La Casa Corrino (32 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Casa Corrino
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Pero Duncan ya no estaba allí.

El maestro espadachín siguió rodando y bajó por el extremo opuesto de la mesa, gateó bajo el pesado mueble y saltó detrás de Leto. El duque retrocedió, sin dejar de plantar cara a su contrincante, los dos sonreían.

Duncan atacó con sus cuchillos, siempre en el perímetro del semiescudo, pero Leto paró sus estocadas con la espada corta y el cuchillo.

—Estás distraído, duque Atreides. Echas demasiado de menos a tu mujer.

Ya lo creo. Pero nunca lo demostraré. Sus espadas entrechocaron. Ni siquiera ante ti, Duncan.

Leto hizo una finta con la espada corta, y después atravesó el escudo con su mano desnuda y agarró la túnica verde de Duncan, solo para demostrar que podía tocar a su oponente. El maestro espadachín, sorprendido, lanzó una cuchillada a los ojos de Leto para soltarse y saltó sobre una silla. El pesado asiento se tambaleó, pero Duncan mantuvo el equilibrio de puntillas.

Un criado de expresión ingenua entró en el salón con una bandeja de aperitivos. Leto le indicó con un ademán que les dejara en paz, y Duncan eligió aquel momento para lanzarse hacia él. Esta vez no utilizó cuchillos, sino que golpeó el escudo del duque con el suyo para derribarle sobre la mesa. El sirviente salió corriendo, pero consiguió no tirar la bandeja.

—Nunca te permitas distracciones, Leto. —Duncan recuperó el aliento y retrocedió—. Tus enemigos intentarán distraerte para desviar tu atención. Entonces, atacarán.

Leto, jadeante, sintió que el sudor corría entre su pelo.

—¡Basta! Me has vuelto a ganar.

Desconectó el semiescudo, y el maestro espadachín envainó con orgullo sus dos armas, y luego ayudó al duque a levantarse.

—Pues claro que te he ganado —dijo Duncan—. Pero me has engañado varias veces. Una táctica muy interesante. Estáis aprendiendo, señor.

—Algunos no podemos permitirnos el lujo de pasar ocho años en Ginaz. Todavía sigue en pie mi oferta de que tu compañero Hiih Resser venga a Caladan. Si lucha la mitad de bien que tú, sería un complemento estupendo para la guardia de la Casa Atreides.

Duncan adoptó una expresión preocupada.

—He sabido muy poco de él desde que volvió a la Casa Moritani. Yo temía que los grumman le matarían cuando regresara, pero parece que ha sobrevivido. Creo que forma parte de la guardia personal del vizconde.

Leto se secó el sudor de la frente.

—Parece evidente que es más fuerte y listo que antes. Solo espero que no se haya corrompido.

—No es fácil corromper a un maestro espadachín, Leto.

Thufir Hawat estaba de pie en la puerta del salón, observando. Ahora que la sesión de entrenamiento había terminado, el mentat entró y dedicó a su señor una breve reverencia. Su forma nervuda proyectaba reflejos distorsionados sobre las paredes de obsidiana azul.

—Estoy de acuerdo con vuestro maestro espadachín, mi duque, en que lucháis mejor. Sin embargo, me gustaría aportar mi experiencia en tácticas y recordaros que distracciones y diversiones son armas de doble filo.

Leto se dejó caer sobre una silla, mientras Duncan devolvía el candelabro caído a la mesa.

—¿Qué quieres decir, Thufir?

—Soy vuestro jefe de seguridad, mi duque. Mi principal preocupación es manteneros con vida y proteger a la Casa Atreides. Os fallé cuando no impedí la explosión del dirigible, al igual que fallé a vuestro padre en la plaza de toros.

Leto se volvió para mirar la cabeza del monstruoso animal que había matado al viejo duque.

—Ya sé lo que vas a decir, Thufir. No quieres que vaya a pelear a Ix. Preferirías que hiciera algo menos peligroso.

—Quiero que ejerzáis de duque, mi señor.

—Estoy completamente de acuerdo —dijo Duncan—. Rhombur ha de estar presente en la batalla para que su pueblo le vea, pero tú has de plantar cara al Landsraad. Creo que esa batalla puede ser aún más dura.

Leto miró a sus dos asesores militares.

—Mi padre estuvo en primera línea cuando la revuelta ecazi, y también Dominic Vernius.

—Eran otros tiempos, mi duque. Y Paulus Atreides no siempre escuchaba los consejos. —Hawat lanzó una mirada significativa hacia la cabeza del toro salusano—. Tenéis que lograr una victoria a vuestra manera.

Leto alzó la espada corta sobre un hombro, sosteniendo la empuñadura como si fuera un cuchillo, y la lanzó. La hoja giró en el aire.

El mentat abrió los ojos de par en par, y Duncan lanzó una exclamación ahogada cuando la espada se hundió en la garganta escamosa del toro. El arma vibró en el aire.

