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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Fantástico

La cazadora de profecías (24 page)

BOOK: La cazadora de profecías
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Cuando llegaron a la taberna y no vieron a Eyrien se dirigieron al salón principal a preguntar al tabernero. La sala estaba ahora más concurrida y el ruido era atronado, pues a aquellas horas de la noche ya se habían juntado los clientes que habían ido a cenar con los que habían ido a tomar un par de cervezas tras la comida nocturna. Les costó un rato localizar al posadero, que iba de aquí para allá con jarras llenas y vacías en las manos, sorteando las mesas y las sillas que se acumulaban por doquier. Cuando al fin consiguieron llamar su atención, el hombre dejó rápidamente lo que estaba haciendo y se acercó a ellos limpiándose las manos.

—Buenas noches tengan, señores —dijo inclinando la cabeza—. Espero que el alojamiento sea de su agrado.

—Lo es —dijo Killian amablemente.

—¿Sabes dónde está nuestra acompañante? —le preguntó River.

—Sí, está allá, hablando con un conocido —dijo el posadero señalando hacia el ala del salón algo más despejada de gente, y en la cual la figura ilusionada de Eyrien se sentaba a la mesa con un Alto humano de edad avanzada—. Pero me ha ordenado que les reserve a ustedes una buena mesa y les sirva la cena. Se unirá a ustedes después.

—Bien, gracias —dijo River, que se sentía de nuevo excluido, pero prefería no importunar a Eyrien después de haberla llamado jovencita mimada.

Siguieron al posadero hasta una mesa que, aunque cercana a la de Eyrien, estaba lo suficientemente separada de ésta por otros clientes como para no poder atender a su conversación con el desconocido. Comieron sopa, verduras, jugoso lechón asado acompañado de dátiles y frutas laminadas, todo ello acompañado de un buen vino que casi se les subió a la cabeza. Luego se arrellanaron en sus sillas con satisfacción, y ya no les importó mucho lo que fuera que Eyrien estuviera decidiendo sin hacerles partícipes a ellos.

Al cabo de un rato la elfa y su acompañante abandonaron su mesa y, mientras el desconocido se dirigía a la puerta de salida con discreción, Eyrien se acercó a ellos envuelta en un liviano vestido oscuro e ignorando las miradas que se alzaban a su paso entre las diversas mesas. Cuando llegó junto a ellos se sentó, taladrando a River con la mirada por sus últimas palabras.

—Espero que os halla agradado la cena. Druon peca de ofrecer a un solo comensal comida para todo un regimiento —dijo.

—¿Quién era ese Alto humano con el que hablabas? —

—Un informador —dijo Eyrien con naturalidad—. Es bueno saber las cosas que suceden en la ciudad en que uno se alberga. También ha venido a informarme sobre los movimientos de los guardias de la puerta, por si habían cambiado de opinión respecto a nosotros. No podemos permitir que ninguno de los nuestros se meta en esta ratonera sin saber si el gato lo está vigilando. Y menos si la que entra en la ratonera soy yo.

Luego la elfa les explicó cómo estaban las cosas en la ciudad, los agravios que sufría el pueblo, el clima de inminente subversión por parte del populacho desfavorecido, y varias cosas más de las que acontecían en una ciudad como aquella. Estuvieron charlando alrededor de una hora, hasta que algo captó la atención de Eyrien.

—Disculpadme —dijo alzándose y yendo al encuentro de un Alto humano más joven que acababa de entrar en la taberna.

Intercambiaron algunas palabras y luego el joven se fue, mientras Eyrien volvía junto a ellos. Sin hacer ningún comentario volvió a sentarse, ignorando la ácida observación de River sobre que parecía tener muchos conocidos en la ciudad. Volvió a charlar con Killian un rato sobre la política de las ciudades neutrales y poco después se excusó para volver a su habitación.

—Vosotros podéis quedaros si queréis —dijo poniéndose de nuevo en pie con aquella gracia tan poco propia de los humanos comunes a los que intentaba imitar—. Mientras os mantengáis serenos y no habléis más de la cuenta, no tengo inconveniente en que disfrutéis de la estancia en la ciudad.

—Bien —dijo River en tono seco—. Pero yo voy a acostarme ya. También estoy cansado.

—Como quieras —dijo Eyrien.

—Yo me quedaré un rato aquí —dijo Killian, que estaba tan repantigado en la silla que parecía que iba a caerse hasta el suelo.

—Buenas noches entonces —dijo Eyrien sonriendo al príncipe, y se fue con River pisándole los talones.

Enfilaron el camino hasta la casa oculta sin hablar, en un silencio tenso y cargado de reproches. era como si el aire vibrara a su alrededor ante la inminencia de una tormenta. Cuando abandonaron el túnel subterráneo Eyrien miró a River, cuyas facciones estaban apretadas en un rictus severo.

—¿Te sucede algo, mago? —le preguntó finalmente, rompiendo el silencio—. Pareces tenso.

—No me sucede nada —dijo River con una calma que estaba lejos de sentir, furioso como estaba con los juegos ocultos de la elfa—. Es sólo que tengo ganas de acostarme para ver si puedo consultar con la almohada lo que no puedo consultar con seres algo más racionales. Buenas noches —finalizó en un tono educado que no admitía reproche.

