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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Fantástico

La cazadora de profecías (31 page)

BOOK: La cazadora de profecías
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—Hola, bienvenido a casa —le dijo River sonriendo contento.

—¡Hola! —dijo Tristan quitándose los guantes de piel—. ¿Ya se ha despertado tu elfa?

—¿Cómo que
su
elfa? —dijo la voz reverberante de Eyrien en algún lugar a su espalda.

El rostro de Tristan empalideció hasta ponerse gris como el alabastro mientras sus ojos como carbones se abrían desmesuradamente. Se giró hacia ella esperando quizás una muerte merecida, lo que hizo reír definitivamente a Eyrien. Aunque seguía pálida y delgada, al menos ya no parecía consumida por el desaliento.

—No te preocupes, hechicero de Quersia —le dijo a Tristan—. No voy a matar al mago que me ha salvado la vida. Aunque procura no repetir algo así de nuevo si estoy lo suficientemente cerca como para escucharte.

—Desde luego, mi dama —dijo Tristan—. Perdonad mi estupidez.

Killian entró por la puerta trasera e intercambió un saludo con Eyrien y con Tristan luego, y la elfa dirigió entonces sus ojos hacia River por primera vez. Enseguida Eyrien volvió a fijarse en Tristan y lo observó largamente, por lo que el Alto humano acabó por sentirse turbado.

—Tu antepasado fue un Elfo Ígneo, y además sospechosamente reciente, si no me equivoco —le dijo finalmente Eyrien.

—Sí —reconoció Tristan orgulloso—. Se llamaba Ashiel.

—¡Ashiel! Sé quién es —dijo Eyrien—. Fue pariente de la novia de mi hermano, pero igualmente todos los elfos conocemos su triste historia. A Ashiel le debemos mucho todos, pues fue en gran parte por ella que los elfos reconsideramos nuestro trato con los Altos humanos; que alguien de la casa de los Elfos del Fuego se enamorase de un Bajo humano replanteaba muchas cosas. ¿Sabías que fue por honrar su memoria que se permitió la creación del primer Centro Umbanda en un territorio élfico?

—No, no lo sabía —dijo Tristan emocionado.

—Pues sí, tienes que dar las gracias a tu antepasada Ashiel por haber podido estudiar donde lo has hecho —dijo Eyrien—. Y yo también tendré que dar gracias a ello.

Luego le tendió la mano a Tristan, que se sorprendió y titubeó antes de estrechársela.

—Es un placer conocerte, Tristan de la Casa de Ashiel —dijo Eyrien—. Yo soy Eyrien, aunque supongo que eso ya lo sabías —añadió mirando a River.

—El placer es mío, dama Eyrien —dijo Tristan.

—Por supuesto —dijo Eyrien—. Ahora me gustaría que nos explicases las noticias que traes de Sentrist, pues adivino que no son buenas.

—No lo son, desde luego —dijo Tristan seriamente mientras iban a tomar asiento.

Tristan les explicó que a medida que se acercaba a Sentrist los rumores sobre los guls iban aumentando. Las aldeas preparaban barricadas y empalizada, aunque Eyrien no tardó en comentar que serían completamente inútiles contra los antropófagos. En los pueblos más cercanos a Sentrist, Tristan había averiguado que los guls ya habían echado anclas en la costa y que se habían apostado en la puerta sur y tenían intención de llegar a la norte. Cuando se acercó, vio consternado que ya lo habían conseguido. Habían rodeado la ciudad y un grupo muy numeroso se arracimaba frente a la puerta norte. La ciudad estaba sitiada.

—Malas noticias —dijo Eyrien.

—¡Es horrible! —dijo Killian.

—¿Sabes si hay enanos o elfos dentro de la ciudad? —le preguntó Eyrien.

—No los hay, dama Eyrien —dijo Tristan—. Como pensé que vos preguntaríais al respecto, busqué a algún ciudadano libre que pudiera informarme. Un anciano hechicero me dijo que creía que en la ciudad esperaban a algunos elfos, pero que no habían acudido.

