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Authors: Isabel Wolff

Tags: #Romántico

La chica del tiempo (47 page)

BOOK: La chica del tiempo
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—No, no muy bien. Pero me caía estupendamente. Siempre fue muy cariñosa conmigo.

Y de pronto me acordé de lo que Sophie me había dicho sobre Jos. Lo cierto es que se me había ido de la cabeza. Sophie me había dicho que en realidad no le conocía, de modo que, ¿qué habría querido insinuarme? Tal vez estaba preocupada porque sabía que Jos había salido con muchas chicas, tal como su madre acababa de confirmarme. Sí, eso debía de ser. Pero a mí no me importaba, porque Jos parecía muy enamorado de mí.

Al día siguiente, mientras hacía las maletas para irnos al Caribe, decidí llamarla de nuevo.

—Hola, Sophie. Soy Faith. Llamaba para decirte que te he oído en Radio 4. Estuviste fantástica. Me encantaría verte. Llámame, por favor. Me voy el martes y estaré fuera un par de semanas, pero vuelvo el día 15. Espero que podamos vernos, tal vez antes de Navidad. Te vuelvo a dar mi número de teléfono…

Seguí haciendo las maletas, más animada. Metí mi biquini nuevo con mi pareo y los tres vestidos que me compré en Episode, unas sandalias y dos libros. Justo cuando iba a coger la gorra para el sol sonó el teléfono. «Igual es Sophie», pensé.

—¿Eres Faith? —preguntó una voz desconocida.

—Sí. ¿Quién es?

—Tú no me conoces. Me llamo Becky.

—Ah. ¿Y en qué puedo ayudarte?

—Es que… es que… —Le falló la voz—. Ay, esto es muy difícil.

—¿De qué se trata? —pregunté—. ¿Quieres decirme qué pasa?

—Mira, esto no me gusta nada. —Estaba llorando—. Pero es que no sé qué otra cosa hacer. Llevo días intentando reunir valor. No quiero hacerte daño, pero es que… no puedo seguir así.

Aferré el auricular con fuerza. Se me habían puesto los pelos de punta.

—Te he visto en la tele —prosiguió ella con voz llorosa. ¡Dios mío! ¡Una admiradora chiflada!—. Y sé lo que te ha pasado —sollozó. ¡Dios!—. Por Sophie. —¿Sophie?—. Y luego vi la foto del partido de polo…

—¿Una foto mía? —pregunté con un hilo de voz.

—En el
Moi!
La vi por casualidad. Salís Jos y tú. Es que estoy desesperada… pero él no quiere hablar conmigo. Ha bloqueado mis llamadas y todo. Y tú pareces buena persona… y Sophie me dijo que eras muy simpática y, no sé, pensé que lo entenderías.

—¿Qué tengo que entender? —A estas alturas yo estaba del todo desconcertada y preocupada—. ¿Qué tengo que entender? —repetí.

Se produjo un silencio.

—¿Así que no te lo ha dicho? —oí por fin.

—¿Decirme qué?

—¿No te ha hablado de mí?

«Dios mío», pensé. Una ex despechada. Una de las mujeres persistentes de las que me había hablado la madre de Jos.

—Lo siento, pero no. Jos no me ha hablado de ti. Y la verdad es que no sé qué quieres o cómo crees que puedo ayudarte.

—¿Y tampoco te ha hablado de… ella?

—¿Ella? —¡Dios! ¿Otra mujer?—. Mira —dije, ahora bastante enfadada—. No sé de qué me estás hablando.

—¿No te ha hablado de Josie? —sollozó ella.

—¿De quién?

—De Josie.

—¿Quién es Josie?

De nuevo se hizo el silencio.

—Nuestra hija.

Me dejé caer en las escaleras.

—Hace meses que no duermo. Pero Jos no quiere saber nada.

La cabeza me daba tantas vueltas que tuve que sostenerme con la mano contra la pared. La mujer al otro lado del teléfono sollozaba desconsolada.

