La Casa Corrino (63 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Casa Corrino
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Recordó la última vez que había aparecido ante esta augusta asamblea. Era muy joven, recién nombrado duque de la Casa Atreides tras la muerte prematura de su padre. Después de la conquista de Ix por los tleilaxu, Leto se había mostrado impulsivo, insultado a los invasores y condenado al Landsraad por hacer caso omiso de las súplicas del conde Vernius. En lugar de quedar impresionados, los representantes se habían reído del joven noble inmaduro…, del mismo modo que habían rechazado las protestas del embajador Pilru durante muchos años.

Pero esta tarde, cuando Leto entró con su orgulloso séquito, los delegados le vitorearon y corearon su nombre. Los aplausos resonaron en la inmensa sala, y consiguieron que se sintiera más fuerte, más seguro de sí mismo.

Aunque carecían de medios para comunicarse entre sí, los distintos implicados en el plan tenían que actuar con una coordinación perfecta. Thufir Hawat ya había coronado con éxito su audaz maniobra contra el bloqueo de Beakkal, y el ataque sobre Ix se produciría de un momento a otro, aun sin la confirmación de los dos infiltrados. Leto sabía cuál era su papel en Kaitain. Si el plan proseguía como era de esperar, si Rhombur y Gurney seguían con vida, la liberación de Ix sería total y el nuevo conde Vernius se instalaría en su hogar ancestral antes de que nadie pudiera protestar…

Pero solo si todo sucedía al mismo tiempo.

Justo antes de entrar en la Sala de la Oratoria, Leto recibió una apresurada notificación de una de las anónimas hermanas Bene Gesserit que revoloteaban como cuervos alrededor de la corte imperial.

—Vuestra concubina Jessica ha iniciado las labores de parto. Dispone de la asistencia de las mejores hermanas Galenas. —La acólita le dedicó una leve sonrisa, junto con una breve reverencia cuando retrocedió—. Lady Anirul pensó que quizá os agradaría saberlo.

Leto, inquieto, avanzó hacia el estrado de los oradores. Jessica estaba a punto de dar a luz a su hijo. Debería estar con ella en la sala de partos. Las Bene Gesserit quizá no aprobarían la presencia de un hombre, pero en otras circunstancias, sin todos estos asuntos de estado tan agobiantes, las habría desafiado.

Pero esto era una cuestión de protocolo. Tenía que pronunciar el discurso ahora, mientras Duncan Idaho guiaba a sus tropas hacia las cavernas de Ix.

Cuando el pregonero de la corte gritó su nombre y títulos, Leto tamborileó con los dedos sobre el atril y esperó a que el clamor se apagara. Por fin, se hizo un silencio expectante en la sala, como si los delegados sospecharan que iba a anunciar algo interesante, incluso audaz.

Su popularidad y prestigio en el Landsraad había ido aumentando con los años. Ningún otro noble, incluidos los que eran más ricos que él, se habría arriesgado a llevar a cabo una maniobra tan impetuosa e inesperada.

—Todos estáis enterados de la desgracia que aflige a Beakkal, asolada por una plaga botánica que amenaza con destruir su ecosistema. Si bien tuve un pleito personal con el primer magistrado, resolví el asunto a mi entera satisfacción. No obstante, mi corazón sufre por el pueblo inocente de Beakkal. Por consiguiente, he enviado naves cargadas con provisiones, con la esperanza de que el emperador Shaddam nos dé permiso para romper el bloqueo y entregar ayuda vital.

Los aplausos resonaron en la sala, una demostración de admiración mezclada con sorpresa.

—Pero esa es solo una pequeña parte de mis actividades. Hace más de veinte años, aparecí ante vosotros para protestar por la conquista ilegal tleilaxu de Ix, el feudo legítimo de la Casa Vernius, amiga de la Casa Atreides y amiga de muchos de vosotros.

»Al no recibir ayuda del emperador, el conde Dominic Vernius decidió declararse renegado. Su esposa y él fueron perseguidos, en tanto los viles tleilaxu consolidaban la usurpación de Ix. Desde aquel tiempo, el príncipe Rhombur, heredero legítimo, ha vivido bajo mi protección en Caladan. Durante años, el embajador ixiano en el exilio ha implorado vuestra ayuda, pero ni uno solo de vosotros ha levantado un dedo en su ayuda.

Esperó, miró y escuchó la incómoda agitación que recorrió la sala.

—Hoy, he iniciado una acción unilateral para remediar esta injusticia.

Dejó que los asistentes asimilaran la noticia, y después continuó con voz estentórea.

—En este mismo momento, mientras os hablo, fuerzas militares Atreides están atacando Ix, con la intención de restaurar en el trono al príncipe Rhombur Vernius. Nuestro propósito es expulsar a los tleilaxu y liberar al pueblo ixiano.

Una exclamación ahogada se propagó entre los asistentes, seguida de murmullos frenéticos. Nadie había esperado esto.

Forzó una sonrisa valiente y enfocó el problema desde otro punto de vista.

