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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Fantástico

La cazadora de profecías (41 page)

BOOK: La cazadora de profecías
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Arla sonrió con labios temblorosos.

—Hablas como Eyrien —dijo.

Al poco la verdadera Eyrien apareció por el pasaje que venía de las cuadras, con Elarha detrás. A River le pareció que al verlos la elfa ensombrecía su expresión, y se sintió en parte enfadado. Si a Eyrien le molestaba que abrazara a Arla, ya podía la Hija de Siarta ir replanteándose sus deseos y sus consejos. Sin embargo cuando llegó junto a ellos, su rostro ya era tan impenetrable como siempre.

—Vamos Arla —dijo con ternura—. Pronto estarás en casa.

Eyrien ayudó a la Alta humana a acomodarse sobre el lomo de Elarha, diciéndole dónde tenía que poner los pies. River dedujo que Eyrien pretendía que la Pegaso llevara a Arla a Udrian volando, y se maravilló de lo generosa que podía llegar a ser la Hija de Siarta con los, como ella misma decía, vulgares humanos. Le dio un abrazo a la maga y se acercó al morro de la Pegaso.

—Llévala directamente a Udrian —le dijo—. Vuela alto, Elarha.

Luego le dio un beso a la yegua en el morro y se apartó. Cogió a River de la manga y estiró para apartarlo de la trayectoria del despliegue de las alas de Elarha. Abandonada ya toda ilusión, el color del pelaje de la Pegaso había pasado del gris perlino a un brillante y luminoso color plata, y sus crines se movían sedosas bajo la más mínima brisa. A una señal de la elfa, alzó el vuelo doblando un poco sus peludas patas bajo el cuerpo. Cinco minutos después, ya se había perdido de vista llevándose a Arla a casa.

El patio quedó en silencio. River se sentía angustiado, tenía la sensación de que aquél era el último momento en que podría hablar con Eyrien antes de que se separaran por quién sabía cuánto tiempo. Ella permanecía a su lado mirando el cielo, esperando quizás el chubasco de sus sentimientos.

—Eyrien, yo...

—No —lo atajó Eyrien con suavidad—. No, River, no digas nada. No acabas de comprender lo que te estás haciendo a ti mismo. Mírame bien.

—Ya te estoy mirando —le respondió él.

—Pero no me estás mirando bien —dijo Eyrien—. Mira mis labios y mis cabellos azules, mis orejas puntiagudas y la agilidad de mi cuerpo. Observa mis ojos alargados y brillantes, y escucha mi voz. Tú eres joven y yo también, pero aun así te llevo casi dos siglos. Tú no quieres darte cuenta de lo diferentes que somos, River, pero venimos de mundos muy distintos.

—No me parece tan grave —dijo River—. Si me dijeses que eres un gul, te diría: vale, me lo pienso mejor.

Eyrien sonrió a su pesar.

—Entiende al menos esto —dijo Eyrien—. De aquí a cien años, tú ya hará tiempo que habrás muerto. Pero de aquí a esos mismos cien años, yo seguiré siendo demasiado joven incluso para plantearme asentar la cabeza. ¿Lo comprendes? Te aprecio, River. Seremos amigos, y yo veré con regocijo cómo te haces mayor y formas una familia, y aceptaré sin reservas el compromiso de proteger a tus hijos como ya se lo prometí a tus padres antes que a ti. Y tú serás también feliz.

River quiso decirle que eso no era cierto, que jamás sucedería.

—Será como tú desees, dama Eyrien —dijo en cambio.

—Acabarás dándote cuenta de que no puede ser de otra forma, River —dijo Eyrien poniéndole una mano en el hombro—. Nos separaremos por un tiempo, pero volveremos a vernos. Recuerda que Killian y tú seguís siendo parte de un misterio al que yo debo dar una explicación.

Permanecieron unos cuantos minutos más en silencio, disfrutando de la mutua compañía.