—¿Cuánto tiempo llevamos aquí? —preguntó Eyrien cada vez más seria.

—Una semana —calculó River.

—Una semana —repitió Eyrien—. Y Freyn y Eriesh aún no han llegado a Sentrist tampoco. ¿Qué los habrá detenido a ellos? Suinen de Sentrist está solo. Me dirigiré hacia allí sin demora.

River, Killian y Tristan intercambiaron una mirada.

—Eyrien, yo no creo que... —empezó a decir River.

—Pero me da igual lo que tú creas —lo atajó Eyrien.

Luego suspiró, lamentando haber sido tan brusca. Haciendo una prueba tanto para ellos como para sí misma, probó cuánta energía podía canalizar de nuevo. Levantó una mano y la abrió con la mano hacia arriba. Se concentró y encendió sus ojos y sus cabellos hasta que consiguió que brotara un pequeño rayo energético de ella.

—Lo considero suficiente —dijo Eyrien cuando volvieron a mirarla—. Los tratamientos del hechicero de Quersia han sido excelentes y me siento lo suficientemente recuperada como para ir a Sentrist. Vosotros, si queréis, podéis quedaros aquí.

—De eso nada —dijo River.

—Pero Eyrien, ¿qué sucederá si vuelve el vampiro? —le preguntó Killian.

—Killian, a ver si os entra ya en la cabeza —dijo Eyrien—. Cuando decida venir a buscarme me encontrará donde esté. Sea donde sea, porque se siente atraído por mi sangre. Aunque si te tranquiliza, puedo decirte que creo que no volverá todavía. No hasta que... —«hasta que mi vida ya no tenga valor» pensó Eyrien recordando sus palabras—. Da igual. Pero no volverá todavía, sino directamente no se hubiese ido. Y, mientras, me esperan en Sentrist, y es allí donde iré. Lo que podéis hacer por mí, River ya lo sabe. Aparte de eso no quiero que os inmiscuyáis más. Ya que os he perdonado la vida, me gustaría que la disfrutaseis un tiempo. Partiremos mañana por la mañana , os sugiero que descanséis hasta entonces.

Dicho esto se levantó. Le daba pena que se sintieran tan mal, pero la verdad era un hecho y sería mejor para todos que la aceptaran.

—Iré un rato fuera a ver a los caballos —dijo, y luego sonrió—. Y ni se os ocurra decirme que no salga por si el vampiro merodea porque os chamusco los dedos.

River suspiró haciéndose a la idea de que Eyrien no era un ser del que se pudiese cuidar fácilmente. Killian anunció que iba a preparar algo de comer, pues Tristan ni siquiera se había quitado el polvo del camino, e hizo caso omiso de las quejas de éste, que decía que no podía permitir que el príncipe de Arsilon le preparara la comida en su propia casa. Sin embargo, con Killian sucedía algo parecido que con Eyrien, pues uno podía llevarle la contraria a un miembro de la realeza hasta cierto punto, así que River le dio una palmada en la espalda a Tristan mientras éste veía algo abochornado cómo el futuro rey de los Pueblos Libres se metía en la cocina.

Los dos magos se acercaron a la ventana a observar a Eyrien, que en aquel momento se lanzaba escaleras abajo con aquella levedad propia de su pueblo. Los caballos se acercaban y se mostraban contentos, pero ninguno más que Elarha. Trotaba hacia la elfa sacudiendo la cabeza y haciendo revolotear sus largas crines. Eyrien alzó las manos haciéndole gestos para que se tranquilizase, luego se abrazó a su cuello mientras la yegua metía el hocico entre sus resplandecientes cabellos.

—Un animal espléndido —dijo Tristan mientras veían cómo Jano daba un golpe con el morro a Eyrien con tanto ímpetu que la lanzó contra el flanco de Elarha—. ¿De qué especie es?

River se quedó mirando a Tristan asombrado, por lo que éste le devolvió una sonrisa burlona.