—Bajo la tiranía inepta de los tleilaxu, la producción de la tecnología esencial ixiana ha caído en picado. El Landsraad, la CHOAM y la Cofradía Espacial lo saben. El Imperio necesita buenas máquinas ixianas. Todos los nobles presentes se beneficiarán de la restauración de la Casa Vernius. No creo que nadie se atreva a negarlo.

Paseó la vista por el mar de rostros, desafiante.

—He venido a Kaitain para hablar con el emperador Padishah, pero está ocupado en otra cuestión militar. —Leto vio una mayoría de caras atónitas y encogimientos de hombros, y algunos asentimientos de los que parecían saber algo—. No me cabe la menor duda de que mi querido primo Shaddam apoyará la restauración de la Casa Vernius. Como duque Atreides, he emprendido esta acción por la justicia, por el Imperio y por mi amigo, el príncipe de Ix.

Cuando Leto concluyó, diversas reacciones tuvieron lugar en la sala. Oyó vítores, algunos gritos de indignación, y sobre todo, confusión. Por fin, la marea se invirtió. Uno a uno, los delegados se pusieron en pie y aplaudieron. Una ovación ensordecedora resonó en las paredes de la sala.

Leto saludó y asintió en señal de agradecimiento, pero se detuvo al ver a un hombre de pelo cano y aire digno, que no llevaba uniforme impresionante ni distintivo de rango, ni tenía reservado asiento o palco especial: el embajador Cammar Pilru. El representante ixiano miró a Leto con algo parecido a la reverencia. Y se puso a llorar.

100

La expectativa del peligro conduce a la preparación. Solo los que están preparados pueden esperar sobrevivir.

Maestro espadachín J
OOL
-N
ORET
, Archivos

Fue un largo viaje de vuelta a Caladan. El crucero siguió la ruta habitual, y paró planeta tras planeta. La bodega de carga albergaba, entre otras naves, a la flotilla de auxilio Atreides, con Thufir Hawat a bordo de la nave insignia.

Después de terminar su misión humanitaria en Beakkal, Thufir quería volver a casa cuanto antes.

Su finta contra el bloqueo Sardaukar se vio coronada por el éxito. Había irritado al emperador, pero también entregado las provisiones. Después de que Shaddam ordenara a su comandante que se retirara, la flotilla Atreides había esperado cerca de Beakkal durante nueve días, hasta que otro crucero llegó para trasladarlos a Caladan.

Un puñado de naves Atreides descendieron entre los cielos nublados de Caladan y pronto fueron engullidas por las pautas meteorológicas que cubrían el océano. Detrás de la flotilla, naves mercantes y fragatas de pasajeros descendieron al espaciopuerto, escala en su ruta comercial acostumbrada.

Thufir pensaba que podría dormir tres días seguidos. No había descansado bien durante el viaje, debido a todo lo que debía llevar a cabo, y también a sus preocupaciones por el ataque contra Ix. Tendría que estar sucediendo en este preciso momento.

Pero no tomaría el tan merecido descanso. Aún no. Con el duque en Kaitain, y la mayor parte de las fuerzas militares Atreides enviadas a Ix, quería asegurarse por completo de que el restante personal y equipo militares estaban preparados para la defensa del planeta. Caladan era demasiado vulnerable.

Cuando sus escasas naves de escolta se posaron en la base militar contigua al espaciopuerto municipal de Cala, el mentat se quedó estupefacto al descubrir que no había ninguna nave, solo algunos hombres de edad avanzada y mujeres uniformados, poco más que un equipo de mantenimiento. Un teniente de la reserva le dijo que el duque Leto había decidido emplear todas las fuerzas en la lucha por Ix.

Al oír esto, una sensación de inquietud se apoderó de Thufir.

Mientras el crucero continuaba en órbita, más naves comerciales descendieron. Avanzado el día, cuando la inmensa nave de la Cofradía sobrevoló el continente Oriental, apenas poblado, un numeroso grupo de naves sin distintivos característicos desembarcaron en el último momento y tomaron posiciones en órbita, lejos de los ojos curiosos…

Incluso con un piloto tan avezado como Hiih Resser, las alas de la nave exploradora matraquearon y vibraron cuando cortaron las corrientes tormentosas de la atmósfera de Caladan. El pelirrojo maestro espadachín iba sentado tras los controles de la nave de reconocimiento.

Resser miró entre los huecos que dejaban las nubes, mientras se alejaba del lado nocturno del planeta en dirección a la luz diurna que se demoraba sobre el mar.

Su señor, el vizconde Moritani, estaba dispuesto a sacrificarlo todo en un ataque repentino. Glossu Rabban, aunque era un bruto, se decantaba por una táctica más conservadora, y quería saber dónde realizaría la fuerza conjunta su ataque sorpresa y cuáles eran las probabilidades de éxito. Si bien Resser había jurado lealtad al vizconde, tras muchos juramentos y pruebas rigurosos, prefería el punto de vista de Rabban. Resser solía mostrarse en desacuerdo con su señor, pero después de años de prepararse para ser maestro espadachín sabía cuál era su lugar. De su lealtad no podía dudarse. Se aferraba a su sentido del honor.

