Read La Casa Corrino Online

Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Casa Corrino (72 page)

BOOK: La Casa Corrino
8.76Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Liet-chih vio un ramillete de luces recortadas contra la oscuridad, brillantes y azules, que descendían. ¡Naves! Naves inmensas.

Su madre agarró al niño por los hombros, mientras las mujeres abrían la puerta y se precipitaban al interior, con la esperanza de que las paredes de las montañas pudieran protegerlas.

Acorralado en su guarnición de Carthag, el barón Harkonnen comprendió el destino que pendía sobre su cabeza. Y no podía hacer nada al respecto. Sin comunicaciones. Sin naves. Sin vehículos de corto alcance. Sin defensas.

Destrozó muebles y amenazó a sus ayudantes, pero no sirvió de nada.

—¡Maldito seas, Shaddam! —gritó a los cielos.

Pero la nave insignia imperial no podía oírle.

Había esperado a regañadientes recibir severas multas y castigos por las irregularidades que los enloquecedores auditores de la CHOAM habían descubierto. Si las acusaciones eran muy graves, había temido que la Casa Harkonnen perdiera su feudo de Arrakis y el consiguiente control sobre las operaciones de cosecha de especia. Había existido la leve pero aterradora posibilidad de que Shaddam ordenara la ejecución sumaria del barón, como otra «lección» para el Landsraad.

¡Pero esto nunca! Si aquellas naves de guerra abrían fuego, Arrakis se convertiría en una roca chamuscada. La melange era una sustancia orgánica, de origen misterioso en este entorno, y no sobreviviría a una conflagración. Si el emperador cometía esta locura, Arrakis ya no interesaría a nadie, ni siquiera estaría en las rutas de paso de los cruceros. ¡Por los infiernos, ya no habría viajes en cruceros! Todo el Imperio dependía de la especia. Era absurdo. Shaddam tenía que estar echándose un farol.

El Harkonnen recordó las ciudades ennegrecidas de Zanovar, y sabía que el emperador era capaz de llevar a la práctica sus amenazas. Le había impresionado la respuesta de Shaddam contra la luna laboratorio de Richese, y no le cabía duda de que el emperador estaba detrás de la plaga botánica de Beakkal.

¿Estaba loco ese hombre? Sin duda.

Con su sistema de transmisiones neutralizado, el barón ni siquiera era capaz de suplicar por su vida. No podía culpar a Rabban, y Piter de Vries seguía en Kaitain, probablemente entregado a una vida de disipación y lujo.

El barón Vladimir Harkonnen estaba solo, enfrentado a la ira del emperador.

—¡Alto! —tronó la voz del delegado de la Cofradía, debidamente amplificada. El Supremo Bashar vaciló—. No sé a qué estáis jugando, Shaddam. —Los ojos rosados del delegado brillaban de malicia—. No osaréis perjudicar la producción de melange para salvar vuestro mezquino orgullo. La especia ha de circular.

Shaddam resopló.

—En ese caso, tendréis que tomar nuevas medidas de austeridad. Y a menos que ceséis en vuestro desafío a la ley imperial, tomaré medidas de castigo contra la Cofradía Especial.

—Os estáis echando un farol.

—¿De veras?

Shaddam se levantó de su silla de mando y miró a la imagen. —No estamos de humor.

En los cruceros suspendidos sobre Arrakis, los hombres de la Cofradía debían estar aterrorizados.

El emperador se volvió con calma hacia Garon.

—Supremo Bashar, os he dado una orden —ladró.

La imagen del delegado fluctuó, como presa del asombro y la incredulidad.

—Esta acción que pretendéis llevar a cabo sobrepasa los derechos de cualquier gobernante, emperador o no. Por consiguiente, la Cofradía retira a partir de este momento todos los servicios de transporte. Vos y vuestra flota no seréis trasladados a vuestro planeta.

Shaddam sintió un escalofrío.

—No os atreveréis, sobre todo después de oír lo que yo… El delegado le interrumpió.

