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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Casa Corrino (49 page)

BOOK: La Casa Corrino
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Un crucero depositó la flota imperial en la estación de tránsito de Sansin, un centro de asteroides próximo y nudo comercial del sistema estelar de Liabic, que incluía a Beakkal en su sol primario azul.

A las órdenes del Supremo Bashar Zum Garon, las naves de guerra permanecieron en la estación de tránsito: cruceros de batalla, naves de observación, trituradores y transportes de tropas, todos destinados a converger sobre Beakkal en un aterrador despliegue de poder. Shaddam había ordenado que los Sardaukar dejaran claras sus intenciones…, sin darse la menor prisa.

Cuando la red defensiva de satélites del planeta detectó su acercamiento, las alarmas planetarias se dispararon. Los habitantes de Beakkal fueron presa del pánico. Muchos se dirigieron a los refugios subterráneos, mientras otros huían a la selva profunda.

En un esfuerzo inútil, el primer magistrado ordenó a su fuerza militar particular que lanzara naves de guerra y formara una red defensiva orbital. Las naves despegaron a toda prisa con el personal disponible. Más tropas se reagruparon en las guarniciones planetarias, una segunda ola defensiva.

—Cuando el duque Leto Atreides atacó, nos pilló desprevenidos —dijo el primer magistrado en una alocución pública—. Ya sabemos que el emperador Shaddam arrasó Zanovar y destruyó la luna richesiana. —Intuía el miedo de su pueblo. ¡Pero nosotros no permitiremos que nos lleven como ovejas al matadero! Es posible que nuestro planeta no pueda resistir un ataque Sardaukar, pero lo pagarán caro.

Todavía estacionada en Sansin, la flota imperial procedió con ominosa determinación.

—Por orden del emperador Shaddam IV —retransmitió el Supremo Bashar, con su típica concisión—, este planeta se halla bajo asedio por el delito de acumulación ilegal de melange. Este bloqueo se prolongará hasta que vuestro gobernante confiese sus delitos o demuestre su inocencia.

No transmitió más advertencias ni ultimátums.

La flota Sardaukar concedió a la población más de un día para alimentar su terror. Durante ese tiempo, el primer magistrado pronunció cinco discursos, algunos indignados, otros en los que suplicaba clemencia a Shaddam.

El líder beakkali y sus ministros discutieron el problema a puerta cerrada. El primer magistrado, un hombre corpulento de bigote rojo y barba rubia frondosa, estaba sentado en el centro ahuecado de una mesa redonda de conferencias, con los ministros sentados a su alrededor. Ataviado con la toga verde oscuro propia de su cargo, giraba la silla para poder ver a toda la gente que hablaba, pero casi todo el rato tenía la vista clavada en la lejanía, abrumado por un presagio funesto.

Los ministros vestían pantalones ajustados y túnicas blancas con símbolos rúnicos en los cuellos, que daban cuenta de su rango e identidad.

—¡Pero no tenemos una reserva de melange ilegal! Se ha gastado toda —dijo una ministra, una mujer de voz ronca—. Nos han… acusado, pero el emperador no puede demostrar lo que afirma. ¿Cuáles son sus pruebas?

—¿Qué más da? —dijo otro—. Sabe que lo hicimos. Además, tendríamos que haber pagado impuestos al emperador. Un soborno todavía equivale a ingresos.

Los ministros discutieron alrededor de la mesa a voz en grito.

—Si lo que busca en realidad la Casa Corrino son impuestos, ¿no podemos calcular el valor de la melange y ofrecernos a pagar una generosa multa? A plazos, por supuesto.

—Pero los edictos contra la acumulación ilegal de especia abarcan más que el impago de impuestos. Atacan el corazón de la colaboración entre las Casas Grandes y Menores, impiden que cualquier Casa se haga demasiado independiente de las demás, algo excesivamente peligroso para la estabilidad de la CHOAM.

—En cuanto los Sardaukar nos aislen, quedaremos atrapados aquí y moriremos de hambre. Nuestro planeta no es autosuficiente.

El primer magistrado percibió el olor de su miedo y echó un vistazo a una pantalla que mostraba la posición de la flota imperial.

—Señor, dos naves grandes de suministro han llegado a la estación de tránsito de Sansin, cargadas de alimentos —informó un ministro detrás de él—. Tal vez deberíamos requisarlas. Pertenecen a una Casa Menor poco conocida, nada de qué preocuparse. Podría ser nuestra última oportunidad durante mucho tiempo.

—Hacedlo —dijo el primer magistrado, al tiempo que se levantaba para indicar el fin de la reunión—. Algo es algo. Vamos a ver qué podemos hacer para aumentar nuestras posibilidades.

Justo antes de la llegada de la flota amenazadora, tropas beakkali abordaron y confiscaron las dos naves de suministros.

Cuando las fuerzas Sardaukar entraron en órbita alrededor de Beakkal, no atacaron a las fuerzas defensivas. El Supremo Bashar ordenó a sus naves que mantuvieran la distancia, como guardianes ominosos que rechazarían el acceso a Beakkal, o a los asteroides cercanos, a cualquier nave.