Al igual que Duncan Idaho.

Resser recordó los años que Duncan y él habían pasado en Ginaz. Trabaron amistad desde el principio, y habían luchado hasta obtener la victoria y convertirse en maestros espadachines.

Cuando los demás estudiantes de Grumman habían sido expulsados por culpa de un gravísimo deshonor cometido por el vizconde, Resser se había quedado, y fue el único miembro de su Casa que terminó el adiestramiento. Después de graduarse y regresar a Grumman, había dado por sentado que caería en desgracia y tal vez sería ejecutado. Duncan había implorado a Resser que fuera a Caladan, que prestara sus servicios a la Casa Atreides, pero el pelirrojo había rehusado. Había vuelto a su casa. Había conservado su honor y sobrevivido.

Debido a sus dotes para la lucha y el liderazgo, Resser había ascendido con rapidez, hasta alcanzar el rango de comandante de las fuerzas especiales. Para esta misión en Caladan, era el lugarteniente del vizconde, pero prefería la acción. El propio Resser pilotaba la nave de reconocimiento, y cuando llegara el momento de pelear, sería de los primeros en lanzarse al ataque.

No tenía ganas de enfrentarse con Duncan Idaho, pero no le quedaba otra alternativa. La política rompía relaciones. Cuando recordó todo lo que el joven Duncan le había contado de su amada y hermosa Caladan, Resser se zambulló bajo una capa de nubes grises hasta que pudo ver el paisaje, las ciudades y los puntos débiles del planeta.

Sobrevoló a toda velocidad Cala City, los deltas del río y las tierras bajas llenas de granjas de arroz pundi. Observó el turbio pantano lechoso de kelpo en las aguas poco profundas, y las negras muelas de arrecifes rodeados de rompeolas blancos. Resser reconocía lo que veía. Duncan se lo había descrito todo.

Cuando leían juntos las cartas recibidas de sus respectivos hogares, Duncan había compartido con él los platos delicados que enviaba la Casa Atreides. Había hablado de lo buen hombre que era el viejo duque, de que Paulus había tomado a Duncan bajo su protección cuando era un niño y le había educado en el castillo, donde el recién llegado había demostrado su lealtad.

Resser exhaló un profundo suspiro y continuó volando.

La nave de reconocimiento volaba a baja altura, mientras el pelirrojo absorbía los detalles con sus ojos entrenados. Vio lo que precisaba, y después volvió a la flota escondida para dar su informe, incapaz de llegar a otra conclusión…

Más tarde, cuando se puso firmes ante el vizconde, anunció: —Son completamente vulnerables, mi señor. Caladan será una conquista fácil.

Thufir Hawat, solo y preocupado, estaba de pie ante las nuevas estatuas que Leto había erigido sobre el promontorio rocoso…, figuras gigantescas del viejo duque Paulus y el joven Victor Atreides, sosteniendo el pebetero de la llama eterna.

Muchas barcas trabajaban en las calmas aguas, derivaban entre el kelpo, arrastraban redes y pescaban peces más grandes. Todo parecía pacífico. Las nubes eran escasas, mientras el sol descendía hacia el horizonte.

El guerrero mentat vio también una nave solitaria que volaba a gran velocidad. Era una nave de reconocimiento. Sin señales distintivas.

Detalladas proyecciones, de primero y segundo orden. Thufir predijo lo que iba a ocurrir, sabía que poco podía hacer por defender Caladan contra un ataque directo. Aún contaba con algunas naves de guerra pertenecientes a la flotilla de escolta, pero no quedaba nada más en el planeta. Leto se lo había jugado todo en su campaña contra Ix…, tal vez demasiado.

La nave pasó sobre su cabeza, recogiendo toda la información que un espía necesitaría. El mentat de la Casa Atreides alzó la vista hacia el rostro impertérrito del duque Paulus, y después hacia la carita inocente de Victor, y recordó sus errores del pasado.

—No os fallaré de nuevo, mi duque —dijo en voz alta al coloso—. Tampoco puedo decepcionar a Leto. Pero ojalá tuviera alguna respuesta, alguna forma de proteger a este hermoso planeta.

Thufir miró hacia el océano, vio la flota destartalada de barcas de pesca diseminadas al azar en las aguas. Este difícil asunto necesitaría de toda su habilidad mentat, y esperó que eso fuera suficiente.

101

¡Me han acosado y perseguido por última vez con sus mentes pueblerinas! Hasta aquí hemos llegado.

Atribuido al renegado conde D
OMINIC
V
ERNIUS

Poco después de mediodía, a la hora exacta, las alarmas se dispararon en la ciudad subterránea. Fue un sonido gozoso para el príncipe Rhombur Vernius.

—¡Ha empezado! ¡Duncan ha llegado!

En las sombras de una guarida de suboides, el heredero ixiano miró a Gurney Halleck, cuyos ojos brillaban en su cara.

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