—Decretamos que vos, emperador Padishah Shaddam IV, quedaréis aislado aquí, el rey de nada más que un desierto, acompañado por una fuerza militar que no tiene a donde ir ni nada contra lo que combatir.

—¡No decretaréis nada! Soy el…

Enmudeció cuando la holoimagen del delegado se desvaneció y el sistema de comunicaciones se llenó de estática.

—Todas las comunicaciones han sido cortadas, señor —informó Garon.

—¡Pero aún he de decirles algo más! —Había esperado el momento oportuno de efectuar su anuncio sobre el amal, para jugar con ventaja—. Restableced el contacto.

—Lo intento, Majestad, pero lo han bloqueado.

Shaddam vio que uno de los cruceros desaparecía tras plegar el espacio. El emperador estaba bañado en sudor, que empapaba su uniforme ceremonial.

Era una posibilidad que no había imaginado. ¿Cómo podía hacer promesas o dar ultimátums si cortaban las comunicaciones? Sin forma de enviar mensajes, ¿cómo lograría recuperar su colaboración? Si la Cofradía le dejaba atrapado en Arrakis, su victoria sería inexistente.

La Cofradía Espacial era muy capaz de dejarle abandonado, y después convencer al Landsraad de que reuniera una fuerza militar contra él. Instalarían de buena gana a otro en el Trono del León Dorado. Al fin y al cabo, la Casa Corrino solo tenía hijas como herederos.

Un segundo crucero desapareció en la pantalla de comunicaciones, seguido por los tres restantes. Solo había espacio vacío sobre sus cabezas.

Casi presa del pánico, Shaddam sintió la abrumadora inmensidad de la situación. Estaba lejos de Kaitain. Aunque los técnicos de la nave consiguieran improvisar un medio de viajar a través del espacio, utilizando la tecnología anterior a la Cofradía, sus fuerzas y él tardarían siglos en llegar a casa.

La expresión del Supremo Bashar se endureció.

—Nuestras fuerzas aún están preparadas para disparar, Vuestra Majestad. ¿O debo ordenarles que depongan las armas?

Si quedaban aislados, ¿cuánto tiempo tardarían las desencantadas tropas Sardaukar en amotinarse?

—¡Soy vuestro emperador! —Aulló Shaddam a la pantalla de comunicaciones muerta que le había conectado con el representante de la Cofradía—. ¡Solo yo decido la política del Imperio!

No obtuvo respuesta. Ni siquiera había alguien que pudiera oírle.

113

El destino natural del poder es la fragmentación.

Emperador P
ADISHAH
I
DRISS
I, archivos del Landsraad

El espacio brilló en el ciclo sobre Ix, y después se abrió para revelar una armada de más de cien cruceros de la Cofradía, llegados de todos los rincones del Imperio, incluidos los cinco cruceros que Shaddam había llevado a Arrakis.

Las magníficas naves arrojaban sombras sobre los bosques, ríos y desfiladeros de la superficie ixiana. Los respiraderos de emergencia arrojaban el humo de la destrucción que asolaba el subterráneo. Para las enormes naves, era como regresar a casa, puesto que todas habían sido construidas aquí, la mayoría bajo la supervisión de la Casa Vernius.

En el subterráneo, los Sardaukar supervivientes, los guerreros más fuertes, habían tomado posiciones defensivas cerca del centro de la gruta, sin la menor intención de rendirse. Los enloquecidos soldados imperiales pagarían cara su vida.

El cautivo conde Hasimir Fenring, rodeado de guardias Atreides, parecía satisfecho, como si creyera que solo él conservaba el control de la situación.

—Soy una víctima, os lo aseguro, ¿ummm? Como ministro imperial de la Especia, fui enviado aquí por el emperador en persona. Habíamos oído rumores acerca de experimentos ilegales, y cuando descubrí demasiado, el investigador jefe Ajidica intentó asesinarme.

