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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Fantástico

La cazadora de profecías (28 page)

BOOK: La cazadora de profecías
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Eyrien gimió cuando el vampiro, cuyos ojos no eran ahora grises sino rojo sangre y de pupilas verticales como sus ojos nocturnos, mostró unos colmillos que se habían alargado y afilado hasta parecer los dientes de un gato.

—Tranquila —dijo Ashzar acariciándole de nuevo la mejilla, como si fuese una niña—. No voy a matarte todavía. Relájate, será mejor para ti.

Eyrien se sorprendió pensando, mientras el inmortal de aspecto joven pegaba su cuerpo contra el suyo, que sus movimientos eran grotescamente gentiles y dulces, como si más que matándola estuviera intentando seducirla. Únicamente fue consciente de que los labios del vampiro estaban cerca de su piel cuando se posaron sobre su cuello, porque no había una respiración o un aliento delatores que los precedieran. Eyrien respiró profundamente al sentir los colmillos clavarse en el mismo lugar que la vez anterior, con una lentitud que parecía no querer causar dolor, para luego salir de nuevo dejando emerger la sangre. Era una sensación extraña la de sentir los labios del vampiro presionar su piel y absorber su sangre en rítmicos movimientos, como si aquella forma de morir tuviera un algo de sensual que la hiciera casi placentera, invitando a abandonarse a ella. Pero Eyrien era demasiado consciente de que se le estaba escapando la vida y la magia, y notó que empezaba a estar débil.

—¡No! Por favor —imploró telepáticamente, aturdida, casi sin darse cuenta de ello.

El vampiro se quedó parado y se separó un poco de ella. Al no estar ya aprisionada entre el cuerpo de Ashzar y la columna, las piernas de Eyrien se tambalearon debilitadas y hubiese resbalado hasta el suelo si el vampiro no la hubiese sujetado para apoyarla en la piedra. Se la quedó mirando con curiosidad largo rato.

—Estás demasiado débil para usar tu magia, así que voy a quitarte la mordaza —dijo.

Eyrien miró hacia la puerta casi sin pensar, pero Ashzar se dio cuenta de sus pensamientos.

—Sí, podrías gritar. Pero entonces los dos jóvenes humanos que duermen placenteramente vendrían a intentar rescatarte inútilmente, y yo me vería obligado a matarlos antes de seguir con mis asuntos —comentó tranquilamente—. Aunque casi te haría un favor matándolos; mira lo que te han hecho. Una elfa dulce y poderosa como tú, amada por todo tu pueblo, maniatada contra una columna de piedra en una casa que se cae bajo el polvo que acumula. No es digno de ti.

—No —dijo Eyrien telepáticamente, incapaz de ver morir también a River y Killian.

—¿No? —repitió de nuevo el vampiro—. Bien. ¿Entonces no gritarás?

Eyrien negó resignada con la cabeza. Con delicadeza, el vampiro alargó sus manos hacia la nuca de Eyrien y desatando el nudo, dejó caer la mordaza al suelo.

—Así que «no por favor», ¿eh? —repitió Ashzar—. Es la primera vez que escucho a un elfo pronunciar esas tres palabras juntas. Cuál es el problema, princesita —añadió con una expresión que habría podido parecer ternura—. Tienes muchas cosas que hacer todavía, la hija de Subinion no puede permitirse fallecer antes de haber arreglado el mundo. ¿No es demasiada carga para alguien tan joven, tan dulce como tú? Deberías haberte quedado en Siarta, dama Eyrien.

Le puso ambas manos en las mejillas y la acercó hacia sí para besarla. Cuando sus labios se rozaron Eyrien se sorprendió, pero se abandonó y devolvió aquel gesto que era cálido y dulce a un tiempo. El vampiro la besó largamente, acariciándole los largos cabellos, deslizando las manos expertas por su cuerpo, hasta que Eyrien se dio cuenta de lo que estaba haciendo y se puso tensa. El vampiro la estaba hechizando, trataba de seducirla para conseguir amor además de alimento de ella. Eyrien se removió cuanto pudo para apartarlo de sí, y sacudió la cabeza para liberarse del aturdimiento. Ashzar seguía mirándola ahora, pero su mirada se desviaba cada vez más a menudo hacia la gota de sangre que Eyrien sentía resbalar por su garganta.