—Por favor, por favor, dile que me llame. ¡Por favor! ¡Dile que necesitamos su ayuda! Yo no puedo seguir así. Estoy exhausta. No he podido trabajar desde enero. Es imposible, con Josie tan pequeña. Y no puedo pedir ayuda familiar a la seguridad social si no doy el nombre de Jos. No quiero hacerlo a sus espaldas, pero él se niega a hablar conmigo. Y ahora cada vez que le llamo me sale una voz diciendo «este número de teléfono no acepta sus llamadas». —Becky no dejaba de llorar.

Yo no sabía qué cara tendría, pero me imaginaba sus ojos rojos, su mentón fruncido y sus mejillas húmedas.

—¿Tienes una hija de Jos? —dije con un hilo de voz—. Dios mío. No sabía nada. ¿Desde cuándo?

—Nació en febrero. Tiene nueve meses. —De pronto se oyó al fondo el llanto de un niño—. ¡Ssshhh! ¡Calla, cariño! Lo siento. De verdad, lo siento. Ya veo que no tenías ni idea.

—No —murmuré—. Llevo siete meses saliendo con él, pero no me había dicho nada. Me has dejado de piedra —añadí con amargura.

—Yo sabía de ti por Sophie —replicó ella, tragándose las lágrimas—. Pero pensaba que no duraríais. Ninguna de sus otras relaciones ha durado mucho. Jos siempre volvía conmigo. Pero cuando le dije lo de la niña… Se puso furioso. Me dijo que abortara, pero me negué. Pensé que al final volvería. Pero no ha vuelto y ahora yo no sé qué hacer.

—¿No te ha enviado dinero? —pregunté incrédula.

—Ni un penique —sollozó ella—. Se niega a aceptar que la niña es suya. Pero lo es. Se nota con solo verla. Jos dice que no puede aceptar la paternidad sin pruebas de ADN, que cuestan seiscientas libras. Pero si viniera y la viera, se daría cuenta de que solo puede ser hija suya.

—¿Cómo has conseguido mi teléfono? —Me sentía a punto de desmayarme.

—El otro día estaba en casa de Sophie cuando llamaste. Ella estaba en el baño y saltó el contestador. Al darme cuenta de que eras tú anoté tu número y decidí llamarte. Sophie me dijo que no lo hiciera. Pensaba que lo sabías y que no querías saber nada.

—Así que eres amiga de Sophie…

—No. Soy su hermana.

Diciembre

—¿Por qué no me lo dijiste? —pregunté a Sophie al día siguiente, en el Café Rouge de Kensington.

—¿Cómo te lo iba a decir? No te conocía muy bien. Y además, ¿qué querías que te dijera?: «No se te ocurra ni acercarte a Jos. Ha dejado embarazada a mi hermana y la ha abandonado».

—Pues si fuera mi hermana yo lo habría dicho.

Sophie suspiró y bebió un trago de su capuchino.

—Cuando supe que estabas saliendo con él tuve la tentación de contarte la verdad. Pero me callé porque te veía tan contenta, después de lo mal que lo habías pasado. No quería darte ese disgusto, Faith. Además, te lo tenía que decir él, no yo.

—Pues ojalá me lo hubieras dicho —comenté, mirando mi café con leche—. Porque la cosa es gorda.

—Además, Becky me había hecho prometer que guardaría el secreto. Becky le adora —explicó—. Le adora desde siempre y estaba convencida de que Jos volvería con ella. Así que no quería que yo fuera por ahí criticándole.

—Pero tú me insinuaste algo. Ahora me acuerdo.

Sophie se metió el pelo detrás de las orejas.

—Sí, es verdad. Pero no quería pasarme. De todas formas pensé que terminarías enterándote. Vaya, un hijo no se puede esconder.

Miré de nuevo la foto de la niña que Sophie había traído. Estaba radiante en su cochecito, moviendo con vehemencia sus bracitos y sus piernas rechonchas. Su cara era una miniatura de la de Jos.

—¿Y él nunca la ha visto?

—Ni una vez.

—¿Su madre lo sabe?

—Desde luego. Becky le mandó una foto esperando que ella presionara a Jos. Pero esa mujer está tan ciega con respecto a su hijito del alma que se niega a aceptar lo sucedido. Piensa que Jos es lo mejor del universo.

—Ya lo sé. Su casa es un altar a sus méritos.