—Estoy seguro de que por eso nos recibisteis con tanto entusiasmo —replicó Duncan, blandiendo la espada del viejo duque.

—Estaba aterrado, ¿ummm? Todo el imperio conoce la crueldad de los soldados del duque Leto.

Los hombres de Duncan miraron a Fenring como si quisieran llevar a cabo con él experimentos médicos tleilaxu.

Antes de que Duncan pudiera contestar, sonó una señal en su auricular. Apretó un botón del transmisor y escuchó. Sus ojos se abrieron de par en par. Sonrió a Fenring sin más explicaciones y se volvió hacia Rhombur.

—La Cofradía ha llegado, príncipe. Muchos cruceros están en órbita alrededor de Ix.

—¡El mensaje de C’tair! —Exclamó el príncipe Rhombur—. ¡Le han oído!

Antes de que Fenring pudiera articular otra débil excusa, el aire retumbó en la gruta. Un trueno, como el ruido de un planeta al estallar, resonó en la caverna.

Sobre la inmensa zona donde los Sardaukar se disponían a resistir el asalto final, el tejido del aire se expandió y desgarró. Un crucero apareció donde solo había espacio vacío unos momentos antes.

El súbito desplazamiento de un volumen de atmósfera tan enorme envió una oleada de presión a través de la gruta, que catapultó a los hombres contra las paredes de roca. Sin previo aviso, la gigantesca nave se materializó, flotando a apenas dos metros sobre el centro de la gruta. La nave aplastó a algunos de los Sardaukar y dispersó al resto, de forma que los últimos soldados imperiales quedaron indefensos.

Para Rhombur, la visión le trajo recuerdos del pasado, cuando el joven Leto y él, junto con los gemelos Pilru y Kailea, habían presenciado la partida de un crucero de clase Dominic recién construido. El Navegante había plegado el espacio, y la nave había salido al universo.

Lo contrario acababa de suceder ahora. Un experto Navegante había guiado la nave con tal precisión que la había depositado en un lugar concreto del interior del planeta.

Se hizo un silencio de muerte después de la llegada de la enorme nave. El entrechocar de espadas enmudeció. Hasta los enardecidos suboides dejaron de gritar y destruir.

Entonces, la Cofradía controló los altavoces de la gruta y una profunda voz atronó, sin dejar espacio a la duda.

—La Cofradía Espacial celebra la victoria del príncipe Rhombur Vernius en Ix. Damos la bienvenida al regreso a la producción normal de maquinaria y la innovación tecnológica.

Rhombur, al lado de Gurney y Duncan, miró las gigantescas naves sin dar crédito a sus oídos. Había pasado tanto tiempo…, más de una vida, se le antojó. Tessia encontraría su lugar aquí.

La expresión complacida del conde Hasimir Fenring se borró de su cara. Ahora, el tortuoso ministro de la Especia parecía derrotado.

114

La brutalidad alimenta la brutalidad. El amor alimenta el amor.

Lady A
NIRUL
C
ORRINO
, anotación en su diario

Un guardia muerto, con el uniforme empapado de sangre a causa de una puñalada en el costado, yacía en un pasillo de uno de los niveles inferiores del palacio.

El duque Leto dejó la última víctima a los hombres que le seguían, saltó sobre el soldado asesinado y corrió más deprisa, convencido de que estaba muy cerca de la persona que había raptado a su hijo. Pisó un charco de sangre y dejó huellas rojas a su espalda. Desenvainó el cuchillo enjoyado, con toda la intención de usarlo.

Encontró otro cadáver en una cámara de la zona de juego y estudio de las princesas: una Bene Gesserit. Cuando estaba intentando identificarla, dos guardias Sardaukar que habían entrado detrás de él lanzaron una exclamación ahogada. Leto contuvo el aliento.

Era lady Anirul, la esposa del emperador Shaddam IV.

La reverenda madre Mohiam, que también llevaba el hábito negro, apareció en la puerta. Se miró los dedos, y después desvió la vista hacia el rostro cerúleo de la mujer muerta.

