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Authors: José Saramago

Tags: #Ciencia Ficción

La caverna (5 page)

BOOK: La caverna
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Cuando Cipriano Algor dobló en la última manzana de la población y miró hacia el lugar donde se encuentra la alfarería, vio encenderse la luz exterior, un antiguo farol de caja metálica colgado sobre la puerta de la vivienda, y, aunque no pasase una sola noche sin que lo encendiese, sintió esta vez que el corazón se le reconfortaba y se le serenaba el ánimo, como si la casa estuviese diciéndole, Estoy esperándote. Casi impalpables, llevadas y traídas al sabor de las ondas invisibles que impelen el aire, unas minúsculas gotas le tocaron la cara, faltará mucho para que el molino de las nubes recomience a cerner su harina de agua, con toda esta humedad no sé cuándo vamos a conseguir que las piezas se sequen. Ya sea por influencia de la mansedumbre crepuscular o de la breve visita evocativa al cementerio, o incluso, lo que sería una compensación efectiva por su generosidad, al haberle dicho a la mujer de luto que le regalaría un cántaro nuevo, Cipriano Algor, en este momento, no piensa en decepciones de no ganar ni en miedos de llegar a perder. En una hora como ésta, cuando pisas la tierra mojada y tienes tan cerca de la cabeza la primera piel del cielo, no parece posible que te digan cosas tan absurdas como que te vuelvas atrás con la mitad del cargamento o que tu hija te va a dejar solo un día de éstos. El alfarero llegó al final del camino y respiró hondo. Recortado sobre la baza cortina de nubes grises, el moral aparecía tan negro como le obliga su propio nombre. La luz del farol no alcanza su copa, ni siquiera roza las hojas de las ramas más bajas, sólo una débil luminosidad va tapizando el suelo hasta casi tocar el grueso tronco del árbol. La vieja garita del perro está allí, vacía desde hace años, cuando su último habitante murió en brazos de Justa y ella le dijo al marido, No quiero nunca más un animal de éstos en mi casa. En la entrada oscura de la caseta se movió una cintilación y desapareció en seguida. Cipriano Algor quiso saber qué era aquello, se agachó para escrutar después de haber dado unos cuantos pasos adelante. La oscuridad dentro era total. Comprendió que estaba tapando con su cuerpo la luz del farol, y se desvió un poco hacia un lado. Eran dos las cintilaciones, dos ojos, un perro, O una jineta, pero lo más probable es que sea un perro, pensó el alfarero, y debía de estar en lo cierto, de la especie lupina ya no queda memoria creíble por estos parajes, y los ojos de los gatos, sean ellos mansos o monteses, como cualquier persona tiene obligación de saber, son siempre ojos de gato, cuando mucho, y en el peor de los casos, podríamos confundirlos, en más pequeño, con los del tigre, pero está claro que un tigre adulto nunca podría meterse dentro de una caseta de este tamaño. Cipriano Algor no habló de gatos ni de tigres cuando entró en casa, tampoco pronunció palabra sobre su ida al cementerio, y, en cuanto al cántaro que le va a regalar a la mujer de luto, entiende que no es asunto para ser tratado en este momento, lo que le dijo a la hija fue sólo esto, Hay un perro ahí fuera, hizo una pausa, como si esperase respuesta, y añadió, Debajo del moral, en la caseta. Marta acababa de lavarse y cambiarse de ropa, estaba descansando un minuto, sentada, antes de comenzar a preparar la cena, por tanto no tenía la mejor de las disposiciones para preocuparse con los lugares por donde pasan o paran los perros huidos o abandonados en sus vagabundeos, Será mejor dejarlo, si no es animal al que le guste viajar de noche, mañana se irá, dijo, Tienes por ahí alguna cosa de comer que le pueda llevar, preguntó el padre, Unos restos del almuerzo, unos trozos de pan, agua no necesitará, ha caído mucha del cielo, Voy a llevárselo, Como quiera, padre, pero tenga en cuenta que nunca va a dejar la puerta, Supongo que sí, si yo estuviese en su lugar haría lo mismo. Marta echó las