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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Fantástico

La cazadora de profecías (39 page)

BOOK: La cazadora de profecías
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—¿Y cuál es el problema? —preguntó River.

Islandis de Greisan era en verdad una elfa impresionante. Era casi tan alta como Eriesh y sus rasgos eran sabios aunque jóvenes, severos aunque delicados, como si fuese la escultura de una diosa. Sin embargo lo que resultaba más llamativo de la Elfa de las Rocas era su pétrea palidez, y la forma en que sus cabellos y sus ojos canalizaban la energía semejando ahora cristal iridiscente, ahora transparente.

—Que hubiese podido arrestar a Eyrien —respondió Killian.

River se quedó con la boca abierta.

—¿Qué?

Killian le explicó que Freyn, Eriesh y la Señora de Greisan sabían ya mucho de lo que había sucedido entre ellos y Eyrien, y que la Dama de Siarta había sido tachada de traidora por no haber cumplido su misión de Cazadora. De hecho, cuando se había repuesto lo suficiente y había bajado al patio, la misma Eyrien se había entregado voluntariamente a la custodia de Islandis.

—¿Y qué ha pasado? —dijo River asustado.

—Parece ser que Islandis vivió mucho tiempo en Siarta por no sé qué circunstancias familiares, y considera a Eyrien casi como una hermana. Le ha dicho que no fuese absurda y la ha abrazado. Créeme, ha sido conmovedor ver a esa elfa majestuosa abrazar a Eyrien con fuerza mientras las lágrimas le caían inconsolables por la cara. Después ha venido a verme a mí. Me ha dicho que sabe de la profecía, pero que tras lo que ha pasado aquí en Sentrist pondrá su confianza en mí igual que Eyrien. Ahora querrá verte a ti, será mejor que bajemos.

Killian ayudó a River a ponerse en pie y, cuando estuvo seguro de que su amigo no iba a desvanecerse, lo condujo al patio inferior. Islandis, Eriesh y Freyn se giraron a mirarle, Eyrien le dedicó tal expresión que River estuvo seguro de que tendría que vérselas luego con ella si no se comportaba como esperaba de él.

—Así que tú eres River —dijo Islandis mientras lo miraba inquisitivamente desde arriba—. Se te acumulan las tareas, Alto humano. Hijo de Lander y último descendiente de la Casa humana de los Tres Elfos, ahijado de Ian de Arsilon, protector y amigo del futuro rey, objetivo de una profecía y salvador por dos veces de la Hija de Siarta. A mí lo que me preocupa, mago, es con cuál de las dos últimas te quedas.

River no supo qué decir. Mientras le decía esto en voz alta, la Señora de Greisan le daba las gracias telepáticamente por haber salvado a Eyrien de una muerte segura: sus ojos transparentes lo miraban con una turbadora calidez. Que un ser semejante le mostrara una gratitud tan sincera hacía a River sentirse incómodo. Al ver que igualmente se esperaba una respuesta por su parte, meditó largamente antes de romper el silencio que se había hecho a su alrededor.

—Me temo que no conozco el contenido de dicha profecía —dijo—, pero respecto a lo de salvar la vida de la Dama de Siarta volvería a hacerlo aun a costa de la mía. Y por extensión haría lo mismo por todos los elfos. Pues considero que cualquier ser que se parezca a Eyrien de Siarta merece vivir más que yo mismo. Sin embargo —añadió para no mentir a tan distinguida interlocutora—, yo no puedo ser amigo de los elfos que se atreven a considerar a Eyrien una traidora sólo por no querer empezar una pelea entre elfos y humanos matándonos a Killian y a mí.

—River, cierra la boca —lo atajó Eyrien.

Sin embargo, ni Eriesh ni Islandis se escandalizaron por sus palabras; tan sólo mostraron una preocupación más viva. La Señora de Greisan le tendió una mano larga y delicada.

