La chica mecánica (57 page)

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Authors: Paolo Bacigalupi

BOOK: La chica mecánica
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—Tampoco te creas que va a impresionarles ese uniforme blanco —añade Jaidee—. Tienen demasiados contactos en el Ministerio de Comercio y en la policía.

Kanya no dice nada, pero, cómo no, un destacamento de agentes de la policía de Thonburi vigila la entrada principal del complejo. A su alrededor, el mar y los
khlongs
van y vienen. Los japoneses tienen visión de futuro y se han instalado por completo sobre las aguas, en balsas de bambú flotantes cuyo grosor supuestamente alcanza el metro y medio, creando un complejo prácticamente inmune a las inundaciones y a las mareas del río Chao Phraya.

—Tengo que hablar con el señor Yashimoto.

—No está disponible.

—Está relacionado con una propiedad suya que resultó dañada durante las desafortunadas redadas en los amarraderos. El papeleo de las indemnizaciones.

El guardia esboza una sonrisa titubeante. Se mete en la garita.

Jaidee se ríe por lo bajo.

—Muy ingeniosa.

Kanya le hace una mueca.

—Por lo menos así servirás para algo.

—Aunque esté muerto.

Instantes después son conducidos a los pasillos del complejo. El paseo no es largo. Las altas paredes ocultan cualquier posible rastro de actividad industrial. El Sindicato de Megodontes se queja de que es imposible que haya trabajo sin una fuente de energía, y sin embargo los japoneses no importan sus propios megodontes ni emplean al sindicato. Apesta a tecnología ilegal. No obstante, los japoneses han proporcionado una valiosa asistencia técnica al reino. A cambio de los avances en bancos de semillas de los tailandeses, los japoneses comparten lo mejor de sus tecnologías de navegación. De modo que todo el mundo tiene muchísimo cuidado de no hacer demasiadas preguntas sobre el proceso de fabricación del casco de los barcos, o sobre la legalidad del proceso de desarrollo.

Se abre una puerta. Una atractiva joven sonríe y hace una reverencia. Kanya está a punto de desenfundar la pistola de resortes. La criatura que tiene delante es un neoser. Sin embargo, la muchacha no parece percatarse del nerviosismo de Kanya y le indica que pase con un ademán sincopado. Una vez dentro, la habitación está escrupulosamente decorada con tatamis y cuadros de Sumi-e. Un hombre que Kanya supone que debe de ser el señor Yashimoto está de rodillas, pintando. La chica mecánica le indica a la capitana que se siente.

Jaidee contempla el arte de las paredes.

—Son todas suyas.

—¿Cómo lo sabes?

—Vine a ver si es cierto que tenían diez manos en la fábrica. Justo después de morir.

—¿Y?

Jaidee se encoge de hombros.

—Compruébalo por ti misma.

El señor Yashimoto moja el pincel y completa el cuadro con un movimiento exquisitamente fluido. Se incorpora y saluda a Kanya con una reverencia. Empieza a hablar en japonés. La voz de la chica mecánica suena un segundo más tarde, traduciendo al thai.

—Me honra con su visita.

Yashimoto guarda silencio un momento y la chica mecánica se queda callada a su vez. Es muy bonita, supone Kanya. A su manera. Parece que esté hecha de porcelana. Su chaquetilla está abierta en el cuello, revelando el hoyuelo de su garganta, y la falda de color claro le ciñe las caderas. Sería preciosa si no se tratara de una aberración.

—¿Sabe por qué he venido?

Yashimoto asiente con la cabeza, parco.

—Hemos oído rumores de un lamentable incidente. Sus periódicos y circulares hablan de nuestro país. —Le dirige una mirada elocuente—. Muchas voces se alzan contra nosotros. Observaciones sumamente injustas y cargadas de inexactitudes.

Kanya asiente con la cabeza.

—Tenemos preguntas...

—Quiero asegurarle que somos amigos de los thais. Desde tiempos muy lejanos, cuando cooperamos en la gran guerra, hasta ahora. Siempre hemos sido amigos de Tailandia.

—Me gustaría saber cómo...

—¿Té? —vuelve a interrumpirla Yashimoto.

Kanya se obliga a seguir mostrándose educada.

—Es usted muy amable.

Yashimoto hace una seña a la chica mecánica, que se pone en pie y sale de la habitación. Kanya se relaja de forma automática. La criatura es... perturbadora. Y sin embargo, ahora que se ha ido, el silencio se extiende entre ellos mientras aguardan el regreso de la intérprete. Kanya siente cómo se desgranan los segundos, minutos desperdiciados. El tiempo pasa, corre, vuela. Las nubes de tormenta se acumulan y aquí está ella, sentada, esperando que le traigan un té.

Cuando regresa, la chica mecánica se arrodilla junto a ellos a un lado de la mesita. Kanya se obliga a no decir nada, a no interrumpir a la muchacha mientras esta prepara y sirve el té con absoluta precisión, pero para ello debe realizar un esfuerzo considerable. La chica mecánica llena las tazas, y cuando Kanya observa los extraños movimientos de la criatura, le parece detectar un atisbo de lo que deseaban los japoneses para sus criados mecánicos. La chica es perfecta, exacta como un reloj, y contextualizados por la ceremonia del té, todos sus movimientos adoptan una gracia ritual.

