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Authors: Isabel Wolff

Tags: #Romántico

La chica del tiempo (45 page)

BOOK: La chica del tiempo
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—Vamos a ver, ¿seguro que el hijo es suyo? —preguntó un poco violenta.

—Sí, de eso no hay duda.

—¿Y cómo sabe Andie que está embarazada?

—Porque se hizo la prueba.

—¿De cuánto está?

—De dos meses y medio.

—Así que debió de pasar cuando estaban en Estados Unidos.

—No sé cuándo fue —murmuré—. Lo único que sé es que los dos estamos fatal.

—¿Se lo habéis dicho a los niños?

—Todavía no. Peter se lo va a decir al final del trimestre.

—Mira, lo siento. —Lily se levantó para marcharse—. Siento que lo estés pasando mal, de verdad. Pero también pienso que tienes mucha suerte de contar todavía con Jos. —Yo miré por la ventana. Me había llamado la atención un cartel rojo de «Prohibido el paso».

—Sí, supongo que es una suerte.

—¿Seguro que Jos no sabe nada?

—La verdad es que es muy raro, pero no, no sospecha nada.

Volví en metro a Chiswick, sin dejar de pensar en el tema. Era muy raro que Jos no se hubiera dado cuenta de que durante el último mes yo no había sido la misma de siempre. Se me debía notar la emoción de volver a ver a Peter, eso aparte de las mentiras que le había contado. Por eso soñaba con telarañas, pensé, porque me había convertido en una experta en tejer mentiras. Pero Jos no solo no había percibido mi extraño comportamiento, sino que estaba más cariñoso que nunca.

Sí, era muy afortunada, pensé con un amargo suspiro. Y Lily, a pesar de su brusquedad, tenía razón. Mi reconciliación con Peter había sido una ilusión, un engaño, un espejismo. «¿Ahora qué voy a hacer?», me pregunté. Me daba terror quedarme sola, no podría soportarlo. Y la idea de tener que empezar de nuevo con otra persona me daba mareos. Así que decidí mirar el lado positivo de las cosas y seguir con Jos. No estaba muy orgullosa de mi decisión. De hecho me despreciaba a mí misma por ella. Pero ¿qué habría hecho cualquiera en mi lugar? Jos seguía a mi lado, todavía me quería, y yo no quería estar sola. Y aunque no me gustaba nada mi actitud, supongo que todo el mundo hace este tipo de cálculos emocionales.

Cuando llegué a casa encontré un mensaje de Jos en el contestador: «Pasaré a verte el domingo por la tarde. Podríamos ir a ver los fuegos artificiales». Sentí una oleada de alivio. Al fin y al cabo podríamos seguir como antes. Luego había un mensaje de Rory Cheetham-Stabb. Hacía meses que no sabía nada de él.

—Siento haber estado fuera de contacto, señora Smith —me dijo con tono untuoso cuando le llamé.

—No se preocupe.

—Es que tengo muchas clientas.

—Seguro.

—Me imagino que estará usted bastante impaciente, ¿no?

—Pues no. Bueno, sí.

—Gracias por mandarme los papeles firmados.

—De nada.

—Pero creo que ha llegado el momento de presionar un poco. Vamos a poner en marcha el divorcio. No hay razón para demorarlo más, ¿no es así, señora Smith?

—No, ya no.

—La separación llegará a finales de mes y la sentencia definitiva en otras seis semanas y un día. Esto significa que estará usted divorciada para enero. —¿Enero? El mes de nuestra boda—. ¿Quiere usted autorizarme para solicitar la separación en su nombre? El proceso es mucho más sencillo y así no tendrá que firmar más formularios. ¿Quiere que lo hagamos así, señora Smith?

—Sí, por favor.

—Muy bien. ¿Seguro que le parece bien?

—Me parece estupendo.

—¿Un penique para la hoguera? —me pidieron dos niños cuando entré en una tienda a comprar la prensa el domingo.

—¿Qué?

—¿Un penique para la hoguera? —repitieron.

