La cazadora de profecías (32 page)

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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Fantástico

BOOK: La cazadora de profecías
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Mientras la seguían por el sendero, Shane interrogó a su esposo con la mirada. Tristan negó algo serio con la cabeza, por lo que Shane adivinó que la situación con que se había encontrado al llegar a casa era aún más compleja y sombría de lo que parecía. No sabía qué le preocupaba más, si que la Hija de Siarta hubiera sido atacada por un íncubo o que ésta tuviera tan buena relación con River.

Después de cenar, Eyrien salió de nuevo al porche y se sentó en la baranda de madera. Se rodeó las piernas con los brazos y se quedó mirando al cielo semejando la versión élfica de un gato encaramado a un tejado para observar ensimismado la luna. Al cabo de un rato se alzó y bajó las escaleras hacia el jardín, enbombreciéndose poco después. Era una muestra clara de que necesitaba estar sola para pensar. Shane aprovechó para acercarse a River, que escudriñaba preocupado desde la ventana los bordes del bosque.

—¿Por qué te preocupas tú tanto si ni siquiera ella lo hace?

—Le prometí a un elfo de Greisan que haría lo posible para que a ella no le sucediese nada —respondió River—. Ya ves que hasta ahora he fracasado estrepitosamente.

—Ella está viva y, por lo que me ha dicho Tristan, podría haber muerto si no fuera por ti.

—Tampoco habría estado en peligro si no hubiese sido por mi culpa —dijo River desviando la mirada.

Shane suspiró pero no quiso indagar más sobre ello. Cuanto menos supiese, menos cosas tendría que ocultar luego.

—Nunca creí que vería a alguien de la Casa de Siarta —dijo Shane respetuoso, buscando a Eyrien en el jardín sin verla—. ¡Aunque casi me mata del susto! Ahora que puedo ser objetiva de nuevo, me doy cuenta de lo hermosa que es. Y refleja poder y valentía. Sin duda se debe a que es la hija del poderoso rey Subinion, aunque sigue pareciendo muy joven. Le atribuyo unos doscientos años élficos. ¿Me acerco? —dijo Shane, como quien comprueba hasta qué punto sus conocimientos son acertados.

—Doscientos veinte, creo —dijo River.

—Entonces es realmente muy joven entre los elfos —dijo Shane—. Debe ser muy poderosa si a esa edad ya es una Cazadora.

—¿Y en años humanos cuántos tendrá? —le preguntó River, quien sabía que los estudiantes de costumbres feéricas contrastaban la edad de los elfos, enanos y humanos con unas complejas tablas matemáticas.

—La correspondencia varía según la edad que tenga el elfo. Ellos son mayores de edad a los cien años, así que la equivalencia depende de si se calcula por encima o por debajo de esa edad. Si la Dama de Siarta tiene 220 años élficos, humanizados son veinte años y pocos meses —calculó Shane—. Pero no debes pensar así, River. Es joven, pero sólo para los elfos. Para ti sigue siendo alguien que ha vivido más de doscientos años, y que seguirá siendo joven cuando haya pasado tanto tiempo desde que tú hayas muerto que ya ni siquiera recuerde que exististe.

River sonrió y rodeó los hombros de Shane con un brazo.

—Me estás hablando con una crueldad increíble, pero estoy contento porque me doy cuenta de cuánto me quieres —le dijo dándole un beso en la mejilla—. No te preocupes, sólo tengo curiosidad. ¿O no me conoces?

—Sí, pero Eyrien de Siarta me resulta atractiva hasta a mí —dijo Shane riéndose—. Y a ti te hace mucho caso, es normal que te atraiga.

—A mí en estos momentos lo único que me atrae de Eyrien son las ganas de echarle un buen sermón por esa obstinación que tiene. ¿Cuánto tiempo lleva ahí fuera? Saldré a ver si aparece. Seguro que está sentada ahí mismo y yo muriéndome de preocupación por no verla.

Shane sonrió mientras River salía hacia la puerta. No envidiaba al hechicero de la Casa de los Tres Elfos si de alguna manera se había visto convertido en protector de la Hija de Siarta. River salió al porche y miró a su alrededor, agudizando su oído cuanto podía para detectar alguna presencia. Al no ser capaz de sentir nada se acercó hasta la baranda del porche y apoyó las manos en ella, aspirando el aromático aire nocturno y observando las sombras difuminadas de la huerta y el jardín. Al momento unos ojos felinos brillaron observándolo desde encima de la baranda, algo más allá. Pronto el mago y la elfa estaban conversando animadamente.