—Vamos, River. ¿Has estado tan cegado con la elfa que no te has dado cuenta de que su montura también desprende magia? Vaya un hechicero de poca monta estás hecho tú, señor de la Casa de los Tres Elfos.

Mientras el granjero soltaba una carcajada, River se llevó una mano a la nuca azorado.

—¿Y qué tipo de relación tienes tú con esa elfa? —le preguntó Tristan, ya poniéndose serio.

River sonrió. Sabía que Tristan acabaría por preocuparse por su, parecía que demasiado evidente, atracción por la elfa.

—¿Qué tipo de relación
puedo
tener yo con esa elfa? —le respondió, observando cómo Eyrien se encaramaba de un ágil salto al lomo de Elarha y se quedaba observando cómo Jano y Adrastea retozaban por el jardín.

—Ninguna, desde luego —dijo Tristan—. Siempre es peligroso estar demasiado cerca de una elfa. La siartana es además muy hermosa. Y veo cómo la miras, River, y cómo te mira ella a ti.

—¿Y cómo me mira ella a mí?

—No lo sé, no puedo desentrañar la expresión de una elfa. Eso se le daría mejor a Shane; ella se ha especializado en costumbres feéricas. Incluso está estudiando Uldaran, ya ves —dijo Tristan alzándose de hombros—. Pero la Hija de Siarta no te mira como nos mira al príncipe o a mí. Tiene más interés en ti y, viniendo de un elfo, eso no tiene por qué ser algo bueno. Y menos si tú te haces ideas equivocadas con ello. No es una elfa cualquiera como mi antepasada Ashiel, River. Es Eyrien de Siarta, la heredera del pueblo élfico, y mostrar demasiado interés por ella podría crear problemas políticos que no serían buenos en tu posición. Además de que invariablemente tu corazón se acabaría rompiendo, para ella eres sólo un crío. Siento hablar así, pero sólo me preocupo por ti, River.

—Lo sé, Tristan. No te preocupes —dijo River.

Tristan le dio un codazo y le dijo:

—Bueno, ¿vas a decirme qué tipo de animal es ése? ¿Un Unicornio, un Pegaso, un Grifo...?

—Un Pegaso —dijo River, contento al menos de haber descubierto la naturaleza de Elarha.

—Y tanto —aseveró River, observando a Eyrien.

Poco después comieron, aunque Eyrien sólo tomó una infusión y eso después de que Tristan insistiera. Luego la elfa se acercó a River y exigió saber dónde estaban sus armas. River frunció el entrecejo pero la llevó hasta donde habían dejado los fardos de viaje. Eyrien acarició su espada y anunció que se iba fuera a practicar un poco, pues necesitaba ejercitar sus músculos después de tantos días de inutilidad. Los tres chicos la siguieron hasta el porche y se quedaron allí a observarla mientras ella avanzaba hasta el jardín e iniciaba una serie de ejercicios con su espada, entrenamientos que delataban una agilidad y una maestría admirables. Cuando activó su espada feérica, Tristan no pudo reprimir un grito de sorpresa y Eyrien se giró a mirarle.

—Pues pídele a tu amigo que te enseñe sus esposas feéricas. Se las regalé yo misma a su padre —dijo—. Son muy interesantes también. Y útiles, ¿verdad River?

Tristan frunció el entrecejo, recordando las marcas de los grilletes que había descubierto en las muñecas de Eyrien. Aun así prefirió no preguntar; todo aquel asunto era demasiado extraño como para querer inmiscuirse en ello. Eyrien siguió practicando largas horas, hasta que sólo Killian se quedó a observarla con la adoración propia de un joven con alma de guerrero. Sin embargo, cuando se acercaba el anochecer, incluso él acabó por sentirse cansado ante la energía infatigable de la elfa. Entró en el salón y se sentó con River para escuchar hablar de sus vivencias a Tristan. Al cabo de un rato, sin embargo, se quedaron los tres petrificados en sus sillones. Se había escuchado un aterrado grito femenino que venía de fuera.

