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Authors: Isabel Wolff

Tags: #Romántico

La chica del tiempo (42 page)

BOOK: La chica del tiempo
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—Lo siento —murmuró—. Pero te quiero, Faith. Siempre te he querido. Y creo que tú también me quieres. —Subió al taxi y bajó la ventanilla—. ¿No es verdad?

—No.

—Sí que me quieres. Me lo estás poniendo difícil porque sigues enfadada conmigo. Pero me quieres. Lo sé.

—¿Es que no me has oído? ¡No te quiero!

—¡Mentira! —exclamó alegremente, mientras el taxi se alejaba.

—¡No es mentira!

—¡Todavía me quieres, Faith! ¡Por eso estás ahí todavía!

—¡No! ¡Ya no te quiero! —grité—. ¡Y no estoy aquí!

—Muy interesante —le conté a Jos al día siguiente, cuando me llamó para preguntarme cómo había ido el seminario.

—¿Dónde fue?

—En la Real Sociedad Geográfica. —Era una respuesta tan plausible que sentí un curioso orgullo—. El efecto invernadero es un asunto muy serio.

—¿Alguna novedad al respecto?

—Pues… sí, unas cuantas.

—¿Cómo qué?

—Bueno, los meteorólogos están… reevaluando la situación.

—¿En qué sentido?

—Estamos convencidos de que la atmósfera se está calentando, pero lo que no sabemos todavía es… si el efecto es temporal o no. Es un fenómeno fascinante. De hecho se van a celebrar varias conferencias sobre el tema, dos veces a la semana, y estoy pensando en ir. El problema con los gases es… —Graham se puso a ladrar—. Perdona, Jos, pero hay alguien en la puerta. Ya te llamo luego.

—¿Señora Smith? —Era un repartidor, con un enorme ramo de flores.

—¿Sí?

—Soy de Floribunda. ¿Quiere firmar aquí?

Cogí el ramo de rosas con una sonrisa y en cuanto cerré la puerta abrí el sobre para leer la tarjeta. «No quiero perder la fe».

—Gracias, Peter —decía treinta segundos después, los dedos temblorosos en el auricular—. Gracias. Son preciosas.

—Ya sé que te gusta el rosa.

—Sí. —Se produjo un silencio. Ninguno de los dos sabía qué decir.

—Fue estupendo vernos anoche.

—Ya.

—No quiero perderte.

—Lo sé.

—¿Lo has pensado?

—Sí.

—¿Y?

—Me temo que la respuesta sigue siendo no.

—Entonces tendremos que volver a cenar, ¿no?

Retorcí el cable del teléfono.

—Bueno —dije por fin—. Supongo que sí.

Decidí no contarle a Lily lo de mis encuentros con Peter. Por lo general se lo cuento todo, pero intuía que en este caso no aprobaría mi actitud. Me diría que era una locura arriesgar mi relación con Jos. Pero todo era bastante inocente. Al fin y al cabo, no le estaba siendo infiel, me dije. Así que no haría daño a nadie. En cualquier caso, ¿por qué no iba a mantener una amistad con mi futuro ex marido? Además, tampoco tenía por qué dar explicaciones a Lily. Ni a Jos tampoco. De todas formas escondí la tarjeta de Peter. Cuando Jos me preguntó quién las había enviado dije que eran de un admirador.

—¿Quién es? —insistió, mirando las treinta rosas en el jarrón.

—No lo sé.

—Es evidente que le gustas.

—Mmm. Sí, supongo —respondí vagamente.

—¿Sabes algo de él?

—Bueno, apenas nada.

—Tal vez deberías trazar un perfil psicológico.

—Sí, puede que tengas razón.

—Ten mucho cuidado. Si ves que este tipo se obsesiona contigo, dímelo. ¿Eh, Faith? ¿Me lo dirás?

—Sí, no te preocupes.

El jueves siguiente volví a quedar con Peter, esta vez en Docklands, en el puente de la Torre. Se estaba de maravilla, sentados fuera al calor, viendo relucir el Támesis al sol como plata batida.