—Es un placer conocerte, River de la casa de Lander. Y gracias por salvar la vida a mi señora y amiga.

El ambiente se distendió y Freyn abrazó repetidamente a River con los ojos aún enrojecidos. Algo más allá, Eriesh examinaba la marca de la muñeca de Eyrien.

—¿Y dices que ha aparecido ahora? —le preguntó el elfo.

—No puede ser —dijo Islandis antes de que Eyrien pudiese confirmárselo.

—¿Por qué no? —preguntó River, que era testigo de que la marca no había estado allí antes.

—Porque hace ya más de una semana que a Eyrien se la declaró una perjura, por eso hemos tardado tanto en llegar —dijo Eriesh frunciendo el entrecejo—. Las cosas han estado movidas en Siarta y en todos los territorios élficos.

Eyrien se quedó pensativa y sólo escuchó a medias cómo Eriesh le explicaba a River que ya una semana antes todas las casas élficas y los Cazadores habían sido informados de que Eyrien de Siarta debía ser llevada ante la justicia por traición a su pueblo. Las conversaciones telepáticas se habían sucedido desde entonces sin cesar, pues nadie podía asimilar tal cosa. El pueblo Elfo entero quería saber cómo Subinion había podido declarar perjura a su propia hija. Sin embargo el Señor de Siarta era el que estaba más furioso, declarando que los Sabios habían actuado a sus espaldas dotándose de un poder político que no poseían. Los Sabios habían aducido que habían tenido que actuar así porque sabían que Subinion no sería objetivo a la hora de juzgar a su hija, a la que quería más que a nada en el mundo, y habían decidido actuar por su cuenta para el bien del pueblo élfico. Sin embargo, y aunque la mayoría de los elfos desconocían la existencia de la profecía que había causado aquel revuelo, y de entre los que la conocían sólo Subinion y Eriesh conocían el contenido íntegro, la mayoría de los elfos se había puesto del lado de Subinion y nadie quería considerar a Eyrien una traidora. Por ese motivo y sintiéndose presionados por la subjetividad de su propia raza, los Sabios habían decidido abandonar Siarta y se habían trasladado a algún lugar del cual todavía no habían informado.

—Todos estamos algo asustados por ese distanciamiento de los Sabios, pues nos obligará a meditar si realmente estamos perdiendo nuestros principios morales y nuestra objetividad, ahora que hemos vuelto a tener tan estrechas relaciones con humanos y enanos —finalizó Eriesh—. La mayoría aún no entiende exactamente qué es eso que ven los Sabios que parece amenazar nuestro futuro, pero sus acólitos estaban de acuerdo con ellos y han desaparecido también.

—Los Sabios nunca consideraron buena idea que formáramos una nueva alianza con los humanos —dijo Islandis.

Siguieron hablando, sin darse cuenta de que Eyrien se apartaba de la conversación. River, que inconscientemente la vigilaba siempre, la buscó a su alrededor. Poco a poco todos fueron centrando su atención en ella. La Elfa de la Noche se había puesto a caminar arriba y abajo como un gato enjaulado, aparentemente ajena a los cadáveres y los charcos de sangre que se extendían a su alrededor. Algunas veces se detenía para mirarse la marca del brazo o la herida de la mano. No debía encontrarse muy bien, porque de vez en cuando les llegaban retazos de sus pensamientos y se introducían en sus mentes palabras como «tergiversación» o «trato». Algunos de los hechiceros sanadores también la miraban pero no osaban ofrecerle sus curas. Islandis y Eriesh intercambiaron una mirada sombría.

—Eyrien, cariño, ya pensaremos luego en todo esto —le dijo la Elfa de las Rocas—. Ahora deberías ir a descansar y dejar que te trataran las heridas; te estás desangrando.

—No, Islandis —dijo Eyrien sin dejar de pasearse ensimismada—. Yo ya sé muy bien lo que se siente cuando te desangras, y puedo asegurarte que ahora no me estoy desangrando.

