Liet se quedó aturdido un momento, pero enseguida recobró la compostura.
—Nos encontramos en un momento crítico de nuestra historia. Nuestros descendientes pensarán en este instante y dirán, o bien que tomamos la decisión correcta, o bien que fracasamos por completo. —Hizo una pausa, y después continuó—. Cuando el despertar de Dune se haga más evidente, será más difícil ocultar nuestro trabajo a los Harkonnen. El soborno en especia a la Cofradía será más cuantioso que nunca, para asegurar que todos los satélites meteorológicos y sistemas de observación pasen por alto nuestros tejemanejes.
Un murmullo recorrió la asamblea. Las semanas de discusión habían desembocado en esto.
Liet-Kynes intentó controlar sus emociones.
—Después de la traición que dio como resultado la destrucción de la base de contrabandistas situada en el polo sur, ya no confío en el intermediario que hemos utilizado durante años, el mercader de agua Rondo Tuek. Aunque ha abandonado el polo, aún sigue siendo nuestro contacto. Pero Tuek traicionó a Dominic Vernius, y podría vendernos con igual facilidad. No podemos seguir confiando en él. Exigiré una reunión personal con un representante de la Cofradía Espacial. Los fremen ya no confiarán en un intermediario. A partir de ahora, los acuerdos se establecerán entre nosotros y la Cofradía.
Liet siempre había considerado a Dominic Vernius un amigo y un mentor. El conde renegado merecía un sino mejor que el sufrido por culpa del mercader de agua. Hacía poco que Tuek había vendido sus minas de hielo a Lingar Bewt, su antiguo hombre de confianza, y regresado a Carthag. Al pensar en el problema de Tuek, Liet-Kynes ideó un plan para solucionar el asunto.
El planetólogo observó a lo largo y ancho de la cámara expresiones de fe absoluta que nunca había visto desde los días de su famoso padre. Había pasado mucho tiempo, y el joven Kynes había recorrido su propio camino. Sus aspiraciones coincidían con las de su predecesor, pero iban mucho más allá. Mientras que su padre había imaginado el florecimiento del planeta desierto, Liet consideraba que los fremen eran los administradores de Dune.
No obstante, para alcanzar la grandeza, antes debían liberarse de las cadenas Harkonnen.
El cuerpo humano es un almacén de reliquias del pasado: el apéndice, el timo y (en el embrión) una estructura de agallas. Pero la mente inconsciente es todavía más desconocida. Se ha ido construyendo a lo largo de millones de años y representa una historia a lo largo de sus huellas sinápticas, algunas de las cuales no parecen ser útiles en los tiempos modernos. Es difícil descubrir todo lo que reside ahí.
De un simposio secreto Bene Gesserit sobre la Otra Memoria
Ya entrada la noche, mientras las auroras todavía ardían en el cielo, una insomne Anirul entró en los aposentos austeros y gélidos que había utilizado la anterior Decidora de Verdad del emperador, Lobia. Habían transcurrido casi dos meses desde el fallecimiento de la anciana, y sus habitaciones seguían sin vida y lóbregas, como una tumba.
Aunque Lobia debía estar ahora en la Otra Memoria, tras haberse unido a las multitudes que habitaban en su mente, el espíritu de la anciana Decidora de Verdad aún no había emergido. Anirul se sentía agotada por el esfuerzo de intentar localizarla, pero algo la impulsaba a seguir adelante.
Anirul necesitaba una amiga y una confidente, y no se atrevía a hablar con nadie más, y mucho menos con Jessica, que no sabía nada de su destino. Anirul tenía a sus hijas, y aunque estaba orgullosa de la inteligencia y las aptitudes de Irulan, no se atrevía a abrumar con tal conocimiento a la niña. Irulan no estaba preparada. No, el programa de reproducción del Kwisatz Haderach era demasiado secreto.
Pero Lobia, si al menos pudiera localizarla en la Otra Memoria, sería de gran ayuda.
¿Dónde estás, vieja amiga? ¿He de gritar y despertar a todas las que hay en mi interior? Temía dar ese paso, pero tal vez valía la pena correr el riesgo. Lobia, háblame.
Había cajas vacías amontonadas a lo largo de una pared de la gélida habitación, pero Anirul aún no había empaquetado las escasas posesiones de la Decidora de Verdad fallecida para luego enviarlas a Wallach IX. Como Gaius Helen Mohiam había preferido otros aposentos donde instalarse, estas habitaciones podrían seguir vacías durante años en la inmensidad del palacio sin que nadie se diera cuenta.
Anirul recorrió las austeras habitaciones, respiró el frío aire como si esperara sentir espíritus a su alrededor. Después, tomó asiento ante un pequeño escritorio de tapa corrediza y activó su diario sensorial-conceptual con el anillo de piedras soo de su mano. El diario flotó en el aire, visible tan solo para ella. Parecía un lugar apropiado para que Anirul organizara sus pensamientos.
Estaba segura de que Lobia daría su aprobación.