El neoser tiene cuidado de no mirar a Kanya a su vez. No dice nada de su condición de camisa blanca. No observa que, en otras circunstancias, la capitana estaría encantada de fundirla. Ignora por completo el uniforme del Ministerio de Medio Ambiente de Kanya. Exquisitamente educada.

Yashimoto espera a que Kanya pruebe el té antes de imitarla. Muy despacio, deja la taza encima de la mesa.

—Nuestros países siempre han sido aliados —dice—. Desde que nuestro emperador regaló aquellas tilapias al reino en tiempos del gran monarca y científico Bhumibol. Siempre hemos sido leales. —Le dirige otra mirada cargada de significado—. Espero que podamos ayudarla en este asunto, pero me gustaría subrayar que somos amigos de su nación.

—Hábleme de los neoseres.

Yashimoto asiente con la cabeza.

—¿Qué quiere saber? —Sonríe, indica a la muchacha arrodillada entre ellos—. Puede inspeccionar este por sí misma.

Kanya se mantiene impasible. Con esfuerzo. La criatura que está a su lado es hermosa. Tiene la piel tersa y sus movimientos resultan asombrosamente elegantes. Y le pone el vello de punta.

—Dígame para qué los necesitan.

Yashimoto encoge los hombros.

—Somos una nación vieja, hay pocos jóvenes. Las muchachas como Hiroko cubren esa carencia. No somos como los thais. Disponemos de calorías pero nos falta mano de obra. Necesitamos sirvientes. Obreros.

Kanya se contiene para no componer una mueca de repugnancia.

—Sí. Los japoneses son muy distintos. Y a excepción hecha de su país, no hemos permitido nunca este tipo de nicho...

—De crimen —la corrige Jaidee.

—... excepcional —concluye la capitana—. Nadie más tiene permiso para importar criaturas como esta. —Inclina la cabeza en dirección a la intérprete, esforzándose por disimular el rechazo que amenaza con plasmarse en su voz—. Ningún otro país. Ninguna otra fábrica.

—Somos conscientes de ese privilegio.

—Y sin embargo abusan de él trayendo un neoser militar...

Las palabras de Hiroko se superponen al discurso de Kanya mientras esta sigue hablando. La chica mecánica reproduce la respuesta vehemente de su amo.

—¡No! Eso es imposible. No tenemos ningún contacto con esa clase de tecnología. ¡Es ridículo!

Yashimoto ha enrojecido, y Kanya se pregunta a qué se debe este inesperado ataque de rabia. ¿En qué clase de afrenta cultural ha incurrido sin proponérselo? La chica mecánica continúa traduciendo sin que sus rasgos delaten la menor emoción mientras reproduce el discurso de su amo.

—Trabajamos con neojaponeses como Hiroko. Es fiel, atenta y dotada. Y una herramienta necesaria. Tan necesaria como la azada de un campesino o la espada de un samurái.

—Es curioso que mencione una espada...

—Hiroko no es una criatura bélica. Esa tecnología no está en nuestras manos.

Kanya busca en un bolsillo y deja la foto de la asesina mecánica encima de la mesa.

—Sin embargo, uno de los suyos, importado por usted, registrado a nombre de su equipo, ha asesinado al somdet chaopraya y a otras ocho personas, y se ha esfumado como si de un
phii
enfurecido se tratara. ¡Y a pesar de eso se atreve a sentarse ante mí y a decirme que la presencia aquí de un neoser militar es imposible! —Levanta la voz hasta convertirla en un grito, y la traducción de la chica mecánica concluye en un remedo de su intensidad.

Yashimoto compone el semblante. Coge la fotografía y la estudia.

—Tendremos que consultar los archivos.

Asiente con la cabeza para Hiroko, que toma la foto y sale del cuarto. Kanya inspecciona el rostro de Yashimoto en busca de indicios de preocupación o nerviosismo, pero no encuentra nada. Ve irritación, pero no temor. Lamenta no poder hablar directamente con él. Mientras escucha el eco de sus palabras en japonés, Kanya se pregunta hasta qué punto pierden el elemento sorpresa tras pasar por el filtro de la chica mecánica. Hasta qué punto amortigua Hiroko la turbación de su amo.

Esperan. En silencio, Yashimoto le ofrece más té. Kanya lo rechaza. Yashimoto tampoco sigue bebiendo. La estancia está tan cargada de tensión que a la capitana no le extrañaría que el hombre se levantara de un salto y la partiera en dos con la espada antigua que engalana la pared a su espalda.

Hiroko regresa minutos más tarde. Devuelve la fotografía a Kanya con una reverencia. Se dirige a Yashimoto. Sus expresiones no delatan la menor emoción. Hiroko vuelve a arrodillarse entre ellos. Yashimoto asiente con la cabeza en dirección a la foto.

—¿Seguro que es ella?

Kanya asiente con un ademán.

—No hay ninguna duda.