Sin embargo, Shane los observaba desde la ventana y no veía sólo a una elfa, jugando inocentemente con un pobre humano, sino que veía algo más detrás.

—¿Qué opinas tú, Shane? —le dijo Tristan, acercándose por su espalda y rodeándola con sus brazos mientras observaba también la relajada conversación que se sucedía en el porche.

—Que espero equivocarme en lo que creo que estoy reconociendo aquí —dijo la maga posando las manos sobre los brazos de su esposo—. Y lo peor es que creo que ni siquiera ella sabe lo que está haciendo; en ese sentido sigue siendo demasiado joven y demasiado inocente. La Hija de Siarta está jugando a un juego que es más peligroso de lo que ella misma cree.

—¿Peligroso para quién? —preguntó Tristan.

—Para ambos, si ella no medita y recula a tiempo —dijo Shane suspirando—. Pero no creo que suceda nada tan grave como para que el tiempo no pueda arreglarlo.

Al día siguiente se despedían ya frente al porche de la granja. Tristan y Shane aún no se habían acabado de creer que habían conocido a la Hija de Siarta, y ya la estaban añorando como si fuese una amiga.

—Ahora, por un vuelco del destino, formáis ya parte de esta lucha que parece no tener fin —les dijo Eyrien—. Al ayudarme os habéis ganado poderosos enemigos, declarados y ocultos, pero también el agradecimiento de todo el pueblo feérico. A partir de ahora ya no serás sólo el descendiente de Ashiel, Tristan, serás también el sanador que salvó a Eyrien de Siarta. Tu nombre se conocerá entre mi pueblo, y la ayuda no te faltará jamás. Aunque, si lo prefieres, puedo guardar el secreto para que sigas viviendo en paz.

—Agradecería que me guardarais el secreto, mi señora. Con haberos conocido tengo regalo suficiente, dama Eyrien —dijo Tristan emocionado, pero también algo asustado por todo lo que implicaba el bulto de mantas con que River había entrado en su casa—. Ha sido un placer conoceros, y lamentaré no veros más.

—No sé si para bien o para mal pero nos volveremos a ver, lo he leído en las estrellas.

Natural como le había salido el comentario, Eyrien fue la única en no darse cuenta del significado de sus palabras. Pero fue causa de estremecimiento para los humanos que la acompañaban, y para los que dejaban atrás preguntándose en qué condiciones se reencontrarían con la Dama de Siarta.

15
Peleas y guls

La nueva etapa de la marcha hacia Sentrist se le hizo a Killian extraña, como si hubiese pasado media vida desde que hubieran salido de Gevinen. El miedo por él mismo primero y el miedo por Eyrien después le habían hecho reflexionar, crecer y madurar mucho más que todos los años anteriores. Nadie podía decir ya que el príncipe de Arsilon no sabía lo que era luchar por la vida. De pronto, el enfrentamiento con los guls no era el fin del camino, sino sólo una batalla más en una guerra tan oculta como declarada. Tristan y Shane les habían preparado provisiones para cinco días, pues, aunque Sentrist sólo estaba a dos días de distancia, el sanador opinaba que convenía que no se apresuraran demasiado para que Eyrien no se debilitara aún más por el camino. Se había recuperado mucho, sí, pero no era el descanso sino un ejército gul lo que esperaba en Sentrist. También River estaba pensando en lo que dejaban atrás mientras los caballos relinchaban contentos por estar de nuevo en camino. Cuando volvían a introducirse en la espesura, sonrió. Había descubierto a Eyrien dejando una bolsa tintineante de oro en la mesa de la cocina, consciente de que Tristan y Shane jamás lo hubieran aceptado.

—¿Cuánto oro les has dejado? —le preguntó a la elfa, que por una vez no cabalgaba tan adelantada como para que tuvieran que llamar su atención a gritos.

—Lo suficiente como para que vivan bien el resto de sus vidas —dijo la elfa—. Tristan no se da cuenta, pero si esto se supiese entre mi pueblo tendría elfos de todas las razas dejándole regalos anónimos en el jardín hasta después de muerto.

—Eso no le gustaría —dijo River.

—Lo sé —dijo Eyrien—. Por eso ya le he agasajado yo por todos los elfos del mundo.

