijo Licha mientras le curaba las heridas del rostro—, en cuanto se te baje la hinchazón se verán mejor tus facciones, poquito a poquito te acostumbrarás, acabarás por reconocerte…

Luego le cambió los algodones de los ojos y le dijo que esa misma tarde le quitaría las grapas. Fue un buen trabajo, añadió, no trajeron a uno de esos carniceros, sino a un buen cirujano, no hay que juzgar por los primeros días, después te acostumbras y hasta te dices que así has sido siempre, hay cosas que no cambian, como la mirada por ejemplo.

Se quedó con la mano de Félix entre las suyas, sentada al lado de la cama.

—¿No te importa que te hable de tú, verdad?

Félix negó con la cabeza y Licha sonrió. La describió. Era lo que se llamaba una chaparrita cuerpo de uva, pequeña pero bien formada, todo en su lugar, torneadita. Intentaba atenuar la oscuridad de la piel con el pelo pintado de rubio ceniza, pero sólo lograba el efecto contrario, se veía bien morenita. No había ido en algún tiempo al salón de belleza y las raíces negras le invadían un buen tramo de la raya que separaba la mitad de la cabellera. Era discreta en el maquillaje, como si en la escuela le hubieran advertido que una enfermera pintarrajeada no inspira confianza.

Sonrió satisfecha de que Félix aceptara el tuteo. Pero en seguida se separó de él, nerviosa, sin saber qué decir después de haber roto el turrón. Fue y vino sin propósito, fingiendo que se ocupaba de pequeños detalles de la curación, en realidad buscando palabras para reanudar la plática.

Finalmente, de espaldas a Félix le dijo que seguramente él se preguntaba qué había pasado en realidad y podía andarse creyendo que ella estaba enterada. Pues no. No sabía más de lo que le había contado a él Simón Ayub. Simón la contactó para este trabajo, pidió licencia en el Hospital de Jesús donde trabajaba habitualmente y siguió al pie de la letra las instrucciones de Ayub.

—Más vale que lo sepas cuanto antes —dijo volteándose a mirar a Félix como si se impusiera una penitencia religiosa—, fui amante de Simón, pero de eso hace mucho tiempo.

Se detuvo esperando una mirada o un comentario de Félix hasta darse cuenta de que ni una ni otro iban a serle devueltos.

—Bueno, como un año —continuó—. Es muy tenorio y con esa cara de gente decente y sus trajes elegantiosos engatuza fácil. Y como es guapito y chaparrito, le saca a una la ternura. Sólo después se entera una de cómo es en realidad. Primero habla muy bonito pero después que agarra confianza se vuelve muy lépero. De todos modos, no me quejo. Fue como quien dice una experiencia y hasta le guardé cariño porque la verdad me dio buenos momentos.

Hizo una mueca contradictoria, entre pedir perdón y decir que le importaba madre, con un chasquido de la lengua contra el paladar. Parecía indicar que confesado lo anterior, pasaba a hablar de cosas serias.

—Cuando me pidió que lo ayudara en este asunto, me pareció fácil. Subirme a un taxi y luego atender a un operado de cirugía facial. Simón nunca me explicó nada y sé lo mismo que tú. Me pareció una manera fácil de ganar bastante lana en poco tiempo. En el Hospital donde trabajo no pagan muy bien que digamos. Pero es seguro y tengo mi póliza y luego va una acumulando horas extras y antigüedad. No está mal, aunque sea un hospital de beneficencia pública y se vea allí mucha pobreza, mucha gente bien amolada que nomás va a morirse allí porque para curarse no tienen tiempo ni lana. Por lo menos para morirse todos tienen tiempo, qué va. Esta clínica es otra cosa. Hay muy pocos cuartos, todos individuales con tele y todo. Hay mucha seguridad. Nadie puede entrar sin un pase especial y hasta hay guardias abajo. Ha de costar un ojo de la cara. Perdón. No debí decir eso. ¿Te sientes bien?

Félix volvió a afirmar con la cabeza, impotente, con las preguntas en la punta de la lengua inmóvil.

—Qué bueno. No te preocupes, yo te curo bien y no me separo de ti ni un momento. La verdad, no me dejan salir. Me contrataron para que me quedara a dormir aquí mientras tú estés malo.

Ahora Licha se ocupó de sus trabajos con alegría, como si el tuteo se hubiera justificado por la confesión que hizo de sus amores con Simón Ayub y luego por la seriedad directa con que le explicó a Félix su situación profesional.

—No sabía que no estabas de acuerdo con todo este relajo, te lo juro —dijo sin darle la cara mientras se ocupaba de poner en orden vendas, algodones y botellas de alcohol sobre una repisa—. Supuse que tú mismo habías pedido la cirugía facial, aunque me pregunté por qué. Con lo mono que eres.