—Es magnífico, ¿eh? —dijo Peter, mirando el puente de la Torre. Asentí—. A veces sueño con puentes.

Me quedé de piedra, con el vaso a medio camino de la boca.

—Qué curioso, yo también. Y con icebergs. —En ese momento pasaba un barco—. Y también con telarañas.

—¿Cómo está Lily? —me preguntó.

—Bien. Como siempre. Muy ocupada con el
Moi!
Está viajando bastante en busca de nuevas colecciones. A propósito, no le he contado que salimos juntos. No me pareció buena idea.

—Vaya, así que estamos saliendo juntos —dijo con una sonrisa.

Me incliné para quitarle una pelusa de la solapa.

—¿Qué te hace pensar eso?

—¿Y dónde piensa Jos que estás esta noche? —preguntó con voz queda, acariciándome la mano.

—En otro seminario sobre cambios climáticos.

—Así que la atmósfera se está calentando, ¿eh?

—Sí. Creo que sí.

—El clima siempre ha sufrido variaciones naturales —le expliqué más tarde a Jos—, pero el mayor problema ahora es que no se sabe con exactitud cuánto va a subir la temperatura. Podría subir o quedarse igual. Eso es lo que necesitamos saber.

—¿Qué es lo que provoca esto?

—Los gases invernadero —expliqué—, sobre todo el dióxido de carbono, que surge de la contaminación del tráfico. La quema de carbón, aceite y madera también produce CO2. El metano de los campos de arroz y el ganado también es una causa. Luego están los CFC, también conocidos como clorofluorocarbonos, de los aerosoles y las neveras.

—Se ve que estás aprendiendo mucho en esos seminarios.

—Sí, creo que sí.

Los siguientes días Peter me llamaba cada vez más a menudo, y sus llamadas se convirtieron en el punto álgido del día. Cuando me comentó que se iba a la feria del libro de Frankfurt sentí una punzada de dolor. Pero a pesar de que estaba muy ocupado en la feria, me siguió llamando desde allí.

—¿Qué tal va? —le pregunté, oyendo el rumor de las conversaciones de fondo.

—A ti esto no te interesaría mucho, Faith, porque el ambiente está muy caldeado. De hecho, esto está lleno de engreídos. Y hablando de engreídos, ¿a que no sabes a quién acabo de ver?

—¿No serán Charmaine y Oliver?

—¡Justamente! ¡Y él le llevaba la bolsa a ella!

—Qué imbécil. ¿Te han dicho algo?

—¡Qué va! No me dirigen la palabra.

—Bueno, al final te has reído tú el último, Peter.

—Mmm… No del todo.

—¿Qué quieres decir?

—No, nada.

—Dime, ¿cuándo vuelves?

—El sábado. Me encantaría verte otra vez. ¿Vas a seguir yendo a esos seminarios, Faith?

—Pues… sí. Creo que sí.

Encontraba sorprendentemente fácil engañar a Jos. Si sospechaba algo, no lo demostraba. De hecho estaba más atento conmigo que nunca.

—Estás muy contenta estos días —comentó mientras volvíamos a Chiswick el sábado por la noche. Habíamos ido al
Globe
, a ver
All's Well That Ends Well
.

—Sí, estoy contenta. —Jos me apretó la mano—. Creo que estoy cada vez más contenta.

—Lo que hace el amor, ¿eh?

—No podría estar más de acuerdo —dije, mientras él paraba el coche.

Al abrir la puerta noté que el contestador parpadeaba. Esperé a que Jos subiera al primer piso, luego bajé el volumen y pulsé el
play
.

«Hola, cariño, soy mamá. Solo llamaba para decir que nos vamos a las Maldivas. ¡Ding dong! Todos los pasajeros del vuelo Icarus 666 embarquen por la puerta trece. ¡Gerald! ¡Gerald! ¿Dónde están los pasaportes? Volvemos dentro de diez días…».

«Mamá, soy Katie. Quería decirte que Matt y yo no volveremos a casa los dos próximos fines de semana. Tenemos ensayos de la obra de teatro…».

