La cazadora de profecías (33 page)

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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Fantástico

BOOK: La cazadora de profecías
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Los ojos de Eyrien se habían humedecido y seguía mirando al fuego con la vista perdida. River se dio cuenta de que se había saltado la parte relativa al anillo que sostenía entre sus manos, pero no tuvo valor de hacerle ningún comentario al respecto.

—Debió ser duro para ti —dijo River solamente—. Aún eras joven cuando sucedió todo eso.

—Sólo veinte años más joven, para mí no es mucha diferencia —dijo Eyrien—. Pero en dos años había visto morir a casi todos los humanos a los que había amado, y me juré no volver a cogerle cariño a un mortal. Para los elfos la muerte es algo ajeno, la mayoría vive miles de años sin ver morir a nadie. Pero para mí la muerte es una compañera constante, siempre viaja a mi lado. Ver morir a Syana, Lander y Robin fue algo que no pude soportar, y me alejé de todos mucho tiempo. Yo admiro a los humanos, porque sois fuertes para aceptar que veréis morir a muchos seres queridos antes de morir vosotros mismos; eso es algo para lo que yo no estoy preparada. Por eso no quise conoceros a ninguno de vosotros dos. Así que me ocupé de vosotros desde lejos. También fui yo quien aconsejó a Ian que a ti te tuviese a su lado, River, para evitar que cayeras en malas manos. Y evité por todos los medios que te inculcaran los deberes de la Alianza desde pequeño y que te permitieran pasar los veranos vigilado en casa de tu tía, para cumplir la promesa que le hice a tu madre de dejarte elegir cuando fueras mayor.

—Vaya —dijo River—. No sabía que Killian y yo éramos objeto de tantas miradas.

—De eso se trataba, mago, de dejaros vivir —dijo Eyrien, y suspiró—. Ahora estoy pagando mi debilidad hacia los humanos y mi incapacidad de defenderlos. Pero no me importa. Yo soy consecuente con mis actos y mis faltas, y estaré en paz si actúo correctamente para enmendar mis errores. Fui débil para dejarme llevar por mis pasiones, pero no me arrepiento.

Hubo un momento de silencio. A Killian le hubiese encantado poder decirle a Eyrien que no debía culparse por aquellas muertes, que ella no era la responsable de todos los seres a los que había conocido, pero no tenía suficiente valor como para decirle una cosa así. Si aquélla era la forma de pensar que tenía como elfa, no podía insultarla intentando que pensase como un humano. River, por su parte, entendía un poco mejor a Eyrien pero seguía pensando en todo lo que le había ocultado respecto a su relación con sus padres.

—Será mejor que descansemos —dijo Eyrien finalmente, dedicándoles una sonrisa—. No conviene desvivirse por los recuerdos, y los próximos días serán duros. Así que a descansar.

Antes de que pudiesen decir nada, la elfa se había ensombrecido rodeándose de un silencio sepulcral. Como sabían que no debían contrariarla la obedecieron, y se tumbaron en sus respectivas mantas. River tardó en dormirse mucho más que Killian. Aunque era cierto que se alegraba de haber descubierto cuánta gente se preocupaba por él aún siendo huérfano, se sentía sucio por ello, pero no conseguía adivinar por qué. Estando aún despierto, vio que Eyrien abandonaba sus mantas y se alejaba hacia un claro próximo. La siguió, pues sintió que tenía que devolverle algo.

La elfa se había sentado sobre un árbol caído, acariciando la corteza que, aunque vencida, seguía emanando vida.

—¿Eyrien? —la llamó.

Eyrien no se giró a mirarle, pero le hizo sitio en el tronco junto a ella. El mago se sentó y permaneció un momento pensativo, tras lo cual extendió la mano abierta hacia ella. En su palma estaba de nuevo el anillo de sus padres.

—Quiero que lo sigas teniendo tú —dijo River—. No me lo has explicado todo, pero es más tuyo que mío. Lander y Robin eran mis padres, pero fueron amigos tuyos mucho más tiempo. Así que prefiero que te lo quedes tú, porque honrarás su memoria mucho mejor que yo.