—Y este atentado explica la creciente indignación en la ciudad. La gente empieza a congregarse alrededor de la fábrica. Pescadores. La policía los ha ahuyentado, pero empiezan a regresar con antorchas.

La capitana reprime la inquietud que le provoca la noticia del aumento del frenesí. Los acontecimientos se suceden demasiado rápido. Tarde o temprano, Akkarat y Pracha serán incapaces de retractarse sin cubrirse de humillación y ya no será posible dar marcha atrás.

—El pueblo está furioso.

—Equivocan el blanco de su ira. Este neoser no es militar. —Cuando Kanya intenta contradecirle, Yashimoto la acalla con una mirada iracunda—. Mishimoto no sabe nada de neoseres bélicos. Nada. Estas criaturas están sometidas a un control estricto. Únicamente las emplea nuestro Ministerio de Defensa. Yo jamás podría poseer una. —La mira fijamente a los ojos—. Jamás.

—Sin embargo...

—Conozco al neoser que describe —continúa traduciendo Hiroko—. Había cumplido con su cometido...

La voz de la chica mecánica se interrumpe mientras el anciano continúa hablando. Hiroko endereza los hombros y mira de soslayo a Yashimoto, que frunce el ceño en señal de censura por su falta de decoro. Le dice algo a la chica mecánica y esta agacha la cabeza.


Hai
.

Otra pausa.

Yashimoto le indica que prosiga con un ademán. Hiroko recupera la compostura y termina de traducir.

—Fue destruida en vez de repatriada, tal y como se nos solicitó. —Los ojos negros del neoser no se separan de Kanya, firmes, sin pestañear, despojados del atisbo de sorpresa reflejado en ellos hace tan solo un instante.

Kanya observa fijamente a la chica y al anciano, dos seres extraños.

—Sin embargo, aparentemente sobrevivió —dice, al cabo.

—No era director por aquel entonces —responde Yashimoto—. Solo sé lo que pone en los informes.

—Los informes mienten, por lo visto.

—Tiene razón. Es inexcusable. Me avergüenza lo sucedido, pero no sé nada de este asunto.

Kanya se inclina hacia delante.

—Ya que no puede explicarme cómo sobrevivió, le ruego que me explique entonces cómo es que esta chica, capaz de matar a tantos hombres en cuestión de segundos, logró entrar en el país. Usted asegura que no se trata de un modelo militar, pero sinceramente, me cuesta creer lo contrario. Es un flagrante incumplimiento de los acuerdos con nuestra nación.

De forma inesperada, el hombre sonríe, y se le forman unas arruguitas en las comisuras de los ojos. Coge la taza de té y prueba un sorbo, sopesando la pregunta, pero el brillo de diversión no abandona su mirada mientras apura la bebida.

—Para eso sí tengo respuesta.

Sin previo aviso, arroja la taza contra la cara de Hiroko. Un grito de alarma se forma en la garganta de la capitana. Pero la mano del neoser se transforma en una mancha borrosa. La taza se estrella contra su palma. La muchacha se queda mirándola, boquiabierta, aparentemente igual de sorprendida que Kanya.

El japonés alisa los pliegues de su quimono.

—Todos los neojaponeses son rápidos. Ha formulado la pregunta equivocada. Cómo emplean sus habilidades innatas depende de su educación, no de sus aptitudes físicas. Hiroko ha sido adiestrada desde que nació para comportarse debidamente, con decoro.

Indica la piel de la chica mecánica con un ademán.

—La epidermis de porcelana y los poros reducidos son marcas de fábrica, y significan que es propensa a recalentarse. Los neoseres bélicos no se recalientan, sino que están diseñados para consumir grandes cantidades de energía sin acusar el impacto. La pobre Hiroko aquí presente moriría si se esforzara de esa manera durante un período prolongado de tiempo. Pero todos los neoseres son potencialmente veloces, lo llevan en los genes. —Adopta un tono más serio—. Lo que me sorprende, no obstante, es que uno de ellos haya olvidado su adiestramiento. Mala noticia. Los neoseres viven para servir. No debería suceder algo así.

—Entonces, ¿su Hiroko podría hacer lo mismo? ¿Matar a ocho personas? ¿Armadas?

Hiroko da un respingo y mira a Yashimoto, abriendo mucho los ojos. El anciano asiente. Dice algo. Su tono es delicado.


Hai
. —La chica mecánica se olvida de traducir; encuentra las palabras—. Sí. Es posible. Poco probable, pero posible. —Continúa—: Pero para ello haría falta un estímulo extraordinario. Los neoseres valoran la disciplina. El orden. La obediencia. Tenemos un dicho en Japón: «Los neoseres son más japoneses que los propios japoneses».

Yashimoto apoya una mano en el hombro de Hiroko.

—Tendrían que darse unas circunstancias extraordinarias para que Hiroko se convirtiera en una asesina. —Sonríe con confianza—. El neoser que buscan ha olvidado el lugar que le corresponde. Deberían destruirla antes de que cause más daños. Podemos ayudarles. —Hace una pausa—. Hiroko puede ayudarles.

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