—Tienes razón, Thufir. Me interesan más los resultados que las apariencias. —Complacido consigo mismo, Leto se volvió hacia sus consejeros—. Debemos asegurarnos de que todo el Imperio aprenda la lección que dieron los Atreides en Beakkal. Sin advertencias. Sin piedad. Sin ambigüedades. No soy un hombre con el que se pueda jugar.

45

No existen hechos, solo postulados de observación en un eterno batiburrillo regenerativo de predicciones. La realidad del consenso exige un marco inamovible de referencia. En un universo infinito, de múltiples niveles, no puede existir estabilidad, y por tanto, ninguna realidad de consenso absoluta. En un universo relativista, parece imposible poner a prueba la fiabilidad de un experto pidiéndole que se ponga de acuerdo con otro experto. Ambos pueden estar en lo cierto, cada uno en su propio sistema de inercia.

Libro Azhar
de la Bene Gesserit

En el ala de lady Anirul del palacio imperial, la reverenda madre Mohiam entró en el apartamento de Jessica sin llamar.

Al presentir la presencia de la anciana, Jessica alzó la vista del escritorio de tapa corredera, donde había estado escribiendo en el diario encuadernado con pergamino que Anirul le había regalado. Dejó la pluma sobre la mesa y cerró el volumen.

—¿Sí, reverenda madre?

—Nuestra agente Tessia acaba de llamar mi atención sobre un hecho —dijo Mohiam, con el tono de una maestra de escuela disgustada.

Era un tono que Jessica había oído muchas veces en los labios de la censora superior. Mohiam podía demostrar compasión y bondad cuando estaba complacida con su estudiante, pero también era implacable.

—Esperábamos que concibieras una hija Atreides, obedeciendo las órdenes. ¿Tengo entendido que has sido la amante del duque durante tres años? ¡Tres años te daban muchas oportunidades de quedar embarazada! Solo puedo suponer que te has negado de manera intencionada a seguir nuestras instrucciones. Me gustaría saber por qué.

Aunque su corazón dio un vuelco, Jessica sostuvo la mirada de Mohiam sin pestañear. Se lo esperaba, pero aun así volvió a sentirse como una niña pequeña, destrozada por la decepción que su maestra siempre era capaz de demostrar.

—Lo siento, reverenda madre.

Mientras Jessica veía moverse los labios arrugados, recordó cómo Mohiam la había observado, estudiado todos sus movimientos mientras la sometía a la prueba del gom-jabbar. La aguja envenenada, la caja de dolor. Con aquella aguja apoyada en el cuello de Jessica, Mohiam habría podido matarla en una fracción de segundo.

—Te ordenaron que concibieras una niña. Tendrías que haberte quedado embarazada la primera vez que te acostaste con él.

Jessica consiguió mantener la voz firme, sin tartamudeos ni vacilaciones.

—Existen motivos, reverenda madre. El duque estaba amargado por su concubina Kailea, y sufría muchos problemas políticos. Un hijo inesperado en aquel momento habría supuesto una gran carga para él. Más tarde, la muerte de su hijo Victor le destrozó.

La anciana no demostró la menor compasión.

—¿Lo bastante para alterar la calidad de su esperma? Eres una Bene Gesserit. Creo que te he enseñado bastante bien. ¿En qué estabas pensando, hija?

Mohiam siempre ha sido una experta en manipular mis sentimientos. Ahora lo está haciendo.
Jessica se acordó que la Hermandad se enorgullecía de comprender lo que significaba ser humano.
¿Qué acto más humano habría podido llevar a cabo que dar un hijo al hombre que amo?

Se negó a ceder, y habló de una forma que sin duda pillaría por sorpresa a su antigua maestra.

—Ya no soy vuestra estudiante, reverenda madre, de manera que haced el favor de no hablarme de una forma tan condescendiente.

La respuesta hizo enmudecer a Mohiam.

—El duque no estaba preparado para otro hijo, y tenía acceso a sus propios métodos anticonceptivos. —
No es una mentira, solo una distracción
—. Ahora estoy embarazada. ¿A qué viene reprenderme? Puedo tener tantas hijas como queráis.

La reverenda madre lanzó una áspera carcajada, pero su expresión se suavizó.

—¡Testaruda muchacha!

Salió al pasillo, presa de una mezcla de emociones. Respiró hondo para calmarse y se alejó. Su hija secreta tenía una vena rebelde y desafiante. Mohiam decidió que debía de ser la sangre Harkonnen que corría por sus venas…

En la residencia de Arrakeen, lady Margot Fenring observaba con los ojos penetrantes de una Bene Gesserit a la criada fremen, mientras hacía las maletas metódicamente para el largo viaje a Kaitain. La mujer, Mapes, carecía de sentido del humor y de personalidad, pero trabajaba con ahínco y obedecía las instrucciones.

—Trae mis vestidos rosa immiano, los conjuntos melocotón y azafrán, y el vestido lavanda para las apariciones diarias en la corte —ordenó Margot—. Y también esas prendas de sedafilm cambiante para las noches, cuando el conde Fenring vuelva de su viaje de negocios.

Mientras hablaba, escondió una hoja de pergamino imperial a los ojos de la criada. —Sí, mi señora.