Eché un vistazo al muñeco que llevaban, un maltrecho espantapájaros, y abrí el bolso de mala gana.

—Tomad —les dije irritada, dándoles veinte peniques.

—¿Eso es todo? —preguntó uno de ellos, indignado.

—Sí.

—Casi todo el mundo nos da por lo menos una libra —apuntó su compañero de mal humor.

—Pues yo no os daré más.

—Venga, señora, denos un poco más.

—¡De eso nada, desagradecidos!

Graham alzó las cejas sorprendido. Como ya he comentado, es muy sensible a mi estado de ánimo. De todas formas, pensé furiosa, aquello era pura mendicidad. Debería estar prohibido. Yo nunca dejaría a Matt hacer una cosa así. Y entonces, horror de los horrores, pasó una mujer embarazada y al ver su enorme barriga, que parecía una vela de barco hinchada al viento, me dieron ganas de vomitar. Luego una joven madre me empujó con el cochecito del niño y casi me caigo de puro disgusto. Tenía depresión preparto, pensé con amargura. Porque la idea de que Andie llevara dentro al hijo de Peter me llenaba de bilis. Me sentía del todo insociable. Y nada más entrar en el quiosco, ¿qué es lo que veo? La revista
Ser padres
. ¡Dios mío! Y
Madre e hijo
. Pero mi rabia se evaporó de golpe al ver los titulares de la prensa. Me quedé de piedra:

ESCÁNDALO SEXUAL EN LA AM-UK!, proclamaba el
Sunday Express
. VERGÜENZA PARA PRESENTADORA DE TELEVISIÓN MATINAL, gritaba el
Mail
. ¡REVOLCONES EN EL SOFÁ CON SOPHIE!, anunciaba el
Sunday Mirror
. LA VERGÜENZA DEL SECRETO DE SOPHIE —gritaba el
News of the World
—. Reportaje en exclusiva en páginas 2, 3, 4, 5, 6, 7, 9 y 23.

Me quedé boquiabierta. Se me había acelerado el corazón. Volví corriendo a casa con un montón de periódicos y los extendí en la mesa de la cocina. Estaba tan pasmada que casi se me cayeron las lentillas.

«La presentadora de la AM-UK!, Sophie Walsh, aparece tranquila y compuesta delante de las cámaras todas las mañanas —decía el
Mail
—. Pero nuestra intelectual de Oxford, de veinticuatro años, escondía un sórdido secreto que ahora amenaza con arruinar su carrera. Una antigua amante ha exigido la devolución de joyas y otros objetos de valor que regaló a Sophie durante sus dos años de relación. Lavinia Davenport, de cuarenta y cinco años, presidenta de Digiform, una compañía de componentes de radio y televisión, ha exigido la devolución de objetos valorados en diez mil libras. La pareja terminó de forma violenta, hace ocho meses, cuando Sophie Walsh inició una relación sentimental con Alexandra Jones, de veintitrés años, una elegante relaciones públicas del mundo de la moda. A consecuencia de estas revelaciones el futuro de Walsh en la AM-UK! ha quedado en entredicho».

Ah, pensé. Así que «Alex» era Alexandra. Pero ¿por qué estaba en entredicho el futuro de Sophie? ¿Qué tenía de malo que fuera homosexual? Los editores de los periódicos eran unos mojigatos y unos imbéciles. Pero entonces seguí leyendo y se me cayó el alma a los pies.

Lavinia Davenport relataba en una entrevista a un periódico cómo se conocieron las dos mujeres, cuando Walsh trabajaba como
stripper
lesbiana en un club del Soho, el Candy Bar. Davenport admitía haber metido un billete de veinte libras en el sujetador de Sophie…

En el
News of the World
, en el artículo de las páginas 5 y 7 salía una foto de Lavinia Davenport con aspecto lacrimoso, hablando de su decepción con Sophie.

«La infidelidad de Sophie fue todo un trauma para mí… La había estado manteniendo durante dos años… Se lo había dado todo… Chanel, Ferragamo… ahora me siento utilizada y traicionada… Creo que las madres que la ven todas las mañanas deberían saber la verdad sobre su turbio pasado».