Siguió paseándose mientras Islandis la miraba con infinita compasión. Pero ninguno de ellos había vivido lo que ella, y habría sido una considerable falta de tacto censurarla por hablar de aquella forma tan inquietante. Así que nadie le dijo nada cuando vieron que se alejaba y que levantaba una espada del suelo para examinarla, mientras varios hechiceros acudían a ayudar a los heridos desde la parte delantera de la ciudad. Eyrien volvió a acercarse a ellos volteando la espada del vampiro entre las manos. River sentía ganas de cogerla de los brazos y zarandearla, de gritarle que llorara o que se lamentara por su dolor, pero que dejara de actuar como si no le hubiese sucedido nada. De pronto Eyrien pareció volver a la realidad. Levantó la mirada con brusquedad, fijando sus ojos entornados en algo que estaba por detrás del grupo y soltando la espada pasó junto a ellos ignorando su sorpresa.

—¡Tú!, detente ahora mismo —dijo, y al girarse vieron que se refería a una figura encapuchada que intentaba alejarse inadvertidamente.

Como el individuo no se detuvo, Eyrien le lanzó un conjuro paralizador. Su víctima resultó ser un hechicero e intentó neutralizar el hechizo. Eyrien se tambaleó sin fuerzas y la figura encapuchada cayó al suelo; no había esperado que su resistencia surtiese efecto frente a la elfa.

—¡Eyrien! —dijo incrédula una voz femenina.

La elfa se había llevado una mano a la frente pero antes de que ni Eriesh ni Islandis hubiesen conseguido llegar a su lado, recuperó el equilibrio y se acercó con furia a la chica que se levantaba del suelo. La sujetó de un brazo con una mano y con la otra le bajó la capucha de un tirón, descubriendo el rostro de una Alta humana joven y de ojos de un azul tan claro como el agua de un mar tropical. Freyn parecía atónito, Eriesh negó con la cabeza mirando a la joven.

—¿Quién es? —preguntó Killian.

—Es Arla, la hija de Jarn de Udrian —dijo Eriesh, y se giró hacia la joven—. ¿Se puede saber qué haces tú aquí cuando tendrías que estar en el Centro Umbanda de Quersia?

River se admiró de que la muchacha dirigiera a Eriesh una mirada tan desafiante. Que se conocían estaba claro, pero la hija del gobernador udriano mostraba un arrojo casi temerario.

—Me enteré de la amenaza gul y he venido a ayudar —dijo Arla—. Soy una buena maga y aún mejor sanadora, así que me escapé. Y he sido útil aquí. —De pronto reparó en Killian y en River, y los señaló—. Ellos son de la Casa de Arsilon, ¿no? Y también han venido.

—Pero ellos han venido conmigo, Arla —dijo Eyrien—. Y tú te has escapado de tu centro de enseñanza sin avisar a nadie. Te comportas como una temeraria y una testaruda.

—Pues como tú —dijo la joven—. ¿Has visto el aspecto que tienes?

Eyrien suspiró, con una paciencia que River no le habría supuesto nunca.

—Hay que reconocer que la muchacha es valiente como león —dijo Freyn.

—Y escurridiza como un pez, diría yo —dijo Eyrien. Se giró hacia uno de los hechiceros de la guardia de Suinen—. Hechicero, ve a buscar a Suinen y dile que Arla de Udrian está aquí. Que haga algo para no perderla de vista ahora que la hemos descubierto.

—Eres injusta, Eyrien —le dijo Arla con reproche—. Ya soy mayor de edad. Y yo también tengo derecho a luchar por la libertad. Si no fuera la hija de Jarn, ni te habrías fijado en mí. Ni tú ni Eriesh tenéis que seguir protegiéndome como cuando era pequeña y sucedió lo de River.

Ni Arla siguió hablando ni River pudo preguntar qué había querido decir su compatriota porque de pronto todos los elfos que había en el patio miraron al cielo.