sobras de la comida en un plato viejo que tenía debajo del poyo, desmigó encima un trozo de pan duro y adobó todo con un poco de caldo, Aquí tiene, y vaya tomando nota de que esto es sólo el principio. Cipriano Algor tomó el plato y ya tenía un pie fuera de la cocina cuando la hija le preguntó, Se acuerda de que madre dijo cuando Constante murió que nunca más quería perros en casa, Me acuerdo, sí, pero apuesto a que si ella estuviese viva no sería tu padre quien estaría llevando este plato al tal perro que ella no quería, respondió Cipriano Algor, y salió sin haber oído el murmullo de la hija, Tal vez no le falte razón. La lluvia había vuelto a caer, era el mismo engañador calabobos, el mismo polvo de agua bailando y confundiendo las distancias, incluso la figura blanquecina del horno parecía decidida a irse hacia otros parajes, y la furgoneta, ésa, tenía más el aspecto de una carroza fantasma que de un vehículo moderno de motor de explosión, aunque no de modelo reciente, como ya sabemos. Debajo del moral, el agua resbalaba de las hojas en gotas gruesas y dispersas, ahora una, otra después, a voleo, como si las leyes de la hidráulica y de la dinámica de los líquidos, todavía reinantes fuera del precario paraguas del árbol, no tuviesen aplicación allí. Cipriano Algor puso el plato de comida en el suelo, retrocedió tres pasos, pero el perro no salió del abrigo, Es imposible que no tengas hambre, dijo el alfarero, o tal vez seas uno de esos perros que se respetan, tal vez no quieras que yo vea el hambre que tienes. Esperó un minuto, después se retiró y entró en casa, pero no cerró completamente la puerta. Se veía mal por la rendija, pero incluso así consiguió distinguir un bulto negro que salía de la garita y se acercaba al plato, y también percibió que el perro, perro era, no lobo ni gato, miró primero a la casa y sólo después bajó la cabeza a la comida, como si pensase que estaba debiendo esa consideración a quien vino bajo la lluvia, desafiando la intemperie, a matarle el hambre. Cipriano Algor acabó de cerrar la puerta y se encaminó a la cocina, Está comiendo, dijo, Si tenía mucha hambre, ya habrá acabado, respondió Marta con una sonrisa, Es lo más seguro, sonrió también el padre, si los perros de hoy son como los de antes. La cena era simple, en poco tiempo estaba sobre la mesa. Fue al acabar cuando Marta dijo, Un día más sin noticias de Marcial, no comprendo por qué no telefonea, al menos una palabra, una simple palabra bastaría, nadie le pide un discurso, Quizá no haya podido hablar con el jefe, Entonces que nos diga eso mismo, Allí las cosas no son tan fáciles, lo sabes muy bien, dijo el alfarero, inesperadamente conciliador. La hija lo miró sorprendida, todavía más por el tono de voz que por el significado de las palabras, No es muy habitual que disculpe o justifique a Marcial, dijo, Yo lo aprecio, Lo apreciará, pero no lo toma en serio, A quien no consigo tomar en serio es al guarda en que se va convirtiendo el muchacho afable y simpático que conocía, Ahora es un hombre afable y simpático, y la profesión de guarda no es un modo de vida menos digno y honesto que cualquier otro que también lo sea, No como cualquier otro, Dónde está la diferencia, La diferencia está en que tu Marcial, como lo conocemos ahora, es todo él guarda, guarda de los pies a la cabeza, y sospecho que es guarda hasta en el corazón, Padre, por favor, no puede hablar así del marido de su hija, Tienes razón, perdona, hoy no debería ser día de censuras y recriminaciones, Hoy, por qué, He ido al cementerio, le he regalado un cántaro a una vecina y tenemos un perro ahí fuera, acontecimientos de gran importancia todos ellos, Qué es eso del cántaro, Se le quedó el asa en la mano y el cántaro se hizo añicos, Son cosas que suceden, nada es eterno, Pero ella tuvo la decencia de reconocer que el cántaro era viejo, y por eso creí que debía ofrecerle uno nuevo, suponemos que el otro tenía un defecto de fabricación, o ni es necesario suponer, regalar es regalar, sobran explicaciones, Quién es la