Eyrien cogió el anillo sin decir nada, se lo puso y mantuvo la mano sobre su pierna, a la vista de sus ojos. Luego volvió a mirarlo, transformando sus ojos felinos en los pozos profundos y azules que adornaban su rostro de día.

—¿Vas a explicarme qué te pasa? —le dijo con suavidad—. Y espero que esta vez la conversación no acabe igual de mal que la última.

—No me pasa nada, Eyrien —dijo River sonriendo con esfuerzo.

—Mago, no puedes imaginarte lo que cambia el lenguaje corporal de un humano cuando miente —dijo Eyrien—. Así que no quieres decírmelo, reconócelo. Pero no me mientras.

—No quiero ofenderte —dijo River. Su rostro estaba tan serio que parecía muy maduro de repente—. Pero tampoco quiero ser una más de tus molestas preocupaciones, sólo porque mi madre te obligara a hacer una promesa antes de morir. Si no hay nada en mí que te impulse a querer respetar mi vida por lo que soy, prefiero que me consideres un desconocido cualquiera.

Eyrien se lo quedó mirando mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa. Se echó a reír.

—Hay que ver lo complicado que eres para ser humano —dijo riéndose aún—. No te lo tomes a mal pero desde luego te pareces mucho a tus padres. A ambos. También ellos me sorprendían constantemente con ese tipo de pensamientos rebuscados —dijo la elfa mirándolo—. ¿Y qué quieres que te diga, River? Creo que tú quieres oír cosas que yo no puedo decir. La culpa ha sido mía por dejar que me cogieses confianza, pero eres humano y eres joven, y el interés que puedo sentir por ti es muy diferente al que tú anhelas —le dijo Eyrien dulcificando su crueldad con una sonrisa indulgente—. Yo soy una elfa, tengo casi 200 años más que tú.

—Pero no llega —dijo River desafiante.

—Tengo 198 años más que tú, River.

—¿Ves? No llega a los 200. Y si contáramos tus años de forma humana, tendrías sólo 20. Eres más antigua, pero no más vieja —insistió River—. Si nos comparamos relativamente, yo soy por mi edad mucho más maduro que tú.

—Esta estúpida conversación no nos lleva a ninguna parte —dijo Eyrien, que se levantó bruscamente. Se giró a mirarlo—. No hay nada que yo pueda ofrecerte que no sea una indulgente amistad, y tú lo sabes. Así que, ¿qué es exactamente lo que quieres de mí, River?

River le dirigió una mirada brillante, alzando una ceja con una expresión que mezclaba la incredulidad y el desafío. Al darse cuenta de lo que le había preguntado al mago y que éste se disponía a responderle, Eyrien se alarmó y le tapó los labios con los dedos de una mano.

—No quiero que respondas, no quiero saberlo —rectificó rápidamente—. No me perdonaría nunca ser la culpable de que vuestros caminos os lleven a un mal lugar del que sólo la muerte os salve. ¿Comprendes? Acabaré haciéndote daño inevitablemente si sigo cerca de ti, y me da miedo que eso pueda hacerte perder la entereza.

River cogió la mano de Eyrien con la suya.

—¿Y quién te ha dicho a ti que tu sola presencia pueda hacerme dudar de mi camino? —le respondió con un amago de sonrisa, utilizando sus propias palabras.