«¡Cariño! ¡Soy Peter! —Bajé el volumen de golpe y pegué la oreja al contestador—. Ya he vuelto de Frankfurt… ganas de verte… te quiero, Faith. ¡Adiós!».

—¡Faith! —Era Jos, que se me había quedado mirando. Yo no le había oído bajar. Me enderecé tan deprisa que casi me rompo la espalda—. ¿Qué demonios estás haciendo?

—Nada, oyendo los mensajes.

—¿Y a qué viene tanto secreto?

—¿Secreto? ¡Por Dios, Jos! —exclamé indignada—. No hay ningún secreto. Yo nunca tengo secretos. ¿Me has visto alguna vez tener secretos? ¡Secretos! ¡Pero qué dices!

—Ya. Pero es que estabas escuchando los mensajes de una manera… como si no quisieras que yo los oyera.

Justo lo que tú hacías antes, pensé. Aunque no me atreví a decirlo en voz alta.

—Es que… —expliqué— había… bueno, un mensaje muy raro.

—¿Raro?

—Sí. Me daba mala espina.

—¡Por Dios! ¿Puedo oírlo?

—No. Lo… lo he borrado.

—¿Era tu admirador? —Parecía horrorizado.

—Sí, exacto. No quería decírtelo para no preocuparte.

—¿Cómo ha conseguido tu número? —Me encogí de hombros—. Ya sabes que hay una manera de filtrar las llamadas que no quieres recibir. Tienes que enterarte.

—Sí, ya me enteraré.

—Muy bien.

Más tarde, cuando nos metíamos en la cama, me preguntó:

—¿Estás muy ocupada esta semana, Faith?

—Lo normal. Tengo otro seminario el lunes.

—Muy bien. Mientras te diviertas…

—Me siento fatal —le dije a Peter el lunes. Estábamos en Frederick's, en Islington—. Yo nunca había hecho esto.

—Me alegra oírlo —contestó él con una sonrisa.

—Citas secretas en restaurantes desconocidos en rincones remotos, escuchar el contestador con el volumen bajo, contar mentiras a Jos, yo, que siempre había sido tan sincera. Pensar en ti y no en él…

—¿Piensas en mí?

—Sí. Pienso en ti constantemente. —Nos sonreímos a la oscilante luz de la vela—. ¿Y Andie? —pregunté—. ¿Se ha dado cuenta de algo? —Negó con la cabeza—. ¿Cuándo vas a decirle la verdad?

A final de mes. De momento está muy ocupada en el trabajo, así que voy a esperar hasta que pase la racha y luego le contaré lo nuestro. Se va a poner hecha una fiera. Pero se le pasará. Hay muchos hombres por ahí a los que cazar.

—Antes la odiaba, pero ahora la compadezco. Como ella debía de compadecerme a mí.

—No estés tan segura. La compasión no entra en su repertorio.

—Me siento muy poco honesta —comenté—. Todo esto de los seminarios… Igual debería confesar.

—Pero no has hecho nada malo, Faith.

—No, es cierto.

—Lo nuestro de momento es platónico, ¿no?

—Sí, tienes razón. Es de lo más inocente —me apresuré a añadir, mientras notaba el pie de Peter jugueteando con el mío.

—Vamos, que todavía no hemos… —dijo, acariciándome el pie.

—No. Oye, ¿te he dicho que Jos se va a Nueva York este fin de semana?

—¿Ah, sí? Qué interesante.

—Ya. Sabía que lo dirías. Tiene que ir a una reunión en el Metropolitan. Quiere que vaya con él, pero no puedo, claro. Por Graham.

—Desde luego que no puedes. De ninguna manera. Porque te vendrás conmigo. —De pronto me cogió las manos—. ¿Quieres, Faith?

—Peter. —Notaba la cara ardiendo—. No estarás sugiriendo que… que le sea infiel a Jos, ¿verdad?

—Es justamente lo que estoy sugiriendo —me dijo, sonriendo con timidez—. Vente conmigo, Faith.

—Ay, no sé.