—Bueno —dijo Eyrien al final—, una que ya ha tomado su nuevo camino. Me pregunto si el destino de Arla ya contemplaba este trágico suceso, o si alguien se ha movido del suyo lo suficiente como para provocar un cambio en la fortuna de muchos.

—No te referirás a nosotros —le dijo River.

Eyrien lo miró con una expresión inescrutable.

—Yo no digo nada. Pero para romper la quietud de la superficie del agua sólo hace falta lanzar la más pequeña e inofensiva de las piedras —dijo con una de aquellas complicadas metáforas típicas de los elfos—. Si hubieras hecho eso, las ondas se expandirían imparables cada vez más amplias y su influjo llegaría a todos los confines de la masa de agua. ¿Te lo imaginas?

—Me lo imagino —dijo River. ¿Quién no había tirado alguna vez una piedra a un estanque sólo para ver cómo la superficie ondeaba en todas direcciones?

—Pues recuerda que todo ese movimiento, ese ondular imparable e impredecible, sólo lo había provocado una pequeña e inofensiva piedra.

Después se fue silenciosamente por donde había venido, dejándolo solo con sus cavilaciones. River sacó de un bolsillo la pulsera que le diera Nayara y la miró, preguntándose si sería él la piedra que desencadenaba los sucesos que sucedían a su alrededor o si era sólo otra de las víctimas a quien no le quedaría más remedio que luchar contra las olas o ahogarse en ellas.

20
Más vale morir

Durante aquellos breves días posteriores a la batalla, muchos aprovecharon para descansar y reponer fuerzas, pues pronto partirían hacia sus respectivos destinos. Killian y River pasaron las horas juntos paseando por la ciudad, donde las muestras de júbilo por la libertad y de respeto y pena por los que ya no estaban se entremezclaban como tormentas que vinieran de direcciones opuestas. Hablaron de todo lo que les había sucedido, de lo que estaba por suceder, de lo que haría River con los elfos y de lo que podría decir Ian cuando Killian le explicase su relato. Hablaban de lo que fuera con tal de pasar cuanto tiempo pudieran juntos, conscientes como eran de que pasaría mucho tiempo antes de que se volviesen a ver. Y aunque ambos pensaban también en cuándo llegarían a volver a ver a Eyrien cuando se separaran, ninguno hacía comentarios a aquel respecto.

Fue la última tarde en que todos estarían juntos en Sentrist cuando su antigua compañera de viaje fue a su encuentro. Vestía de nuevo con ropas de viaje de tela oscura que se ceñían a su cuerpo y Umbra la acompañaba de nuevo, repuesto ya de la convalecencia a que había estado dedicado tras el ataque del íncubo. Aunque Eyrien llevaba su espada y su arco prendidos a la espalda, llevaba también en una mano, aquella en que conservaba la herida de la daga, la antiquísima espada del vampiro.

—He venido a despedirme —dijo—. Quería hacerlo personalmente antes de que nos encontráramos todos a la puerta de la ciudad. Al fin y al cabo sois humanos pero hemos vivido mucho juntos.

—Te echaremos mucho de menos —dijo Killian conmovido pese al insulto.

—Te voy a echar de menos, Eyrien —le dijo River ignorando la incomodidad de la elfa—. No sé cuándo volveré a verte y quería decírtelo solamente. Que estos días han sido los más intensos de mi vida y que tu marcha deja un vacío que hace que el mundo no sea tan interesante.

—¿Ah, sí? Yo creo que no lo has meditado bien —dijo ella—. ¿Pensaréis eso teniendo en cuenta que nos hemos peleado, que me habéis visto asesinar un humano, que nos han atacado los trasgos y los vampiros y que nos hemos odiado y hemos estado a punto de matarnos mutuamente?

—Sí —dijo Killian—. Aun con todo eso.

—Entonces es que se te han contagiado las rarezas del mago —dijo Eyrien sonriendo.