Eyrien parpadeó perpleja. Estaba tan acostumbrada a ser objeto de deseo que la sola posibilidad de no ser lo suficientemente turbadora como para provocar aquella reacción en el mago parecía hacérsele impensable. Y lo era, pero Eyrien seguía sin asimilar que River pudiera estar mintiéndole. Parecía tan dulce y temerosa en aquel momento que sin darse cuenta siquiera de que era una estupidez, River estiró de su mano para atraerla hacia sí y se acercó para besarla. Eyrien dejó que se le acercara, aunque paradójicamente reaccionó con sorpresa cuando sus labios se posaron sobre los suyos. River tuvo la sensación de que se estaba condenando al abismo, porque los labios de Eyrien eran demasiado cálidos y demasiado dulces como para que la huella que iban a dejarle pudiese borrarse nunca. Aun así se dejó llevar por el momento, y puso una mano en la espalda de Eyrien cuando ésta por fin le devolvió el beso con ternura. Pero duró poco, porque cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo se puso rígida y levantó las manos en un gesto de defensa, enviando consciente o inconscientemente un golpe de energía a River para apartarlo de sí. Eyrien compuso un gesto de horror y se giró para darle la espalda, llevándose las manos a las sienes mientras River se tocaba el pecho allí donde lo había golpeado.

—No, no, no —murmuró la elfa—. ¡Qué estoy haciendo! Qué me está pasando. Frirel tenía razón. Primero el vampiro —dijo, y aquí River se sobresaltó—, y ahora el mago. ¿Qué estoy haciendo? —dijo y suspiró—. Llevo demasiado tiempo entre humanos. Necesito volver a Siarta un tiempo y recuperar la cordura. —Se giró hacia River—. Nunca debí permitir que esto sucediera. No quiero hacerte daño. Puedes enfadarte conmigo, pero trata de olvidarlo.

—No voy a enfadarme contigo —le dijo River—. Y no trataré de olvidarlo, pero será como tú quieras y nunca volveré a mencionarlo si no quieres. Sólo quiero que me digas una cosa, y ya no te molestaré más. Dime sólo que realmente no sientes nada por mí. Sólo dime eso.

Acababa de meter la pata hasta el fondo, y se dio cuenta enseguida. Le había exigido a una elfa una afirmación directa y comprometedora. Se había dejado llevar y los había puesto en un compromiso a ambos, pero la reacción de Eyrien fue mucho más allá. Entrecerró los ojos y se separó de él con lentitud, como si su cercanía le resultase de pronto muy desagradable. Su expresión se tornó sombría y acusadora hasta el extremo que River sintió un escalofrío.

—Cómo te atreves... —consiguió articular la elfa sin despegar su mirada de él—. Cómo te atreves a exigirme una respuesta así, hechicero.

—Lo siento, Eyrien —dijo River acercándose un paso, viendo impotente cómo ella retrocedía para alejarse de él—. Yo... olvidé que estaba hablando con una elfa.

Eyrien abrió mucho los ojos y cerró los pálidos puños con rabia. River pensó que había logrado lo impensable, que era fastidiar la situación aún más. Eyrien negó en silencio con la cabeza, mientras le dirigía una mirada imbuida de ira y decepción.

—Humanos... —dijo con expresión de disgusto, como si aquella palabra supiese amarga en los labios—. También Lander acabó adquiriendo la costumbre de olvidar que yo no era una vulgar humana sino una elfa, y la Hija de Siarta además. Felicidades —su voz sonó como un latigazo—, puedes estar orgulloso; ahora sí que te pareces del todo a tu padre.

Se giró tan bruscamente que a un humano le hubiese resultado imposible hacerlo con el mismo ímpetu, y desapareció entre los árboles. River se sintió dolido ante aquel último comentario, que había hecho que el recuerdo de su padre hubiese sonado como un insulto, pero se lo merecía. Tenía que pedirle perdón y evitar que la brecha que había provocado entre ambos se hiciese insondable y permanente. La siguió entre los árboles, deseando alcanzarla antes de que la elfa llegara al campamento y pagara su ira con Killian.

Sin embargo, cuando el príncipe vio llegar a Eyrien rezumando gélida ira, se quedó con la boca abierta. La elfa le dio las buenas noches con la inexpresividad de quien intenta no hacer pagar a otros un crimen del que son inocentes, y se ensombreció antes siquiera de que Killian pudiera responderle. Al momento llegó River como una exhalación, y miró a su alrededor.

—¿Está aquí? —le preguntó a Killian sin dejar de mirar fijamente al otro lado del fuego—. ¿Eyrien? Eyrien, por favor, háblame.