Por la ventana se veía Church Street, en Kensington, donde un bucólico Papá Noel vestido de rojo ofrecía folletos sobre una tienda nueva. De pronto me acordé de una cosa que había dicho Yvonne: Que Jos sería un padre maravilloso. Pero Jos ya era padre, pensé con ironía, y no precisamente un padre maravilloso.

—Becky se ha portado como una idiota, eso está claro —prosiguió Sophie—. Tenía que haber dejado en paz a Jos.

—¿Alguna vez tuvieron una relación como es debido?

—En realidad no. Se conocieron en 1997. Becky estudiaba arte en la Slade. Jos dio una serie de conferencias sobre diseño de escenografías y tuvieron una aventura muy breve. Un mes después Jos terminó con ella, pero Becky estaba obsesionada, en plan atracción fatal. Incluso dejó la universidad y se puso a trabajar pintando escenarios en el Coliseum, para poder estar con él. Jos era trece años mayor que ella, de modo que tenía todo el poder. Le dijo que nunca se casaría con ella —añadió Sophie con desdén—, pero siguió saliendo con Becky siempre que no tuviera a mano a nadie mejor. Y claro, ella se engañó pensando que aquello era una relación auténtica. Pensaba que como Jos siempre volvía con ella, al final vería la luz. Eso me decía justamente: «Verá la luz, Sophie. Verá la luz». Pero cuando le dijo que estaba embarazada —Sophie se pasó el índice por el cuello—, Jos se puso hecho una furia y le gritó que tenía que abortar y que se negaba a aceptar que el niño fuera suyo. ¡Como si Becky hubiera podido siquiera mirar a otro hombre!

—¿Y qué hizo Becky?

—Decidió no volverle a llamar hasta que naciera la niña. Estaba aterrorizada porque pensaba que si tenían otra de aquellas peleas podía tener un aborto. Luego, en febrero, cuando nació Josie, por fin le llamó para contárselo. Jos ni siquiera preguntó si era niño o niña. Y nunca ha visto a Josie.

Entonces me acordé de cómo conocí a Jos, en marzo. Él iba en su descapotable, con aspecto de no tener ni una preocupación en el mundo y tirando alegremente su tarjeta de visita en el regazo de desconocidas como yo. Y eso sabiendo que Becky acababa de dar a luz a su hija. Me puse enferma solo de pensarlo y me enfurecí al acordarme de lo mucho que se había esforzado por mis hijos a la vez que dejaba totalmente de lado a su niña.

—No respondió a ninguna de las llamadas de Becky —prosiguió Sophie—. Ella amenazó con presentarse en su casa con la niña, pero al final no lo hizo, porque estaba demasiado deprimida. De modo que le mandó una foto. Pero Jos la ignoró por completo. Cambió su número de móvil, para que Becky no pudiera llamarle, y en casa dejaba puesto siempre el contestador.

Yo recordé con qué secretismo escuchaba Jos sus mensajes cuando yo estaba en su casa, inclinado sobre el contestador con el volumen al mínimo.

—Luego, en julio Becky descubrió que no podía ponerse en contacto con él. Jos había bloqueado sus llamadas.

—Ah, sí, el servicio de bloqueo.

—¿Qué?

—Es un servicio de la compañía telefónica. Mi amiga Lily le habló de él, porque Jos se quejaba de que recibía llamadas «molestas».

—Sí, para él Becky era una molestia. Como ella ya no podía contactar con Jos, me dijo que pensaba pedirte que intercedieras. Mandó una carta a Jos advirtiéndole que si no la llamaba te llamaría ella a ti. Yo intenté disuadirla, pero no hubo manera. Menudo disgusto debiste de llevarte.

—Eso es quedarse corto. No me lo podía creer. Llevo siete meses con Jos y ni siquiera ha mencionado a su hija.

—Esto es un desastre —suspiró Sophie—. Becky tiene veinticuatro años y está sin trabajo y sin pareja, y con una niña pequeña. Yo llevo todo el año manteniéndola y su amiga Debbie también la ha ayudado muchísimo.

—¿Debbie? El nombre me suena.

—Es la mejor amiga de Becky, de la Slade, y madrina de Josie. Es una escenógrafa joven, todavía abriéndose camino.