—Eres un sacrificio, Eyrien de Siarta —dijo el vampiro sin dejar de acariciarle los cabellos—. Un obsequio, el pago adelantado por un servicio. Pero aún no puedo matarte, así que tendrás un tiempo para decidir tu propio futuro. Ya sabes cómo funciona esto. —Sonrió—. Podrías evitar que te matase si decidieras venir a mi lado. Me gustas. Para mí serías la princesita que deberías ser, Eyrien. Te gustaría mi hogar, un castillo tranquilo cercano a Selbast que domina las tierras salvajes del sur de Amazonia. Ya he albergado a otras elfas antes y han sido felices; tú también lo serías.

—¡No! Soy la Hija de Siarta. No seré el pasatiempo temporal de ningún vampiro —consiguió decir Eyrien venciendo la debilidad física y mental que sufría en aquel momento—. ¡N...

El vampiro sonrió.

—¿No puedes decir «nunca»? No, claro. Esos absolutismos no van contigo. Qué encantadoramente inocentes sois las elfas cuando os lo proponéis. Porque no se puede decir nunca ¿verdad, Eyrien? Incluso tú sabes que hay posibilidad de que eso ocurra.

Eyrien negó con la cabeza, sentía ganas de llorar. El vampiro hizo un ademán vago pero elegante para señalar el ambiente tétrico que los envolvía.

—¿Acaso tu vida es mejor ahora? Yo te amaría hasta la muerte.

—Tú no me amas —dijo Eyrien duramente—. Y yo sólo viviría hasta que tú mismo me matases tarde o temprano.

El vampiro se encogió de hombros manteniendo su sonrisa.

—Es cierto, es una posibilidad. Las relaciones entre vampiros y elfos nunca son duraderas. Sin embargo, aunque limitada, la existencia que yo te ofrecería es mejor que la vida de penurias que te espera en adelante. Piénsalo —dijo clavando sus ojos grises en ella—. Tendrás de tiempo hasta que volvamos a vernos, porque en ese momento tu vida ya no tendrá valor y serás mía.

Entonces volvió a acariciarle los cabellos y volvió  acercar lentamente su rostro al cuello de Eyrien. Ella notó con un escalofrío que el vampiro pasaba la lengua lentamente por el recorrido que había hecho la gota de sangre a lo largo de su cuello. Trató de moverse pero no pudo.

—Eres difícil de no matar, ¿sabes preciosa? —dijo Ashzar con una expresión aterradora.

Sus labios volvieron a posarse, con más brusquedad, sobre las heridas por las que se sustraía la vida. Eyrien pensó que el rato que siguió consciente era demasiado largo y angustioso. Sentía por un lado el rítmico dolor de la succión de su cada vez más escasa sangre, y por el otro la ambigua caricia de las manos del vampiro en su espalda, que la sostenía entre su cuerpo y la pared. Pese a lo que había dicho el vampiro, se sentía morir. Su visión se fue tornando borrosa, y sólo fue consciente de que en algún momento el vampiro la besaba, dejaba de abrazarla y resbalaba hasta el suelo, mientras él le decía con una seguridad aterradora:

—Volveremos a vernos, Eyrien de Siarta. Y espero que pronto.

No vio ni sintió nada más. En la habitación de al lado, River se removía en sueños. En una de sus numerosas pesadillas le pareció escuchar una voz que, ni viva ni muerta, amenazaba a alguien con volver en su busca. Se giró hacia el otro lado, intentando conciliar el sueño, pero aquella última pesadilla le había dejado un regusto amargo que no conseguía apartar de su mente. Se incorporó entre las mantas y lanzó un escudo protector alrededor de la casa. Se quedó más tranquilo. Ahora ya podía descansar sin preocuparse, y se tendió de nuevo entre sus mantas. Se durmió, ignorando que Ashzar ya había abandonado la casa y que Eyrien yacía casi muerta en la estancia de al lado.