Sin una sonrisa o un fruncimiento de ceño, la mujer seca y enjuta dobló la delicada ropa interior y la guardó con los demás objetos de Margot.

Casi con toda seguridad, esta mujer endurecida del desierto sabía más sobre lady Fenring de lo que parecía. Años antes, al anochecer, Mapes la había guiado hasta un sietch oculto en las montañas, para que viera a la Sayyadina, el equivalente fremen de una reverenda madre. Después, todo el sietch había desaparecido. Mapes no había vuelto a decir ni una palabra sobre el incidente, y había esquivado las preguntas.

El conde Fenring había vuelto a marchar, y Margot sabía que su marido había ido en secreto al planeta prohibido de Ix, aunque él estaba convencido de que le ocultaba todos sus movimientos furtivos. Ella dejaba que lo creyera, porque fortalecía su matrimonio. En un universo de secretos, Margot también guardaba los suyos.

—Prepara la cena pronto —ordenó Margot—. Y prepárate a partir conmigo dentro de dos horas.

Mapes cerró las abultadas maletas y las llevó hacia la puerta sin usar el sistema de flotación ingrávida.

—Preferiría quedarme aquí, mi señora, en lugar de hacer un viaje a través del espacio.

Margot frunció el ceño, y no le dio pie a seguir discutiendo.

—Sin embargo, me acompañarás. Muchas damas de la corte sentirán curiosidad al ver a una mujer que ha vivido siempre en un contacto tan íntimo y continuado con la especia. Verán tus ojos azules sobre fondo azul y pensarán que son bonitos.

Mapes dio media vuelta.

—Tengo trabajo aquí. ¿Para qué perder el tiempo con idiotas pretenciosos? Margot rió.

—Porque será beneficioso para los cortesanos ver a una mujer que sabe trabajar. ¡Eso sí que será un espectáculo exótico para ellos!

La criada salió con las dos maletas, ceñuda.

Cuando Mapes desapareció de su vista, Margot volvió a tocar la hoja de pergamino imperial que un correo le había entregado. Recorrió las protuberancias codificadas con las yemas de los dedos, en busca de más sutilezas en el breve mensaje de lady Anirul.

«Necesitamos tus ojos aquí, en el palacio. Jessica y su hija casi resultaron muertas en un intento de asesinato contra el emperador. Hemos de velar por su seguridad. Da cualquier excusa, pero ven pronto».

Margot deslizó la nota en un bolsillo de su vestido, y después se ocupó de los últimos detalles.

46

La política es el arte de aparentar sinceridad y franqueza, al tiempo que se oculta todo lo posible.

La opinión Bene Gesserit sobre los estados

Desde su nombramiento como ministro imperial de la Especia, el conde Hasimir Fenring había pasado más tiempo a bordo de cruceros que nunca. Había dejado a Margot en Arrakeen aquella misma mañana, haciendo las maletas para pasar unas vacaciones en Kaitain. Consentía de buen grado que su hermosa esposa hiciera viajes de placer.

Pero Fenring tenía un trabajo importante que hacer, ocuparse de los negocios del emperador. En Ix, Hidar Fen Ajidica tendría que tenerlo todo terminado, preparado para la prueba más importante de todas.

Durante aquellos tediosos viajes, con todas las paradas y retrasos, Fenring no descuidaba sus artes asesinas. Tan solo unos momentos antes, en la sala de abluciones privada de la fragata, Fenring se había calzado guantes negros de caballero, cerrado con llave la puerta y estrangulado a uno de los irritantes vendedores wayku.

«Ocultar la hostilidad requiere una gran habilidad», había dicho un antiguo sabio. ¡Cuán ciertas eran sus palabras!

Fenring había dejado el cadáver en un lavabo cerrado, rodeado de sus mediocres y carísimos productos. Cuando otro usuario descubriera el cuerpo, sin duda se apoderaría de ellos e intentaría venderlos a algún pasajero desprevenido…

Calmadas sus frustraciones de momento, el conde descendió en una lanzadera hasta Ix, acompañado de algunos comerciantes y suministradores autorizados de recursos industriales. La pequeña nave aterrizó en el nuevo espaciopuerto de Xuttuh, fuertemente custodiado, un amplio saliente situado en el borde de un cañón.

De pie sobre las losas de un amarillo bilioso, Fenring percibió el olor inconfundible de muchos tleilaxu juntos. Meneó la cabeza, asqueada. La capacidad constructora de los hombrecillos era penosa, y abundaban las pruebas de su ineptitud. Un sistema de megafonía anunciaba la llegada y partida de las lanzaderas. Algunos forasteros, mucho más altos, entregaban suministros y regateaban con los gerentes. No había ningún Sardaukar a la vista.

Fenring se encaminó hacia las barreras de seguridad, apartó a codazos a dos amos tleilaxu, sin hacer caso de sus protestas, y después esquivó un charco de agua que caía del techo.

Después de teclear sus códigos de alto nivel y demostrar su identidad, enviaron de inmediato mensajeros al complejo de investigaciones. Fenring no se apresuró. Hidar Fen Ajidica no tendría tiempo de esconderlo todo.

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