Debbie… Era la chica de Glyndebourne. Me acordé de que había hecho un comentario muy curioso. ¿Cómo era? Ah, sí: «Me han dicho que estás metido en una producción muy interesante». Ahora sabía lo que quería decir. Entonces Jos me mintió, diciéndome que Debbie estaba enfadada con él porque no le había dado trabajo en
Madame Butterfly
. «
Madame Butterfly
», pensé con una hueca carcajada. No era de extrañar que la historia enfureciera tanto a Jos: Era evidente que le tocaba alguna fibra.

—Es un hijo de puta —dije. Y lo curioso es que no estaba furiosa, sino al contrario, muy tranquila—. Un grandísimo hijo de puta.

—Sí. —Sophie se encogió de hombros—. A él no le costaría nada mantener a Josie. Al final no le quedará más remedio, pero de momento no ha soltado ni un penique.

—¿Y tus padres?

—Murieron en un accidente de coche hace seis años. Nos afectó muchísimo, ya te puedes imaginar. Puede que a Becky más que a mí. Desde entonces se hizo todavía más dependiente. Jos también necesita mucha atención. Pero la excusa de mi hermana es que es demasiado joven. Jos se aprovechó de ella.

—¿Y a Becky no le importaba que Jos saliera con otras?

—Claro que sí. Estaba hecha polvo. Y lo peor era que Jos le hablaba de sus aventuras sabiendo que ella siempre le perdonaría. No me gusta decir esto de mi propia hermana, pero Becky no tiene ningún orgullo. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por Jos. Y siempre encontraba justificación para él.

—¿Incluso ahora? —pregunté sorprendida.

—Sí, incluso ahora. Es el amor de su vida. Becky estaría dispuesta a recibirlo con los brazos abiertos. Cree que cuando Jos vea a la niña volverá con ella. Pero yo sé que no es así, sobre todo teniendo en cuenta su pasado. Para Jos un padre es alguien que abandona a sus hijos, porque eso es lo que hizo su padre. La verdad es que yo no le conozco personalmente, ni ganas, pero sé bastante de él por Becky. Sé que siempre busca amor y aprobación en los demás, y cuando lo obtiene solo siente desdén. Lo único que desea es que las mujeres se enamoren de él, pero en cuanto la de turno le dice que le quiere, él se larga. Y no tiene reparo alguno en seguir viendo a Becky de vez en cuando.

—Yo nunca le dije que le quería —dije pensativa, mirando por la ventana.

—Bien hecho. Por eso habéis durado tanto. Si se lo hubieras dicho, no le hubieras vuelto a ver el pelo.

—No lo hice adrede —expliqué—. Es que nunca quise decírselo porque no era verdad. No estoy enamorada de Jos —dije tranquilamente—. Nunca lo he estado. Yo quiero a mi marido, pero nos vamos a divorciar.

—Lo siento. ¿De verdad no puedes perdonarle?

—Sí —contesté, tragando saliva—. Eso es lo más curioso, que sí le había perdonado. Pero es que… —No quería contarle la verdad a Sophie—. Al final las cosas se volvieron a torcer. Así que tomé la decisión desesperada y despreciable de quedarme con Jos.

—¿Le has dicho algo de lo de su hija? —preguntó Sophie, mientras yo pedía la cuenta.

—Todavía no. Quería hablar contigo primero. Le he dicho que estaría de compras. No tiene ni idea de que nos hemos visto.

—¿Y qué piensas hacer?

Miré la foto de Josie.

—Verle una vez más.

Mientras caminaba hacia el metro entre la multitud de personas que habían salido a hacer las compras de Navidad me acordé de Lily. Todavía no le había dicho lo de Jos porque no me apetecía hablar con ella. Estaba enfadada, bueno, furiosa con ella por haberme presionado para que saliera con Jos. Sí, me había presionado desde el principio. Claro que ella no sabía lo de Josie, porque seguro que me lo habría dicho. Pero desde que conocí a Jos Lily me había insistido para que saliera con él, y la verdad es que ahora me preguntaba por qué. También me acordé de que el otro día se horrorizó cuando creyó que Jos podía cortar conmigo. Y mientras iba en el metro me acordé de otras cosas que Lily había dicho:

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