Por la mañana tanto a Killian como a River les costó desesperarse. El día anterior había sido tremendamente penoso y como el cielo estaba encapotado, el Sol no les había anunciado con sus rayos luminosos que el nuevo día ya había llegado. Para cuando River se despertó y zarandeó a Killian, la mañana ya estaba avanzada. Se cambiaron de ropas y empacaron de nuevo, tras lo cual se permitieron un ligero desayuno. Killian se quedó mirando su porción de pan de centeno, y lo giró entre las manos con gesto serio.

—¿No deberíamos llevarle algo de comer a Eyrien? —dijo finalmente.

—Ayer ya le pregunté si necesitaba algo —dijo River—. Recuerda que los elfos comen y beben poco, así que no vamos a matarla de hambre. De aquí a dos días espero que lleguemos a Sentrist, y la elfa puede aguantar ese tiempo sin consumir nada y seguir sana. No te preocupes.

Killian asintió. No necesitaban decirse nada más, porque los dos se sentían igual de desanimados y desorientados por la situación en la que se encontraban. Recogieron sus cosas y cuando estuvieron preparados para seguir la marcha, fueron a buscar a Eyrien. River rogó en silencio que Eyrien hubiera optado por permanecer en su forma sombría de nuevo, pues la tarde anterior había sido muy duro ver de nuevo su bello rostro de rasgos azules como un mar melancólico. Killian esperó junto a la puerta mientras River la abría, pero se asomó preocupado al interior al ver que el mago se quedaba paralizado y se agarraba a la manija.

En el interior de la estancia, Eyrien permanecía sentada en el suelo apoyada contra la columna, y parecía dormir en su forma diurna. Tenía la cabeza ladeada y los cabellos azules le ocultaban el rostro. Inexplicablemente, la mordaza estaba en el suelo.

—¿Eyrien? —la llamó River con una voz que transmitía pánico.

No hubo reacción alguna. Killian supo que algo iba mal, pues Eyrien no parecía estar sólo dormida sino que parecía inconsciente o muerta. River se lanzó a su encuentro, murmurando que no había sido una pesadilla y rogante que no estuviese muerta, así que el príncipe echó a correr tras él. River se dejó caer de rodillas junto a Eyrien. Con toda la delicadeza que le permitía la angustia, le apartó los cabellos del rostro. Estaba pálida y su expresión angustiada revelaba el sufrimiento que había padecido la elfa.

—¡No estés muerta! —gritó River mientras sujetaba la cabeza de la elfa inerte con una mano y con la otra apartaba los cabellos de su cuello.

—¡No! —gimió Killian cuando vio que las marcas de los colmillos volvían a estar frescas.

River llevó dos dedos temblorosos a la garganta de Eyrien, intentando encontrar un pulso que reflejara que la Hija de Siarta seguía con vida. Transcurrieron unos segundos en silencio mientras Killian reprimía las ganas de preguntarle a River a gritos si Eyrien seguía viva todavía.

—No está muerta todavía, pero su pulso es muy débil —dijo el mago con voz temblorosa, y cuando alzó la cabeza para mirarle, Killian vio que sus ojos verdes estaban húmedos.

River volvió a mirar a Eyrien y tiró de las cadenas con fuerza para liberarla de la pared. Los grilletes cayeron de las muñecas finas y enrojecidas de Eyrien. Era angustiante ver su rostro inerte, sin saber si volvería a expresar aquel abanico de emociones ilimitadas que había poseído. Killian hubiese preferido que abriera los ojos y los matara luego, antes que verla así perpetuamente.

—Desde luego ahora sí merecemos morir —dijo notando que los ojos se le humedecían a él también—. Hemos provocado la muerte de la dama del pueblo élfico, y se la hemos servido en bandeja a un íncubo. Ahora sabemos por qué la maldita profecía nos señalaba acusadoramente. Ojalá Eyrien hubiera decidido acabar con nosotros en vez de darnos la oportunidad de provocar esto. Creíamos que ella era la traidora, pero los asesinos somos nosotros.

River permanecía callado, sujetando el cuerpo inerte de Eyrien entre sus brazos. Recordaba una y otra vez que lo último que le había dicho a la elfa a la que amaba era que no la consideraba nada más que una asesina traidora. Si en vez de eso le hubiese dicho lo que sentía por ella, y que pensaba que nada podía obligarlo a hacer algo que la pusiese en peligro, que podía matarlo si de verdad no merecía su confianza, quizás ella hubiese reconsiderado el futuro y nada de aquello hubiese sucedido. Pero era imposible retroceder en el tiempo.