El éxito de la operación animó al primer magistrado, un hombre de altibajos emocionales.

—Les esperaremos —declaró en otro discurso, pronunciado en un estrado al aire libre. Ataviado con su toga verde habitual, se había afeitado la barba como símbolo de austeridad—. Tenemos provisiones, tenemos trabajadores, tenemos recursos propios. ¡Las acusaciones son falsas!

La multitud le vitoreó, pero sumida en una gran angustia.

—El emperador yacerá en su tumba mucho antes de que nos rindamos.

El líder beakkali alzó un puño en el aire, y su pueblo aplaudió. Las fuerzas Sardaukar aguardaban, un nudo que se iba apretando alrededor del ecuador planetario.

76

Error, accidente y caos son los principios persistentes del universo.

Anales históricos imperiales

—Hace años que no jugamos a bola-escudo, Hasimir —dijo Shaddam mientras se inclinaba sobre el aparato, complacido de haber acumulado más puntos que Fenring. Estaban en los aposentos privados del emperador, en el nivel superior del palacio imperial.

El conde, distraído, se alejó de la mesa de juego y caminó hacia el balcón. En el pasado, Shaddam y él habían planeado muchas conspiraciones juntos, mientras practicaban este mismo juego…, como la idea de fabricar un sustituto de la especia. Ahora, conocedor de la traición del investigador jefe tleilaxu y su asesino Danzarín Rostro, Fenring se arrepentía de todo el plan. Por otra parte, las pruebas de los cruceros se le antojaban un desastre total.

Pero el emperador no quería saber nada de eso.

—Imaginas cosas —dijo—. He recibido un informe de la Cofradía, y han descubierto especia contaminada procedente de una reserva ilegal de Beakkal. Están convencidos de que este insidioso envenenamiento ha sido la causa de los accidentes recientes. No ha sido tu amal.

—Pero no podemos estar seguros, señor, ¿ummm? La Cofradía no entregará las descripciones de los cruceros perdidos. Considero sospechoso que dos naves grandes sufrieran fatales accidentes después de que yo…

—¿Qué relación puede existir entre Beakkal y las investigaciones de Ajidica? —El emperador parecía exasperado—. ¡Ninguna! —Los optimistas informes del investigador jefe, junto con las repetidas garantías del comandante Cando Garon, le habían convencido por completo sobre la viabilidad de la especia sintética—. ¿Has visto alguna vez, en tus inspecciones del trabajo de los tleilaxu, pruebas concretas de que el amal no funciona como Ajidica afirma?

—No…, señor.

—Pues deja de buscar excusas, Hasimir, y déjame jugar. —El mecanismo del juego zumbó, y el emperador retiró una varilla de guía. La bola rebotó y chisporroteó cuando atravesó el complicado laberinto de componentes. Shaddam logró otro tanto y rió—. Te reto a superar esto.

Los ojos de Fenring destellaron.

—Habéis estado practicando, Shaddam, ¿ummm? ¿Los asuntos imperiales no os tienen bastante ocupado?

—Hasimir, no seas mal perdedor.

—Aún no he perdido, señor.

Auroras color pastel brillaban en los cielos nocturnos de Kaitain. El emperador Padishah había ordenado hacía poco lanzar satélites que contenían gases extraños, los cuales eran ionizados por partículas del viento solar, para así potenciar los colores de las constelaciones. Le gustaba iluminar el cielo.

Fenring volvió al aparato.

—Me alegro de que no decidierais aplastar Beakkal como hicisteis en Zanovar. Un asedio es mucho más apropiado, puesto que las pruebas no son lo bastante, ummm, abrumadoras para dar una respuesta más enfática. Lo más probable es que Beakkal haya gastado su reserva en otras cosas.

—Las pruebas son suficientes, sobre todo si tenemos en cuenta la contaminación que provocó los accidentes de los cruceros. —Shaddam indicó el aparato, pero Fenring no hizo uso de su turno—. El que hayan gastado toda su reserva ilegal no significa que no violaran los preceptos imperiales.

—Ummm, pero si no obtenéis una generosa recompensa en forma de melange, no podréis sobornar a la Cofradía y la CHOAM para que apoyen vuestra política. Una mala inversión en violencia, ¿ummm?

Shaddam sonrió.

—Ahora comprenderás por qué he tenido que ser mucho más sutil en este caso.

Los ojos de Fenring se dilataron de preocupación, pero se abstuvo de comentar el alcance de la sutileza de Shaddam.

—¿Hasta cuándo se va a prolongar este bloqueo? Habéis dejado claras vuestras intenciones, les habéis dado un susto de muerte. ¿Qué más necesitáis?

—Ay, Hasimir, mira y aprende. —Shaddam paseó alrededor de la mesa como un niño entusiasmado—. Pronto quedará claro que el bloqueo es fundamental. No hago esto solo para impedir que la Casa Beakkal obtenga suministros del exterior. No, la cuestión es mucho más complicada. Yo no destruiré su planeta…, ellos lo harán.

Fenring estaba cada vez más alarmado.