Se fue a su habitación. Sólo cuando cerró la puerta tras de sí y se apoyó en ella, se dejó invadir por los sentimientos que le había provocado la última mirada de Eyrien, que más que enfado había expresado solamente dolida decepción. Consideraba que la elfa tenía que aprender a no tratar como títeres a sus compañeros y amigos, pero había tenido que mantenerse firme y huir antes de acabar cayendo de rodillas y confesándole a Eyrien que podía doblegarlo y manipularlo cuanto quisiera, a cambio de que no dejara de alumbrarlo con sus hermosos ojos élficos.

Pero la duda y el arrepentimiento le duraron poco. Al cabo de un rato oyó el suave ruido de la puerta principal al cerrarse, lo que indicaba que la elfa había vuelto a salir furtivamente de la casa.

River esperó un rato antes de seguir a Eyrien. Mientras tomaba de nuevo el camino por el oscuro corredor, se repitió a sí mismo que aquello lo hacía para cumplir la promesa que le había hecho a Eriesh de cuidar de los pasos de su dama. Pero no podía engañarse del todo a sí mismo, porque otra parte de su mente insistía en hacerle ver que aquello lo hacía para descubrir de una vez por todas qué se traía entre manos, y que no había nada de malo en ello porque él no sólo tenía que cuidar de sí mismo sino también del futuro rey de Arsilon. Cuando llegó a la taberna tuvo buen cuidado de no ponerse a la vista de Eyrien ni de Killian, pero a la elfa no se la veía por ninguna parte y el príncipe estaba enfrascado en una partida de cartas con el mozo del tabernero. River buscó a Druon y lo llevó a un rincón solitario.

—¿Hay algún problema, señor? —le preguntó el tabernero preocupado.

—Necesito saber a dónde ha ido la dama Erynie —le dijo River en un tono que esperó que sonara suficientemente autoritario.

El posadero titubeó, restregándose las manos con aspecto angustiado. River comprendió que estaba poniendo al pobre hombre entre la espada y la pared.

—¿Sabes quién es Eriesh de Greisan? —le preguntó.

—Por supuesto —dijo el tabernero con respeto—, el señor ha acompañado a la dama Erynie muchas veces en su estancia aquí.

—Pues ese elfo me pidió como un favor personal que cuidara de su compañera, porque ha sido descubierto un íncubo por las cercanías —dijo River, viendo satisfecho cómo el Bajo humano abría unos ojos como platos—. Así que dime dónde ha ido, pero mantenme el secreto.

El posadero decidió decirle a River que debía dirigirse a los establecimientos de la zona sur de la ciudad, aunque no fue más explícito porque tampoco él quería meterse en líos con la inmortal. Así que River se encaminó hacia la parte baja de la ciudad y descubrió atónito que los establecimientos a los que se había referido el posadero eran en su mayoría burdeles y centros de ocio de dudosas actividades. Por la calle había poca gente, porque la mayoría de los transeúnte estaba ya dentro de alguno de los llamativos negocios, pero los pocos que iban aún de un lado a otro eran soldados borrachos o rústicos aldeanos que aún no se habían decidido por una mercancía en concreto o no tenían dinero para pagar. Preguntándose qué habría ido a hacer Eyrien a un lugar como aquél, River se ajustó bien la capucha de la capa para que le ocultase el rostro lo más posible y empezó a recorrer las sinuosas calles en su busca.

Intentó preguntar un par de veces si alguien había visto a una joven muy hermosa y de cabellos oscuros, pero sus interlocutores eran borrachos que le decían que si finalmente la encontraba, los avisara a ellos también, o comerciantes que intentaban convencerlo de que el tipo de chica que buscaba lo encontraría en sus locales. Transitó entre las calles sinuosas y llenas de sonidos grotescos hasta que se adentró en las vías más sucias y donde se encontraban los negocios que, por sus precios y su falta de higiene, estaban dedicados a los clientes más pobres. Al torcer una esquina River casi gritó de la sorpresa. Eyrien se materializó al otro lado de la calle como si hubiese surgido de la nada. Por supuesto, había sido un tonto; a River no se le había ocurrido que la elfa optaría por circular en aquellas calles en su forma sombría. Pero ahora se había hecho visible, con el mismo vestido fino y oscuro que había llevado durante la cena, a la vista de un grupo de tres hombres borrachos y bastante grandes que, aun con la cogorza que llevaban, repararon en ella como si hubiesen sido buitres atraídos por el olor a sangre. Se arreglaron las ropas cuanto pudieron, lo que le pareció a River un sinsentido porque también se estaban separando para impedir a la supuesta muchacha escapar de ellos.

—¿Buscas compañía, hermosura? —dijo el más grande de todos, un hombre barbudo que para ser un Bajo humano casi superaba en estatura a River.

—Pues de hecho te buscaba a ti —dijo Eyrien, y añadió sin ambigüedades—: Pero sólo a ti.