—Aún no está muerta —se recordó River en voz alta—. Aún no está muerta, Killian.

—Pero tú mismo has dicho que está muy débil. Y sólo estamos tú y yo para protegerla —dijo Killian impotente—. ¿Qué haremos si vuelve el vampiro? ¡Estamos aislados en una mansión abandonada en medio del bosque!

—Iremos a casa de mi amigo Tristan. Él es también un Alto humano y vive a menos de una jornada de aquí —dijo River, empezando a cubrir a Eyrien con sus mantas para que no cogiese frío—. Para el anochecer podríamos estar en su casa. Quizás entre él y yo podamos mantener al vampiro a raya si vuelve; aunque ni siquiera sé por qué se ha ido. Además Tristan estudió en el Centro Umbanda de Quersia, y allí les enseñan magia curativa; quizás él sepa cómo salvarla.

Con delicadeza, cuando se hubo asegurado de que el rostro de Eyrien quedaría oculto a las posibles miradas indiscretas, le alzó del suelo. Se sorprendió de lo ligera que era, pues pesaba mucho menos de lo que hubiese pesado una humana de su estatura. Salieron rápidamente de aquella funesta estancia y bajaron a la puerta principal. En cuanto salieron al jardín, los caballos levantaron la cabeza. Elarha fijó sus grandes ojos negros en la figura que River cargaba y se asustó, dejando a River y Killian clavados en el suelo por un momento. Presa de la angustia, la inmensa y peluda yegua pateó el suelo con sus gruesos cascos y desplegó unas alas que habían aparecido ilusionadas y ocultas hasta aquel momento, sacudiéndolas con terror.

River esperó incluso recibir una mirada acusadora de la Pegaso, cuya verdadera naturaleza explicaba por otra parte muchas cosas. Pero en aquel momento no estaba ni para sentirse culpable ni maravillado, ni mucho menos regañado por un animal, aunque fuera mágico.

—Lo siento, Elarha, lo siento —dijo—. Pero trataré de arreglarlo, te lo prometo.

Lo importante en aquel momento era poner a Eyrien a salvo. La puso en brazos de Killian para poder montar en Adrastea, que parecía intuir el peligro y se mantenía dispuesta a obedecer. Luego acogió de nuevo a Eyrien en su regazo. Parecía tan ajena a todo que River temió que fuera a morir en cualquier momento entre sus culpables e indignos brazos. Cuando Killian hubo montado en Jano se lanzaron al galope con Elarha detrás. River tuvo el fugaz pensamiento de que ahora entendía por qué la yegua sólo se dejaba acariciar el cuello, pues cualquiera que hubiese pasado la mano por su costado hubiese notado el tacto de las plumas tupidas de sus alas.

Mientras cabalgaban a través del bosque seco, River intentaba no dejarse llevar por los pensamientos que lo acechaban, haciéndole ver la tragedia que había provocado e instándole a abandonar sus esfuerzos, que parecían desembocar sólo en miserias. Se obligaba a sí mismo a orientarse en el bosque y recordar el camino que llevaba a casa de Tristan. Sin poder evitarlo llevaba constantemente los dedos al cuello de la elfa para comprobar que su pulso, aunque débil y lento, seguía proporcionándole algo de vida. Su rostro, sin embargo, seguía completamente inexpresivo, como si el espíritu que albergaba se hallara ya en otro lugar. Sólo de vez en cuando un velado temor contraía las facciones de Eyrien, revelando lo duros que habrían sido sus últimos momentos conscientes. River imaginó a Eyrien viendo acercarse al vampiro sin poder moverse, sintiendo los colmillos perforando su piel, escuchándole quizás hablar... antes de absorberle la vida hasta casi matarla. River la abrazó con más fuerza, acercándola a su propio cuerpo para protegerla. Ya no podría verla más como una asesina traidora, pues siempre quedaría gravado en su memoria el aspecto desvalido que mostraba en ese momento. Era uno de los seres más poderosos de la Tierra, pero en aquel momento parecía sólo una doncella que se debatía entre la vida y la muerte, que necesitaba que la protegiesen a ella aunque fuera sólo una vez.

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