—Llegué demasiado tarde. No pude ayudarla… No pude salvar nada.

Varios hombres de Leto se desplegaron para registrar las habitaciones cercanas. Leto se preguntó si Mohiam había asesinado a la esposa del emperador.

Los ojos de pájaro de Mohiam resbalaron sobre los rostros de los hombres, y reconoció sus preguntas.

—Pues claro que no la he matado —dijo, con firme convicción y un toque de Voz—. Leto, vuestro hijo está a salvo.

El duque miró al otro lado de la habitación y vio al bebé, envuelto en mantas sobre una almohada. El duque avanzó, con las rodillas temblorosas, sorprendido de su vacilación. El recién nacido tenía la cara roja y la expresión vivaz. Tenía mechones de pelo negro como el de Leto, y una barbilla que recordaba a la de Jessica.

—¿Es este mi hijo?

—Sí, un hijo —replicó Mohiam en un tono algo amargo—. Exactamente lo que deseabais.

El duque no comprendió lo que implicaba su tono, pero tampoco le importó. Estaba feliz de que el niño estuviera a salvo. Recogió al bebé, lo acunó en sus brazos, recordó a Victor.
¡Tengo otro hijo!
Los brillantes ojos del niño estaban abiertos de par en par.

—Sostened su cabeza.

Mohiam acomodó al niño en los brazos de Leto.

—Sé muy bien cómo se hace. —Recordó que Kailea le había dicho lo mismo después del nacimiento de Victor. Su corazón dio un vuelco al pensar en aquel momento—. ¿Quién era el secuestrador? ¿Lo visteis?

—No —contestó Mohiam sin la menor vacilación—. Huyó.

—¿Y cómo llegó mi hijo hasta aquí, y el secuestrador huyó de una forma tan conveniente? —Preguntó Leto, mirando con suspicacia a la reverenda madre—. ¿Cómo encontrasteis al niño?

De pronto, la mujer pareció aburrida.

—Encontré a vuestro hijo en el suelo, aquí, junto al cuerpo de lady Anirul. ¿Veis sus manos? Tuve que soltar sus dedos de la manta del bebé. Consiguió salvarle, fuera como fuese.

Leto la miró sin creerla. No observó manchas de sangre en la manta ni marcas en el niño.

Un Sardaukar llegó y saludó.

—Siento interrumpiros, señor. Hemos localizado a la princesa Irulan, y está ilesa.

Señaló hacia el estudio adyacente, donde un guardia se erguía junto a una niña de once años.

El guardia hacía torpes intentos de consolar a Irulan. Con un vestido de damasco marrón y blanco, que llevaba la insignia de los Corrino en una manga, Irulan estaba visiblemente alterada, pero daba la impresión de que asimilaba la tragedia mucho mejor que el guardia. ¿Qué habría visto? La princesa miró a la reverenda madre con una expresión impenetrable Bene Gesserit, como si las dos compartieran uno de los execrables secretos de la Hermandad.

Con su hermoso rostro convertido en una máscara inexpresiva, Irulan entró en la habitación como si los guardias no existieran.

—Era un hombre. Iba disfrazado de Sardaukar, con la cara maquillada. Después de matar a mi madre, huyó. No pude ver bien sus rasgos.

Leto sintió pena por la hija del emperador, que se hallaba inmóvil como si fuera una de las estatuas de su padre. Pensó que demostraba una frialdad y serenidad notables. Aunque era evidente que estaba conmocionada y embargada por la tristeza, mantenía el control de sí misma.

BOOK: La Casa Corrino
8.76Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Gina's Education by Mariah Bailey
The Catalans: A Novel by O'Brian, Patrick
Three-Ring Terror by Franklin W. Dixon
Deathtrap by Dana Marton
Eyes in the Water by Monica Lee Kennedy
Recovery by Abigail Stone
Ruined by Hanna, Rachel