«Qué rastrera —pensé horrorizada—. Qué rastrera». Aquella mujer era la presidenta de una gran compañía, no necesitaba hacer aquello. Solo podía tener un motivo: la venganza. Se había propuesto destruir la carrera de Sophie. Y entonces me acordé de los malintencionados comentarios que había hecho Terry a Sophie el viernes. Aquello era una bomba. Terry y Tatiana. Por supuesto. ¿Quién, si no? Sí, esos dos habían estado investigando por su cuenta.

Durante todo el día estuvieron estallando cohetes, sobresaltándonos continuamente a Graham y a mí. A las siete llegó Jos y yo preparé la cena. Todo iba bien. Decidimos no ir a los fuegos artificiales de Ravenscourt Park. En lugar de eso nos quedamos a verlos desde el jardín. El cielo se iluminaba en estallidos rojos y anaranjados.

¡BUUUUUUUM! ¡BANG! Parecían los cañones de la Primera Guerra Mundial. ¡RAKA-TAKA-TAKA-TAKA-TAAAAAAK! Como fuego de ametralladoras. Algunos cohetes surcaban el cielo como bengalas de salvamento, dejando una estela en la oscuridad. ¡CHUIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIISSS! ¡CHUIIIIIIIIIIIIIIIIIIISS! Como el siniestro silbido de las bombas. A continuación varios enormes renacuajos de plata se agitaron en el cielo. Parecían espermatozoides.

—¡Oooooooooh! —exclamamos—. ¡Aaaaaahhhhh!

Los últimos cohetes salieron disparados como misiles tierra-aire. Volaron unos instantes y luego se disolvieron y murieron.

En las casas vecinas todavía se oían estallidos mucho después de que nos fuéramos a la cama. Yo me quedé mirando al techo escuchando las detonaciones.

—¿Estás bien, Faith? —susurró Jos—. Es más de la una.

—¿Cómo?

—¿No puedes dormir?

—No sé.

—¿Te preocupa algo?

—No, no, qué va —mentí—. Son los fuegos.

Al final debí de quedarme dormida, porque a las tres y media sonó el despertador hendiendo mi duermevela como un montón de agujas. Tuve que hacer un auténtico esfuerzo para levantarme.

Al llegar al trabajo a las cuatro y cuarto me tomé dos cafés dobles y eché un vistazo a los periódicos. Sophie seguía en primera página.

¡SOPHIE DESPEDIDA!, proclamaba el
Mirror
. ¡LESBIANA EN LA CALLE!, gritaba el
Sun
. ¡LA PAUSA COMERCIAL DE SOPHIE!, anunciaba el
Mail
.

Había fotos de Sophie saliendo de su piso de Hampstead. Estaba pálida. El
Daily Express
incluía una entrevista asquerosa con Terry, en la que este comentaba lo «triste» que se sentía. «Una lástima… su carrera iba tan bien… debería haber sido más franca desde el principio… no, ninguno sospechábamos nada… Bueno, el nuestro es un programa para toda la familia… No, no, por supuesto que no me alegro… De hecho lo he sentido mucho».

«Seguro que sí», me dije furiosa, viéndole pavonearse por la oficina.

—Pobrecita —comentó Iqbal en maquillaje—. Le iba tan bien…

—Es una presentadora magnífica —señaló Marian—. No se merece toda esta mierda. Pero en fin, Tatty ha conseguido lo que quería. ¡Mirad!

En el monitor de la esquina vimos a Tatiana asumir su codiciado lugar en el sofá junto a Terry.

—¿Crees que Sophie volverá? —pregunté a Iqbal mientras me ponía la base de maquillaje.

—Lo dudo mucho.

—Pero esto no tiene nada que ver con su carrera.

—Sí, pero ya sabes cómo es Darryl. Se ve que ha estado diciendo por ahí que Sophie ha traído mala reputación al programa.