—Tiene sus cosas malas —bromeó Killian—, pero lo quiero a pesar de todo.

—Quiero que te la quedes tú —dijo Eyrien tendiéndole la espada de Ashzar a River—. Creo que así te quedarás más tranquilo. También Umbra irá contigo a Greisan y cuidará de ti.

—Me turba un poco la idea de ir a Greisan sin ti —reconoció River, cogiendo la espada del vampiro y observándola entre sus manos para no mirar a Eyrien—. Si sólo contigo ya me peleo, no sé qué voy a hacer entre tantos elfos.

—No tienes que preocuparte por eso —dijo Eyrien sonriendo—. Ahora eres el humano que salvó a su dama, así que todos estarán más predispuestos a soportar tus debilidades. Bueno, será mejor que nos vayamos. Eriesh y Freyn ya me deben estar esperando.

River se la quedó mirando, incapaz de apartar los ojos de aquel rostro que ya no vería en sólo el destino sabía cuánto tiempo. Su corazón se desangraba a cada paso que Eyrien daba alejándose de él.

Frente a las puertas traseras del palacio ya se congregaban los elfos, River, Killian, Suinen y algunos sentristianos de confianza, pero nadie más. Freyn y Eyrien estuvieron listos para marchar y, tras despedirse, montaron en sus caballos. Sólo faltaba Eriesh, que hablaba algo apartado con su Señora Islandis.

—¡Jano! —exclamó Killian emocionado.

Sólo Adrastea partiría en aquel momento, como montura de Eyrien en sustitución de Elarha, pero estaba claro que ahora que se había recuperado el joven bayo no podía estarse quieto y había abandonado los establos. Aún cojeaba un poco y la marca de la garra del gul recorrería para siempre su flanco, pero ni la enorme pérdida de sangre ni el dolor que aún latía bajo su piel recién cicatrizada habían podido minar su ánimo.

—¡Mira amigo! —dijo Killian deteniéndose frente al caballo y levantándose la manga para mostrar una cicatriz que, como Eyrien, él tampoco se había dejado borrar—. Ahora estamos iguales. Si tú quieres, somos hermanos.

El caballo le dio un golpe en el pecho que hizo que Killian se tambalease, pero el príncipe de Arsilon estaba ufano y le rodeó el cuello mientras veía a los viajeros tomar las riendas de sus caballos.

Tras dirigir una última mirada a todos los presentes, Eyrien lanzó a Adrastea al galope y se perdió a través de las puertas de la ciudad con los cabellos brillando al sol del atardecer y su capa ondeando al viento. Eriesh y Freyn la siguieron, y momentos después los tres habían desaparecido sin más ceremonia y sin más recuerdo que el que dejaban en las mentes de los que los habían despedido.

Mientras los demás empezaban a dispersarse para realizar sus propios preparativos del viaje, River permaneció pensativo donde estaba, recordando la metáfora de la piedra que le formulara la dama de la Noche. En su mente, la piedra era Eyrien, pero ella no hacía que las ondas se dispersaran sino que, de alguna forma insólita e incomprensible, conseguía atraerlas hasta el centro que ella formaba. Dio un respingo al notar el tacto frío y suave de una mano feérica sobre su brazo, y se giró para alzar la mirada hacia el rostro majestuoso de Islandis.

—No te preocupes —dijo la elfa—. Eyrien deja un vacío en el corazón de todos nosotros cuando nos priva de su presencia, pero volveremos a verla antes de lo que tú crees. Mientras tanto, espero que nuestra compañía supla, aunque sea en parte, su ausencia.

Mientras subía las escaleras de piedra con la regia soberana de los Elfos de las Rocas, River sonrió por toda respuesta. Tenía la sensación de que Islandis podía leer a la perfección su pobre corazón humano y que, aun viendo lo que había en él, lo perdonaba y lo compadecía por tener una esperanzas que nunca se podrían hacer realidad.