vecina, Es Isaura Estudiosa, esa que se quedó viuda hace unos meses, Es una mujer joven, No pretendo casarme otra vez, si es eso lo que estás pensando, Si lo he pensado, no me he dado cuenta, pero tal vez debiera haberlo hecho, era la forma de que no se quedara solo aquí, ya que se obstina en no venirse con nosotros a vivir al Centro, Repito que no pretendo casarme, y mucho menos con la primera mujer que aparezca, en cuanto a lo demás, te pido por favor que no me estropees la noche, No era ésa mi intención, perdone. Marta se levantó, recogió los platos y los cubiertos, dobló por las marcas el mantel y las servilletas, está muy equivocado quien crea que el menester de alfarero, incluso no siendo de obra fina, como en este caso, incluso ejercido en una población pequeña y sin gracia, como ya se ha adivinado que es ésta, es incompatible con la delicadeza y el gusto de maneras que distinguen a las clases elevadas actuales, ya olvidadas o desde el nacimiento ignorantes de la brutalidad de sus tatarabuelos y de la bestialidad de los tatarabuelos de ellos, estos Algores son personas que aprenden bien lo que les enseñan y capaces de usarlo después para aprender mejor, y Marta, siendo de la última generación, más favorecida por las ayudas del desarrollo, ya se ha beneficiado de la gran suerte de ir a estudiar a la ciudad, que alguna ventaja han de tener sobre las aldeas los grandes núcleos de población. Y si acabó siendo alfarera fue por fuerza de una consciente y manifiesta vocación de modeladora, aunque también influyera en su decisión el hecho de que no haya en la familia hermanos que continúen la tradición familiar, eso sin olvidar, tercera y soberana razón, el fuerte amor filial, que nunca le permitiría dejar a los padres al dios-dirá-y-después-veremos cuando lleguen a viejos. Cipriano Algor conectó la televisión, pero la apagó poco después, si en ese momento alguien le pidiese que relatara lo que había visto y oído entre los gestos de encender y apagar el aparato, no sabría qué responder, pero pura y simplemente se negaría a hacerlo si la pregunta fuese otra, En qué piensa que parece tan distraído. Diría que no señor, vaya idea, no estaba distraído, sólo para no tener que confesar el infantilismo de que se sentía preocupado por el perro, si estaría abrigado en la caseta, si, satisfecho el estómago y recuperadas las energías, habría seguido viaje a la búsqueda de mejor comida o de un dueño que viviese en sitio menos expuesto a los vendavales y a las lluvias pertinaces. Me voy a mi cuarto, dijo Marta, se me va acumulando la costura, pero de hoy no pasa, Yo tampoco tardaré, dijo el padre, estoy cansado sin haber hecho nada, Amasó, pasó revista al horno, algo hizo, Sabes tan bien como yo que será necesario amasar otra vez aquel barro, y el horno no estaba necesitando trabajo de albañil, mucho menos cuidados de nodriza, Los días son todos iguales, las horas no, cuando los días llegan al final tienen siempre sus veinticuatro horas completas, incluso cuando ellas no tengan nada dentro, pero ése no es el caso ni de sus horas ni de sus días, Marta filósofa del tiempo, dijo el padre, y le dio un beso en la frente. La hija retribuyó el cariño y sonriendo dijo, No se olvide de ir a ver cómo está su perro, Por ahora es sólo un perro que pasaba por aquí y consideró que la caseta le venía bien para resguardarse de la lluvia, quizá esté enfermo o herido, tal vez tenga en el collar el número de teléfono de la persona a quien se debe llamar, quizá pertenezca a alguien de la aldea, puede que le pegaran y él huyó, si ha sido así mañana por la mañana ya no estará, sabes cómo son los perros, el dueño siempre es el dueño incluso cuando castiga, por lo tanto no te precipites diciendo que es mi perro, ni siquiera lo he visto, no sé si me gusta, Sabe que quiere que le guste, lo que ya es algo, Ahora me sales filósofa de los sentimientos, dice el padre, Suponiendo que se quedara con el perro, qué nombre le va a poner, preguntó Marta, Es demasiado pronto para pensar en eso, Si estuviera aquí