Le ha de haber parecido cobarde decir esto sin darle la cara. Dejó sus quehaceres y lo miró.

—Palabra que me gustaste desde que te vi por primera vez en el taxi. Palabra que me pudo tu manera de ser, tu tipo, toditito.

Félix aprovechó que la enfermera lo miraba para hacer una mímica con las manos. Extendió los brazos y Licha lo entendió como una invitación. Se fue acercando poco a poco con una mezcla de timidez y coquetería, pero Félix movía las manos como quien hojea un periódico. Licha se detuvo desconcertada. Félix insistió en la mímica de lector inquieto, pasando rápidamente las hojas invisibles, escudriñando columnas y señalando, a todo lo ancho, los ilusorios encabezados.

—¿Qué te pasa? ¿Qué quieres? ¿No oíste lo que dije? —dijo Licha con otra de sus actitudes mezcladas, esta vez de curiosidad y resentimiento—, ¿no me pelas o qué?, oye, ¿me estás haciendo el feo o qué?, ah, ¿quieres que te lea?, ¿quieres leer algo?, no, te haría daño, ¿quieres que te lea algo?, ¿una revista?

Licha rió y los pómulos morenos se le encendieron con un color alto y perdido de campesina india, color de manzana y madrugada fría en la sierra.

Fue hasta la ventana para cerciorarse de que estaba bien cerrada, corrió aún más, inútilmente, las cortinas cerradas y fue a sentarse al lado de Félix Maldonado. Lo tomó de las caderas.

—Has de querer averiguar algo que no viene en los periódicos. No te preocupes de tu cara. Te digo que vas a quedar bien. Yo te voy a cuidar mucho, mucho. ¿No quieres averiguar mejor si todavía eres macho?

17

En la tarde, Licha le quitó las grapas y las puntadas a Félix. Alternó su actividad profesional con caricias, ternuras súbitas, acurrucándose contra el pecho de Félix, temerosa de herirle, buscando las partes intocadas de su cuerpo, todo menos la cabeza, preguntándole, ¿a poco no fue bonito?, ¿a poco no estuvo padre?

La enfermera dormitó un rato, recostada contra el pecho de Félix. Luego levantó la cabeza y lo miró con ojos de ternera amarrada, suplicando extrañamente un amor que la liberara, eso vio Félix en la mirada de la chaparrita cuerpo de uva, ámame o voy a ser siempre una esclava.

—Al rato vas a poder hablar —le dijo—. Ya no te repetí la inyección de novocaína. ¿No sientes que mueves mejor la lengua? Mira, antes de que puedas hablar óyeme tantito. Dirás que no soy muy valiente de aprovecharme, pero prefiero que me oigas y no me digas nada ahorita. Luego si me dices que sí qué bueno y si no me dices nada te entiendo.

Volvió a esconder la cara contra el pecho de Félix y le acarició lentamente una tetilla.

—¿Te gustó? ¿A poco no estuvo bonito?

Félix tocó la cabeza teñida de Licha.

—¿Sí? —dijo la muchacha—, ¿me oyes? Mira, pensé que ahora que eres otro, como dijo Simón… y no tienes a nadie ni eres nada… pensé que puedes quererme tantito… y vivir conmigo aunque sea un rato, mientras te compones… y si te gusta, puede que…

Levantó la cara y miró a Félix con miedo y deseo.

—Soy rete ofrecida, ¿verdad? Pero palabra que me puedes, nunca he conocido a nadie como tú, quién te manda, ¿por qué me tomaste de esa manera?, ¿quién te enseñó así?

Félix movió la lengua pastosa y seca, retraída lejos de los labios heridos.

—Ah…ah…uda…me…

—¿Qué quieres? —dijo con ansias Licha, pegando la nariz al cuello de Félix—, lo que tú quieras, amorcito.

Con un gesto de desesperación, Félix la alejó tomándola de los hombros y agitándola, ya sabes, le dijo con la lengua trabada, un periódico. Licha se levantó, sin enojo, casi contenta de que Félix la tratara así, con familiaridad violenta, se arregló con las manos el pelo y le dijo que había órdenes estrictas de que no entrara ni saliera nada del cuarto de Félix, estaba aislado por ser un caso muy particular.

Mira, le dijo Licha sonando el timbre junto a la cama del enfermo, está desconectado, mira, dijo apartando con una violencia similar a la de Félix las cortinas y abriendo las ventanas, este cuarto está en el tercer piso y es el único con barrotes, es el que reservan para casos particulares, loquitos, perdón, enfermos mentales.

Sacó un chicle de la bolsa del uniforme y se quedó pensativa. Ya estuvo, dijo de repente, a las seis pasan las afanadoras a limpiar los cuartos, van dejando en el pasillo las cubetas de basura, seguro que echan allí los periódicos viejos.