—Durante este trayecto te has desecho ya de una fortuna increíble —dijo Killian admirado—. ¿De dónde sacáis tanto oro?

—Las riquezas, tal como las entendéis los humanos, nos sobran —dijo Eyrien—. ¿Recuerdas lo que hizo Eriesh con aquella orquídea?

Killian lo recordaba perfectamente. El Elfo de las Rocas había convertido sin esfuerzo una flor en una gema preciosa que tenía el valor de un castillo pequeño.

—Los Elfos de las Rocas son los mayores comerciantes de piedras preciosas del Continente Norte y nos proporcionan riquezas materiales —dijo Eyrien, y se alzó de hombros—. Pero los elfos no comerciamos entre nosotros de esa forma, así que sólo usamos oro cuando tratamos con humanos o enanos; a ellos también les encantan el oro y las piedras preciosas para adornarse.

—Es verdad, no me había fijado —dijo River mirando a Eyrien.

—¿En qué? —dijo ella.

—En que tú no llevas ninguna joya salvo esos cinturones y el anillo de oro blanco que llevas en la mano derecha —dijo River—. Aunque tampoco necesitas nada de eso, mi dama.

River pensó que había metido la pata hasta el fondo, porque el rostro de Eyrien se ensombreció y ya no volvió a hablar en todo el camino. Permaneció las largas horas de aquel día mirando el anillo de oro blanco que adornaba su dedo pulgar, como si distinguiera en él angustiosas visiones. Durante la cena River ya no pudo más y le pidió disculpas a Eyrien si la había ofendido con sus groseras palabras. Eyrien lo miró como si hubiese salido de un conjuro.

—¿Qué? Ah, no, no —dijo la elfa, que sonrió. Al momento volvió a ponerse seria y, quitándose el anillo, se lo tendió por encima del fuego—. Pero esto es tuyo. Es el anillo con que tu padre desposó a tu madre. Robin me lo confió antes de morir, pero ha llegado el momento de que pase a manos de su legítimo dueño.

River cogió el anillo de manos de la elfa y se quedó mirándolo absorto, demasiado sorprendido y preso de aquellas emociones que brotaban tan de vez en cuando. Alzó la mirada hacia Eyrien, que se mantenía serena pero triste.

—¿Cómo...? —empezó a preguntar River, pero Eyrien alzó una mano.

—No voy a hablarte de cómo ha llegado ese anillo a mis manos, River.

—Lo siento, no quiero agobiarte con mis problemas.

—¿Y quién dice que tus problemas tengan la capacidad de agobiarme a mí? —dijo Eyrien—. Eso es algo entre tu madre, tu padre y yo. Lo que sí os explicaré es por qué prometí cuidaros.

La elfa se rodeó las piernas dobladas con los brazos, como si quisiera protegerse de sus propios recuerdos, y su expresión se tornó apesumbrada y melancólica.

—A tu tío, Killian, ya sabes que lo conocí hace veinte años, cuando fue presentado como heredero al trono. Sin embargo a tu madre Syana, la conocí hace 35 años.

—¡Pero mi madre tenía entonces 8 años! —exclamó Killian—. Pensaba que tú no te interesabas por los miembros de mi familia hasta que los considerabas suficientemente listos.

—Y no lo hacía —dijo Eyrien sonriendo—. Pero tu madre era condenadamente lista. Se enteró de que había elfos en el castillo y no paró hasta que encontró la forma de llegar a mis aposentos. Un día entró, se agazapó entre los muebles y esperó horas hasta que yo volví, tras lo cual me estuvo observando en silencio. Syana y yo nos hicimos muy buenas amigas. Al principio fue como una hermana pequeña para mí, pues me recordó a mi sobrina, a la que veía menos a menudo de lo que yo quería. Luego su edad empezó a acercarse a la mía y hablábamos durante largas horas de sus amores y sus desamores, me pedía consejo... Incluso llegó un momento en que ella empezó a ser una hermana mayor para mí, pues Syana crecía al rápido ritmo de los humanos mientras que yo casi no cambié en el tiempo que vivimos juntas. Y la vi desposarse, vi morir a tu padre y te vi nacer, Killian. En definitiva, yo la quería muchísimo —dijo Eyrien, y suspiró con infinita tristeza cuando dijo como si la hubieran herido personalmente—: y murió. Es algo que no me perdonaré nunca, porque yo estaba en Arsilon cuando la envenenaron. Hacía días que teníamos la sensación de que los maelvanienses habían conseguido introducirse en la ciudad, pero nunca llegamos a pensar que querrían cometer un asesinato. Y habían escogido a tu madre, para erradicar la posibilidad de que siguiera engendrando hijos.