—¡Mala reputación! —exclamé—. ¿Cómo se puede dar mala reputación a un programa que se dedica a sacar abuelas videntes y gatos patinadores todos los días?

Pasé la mañana como pude. Además del disgusto que tenía con lo de Peter, echaba de menos a Sophie. Es verdad que no éramos lo que se dice íntimas, pero nos habíamos hecho aliadas en los últimos meses. Nunca olvidaré lo bien que se portó conmigo. Ahora quería ayudarla, ¿pero qué podía hacer? Decidí llamarla cuando saliera del trabajo.

«La llamo esta misma tarde», me dije al llegar a casa a las diez y cuarto.

Llevé a Graham al parque, que estaba lleno de restos de cohetes y petardos. Luego me metí en la cama. Pero aunque estaba agotada, tenía tantas cosas en la cabeza que no pude dormir. Desesperada tendí la mano y encendí la radio, que estaba sintonizada en Radio 4.

«Mañana podrán volver a oír
La hora de la mujer
a la misma hora —decía un locutor—. El programa ha sido presentado por Jenny Murria y producido por Mimi Clark».

«Mimi», pensé. Hacía meses que no sabía nada de ella. Seguro que había estado muy ocupada con el niño. Yo, por otra parte, había evitado a nuestros amigos comunes desde que empezó el divorcio. Recordé que Mimi había querido invitar a Lily al programa
La hora de la mujer
. Era un buen programa.
La hora de la mujer
… ¡Claro! Aparté de golpe las mantas y bajé corriendo a llamar a la radio.

—¡Faith! —exclamó Mimi—. ¡Qué alegría! He estado pensando en ti, con todo el follón de la AM-UK!

—De hecho te llamo por eso —expliqué, casi sin aliento—, porque Sophie Walsh es amiga mía. Le han hecho una buena jugarreta, Mimi, y necesita un poco de publicidad. ¿Tú la invitarías al programa?

—Bueno, sería posible —contestó ella pensativa—. Pero no sé muy bien en qué contexto. Mira, voy a hablar con el editor. Te prometo que haré lo que pueda. ¿Sabes quién es su agente?

—Swann Barton. Están en la guía.

—¿Y tú, cómo estás, Faith? Siento no haberte llamado antes.

—Estoy bien —suspiré—. Estoy bien.

—Me han dicho que a lo mejor vuelves con Peter.

Sentí una puñalada en el corazón.

—No es verdad. Nos estamos divorciando.

—Lo siento, Faith. Parecíais tan felices…

—Y lo éramos. Hemos sido muy felices durante quince años.

Al colgar me di cuenta de que no había hablado con Peter hacía cinco días. Tal vez era lo mejor. ¿Qué demonios podíamos decirnos? Los animales heridos corren a esconderse, y eso era lo que habíamos hecho. Y como los niños no iban a venir a casa durante un par de fines de semana, Peter no tenía por qué llamar. Para mí era un alivio, aunque es verdad que le echaba muchísimo de menos. Pero es que hablar con él me habría dolido más, puesto que no había posibilidades de estar juntos. Y verle sería una tortura. «Debo mirar hacia delante —me dije con firmeza—. Debo seguir con mi vida. Tengo que intentar superar esto, porque mi matrimonio está acabado». Así que ahora, después de la desorientación de mi última aventura, la aguja de mi brújula emocional comenzaba a girar lentamente hacia Jos.

Esa noche, durante la cena, le conté lo del embarazo de Andie. Jos pareció genuinamente sorprendido.

—¿Peter sabía que ella quería tener un hijo? —me preguntó.

—No. Pero de todas formas ella fue a por él.

—Me parece muy mal. Ninguna mujer debería hacer eso.

Sentí un escalofrío.

—No te preocupes —dije—, yo nunca te haría una cosa así.

Él me cogió la mano.

—Ya lo sé.

—Pero es lo que ha hecho Andie. Estaba segura de que así Peter se quedaría con ella. Y no se equivocaba. Peter es un hombre decente. Siempre hace lo correcto.

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