Hizo tiempo recostada otra vez contra Félix, repitiendo qué bonito, ¿quién te enseñó?, sin manos ni nada, sin tocar, nomás mirando, palabra que nunca antes un hombre se vino nomás de verme desnuda, nunca, ¿quién te enseñó?, se siente rete bonito, palabra que se siente una rete halagada.

—Eres muy linda y muy tierna —dijo Félix pronunciando claramente las sílabas y Licha se le arrojó llorando al cuello, se enroscó como culebra y le besó la nuca muchas veces.

Regresó como a las seis y media con un ejemplar arrugado rnanchado de huevo de las
'Últimas Noticias
del mediodía. Felix miró con desesperación y desaliento los encabezados principales. No había una sola referencia a lo que buscaba. Ni una palabra sobre un atentado al Presidente de la República o sus secuelas, ni un comentario editorial, nada, mucho menos, sobre la suerte del presunto magnicida Félix Maldonado, nada, nada.

Tragó espeso y con un gesto desolado dobló el periódico. Recordó la conversación en Sanborns con Bernstein. Los hechos políticos reales nunca aparecen en la prensa mexicana. Pero esto era demasiado, absolutamente increíble. No se podía controlar la prensa al grado de impedir que se supiera la noticia de un atentado contra el Jefe del Estado en el Salón del Perdón del Palacio Nacional de México, durante una ceremonia oficial y enfrente de varias decenas de testigos, fotógrafos y cámaras de televisión.

La cabeza le dio vueltas. No podía dar crédito a sus ojos ardientes, no estaba ciego, no deliraba, checó varias veces la fecha del periódico, la ceremonia en Palacio fue un 10 de agosto, el periódico estaba fechado el 12 de agosto, no cabía duda, pero no había ni la más mínima referencia a los hechos de hace apenas tres días, sólo había habido dos atentados antes, uno contra Ortiz Rubio y otro contra Ávila Camacho, eso se supo, se publicó, no era posible. Licha lo miró con alarma y se acercó a él.

—No te excites —le dijo—, no te hace bien, no te levantes. ¿Quieres que mejor te lea yo? Déjame leerte la nota roja, es siempre lo más entretenido del periódico.

Félix se recostó exhausto. Licha comenzó a leer con una voz monótona, titubeante, con una tendencia a convertir las palabras desconocidas en esdrújulas, pasándose a la torera la puntuación y resistiéndose como una yegua joven ante los obstáculos de los diptongos. Enumeró fastidiosamente un estupro, un robo en la Colonia San Rafael, un asalto a la sucursal Masaryk del Banco de Comercio, leyó un crimen particularmente brutal, esta mañana a primera hora fue descubierto el cadáver brutalmente degollado de una mujer en una suite de las calles de Génova.

La víctima había pedido la noche anterior que el portero la despertara a las seis de la mañana dado que debía tomar un avión a primera hora. Gracias a ello, el portero, inquieto de que la víctima no contestara a sus repetidos llamados, entró con la llave maestra y encontró sobre la cama el cadáver desnudo, degollado de oreja a oreja. Se excluye la hipótesis del suicidio toda vez que no se encontró arma punzocortante alguna cerca de la occisa, aunque los encargados de la investigación no excluyen que el arma haya sido retirada con posterioridad al suicidio por persona o personas animadas por motivos que se desconocen para hacer creer en un crimen alevoso. La hora de la muerte fue situada por el médico legista entre las doce de la noche y la una de la madrugada de ayer. Otro hecho que arroja duda sobre el caso es que la occisa había empacado perfectamente todas sus prendas y objetos personales, lo cual indica claramente su voluntad de llevar a cabo el viaje anunciado. Sólo se encontraron en la suite ocupada por la presunta suicida los enseres propios del servicio de hotelería, una pasta de dientes a medio usar, una caja nueva de servilletas sanitarias femeninas, la televisión, el tocadiscos y la colección de discos de 45 r.p.m. que según dicho del portero son de la propiedad del edificio. La revisión del contenido de las maletas no arrojó luz alguna sobre las circunstancias de la muerte. Los únicos documentos personales encontrados en la bolsa de viaje fueron un talonario de cheques de viajero, un boleto de avión ida y vuelta Tel Aviv-México-Tel Aviv usado en el trayecto de venida y confirmado para el regreso hoy vía Eastern Air Lines a Nueva York y vía El Al de la urbe de hierro a Roma y Tel Aviv. El pasaporte de la occisa la declara de nacionalidad israelita, nacida en Heidelberg, Alemania, contando con treinta y cinco años de edad y de nombre Sara Klein aunque la Embajada de Israel en ésta, interrogada a temprana hora por nuestro reportero en la persona de un segundo secretario, no quiso hacer comentario alguno y se negó a establecer la identidad de la desaparecida…

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