mañana, debería ser ese nombre la primera palabra que oyese de su boca, No le llamaré Constante, fue el nombre de un perro que no volverá a su dueña y que no la encontraría si volviese, tal vez a éste le llame Perdido, el nombre le sienta bien, Hay otro que todavía le sentaría mejor, Cuál, Encontrado, Encontrado no es nombre de perro, Ni lo sería Perdido, Sí, me parece una buena idea, estaba perdido y ha sido encontrado, ése será el nombre, Hasta mañana, padre, duerma bien, Hasta mañana, no te quedes cosiendo hasta tarde, ten cuidado con los ojos. Después de que la hija se retirara, Cipriano Algor abrió la puerta que daba al exterior, y miró hacia el moral. La lluvia persistente seguía cayendo y no se percibía señal de vida dentro de la caseta. Estará todavía ahí, se preguntó el alfarero. Se dio a sí mismo una falsa razón para no ir a mirar, Es lo que faltaba, mojarme por culpa de un perro vagabundo, una vez ha sido suficiente. Se recogió en su cuarto y se acostó, todavía estuvo leyendo durante media hora pero, por fin, se quedó dormido. A mitad de la noche despertó, encendió la luz, el reloj de la mesilla marcaba las cuatro y media. Se levantó, tomó una linterna de pilas que guardaba en un cajón y abrió la ventana. Había dejado de llover, se veían estrellas en el cielo oscuro. Cipriano Algor encendió la linterna y apuntó el foco hacia la caseta. La luz no era suficientemente fuerte para que se viera lo que estaba dentro, pero Cipriano Algor no necesitaba de tanto, dos cintilaciones le bastarían, dos ojos, y estaban allí.

4

Desde que lo mandaron a casa con la mitad de la carga, que, entre paréntesis se diga, todavía no ha sido retirada de la furgoneta, Cipriano Algor ha pasado, de un momento a otro, a desmerecer la reputación de operario madrugador ganada a lo largo de una vida de mucho trabajo y pocas vacaciones. Se levanta con el sol ya fuera, se lava y se afeita con más lentitud de la necesaria para una cara rasurada y un cuerpo habituado a la limpieza, desayuna poco pero pausado y finalmente, sin añadidura visible al escaso ánimo con que sale de la cama, va a trabajar. Hoy, sin embargo, después del resto de la noche soñando con un tigre que venía a comer en su mano, dejó las mantas cuando el sol apenas comenzaba a pintar el cielo. No abrió la ventana, solamente un poco el postigo para ver cómo estaba el tiempo, fue eso lo que pensó, o quiso pensar que pensaba, aunque no tenía hábito de hacerlo, este hombre ya ha vivido más que suficiente para saber que el tiempo siempre está, con sol, como hoy promete, con lluvia, como ayer cumplió, en realidad cuando abrimos una ventana y levantamos la nariz hacia los espacios superiores es sólo para comprobar si el tiempo que hace es aquel que deseábamos. Al escudriñar el exterior, lo que Cipriano Algor quería, sin más preámbulos suyos o ajenos, era saber si el perro todavía estaba a la espera de que le fuesen a dar otro nombre, o si, cansado de la expectativa frustrada, había partido en busca de un amo más diligente. De él apenas se veían el hocico que descansaba sobre las patas delanteras cruzadas y las orejas gachas, pero no había motivo para recelar de que el resto del cuerpo no continuase dentro de la garita. Es negro, dijo Cipriano Algor. Ya cuando le llevó la comida le había parecido que el animal tenía ese color, o, como afirman algunos, esa ausencia de tal, pero era de noche, y si de noche hasta los gatos blancos son pardos, lo mismo, o en más tenebroso, se podría decir de un perro visto por primera vez debajo de un moral cuando una lluvia persistente y nocturna disolvía la línea de separación entre los seres y las cosas, aproximándolos, a ellos, a las cosas en que, más tarde o más pronto, se han de transformar. El perro no es realmente negro, casi llegó a serlo en el hocico y en las orejas, pero el resto apunta hacia un color grisáceo generalizado, con mechas que van desde tonos oscuros hasta llegar al negro retinto. A un alfarero de sesenta y cuatro años, con los problemas de visión que la edad siempre ocasiona, y