Alguien venía. Esta vez no fue un rayo lo que iluminó el cielo de aquel atardecer. Sólo cuando estuvo ya muy cerca, pudieron distinguir a un elfo que vestía ropas en tonos azules como el cielo y como sus cabellos. River lo catalogó pronto como un Elfo del Aire aunque no hubiera visto nunca ninguno, pues las alas plumosas que sobresalían de las ropas no dejaban lugar a dudas. Revoloteó y aterrizó en el suelo con gracilidad, plegando las alas. Sus rasgos eran diferentes a los del resto de los elfos presentes. No eran graves y solemnes como los de Eriesh e Islandis, ni soberbios y luminosos como los de Eyrien, eran serenos y penetrantes como los de un águila, aunque sus ojos límpidos y azules poseían una inocencia y una humildad que reflejaban por qué a los Elfos del Aire se los consideraba los más pacíficos y candorosos de los feéricos.

—Soy Deyo —dijo el Hijo del Aire—. Soy mensajero de Boreanas y estaba destinado en Quersia. Buscaba a la dama Eyrien, me alegro de ver que también está aquí la Señora Islandis. Hay algo que... —se le fue la voz, incapaz de hablar.

Las dos elfas no esperaron a que el boreaniano, visiblemente afectado, recuperara el habla. Se acercaron a él y se separaron un poco del resto, animándolo a hablar con palabras amables. Mientras tanto, Arla se acercó a Killian y River y se presentó.

—Eres valiente —le dijo River con respeto.

—No —dijo Arla sonriendo—. Es que no son tan fieros como parecen, ¿verdad Eriesh?

El guerrero elfo no contestó. Miraba hacia donde estaban sus compañeras con el mensajero alado y su expresión no presagiaba nada bueno. Todos los que quedaban allí se giraron también a mirarlas, las dos elfas se habían cogido de la mano mientras el Elfo del Aire les relataba su historia con los inocentes ojos húmedos. Parecía que las malas noticias no acababan, y aguardaron con el corazón en un puño hasta que Eyrien e Islandis se giraron a mirarlos.

—Eriesh —dijo Eyrien—. Acompaña de Deyo para que encuentre reposo y descanso. Arla, cariño, tú ven con nosotras. Hay algo que debes saber antes que nadie.

River miró a Arla. La hija del gobernador udriano tenía expresión de temor. Cuanto más amables fueron las elfas mientras se la llevaban, más atemorizada parecía la maga. Los demás permanecieron mudos en el patio, sin saber qué esperar tras la llegada del mensajero alado.

19
Decisiones

Suinen llegó al patio poco después de que los elfos se hubieran retirado, mientras los que quedaban allí aún trataban de entender qué era lo que podía haber creado semejante desaliento en las damas élficas. El gobernador de Sentrist se acercó caminando lentamente, preso de sus propios pensamientos, y apretó el brazo de River con solidaridad cuando llegó junto a ellos. Se había cruzado con las elfas al llegar hasta allí, y conocía las malas noticias al menos en parte.

—Éste es un día triste, no sólo para Sentrist y el pueblo de los Bajos humanos —dijo—. Pero ahora es momento de descansar y recuperar fuerzas para el mañana. Los Elfos de las Rocas que venían con Islandis se encargarán de asegurarse de que no quedan guls en los alrededores de la ciudad, pero nuestras honorables damas nos conminan al resto a retirarnos y reunirnos con ellas al mediodía, cuando tendremos que tomar decisiones que afectan a todos nuestros pueblos.

—Al menos  el vampiro está muerto —dijo Killian con suspiro.

River se quedó paralizado, mientras los demás lo observaban asustados al ver que se había puesto blanco como una nevada de Nórdica.

—El vampiro no está muerto —murmuró con un nudo en la garganta—. ¡No lo está!

—¿Pero qué estás diciendo? —dijo Freyn asustado.

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