Poco tiempo después River partió con los Elfos de las Rocas hacia su hogar oculto en algún punto de la constelación de La Flecha hecha terrena. Le había costado mucho despedirse de Killian, y se habían abrazado tan fuerte que aún le dolían las costillas, pero con el paso de las horas se fue contagiando de la serena alegría e infantil curiosidad por la naturaleza de los Elfos de las Rocas. River no podía estar con ellos sin sentirse igual de feliz y vital, sorprendiéndose al admirar la forma retorcida en que crecía la rama de un árbol o escuchando los susurros que el viento le revelaba, como si estuviese compartiendo con él los secretos de la naturaleza que movía al mundo. Se sentía agradecido de las atenciones que los inmortales volcaban sobre él. Se daba cuenta de que aquellos seres eran completamente incapaces de entender la maldad, y por eso se reía cuando lo insultaban explicándole las cosas tan claramente que le hacían tener la sensación de que lo consideraban más simple que a sus caballos. El recuerdo de Eyrien no lo abandonaba, pero se hacía más soportable a medida que avanzaban.

Sin embargo, cuando acamparon para pasar la noche, River empezó a sentirse mal. Tenía la sensación de que algo intentaba introducirse en su mente sin su permiso, taladrándole el pensamiento con una insistencia corrosiva y dolorosa. Incapaz de dormir, no hacía otra cosa que dar vueltas entre sus mantas y observar al cielo. Se sentía al borde de un abismo desconocido. Supo que había cometido un error grave cuando, al aceptar que sentía una cierta curiosidad por saber qué era lo que lo acosaba, empezó a notar que por su cuerpo se extendía una opresiva sensación de vahído. Se asustó al darse cuenta de que aquella sensación de desvanecimiento era más física que mental, como si su cuerpo estuviera evaporándose del lugar en que reposaba. De pronto notó que Umbra hincaba los colmillos en sus ropas. Sintió que los elfos se ponían alerta a su alrededor, y que Islandis gritaba. Y de pronto todos sus sentidos se sumieron en el más negro vacío.

River despertó de su sueño impuesto un rato después, sintiendo calambres en cada músculo de su cuerpo. Se dio cuenta de que ya no estaba en el campamento élfico sino que se encontraba en una estancia vagamente familiar. Creyó reconocerla como una sala de adiestramiento del Centro Umbanda, pero parecía tétrica y abandonada.

—Alto humano, puedes dar gracias porque has sido elegido para ser el recipiente de la más grande de las experiencias que van a producirse en este milenio —dijo de pronto una voz cavernosa. A River le pareció bastante gracioso que dijeran que iba a recibir un honor, teniendo en cuenta que estaba inmovilizado con grilletes y con un potente conjuro de paralización—. Tu colaboración permitirá descubrir un misterio que acongoja a todos los Pueblos Libres desde hace demasiado tiempo. Ha llegado el momento de concederte el deseo de tu corazón: que ningún obstáculo se interponga en tu camino a la grandeza.

—¿Quiénes sois? ¿Sois los Sabios de Siarta? —preguntó River sin dejarse llevar por el pánico—. ¿Y quién os ha dicho que lo que yo quiero me lo podíais imponer vosotros por la fuerza?

—Quiénes somos no importa, pero no somos los Sabios por los que preguntas —dijo otra voz diferente de la primera, esta vez femenina—. Y respecto a que vamos a imponerte un honor por el que muchos humanos darían la vida, preferimos pensar que vas a aceptarlo de buen grado. Al fin y al cabo, deberías pensar en los beneficios que podría reportarte le hecho de convertirte en el más grande de los Altos humanos. Tan alto y glorioso que ni siquiera nosotros mismos podemos prever hasta dónde llegará tu poder. Y cuando te des cuenta de la gracia que se te ha entregado, si sobrevives para conservarla, nos lo agradecerás eternamente.

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