—Tal vez, ummm, tendríais que haberme consultado antes de llevar a la práctica vuestros planes, señor.

—Soy capaz de trazar planes magníficos sin tu ayuda.

Aunque Fenring no estaba de acuerdo con la afirmación, decidió que no valía la pena discutir. Volvió al juego, pensativo, lanzó otra bola, manipuló las varillas con dedos hábiles, y obtuvo una puntuación baja a propósito. No era el momento de demostrar sus habilidades al emperador.

Shaddam continuó, con creciente entusiasmo.

—Cuando mis Sardaukar informaron a Beakkal del inminente asedio, el primer magistrado envió naves a Sansin con el fin de proveerse de alimentos. Como un pirata, requisó dos naves cargadas de provisiones que estaban esperando allí. Tal como yo esperaba.

—Sí, sí. —Fenring tamborileó con los dedos sobre la mesa, sorprendido de que Shaddam no se apresurara a aprovechar su turno—. Y vuestras naves permitieron que se apoderaran de cargamento suficiente para alimentar a Beakkal durante unos seis meses. Una forma bastante inepta de imponer un asedio, ¿ummm?

—Cayeron en mi trampa —dijo Shaddam—. El primer magistrado comprenderá muy pronto el verdadero plan. Oh, sí. Muy pronto.

Fenring se sentó, a la espera.

—Por desgracia, las dos naves de provisiones que robó iban cargadas de cereales y productos deshidratados contaminados.

Golpe por golpe, considerando lo que hicieron con la especia que vendieron a la Cofradía.

Fenring parpadeó.

—¿Contaminados? ¿Con qué?

—Pues con un terrible agente biológico que mandé estudiar bajo condiciones controladas a un planeta lejano. Por razones de seguridad, las provisiones contaminadas fueron cargadas y transportadas con la mayor discreción para no provocar la alarma.

Fenring sintió un escalofrío, pero Shaddam se sentía muy orgulloso de su inteligencia.

—Ahora que el primer magistrado ha robado este cargamento para Beakkal, con él viaja un agente biológico que destruirá el cinturón selvático. Las cosechas se mustiarán y morirán, las selvas se convertirán en esqueletos. Dentro de pocos días, empezaremos a ver los efectos. Ts, ts. Qué tragedia.

Fenring había pensado que el uso de armas atómicas en Korona y la inesperada ceguera de muchos richesianos ya habían sobrepasado todos los límites. Pero ahora, ¡todo un ecosistema planetario!

—Supongo que no hay forma de dar marcha atrás a esta decisión.

—No. Y por suerte, dada la presencia de mis Sardaukar, se impondrá una estricta cuarentena. No podemos permitir que esta desdichada plaga se extienda a planetas inocentes, ¿verdad? —Shaddam lanzó una victoriosa carcajada—. He sido más listo que tú, Hasimir.

Fenring reprimió un gruñido. Daba la impresión de que el emperador se estaba acelerando, pero en dirección contraria.

El primer ministro richesiano Ein Calimar vio que las naves de auxilio del duque Leto aterrizaban en el espaciopuerto de Centro Tríada, con la ayuda tan necesaria para las víctimas de la explosión de Korona. Había creído que ya no le quedaban lágrimas.

Las naves Atreides transportaban medicinas costosas, productos de pesca y arroz pundi. Richese no era un planeta pobre, pero la destrucción del laboratorio lunar, por no hablar de la desaparición del proyecto secreto de Holtzmann y casi toda la reserva de espejos, constituía un mazazo para su economía.

El viejo conde Richese, rodeado por su tribu de hijos y nietos, acudió a la galería de visitantes del espaciopuerto para dar la bienvenida oficial a las tripulaciones. Cuatro de sus hijas y un nieto habían quedado ciegos a consecuencia de la lluvia de cristales activados, y su sobrino Haloa Rund había muerto en Korona. Como miembros de la familia Richese, serían los primeros en recibir ayuda.

El conde estaba resplandeciente con sus galas oficiales, el pecho cubierto por docenas de medallas (muchas de ellas baratijas hechas a mano que le habían regalado sus familiares). El anciano alzó las dos manos.

—Aceptamos con profunda gratitud esta ayuda de mi nieto Leto Atreides. Es un noble de excelsas virtudes, con un gran corazón. Su madre siempre lo ha dicho.

Una sonrisa de gratitud se formó en el rostro arrugado de Ilban, y brillaron lágrimas en sus ojos enrojecidos.

En cuestión de horas, se montaron centros de distribución prefabricados alrededor de Centro Tríada. Soldados Atreides se encargaron de poner orden en las colas de ciudadanos y elegir a las personas que más necesitaban la ayuda. El primer ministro Calimar lo observaba todo desde el tejado de un jardín, para que nadie le interrumpiera y evitar así el contacto con las fuerzas humanitarias.

El duque Leto estaba haciendo todo lo posible, y sería felicitado por ello. Pero en opinión de Calimar, los Atreides habían llegado demasiado tarde para ser tratados como auténticos salvadores. Los tleilaxu se les habían adelantado.

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