que dejó de usar gafas por culpa del calor del horno, no se le puede censurar que haya dicho, Es negro, dado que antes era de noche y llovía, y ahora la distancia vuelve nebuloso el crepúsculo de la mañana. Cuando Cipriano Algor se aproximó finalmente al perro vio que nunca más podrá repetir Es negro, pero también pecaría gravemente contra la verdad si afirmara Es gris, mucho más cuando descubra que una estrecha mancha blanca, como una delicada corbata, baja por el pecho del animal hasta el comienzo del vientre. La voz de Marta sonó al otro lado de la puerta, Padre, despierte, tiene al perro esperando, Estoy despierto, ya voy, respondió Cipriano Algor, pero inmediatamente se arrepintió de que le hubieran salido las dos últimas palabras, era pueril, era casi ridículo, un hombre de su edad alborozándose como un niño a quien le han traído el juguete soñado, cuando todos sabemos que en lugares como éstos un perro es tanto más estimado cuanto más cabalmente demuestre su utilidad práctica, virtud que los juguetes no necesitan, y en lo que a los sueños se refiere, si de cumplirlos se trata, no sería bastante un perro para quien acaba de pasar la noche soñando con un tigre. Pese a que luego se lo reprochará, Cipriano Algor esta vez no va a perder tiempo con arreglos y aseos, se vistió rápidamente y salió del cuarto. Marta le preguntó, Quiere que le prepare alguna cosa para que coma, Después, ahora la comida le distraería, Vaya, vaya a domar a la fiera, No es ninguna fiera, pobre animal, lo he estado observando desde la ventana, Yo también lo he visto, Qué te ha parecido, No creo que sea de nadie de por aquí, Hay perros que nunca salen de los patios, viven y mueren allí, salvo en los casos en que los llevan al campo para ahorcarlos en la rama de un árbol o para rematarlos con una carga de plomo en la cabeza, Oír eso no es una buena manera de comenzar el día, Realmente no lo es, así que vamos a iniciarlo de una forma menos humana, pero más compasiva, dijo Cipriano Algor saliendo a la explanada. La hija no lo siguió, se quedó entre las puertas, mirando, La fiesta es suya, pensó. El alfarero se adelantó algunos pasos y con voz clara, firme, aunque sin gritar, pronunció el nombre escogido, Encontrado. El perro ya había levantado la cabeza al verlo, y ahora, escuchado finalmente el nombre por el que esperaba, salió de la caseta de cuerpo entero, ni perro grande ni perro pequeño, un animal joven, esbelto, de pelo crespo, realmente gris, realmente tirando a negro, con la estrecha mancha blanca que le divide el pecho y que parece una corbata. Encontrado, repitió el alfarero, avanzando dos pasos más, Encontrado, ven aquí. El perro se quedó donde estaba, mantenía la cabeza alta y meneaba despacio la cola, pero no se movió. Entonces el alfarero se agachó para nivelar sus ojos a la altura de los ojos del animal y volvió a decir, esta vez en un tono conminatorio, intenso como si fuese la expresión de una necesidad personal suya, Encontrado. El perro adelantó un paso, otro paso, otro aún, sin detenerse nunca hasta llegar a colocarse al alcance del brazo de quien lo llamaba. Cipriano Algor extendió la mano derecha, casi tocándole la nariz, y esperó. El perro olisqueó varias veces, después alargó el cuello, y su nariz fría rozó las puntas de los dedos que lo solicitaban. La mano del alfarero avanzó lentamente hasta la oreja más cercana y la acarició. El perro dio el paso que faltaba, Encontrado, Encontrado, dijo Cipriano Algor, no sé qué nombre tenías antes, a partir de ahora tu nombre es Encontrado. En ese momento reparó en que el animal no llevaba collar y en que el pelo no era sólo gris, estaba sucio de barro y de detritos vegetales, sobre todo las piernas y el vientre, señal más que probable de ásperas travesías por cultivos y descampados, no de haber viajado cómodamente por carretera. Marta se acercaba, traía un plato con un poco de comida para el perro, nada exageradamente sustancial, apenas para confirmar el encuentro y celebrar el bautismo, Dáselo tú, dijo el padre, pero