—¿Verdad, vieja amiga?
El sonido de su voz la sobresaltó, y Anirul guardó silencio de nuevo, sorprendida de haber empezado a hablar consigo misma.
El diario virtual estaba abierto delante de ella, a la espera de más palabras. Se calmó, abrió su mente, utilizó técnicas Prana-Bindu para estimular sus pensamientos. Exhaló lentamente aire por la nariz.
Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Anirul, temblorosa, ajustó su metabolismo hasta que no sintió frío. Cuatro globos luminosos sin adornos, cercanos al techo, se apagaron y volvieron a encenderse, como si una misteriosa corriente de energía hubiera surcado el aire. Cerró los ojos.
La habitación aún olía a Lobia, un reconfortante olor a moho. También persistía la energía psíquica de la difunta Decidora de Verdad.
Anirul cogió una pluma estilográfica de aspecto inocuo de su receptáculo, la sujetó con ambas manos y se concentró. Lobia había utilizado con frecuencia este instrumento cuando enviaba transmisiones codificadas a la Escuela Materna, donde había sido profesora durante años. Las huellas dactilares de la anciana seguían en la pluma, junto con células de la piel desprendidas y aceites corporales.
Pero la pluma estilográfica era un método de escribir primitivo, y no servía para su diario sensorial-conceptual. Anirul convocó una pluma sensorial y la alzó ante las páginas etéreas.
En el silencio de la noche, en el lugar donde Lobia había pasado tantas horas de su vida, Anirul quiso describir su amistad con la Decidora de Verdad, documentar la sabiduría que le había transmitido. Entró una fecha codificada en las páginas sin papel con trazos vigorosos.
Después, su mano titubeó. Sus turbulentos pensamientos adoptaron un tono sombrío, bloquearon el flujo de palabras que deseaba escribir. Se sentía como una niña en la Escuela Materna, enfrentada a un trabajo difícil pero incapaz de dominar sus pensamientos porque la censora superiora la estaba mirando, escudriñaba hasta el último de sus movimientos.
Los globos luminosos se atenuaron de nuevo, como si pasaran sombras ante ellos. Anirul se volvió con brusquedad, pero no vio nada.
Volvió a concentrar su mente cansada en el diario y se dispuso a terminar lo que había venido a hacer. Solo logró completar dos frases, antes de que sus pensamientos volvieran a derivar como cometas mecidas por el viento.
Tenues susurros fantasmales invadieron el aposento.
Imaginó a Lobia sentada a su lado, impartiendo sabiduría, dándole consejos. En una de sus numerosas conversaciones, la anciana había explicado cómo la habían elegido para ser Decidora de Verdad, cómo había demostrado más capacidad que cientos de otras hermanas. Sin embargo, en el fondo de su corazón, Lobia habría preferido continuar en la Escuela Materna, cuidar de los huertos, una tarea de la que ahora se encargaba la reverenda madre Thora. Una Bene Gesserit realizaba las tareas que le encomendaban, pese a sus deseos personales.
Como casarse con un emperador.
Lobia había encontrado tiempo para reprender a las hermanas destinadas en palacio, incluso a la propia Anirul. La mujer agitaba el dedo índice para subrayar cada punto. Anirul, con los ojos cerrados, recordó la risa de Lobia, una mezcla entre un cloqueo y un resoplido que sonaba de improviso.
Las dos mujeres no habían sido íntimas al principio de su relación, y habían tenido algunas fricciones en lo tocante al acceso al emperador. Anirul se sentía intranquila y frustrada cada vez que veía a su marido y a Lobia enfrascados en una larga conversación privada. Al darse cuenta, Lobia le había dicho con una sonrisa, «Shaddam ama las riendas de su poder mucho más que a cualquier mujer, mi señora. No está interesado en mí, sino en lo que le digo. El emperador siempre está preocupado por sus enemigos y quiere saber si le están mintiendo, conspirando para arrebatarle el poder, la salud, incluso la vida».
A medida que pasaban los años y Anirul no le daba ningún heredero varón, Shaddam se había distanciado más y más de ella. No tardaría mucho en deshacerse de ella y conseguir otra esposa que le diera un hijo varón. Su padre, Elrood, lo había hecho muchas veces.
Pero, sin que Shaddam lo supiera, Anirul ya había introducido un agente indetectable en su marido, durante una de sus infrecuentes sesiones sexuales.
Después de cinco hijas, nunca engendraría otro hijo; el emperador era estéril, ahora que Anirul y él habían servido a los propósitos de la Hermandad. Shaddam IV se había acostado con suficientes mujeres para haber adivinado lo que sucedía, pero jamás pensaría que era él quien fallaba, cuando podía arrojar las culpas a otra persona…
Anirul abrió los ojos y escribió furiosamente con la pluma virtual, pero se detuvo de nuevo, pues creyó haber oído algo. ¿Alguien que hablaba en el pasillo? ¿Pasos sigilosos? Escuchó con atención, pero no oyó nada más.