River tuvo un presentimiento que le puso la piel de gallina mientras seguía observando cómo el Bajo humano ahuyentaba a los que hasta aquel momento habían sido sus compañeros de jarana. River pensó que realmente la imbecilidad masculina era grande si aquel hombretón no era capaz de ver el peligro oculto en una muchacha que, habiendo salido de la nada y pareciendo la encarnación de una diosa, reparaba con tanto interés en él. Eyrien echó a andar hacia las calles más periféricas dirigiendo una última mirada al hombre, que la siguió dando traspiés como si estuviera hipnotizado. También River los siguió manteniéndose oculto, incapaz de decidir si quería ver o no lo que estaba casi seguro que iba a suceder cuando la elfa considerara que había llegado a un lugar lo suficientemente apartado y solitario.

Al cabo de un breve trayecto en el que el Bajo humano intentaba alcanzar a su inesperada captura sin conseguirlo, Eyrien se detuvo y se giró. El hombre estaba ya cegado por el convencimiento de que iba a conseguir lo que quería sin tener que forzar a la muchacha, pero acabó por detenerse y avanzar más lentamente. Incluso embotado por el alcohol como estaba, su instinto le advertía del peligro que encerraba la situación.

—¿Te parece éste un buen lugar? —dijo el hombre con la lengua pastosa.

River se encogió contra la pared junto a la que se ocultaba cuando oyó la seca respuesta de Eyrien, cuya voz volvía a sonar tan extraña y reverberante como lo era en realidad.

—Depende —dijo—. ¿Te parece éste un buen lugar para morir?

El hombre tardó un momento en asimilar las palabras de la muchacha. Frunció el ceño y cerró los puños con ira al descubrir que la promesa del placer se había diluido entre sus manos.

—Te voy a cerrar esa boca de un puñetazo antes de saciarme contigo y de que me supliques que pare a gritos —dijo el labriego con una voz que a cualquier otra la hubiera hecho huir con pánico.

Eyrien se mantuvo impertérrita, quieta como una estatua de alabastro y tranquila como un mar en calma.

—Rezumas maldad, estúpido —le dijo—. ¿Acaso crees de veras que alguna chica va a querer acercarse a ti por propia voluntad? Las únicas que lo han hecho son las siete muchachas a las que has violado y asesinado con absoluta frialdad.

—Y tú qué eres, ¿la hermanita vengativa de alguna de esas mocosas que se pudren en algún rincón de la ciudad que ya no recuerdo? —dijo el hombre soltando una carcajada, empecinado en no ver que el hálito de la muerte lo sobrevolaba sin posibilidad de escapatoria.

—No —dijo Eyrien con claridad—. Soy una Cazadora y estoy aquí para evitar que cometas tu próximo asesinato; para que tu propia sobrina pueda vivir los años que le quedan y no acabe torturada y muerta como las demás. Puedes intentar defenderte con esa daga que tratas de mantener oculta a mis ojos. No puedes ocultarme nada, Bajo humano. Aunque seré justa contigo y lucharé con tus mismas armas.

Eyrien no se movió cuando el hombretón se lanzó contra ella enarbolando un machete sucio y rugiendo como un toro furioso. Sólo cuando lo tuvo casi encima se movió unos centímetros para evitar la hoja del cuchillo. Giró sobre sí misma, sacó una fina daga y se la clavó en el corazón con perfecta precisión. El hombre inhaló aire abruptamente, con más sorpresa que dolor o certeza de que estaba muriendo, y cuando finalmente se derrumbó ya estaba muerto. Había sido así de fácil. Así de fácil, rápido y limpio.

River observó sintiéndose inmerso en una pesadilla cómo Eyrien sacaba un sobre de entre sus ropas y lo dejaba caer sin ninguna ceremonia sobre el cuerpo muerto de aquel asesino. No dudaba que el hombre merecía morir, y que había tenido una muerte más rápida y compasiva de la que realmente merecía, pero las imágenes de lo que acababa de ver se repetían en su mente con angustia. Así que ése era el secreto de Eyrien. Era una Cazadora, como Tirenia, que se dedicaba a matar humanos como un verdugo justiciero. River apreciaba la labor de los Cazadores, pero siempre los había considerado algo muy lejano y ajeno. Descubrir que Eyrien, la delicada Hija de Siarta, era una de ellas, le provocaba un torrente de sentimientos confusos que era incapaz de analizar. Se quedó pegado a la pared mientras observaba a Eyrien, que permanecía de pie en el callejón como si esperara algo, ignorando por completo el cuerpo del hombre al que acababa de matar.

Al cabo de lo que a River le parecieron horas eternas, un rayo cruzó el cielo como un latigazo de luz. Eyrien alzó la mirada y se iluminó brevemente con su luz dorada, como si estuviera respondiendo a alguna señal. Entonces también River miró al cielo, y se dio cuenta de que ninguna nube cubría la bóveda estrellada que se cernía sobre ellos. Al ver caer otro rayo en el suelo, muy cerca de Eyrien, River comprendió lo que estaba sucediendo. Como esperaba, vio transformarse el haz luminoso en un elfo delgado, de aspecto enérgico y de cabellos anaranjados. Era un Elfo Ígneo, capaz de convertirse en energía ignífuga pura.

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