ella respondió, Déselo usted, habrá muchas ocasiones para que yo lo alimente. Cipriano Algor puso el plato en el suelo, después se levantó con dificultad, Ay mis rodillas, cuánto daría por volver a tener aunque fuesen las del año pasado, Tanta diferencia hay, A esta altura de la vida hasta un día se nota, nos salva que a veces parece que es para mejor. El perro Encontrado, ahora que ya tiene un nombre no deberíamos usar otro para él, ya sea el de perro, que por la fuerza de la costumbre todavía se antepuso, ya sea el de animal o bicho, que sirven para todo cuanto no forme parte de los reinos mineral y vegetal, aunque alguna que otra vez no nos será posible escapar a esas variantes, para evitar repeticiones aborrecidas, que es la única razón por la que en lugar de Cipriano Algor hemos ido escribiendo alfarero, hombre, viejo y padre de Marta. Ahora bien, como íbamos diciendo, el perro Encontrado, después de que con dos lametones rápidos hiciera desaparecer la comida del plato, clara demostración de que todavía no consideraba cabalmente satisfecha el hambre de ayer, levantó la cabeza como quien aguarda nueva porción de pitanza, por lo menos fue así como interpretó Marta el gesto, por eso le dijo, Ten paciencia, el almuerzo viene después, mientras tanto entretén el estómago con lo que tienes, fue un juicio precipitado, como tantas veces sucede en los cerebros humanos, a pesar del apetito remanente, que nunca negaría, no era la comida lo que preocupaba a Encontrado en ese momento, lo que él pretendía era que le diesen una señal de lo que debería hacer a continuación. Tenía sed, que obviamente podría saciar en cualquiera de las muchas pozas de agua que la lluvia había dejado alrededor de la casa, pero le retenía algo que, si estuviésemos hablando de sentimientos de personas, no dudaríamos en llamar escrúpulo o delicadeza de maneras. Si le habían puesto el alimento en un plato, si no quisieron que lo tomase groseramente del barro del suelo, era porque el agua también debería ser bebida en un recipiente apropiado. Tendrá sed, dijo Marta, los perros necesitan mucha agua, Tiene ahí esas pozas, respondió el padre, no bebe porque no quiere, Si vamos a quedarnos con él, no es para que ande bebiendo agua de los charcos como si no tuviese asiento ni casa, obligaciones son obligaciones. Mientras Cipriano Algor se dedicaba a pronunciar frases sueltas, casi sin sentido, cuyo único objetivo era ir habituando al perro al sonido de su voz, pero en las que aposta, con la insistencia de un estribillo, la palabra Encontrado se iba repitiendo, Marta trajo un cuenco grande de barro lleno de agua limpia, que puso al lado de la caseta. Desafiando escepticismos, sobradamente justificados después de millares de relatos leídos y oídos sobre las vidas ejemplares de los perros y sus milagros, tendremos que decir que Encontrado volvió a sorprender a los nuevos dueños quedándose donde estaba, frente a frente con Cipriano Algor, a la espera, según todas las apariencias, de que él llegase al final de lo que tenía que decirle. Sólo cuando el alfarero se calló y le hizo un gesto como de despedida, el perro se dio la vuelta y fue a beber. Nunca he visto un perro que se comporte de esta manera, observó Marta, Lo malo, después de esto, respondió el padre, será que alguien nos diga que el perro le pertenece, No creo que tal cosa suceda, incluso juraría que Encontrado no es de por aquí, perros de rebaño y perros de guarda no hacen lo que éste ha hecho, Después de desayunar voy a dar una vuelta para preguntar, Aproveche para llevarle el cántaro a la vecina Isaura, dijo Marta, sin tomarse la molestia de disimular la sonrisa, Ya había pensado en eso, como decía mi abuelo, no dejes para la tarde lo que puedas hacer por la mañana, respondió Cipriano Algor mientras miraba a otro lado. Encontrado acabó de beber su agua, y como ninguno de aquellos dos parecía querer prestarle atención, se tumbó en la entrada de la caseta donde el suelo estaba menos mojado.

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