—¿Por qué lo dudas, cariño? —Me acarició la mejilla.

—Porque todos estos coqueteos están muy bien, pero yo nunca había salido con dos hombres a la vez.

—Muy bien. Te lo voy a poner fácil. Nos vamos a un hotel en el campo. —Suspiré. Sonaba fantástico—. Un hotel a todo lujo. Y que admitan perros.

—¿Un hotel en el campo?

—Sí. Con jacuzzi y champán helado.

—¿Y baño de lujo?

—Por supuesto.

—¿Y cuencos adornados con frutas?

—Sí.

—Y minibar.

—Desde luego. Con Toblerones.

—¿Y toallas esponjosas?

—Las que quieras.

—¿Pero muy, muy esponjosas?

—Esponjosísimas.

—Entonces vale.

—Cariño, me tienes un poco preocupado —me dijo Jos la mañana siguiente.

—¿Por qué? —pregunté con tono soñador—. Si estoy bien.

—Porque anoche pronunciaste el nombre de Peter en sueños dos veces.

—¿Ah, sí? —Me incorporé de golpe en la cama—. Debía de estar soñando con él. Una pesadilla, seguramente —añadí con una risa irónica—. Seguro que estaba soñando que tenía otra aventura. Sí, eso es —murmuré con amargura—. ¡Ay, no sé! ¡Qué hombre!

—Venga, no te enfades. —Me dio un beso—. Ya se ha terminado. Ahora estás conmigo. ¿Seguro que no puedes venirte a Nueva York el fin de semana?

—Me encantaría, pero no puedo dejar solo a Graham.

—¿Y no se pueden encargar tus padres de él?

—Pero si todavía están en las Maldivas —mentí.

—¿Y Peter?

—Eh… Tiene un compromiso.

—Vaya. Pues justamente este fin de semana me gustaría que no tuviera ninguno.

—Ya.

—¿Pero qué vas a hacer con Graham cuando vayamos a Parrot Cay?

—Todavía faltan seis semanas. Ya se me ocurrirá algo para entonces.

—Y el mes que viene quiero que vayamos a ver a mi madre. Te apetece, ¿no?

—Claro que sí.

Ese día me sentí hueca y deshonesta, tranquilizando a Jos con mis mentiras. Nunca le había sido infiel, pero era justo lo que estaba pensando hacer. Pensé en mi negligé nueva, todavía envuelta en el fondo de mi cajón de la ropa interior.

—Nos vamos a hacer una escapadita con papá —le susurré a Graham en la cocina, un poco más tarde. Él me lamió la nariz y barrió el suelo con la cola—. Pero Jos no se puede enterar. Es un secreto, ¿vale? ¿Nos damos la mano? —Graham me tendió la pata izquierda.

—Te voy a echar de menos en Nueva York —oí decir a Jos—. Pero te llamaré cada día.

Yo le sonreí, sintiéndome como Judas Iscariote. El hecho era que él confiaba en mí y que el viernes yo habría abusado de esa confianza. Pero tenía que pasar un tiempo con Peter a solas. Lo necesitaba. Entonces sabría…

—Así que el fin de semana va a ser magnífico —comenté con entusiasmo justo antes de las nueve el viernes por la mañana.

«Seis, cinco…».

—Con temperaturas muy altas. El último estallido del verano.

«Cuatro, tres…».

—De modo que aprovechemos el buen tiempo.

«Dos, uno…».

—Yo desde luego es lo que pienso hacer.

«Y cero».

—Disfruten todos del fin de semana.

«Gracias, Faith».

—Hasta la semana que viene.

Salí a la carrera de la AM-UK! y fui a casa a dormir un rato y hacer la maleta. Metí la correa de Graham, su plato y su cesta, algo de comida y unas galletas.

—Vas a ir a un hotel de lujo —le expliqué mientras lo cepillaba—, así que tienes que estar bien guapo.

Había quedado en que Peter me recogería a la vuelta de la esquina, para evitar a los vecinos, que están acostumbrados a verme entrar en el MG de Jos.

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