Eyrien había ido hacia el fondo del jardín. Estaba segura de que a los chicos no les gustaría que se alejase tanto, e incluso ella se sentía algo atemorizada entre las crecientes sombras y la imposibilidad de ver el camino de entrada que en aquel lugar hacía una curva, pero tenía que demostrarse a sí misma que no corría ningún peligro ni tenía ningún miedo. Cogió dos manzanas del manzano para lanzarlas al aire. Con pocos movimientos rápidos y certeros de los dos filos de su espada había conseguido partirlas en cuatro trozos antes de que llegaran al suelo, cuando oyó un grito aterrado a su izquierda. En el recodo del camino había aparecido una Alta humana que la miraba con pavor, y Eyrien reconoció que quizás la expresión de concentración y la espada que empuñaba, no era la mejor bienvenida que había tenido la mujer al llegar a casa.

La maga quiso echar a correr, por lo que Eyrien tuvo que gastar sus escasas fuerzas para retenerla con un conjuro. ¿Por qué todos los humanos se empeñaban en intentar huir, obligándola a retenerlos a la fuerza?, se preguntó Eyrien con fastidio, luchando con su aún débil magia contra la resistencia que oponía la maga. Finalmente la mujer dejó de resistirse.

—¿Eres Shane, la esposa de Tristan? —le preguntó Eyrien.

—Sí —respondió la mujer con un sollozo, desviando una mirada angustiada hacia el camino que ocultaba la casa a su vista—. ¿Eres una Cazadora?

«Una estudiante de costumbres feéricas», se dijo Eyrien, pensando que sólo un mago del Centro de Alto Udrian podía reconocer a una Cazadora sin haber visto nunca antes a un elfo.

—Sí, soy Cazadora —reconoció Eyrien, contestando a aquella pregunta tan directa. Sin embargo pensó que le debía algo a Tristan por haberla ayudado y que era mejor no provocarle una crisis de ansiedad a su esposa como agradecimiento—: Pero no tienes que temer por tu vida o la de tu esposo, porque no he venido aquí en calidad de asesina sino de paciente.

Desactivó su espada y se apartó los cabellos del cuello para mostrarle las marcas de los colmillos que aún estaban impresas en su piel. La mujer se llevó las manos a la boca con gesto de horror, y se relajó. Era así de fácil, pensaba Eyrien: «muéstrale a un humano que tú tampoco eres intocable y te ganarás su confianza al instante». Al ver que la maga de Udrian la miraba ya con más compañerismo que temor, levantó el conjuro que le impedía moverse. La mujer dio un paso hacia delante, para comprobar que realmente podía hacerlo, pero aun así no se acercó más a Eyrien, aunque ésta se interpusiese entre ella y su casa y su esposo; seguía siendo peligrosa.

—Mi nombre es Eyrien —dijo ella acercándose y tendiéndole su larga y delicada mano en un gesto claro de amistad.

—¿Eyrien de Siarta? —preguntó Shane incrédula.

—No hay ninguna otra Eyrien ni la habrá, a no ser que alguien de la casa de Siarta quiera honrar mi memoria en el futuro —dijo sonriendo—. No me temas, Shane, aunque te explique algo que tan pocos saben. Le debo demasiado a tu marido para desearle algún mal.

Se oyeron pasos corriendo por el camino que llevaba a la casa y aparecieron Tristan, River y Killian. Se quedaron parados un momento al verlas juntas, pero cuando tuvieron claro que no había peligro Tristan corrió a abrazar a su esposa mientras River y Killian suspiraban aliviados.

—Creíamos que eras tú la que había gritado —dijo River—. Por un momento hemos pensado...

—Estás insultando a la Hija de Siarta, River —dijo Shane, yendo a abrazarlo—, si insinúas que has confundido mi voz humana con la suya.

—Lleva días insultándome en diversas formas, así que ya no es algo que me moleste en reprenderle —dijo Eyrien con su peculiar humor mientras recogía sus armas del suelo.

BOOK: La cazadora de profecías
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