Dio vueltas en la mano al instrumento virtual…, y oyó los ruidos de nuevo, esta vez más fuertes, como si hubiera gente dentro de la habitación. Los susurros compusieron fragmentos de frases incomprensibles, y después enmudecieron. Anirul registró los armarios vacíos, los baúles, cualquier lugar donde pudiera haber alguien escondido.
Nada, una vez más.
Las voces aumentaron de intensidad, y Anirul reconoció por fin sobresaltada un nuevo clamor de la Otra Memoria, una oleada ingobernable. Jamás había experimentado algo semejante, y se preguntó qué la había desencadenado. ¿Su propia búsqueda? ¿El torbellino de sus pensamientos preocupados? Esta vez, daba la impresión de que las voces la rodeaban, al tiempo que parecían brotar de su interior.
Los ecos aumentaron de volumen, como si estuviera en una habitación llena de hermanas enfurecidas, pero no vio a ninguna ni pudo entender sus conversaciones superpuestas. Cada una tenía algo que decir, pero las palabras eran confusas, contradictorias.
Anirul pensó por un momento en huir de la habitación vacía de Lobia, pero desechó la idea. Si la multitud de su interior intentaba ponerse en contacto con ella, o trataba de decir algo importante, necesitaba averiguar qué era.
—¿Lobia? ¿Estás ahí?
En respuesta, la tormenta de palabras derivó como una nube fantasmal. Las voces se apagaron y alzaron otra vez, como señales mal sintonizadas que pugnaran por abrirse paso entre una descarga de estática. Algunas de las mujeres muertas chillaban para hacerse oír por encima de las demás, pero Anirul no entendía nada. Daba la impresión de que gritaban los diversos nombres del Kwisatz Haderach en muchos idiomas.
De pronto, todos los sonidos se apaciguaron, un silencio inquietante resonó en la cabeza de Anirul, y notó un nudo en el estómago.
Contempló el diario sensorial-conceptual que aún flotaba sobre el escritorio. La vez anterior que había detectado agitación en la Otra Memoria, también estaba escribiendo en su diario. En esa ocasión, se había zambullido en la vorágine, pero una neblina remolineante le había impedido avanzar.
Las dos experiencias eran diferentes, pero había recibido el mismo mensaje. Algo inquietante anunciaban las voces clamorosas de sus antepasadas. Esta vez, las voces incomprensibles sonaban más angustiadas todavía.
Si no descubría por qué, su vida, o peor aún, el programa del Kwisatz Haderach, que era todo el motivo de su existencia, podía correr un grave peligro.
En cuanto has explorado un miedo, resulta menos aterrador. Parte de la valentía procede de ampliar nuestro conocimiento.
Duque L
ETO
A
TREIDES
Mientras el viento del atardecer arreciaba sobre el mar de Caladan, Leto apoyó los codos en una mesa del balcón. Le gustaba sentarse fuera y respirar el aire salado, contemplar los bancos de nubes de tormenta que corrían sobre las olas encrespadas. Las grandes tormentas marinas eran aterradoras y gloriosas al mismo tiempo, recordaban los torbellinos del Imperio, y los que azotaban su corazón. Le recordaban lo insignificante que era un simple duque enfrentado a fuerzas más poderosas que él.
Al otro lado de la mesa, de cara a la pared de piedra, el príncipe Rhombur no sentía el frío con su cuerpo de cyborg. Estudiaba un adornado tablero de keops, un juego de estrategia en forma de ajedrez piramidal que Leto había jugado a menudo con su padre.
—Te toca mover, Leto.
El tazón de té del duque se había enfriado, pero tomó un sorbo. Movió su pieza de vanguardia, un guerrero cymek que iba a detener el avance del sacerdote negro de su oponente.
—También lo digo en otro sentido. —Rhombur tenía la vista clavada en las antiguas paredes de piedra—. La Bene Gesserit se ha negado a entregarte la nave invisible, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados. Ahora que Thufir y Gurney han vuelto con su informe, contamos con todos los datos que necesitamos. Ha llegado el momento de pasar a la acción y reconquistar mi planeta. —Una sonrisa infantil apareció en su cara surcada de cicatrices—. Y ahora que Jessica se ha ido, necesitas algo útil en qué ocuparte.
—Puede que tengas razón.
Leto miró hacia el mar, sin sonreír por la broma. Desde la explosión del dirigible, había buscado un objetivo que le mantuviera ocupado. El ataque de castigo a Beakkal había sido un buen primer paso, pero no era suficiente. Aún se sentía tan solo una fracción de hombre…, como Rhombur.
—De todos modos, debo pensar en el bienestar de mi pueblo —dijo Leto con aire pensativo—. Muchos de mis soldados morirían en un ataque contra Ix, y también hemos de tener en mente la seguridad de Caladan. Si el ataque fracasara, los Sardaukar se nos lanzarían al cuello. Quiero salvar tu planeta, no perder el mío.