Como sólo obtuvo el silencio por respuesta, se dejó caer en sus mantas. Killian lo miró con absoluta desesperación.

—¿Se puede saber qué le has hecho esta vez? —le gritó señalándole con un dedo—. ¡Vas a conseguir que me muera de angustia, River! Quizás a ti te apetezca que Eyrien decida abandonarte a los guls cuando lleguemos mañana a Sentrist, ¡pero a mí no!

De pronto resonó la risa cristalina de Eyrien al otro lado del fuego.

—No te preocupes, Killian —le dijo telepáticamente—. En todo caso será River a quien abandone a los guls. Contra ti no tengo nada ahora.

—Pero tampoco quiero que lo castigues a él, por mucho que se lo merezca —dijo Killian en voz alta, fulminando con la mirada a su amigo.

—Bueno, en ese caso tampoco lo dejaré a él con los guls —le dijo la mente de la elfa a Killian—. Buenas noches, joven príncipe.

—Buenas noches, dama Eyrien —dijo Killian.

Luego dirigió a River una mirada de reproche. Ahora que adivinaba que esta vez el altercado sí se debía a que el mago había sobrepasado el límite de lo que la elfa podía tolerar, sentía más piedad que enfado por su amigo. Le dio una palmada en la espalda con gesto cariñoso, que su amigo agradeció con una sonrisa triste. Luego se echó a dormir, deseando que el día siguiente fuera lo suficientemente tranquilo como para que fueran únicamente los guls los que poblaran los pensamientos de sus acompañantes.

Al amanecer Eyrien no parecía seguir ya enfadada, pero ignoraba a River hasta el punto de considerarlo invisible cuando su penetrante mirada azulina pasaba sobre él. Mientras Killian se alejaba a cargar sus cosas en las alforjas de Jano, River intentó captar su atención para disculparse, pero cada vez que trataba de acercarse a ella, su mirada se encendía peligrosamente.

—Me has faltado al respeto de la forma más grave en que podías hacerlo, mago, aprovechándote de mi sinceridad innata —le dijo Eyrien con frialdad—. No quiero que sigas entorpeciendo mis pensamientos. Es un ejército de guls lo que me espera en Sentrist, así que deja de importunarme. No quiero que me hables de nada que no tenga que ver con la batalla.

—Por supuesto —le respondió River contrito, y ya no dijo más.

Montaron poco después del amanecer y siguieron a Eyrien, avanzando con premura durante largas horas sin nada más que hacer que observar la fronda susurrante de aquel bosque costero y ocupar su mente en sus propios pensamientos. Poco tiempo después empezaron a acercarse a las zonas más pobladas del territorio de Sentrist. Allí, ya cerca de la capital, las tierras y las montañas bajas estaban salpicadas de aldeas y granjas que pronto darían paso a los pueblos de mayor tamaño y a los extensos cultivos y pastos de ganado. Sin detenerse siquiera, Eyrien extrajo su manto de viaje y se cubrió con él. Un momento después empezaron a pensar con creciente desasosiego que Eyrien no hubiese necesitado ocultarse la vista, pues no había nadie en los caminos para verla. Ni un alma parecía hallarse en muchos kilómetros a la redonda, y los campos se hallaban vacíos y abandonados. Incluso el aire parecía infaustamente estancado, como si estuviese contenido en espera de una inminente tragedia.

Eyrien siguió cabalgando impertérrita, como si ya hubiese esperado aquel aspecto desolador del mundo que les rodeaba, pero tanto River como Killian sintieron aumentar la tensión a su alrededor y empezaron a escudriñar los lados del camino con creciente inquietud. Pronto uno de los cada vez más numerosos pueblos que se diseminaban por el valle se interpuso en su camino, pero esta vez Eyrien no se molestó en desviarse del asentamiento humano. Una vez se adentraron entre las primeras casas de la población rural, quedó claro por qué daba la impresión de estar desierto y abandonado. Nada se movía en los jardines de las granjas ni en los talleres ni los mercados, y las puertas y ventanas de muchas casas estaban cegadas.

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