»Yo la vi morir —dijo Eyrien con un suspiro—. Estuve a su lado durante las largas horas de sufrimientos, aunque ella sólo tenía pensamientos para ti. Que qué sucedería contigo, si corrías peligro, si Arsilon iba a caer... Aun cuando su mano empezó a temblar dentro de la mía, ella sólo pronunciaba tu nombre. Incapaz de verla sufrir de aquella manera, yo le prometí que tendría un ojo puesto en ti mientras viviera, lo que en un elfo es una promesa que ata más que un juramento de vampiro. Tu madre no tuvo un último aliento para darme las gracias, pero murió en paz y feliz; ella confiaba en mí más que en nadie.

—Pobre madre —dijo Killian con los ojos húmedos.

No recordaba casi nada de ella, pues él tenía cinco años cuando ella murió, pero imaginaba a una mujer dulce y cariñosa sufriendo aquella agonía y no podía evitar sentir rabia y frustración.

—Fue un golpe muy duro para todos —siguió diciendo Eyrien, que tenía la mirada fija en el fuego—. Ian, Lander, Robin, vosotros dos... Nunca hasta entonces nos habíamos dado cuenta de cuán cerca estaba el peligro de todos vosotros. Fui yo quien aconsejó a Ian que te enviara a las tierras fernostianas paternas, donde pasarías desapercibido. También extremamos las medidas de seguridad en lo que se refería a Robin y a River; la Casa de los Tres Elfos siempre ha sido de un especial interés para Maelvania. Robin nunca llevó bien el estar tan cerca del poder como le gustaba a Lander, y sólo el amor por su esposo la retenía en el centro de la Alianza. Yo... bueno.

—¿Por qué tengo la sensación de que no te llevabas bien con mi madre? —le preguntó River.

—Yo sí me llevaba bien con tu madre, River. Era ella la que no se llevaba bien conmigo —dijo Eyrien—. Pero es algo habitual; las elfas no les gustamos a las humanas y yo mucho menos que las demás. Lo importante es que antes de morir, tu madre se reconcilió con el mundo, incluso conmigo. Fue durante la Alianza Negra. Aquélla fue una batalla sangrienta como pocas. Las hordas de chupasangres y kapres no paraban de aparecer en el bosque, y el ataque había sido tan súbito que ni siquiera conseguimos llamar a nadie de los nuestros; suerte que al menos Eriesh, Freyn y yo estábamos en Arsilon en aquel momento. Todos los soldados de Arsilon salieron a exterminar chupasangres e incluso los estudiantes de más alto grado del Centro Umbanda tuvieron el valor de salir a defender a los guerreros de los kapres. No exagero si digo que en una sola noche llegué a matar a quinientos kapres. Pero lo peor era ver caer a los humanos. Erais tan débiles frente a aquellas criaturas, y era imposible protegeros a todos. Lo peor sin duda era tener que rematar a los heridos para evitar que se convirtiesen en wendigos. Por eso los hay en el bosque de Dreisar, porque muchos no fueron capaces de acabar con la vida de parientes o amigos. Fue desolador. Tanto Eriesh como yo intentamos mantenernos cerca de tus padres, River, pero no pudimos evitar perderlos de vista en aquella locura. Eran grandes hechiceros ambos, por aquel tiempo tu padre ya había desarrollado unas habilidades increíbles y dignas de la Casa de los Tres Elfos a la que pertenecía. Pero tu madre no era tan fuerte y se vio superada. Tu padre fue a defenderla. Cayó a sus pies, ni siquiera pudieron despedirse. Vi impotente cómo tu padre moría, mientras tu madre quedaba tan destrozada por el dolor que a duras penas se defendía. Me abrí paso como pude para llegar hasta ella. Cuando exterminé a los kapres que se hallaban a su alrededor, tu madre ya estaba herida de muerte, tendida en el suelo junto a tu padre. Me pidió que te protegiera de los males, que me asegurara de que llegaras a adulto para seguir libremente tu camino y escoger lo que querías hacer con tu vida, y yo se lo prometí para que también ella pudiera morir en paz.

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