—¿Me recuerdas, Max? —preguntó.
—Señor Whitlow —dijo Glaucous—. Por favor, pase.
Su visitante no entró, a pesar de que Glaucous se apartó. En su lugar, sus enormes ojos examinaron lentamente la estancia.
Fue el Shank el que le envió con el señor Whitlow, y Whitlow quien le presentó a la Polilla: un ciego elusivo en la antigua mansión vacía de Borehamwood, en las afueras de Londres. El ciego le había aprobado para el servicio de la Lívida Señora.
—Vengo aquí a instancia del señor Shank —dijo Whitlow—. Me informa de tu reciente llegada y de que ya has invertido el corazón de uno de nuestros agentes.
—Ah —dijo Glaucous, sintiendo cómo se le congelaba todo el cuerpo. Era el efecto que dar a entender la desaprobación de la Señora podía provocar incluso en los hombres más resistentes—. Nunca se me ha castigado por arrancar la mala hierba en un terreno fértil.
—Las circunstancias cambian —dijo Whitlow—. Has reducido nuestra compañía en un momento crucial.
—Me ocupo yo solo de mi territorio, señor Whitlow —reafirmó Glaucous con dignidad reducida. Lentamente iba comprendiendo la onírica incorrección de este encuentro y lo que podría significar: que su intuición había sido correcta. Se cerraba un dogal. En caso contrario, ¿por qué revelar tanto? Porque ahora sabía que el señor Shank seguía vivo, seguía trabajando y todavía disfrutaba del favor de la Princesa de Caliza… a pesar de su aparente absorción en la más terrible Ansia que Glaucous hubiese experimentado nunca, aquel día tenebroso del 9 de agosto, 1924, en Reims.
—Hay formas discretas de preguntar —dijo Whitlow.
Glaucous sabía que jugaban con él.
—He trabajado durante nueve décadas sin supervisión. Sólo hablo con mi empleador cuando hay una entrega. Mi última entrega fue hace varios años, y no se mencionó ningún cambio.
Penelope miraba a través de la puerta un poco abierta del dormitorio.
Sintiendo la furia tranquila de Glaucous, Whitlow siguió negándose a entrar. Era así de simple, los cazadores visitan con cautela, se acercan con tranquilidad. Sin embargo, su sonrisa no había cambiado. Glaucous se preguntó si el recolector de mayor edad se había convertido en una marioneta —una mascota sacrificada a la hostilidad—, aunque no es que él hubiese presenciado algo así, o siquiera hubiese tenido noticias. Pero cuando se trataba de la Lívida Señora, no se podía descartar nada.
—¿Cómo te ha sido a ti, muchacho? —dijo Whitlow, subiendo y bajando la garganta.
—Entre bien y normal —dijo Glaucous—. ¿Y usted, señor?
—Zarzas, espinas y ortigas —dijo Whitlow—. A tantos se les ha retirado y, sin embargo… aquí estamos. ¿Has visitado el país natal?
—No desde hace años. Muy edificado, he oído.
—Insoportable. Hemos vivido demasiado, Max.
—Será bien recibido si desea entrar, señor. Mi compañera está controlada.
—Amables palabras, Max. Realizaré mi informe, extenderé mi invitación y habremos acabado por hoy. —Whitlow sonrió. Sus dientes eran una perfección de marfil veteado—. Me alegra saber que estás bien. Refresca muchos recuerdos.
—Efectivamente, señor.
Whitlow se envaró más, su sonrisa se abrió y se enderezó.
—Todos hemos sido traídos aquí;
todos
.
Glaucous calculó con rapidez cuántos podrían ser… fundamentándose en años de elucubración y observación. Seguro que docenas, quizá cientos.
—Me han contado poco más —dijo Whitlow—, pero confío en que ahora tengamos claro lo importante que se ha vuelto tu territorio… por suerte para ti. Tenemos informes y ellos también los tienen.
—¿Ellos? —preguntó Glaucous. Penelope se aclaró la garganta en el dormitorio… escuchando tras la puerta.
Whitlow movió solemnemente la cabeza.
—Los dos hemos besado el dobladillo de la Señora y el dobladillo de nuestra Señora barre cerca. ¿Cuánto sabes ya, joven señor Glaucous… nimrod taimado que eres?
Los pequeños ojos de Glaucous se ampliaron más, aunque no lograban ni acercarse a los de Whitlow.
—¿Ha terminado? —preguntó con la garganta seca.
—Término es una posibilidad.
—¿Las sumadoras están aquí?
—Me dicen, y siento, que pronto un quórum ocupará nuestro tiempo. Te lo ruego, joven
shikari
: no retires a más colegas. Tu hilo es mío, y el mío está inextricablemente enredado con el de la Polilla, nuestro gran transmisor. Estamos unidos en nuestro destino.
Whitlow hizo un gesto de despedida y retrocedió, dejando de mirar a Glaucous.
—Debo darme prisa. Muchas casas de empeño a visitar.
—Efectivamente, señor.
—Cierra la puerta y echa la llave, Max —dijo Whitlow—. Déjame que oiga cómo lo haces.
—Por supuesto —dijo Glaucous—. Mis disculpas —cerró la puerta, la atrancó y prestó atención al familiar repique descentrado de los pasos de Whitlow al apresurarse escaleras abajo.
Incluso entonces los dedos de Max ansiaban hacerle una diablura al viejo.
Wallingford
Tras cuatro horas de charla en el salón —precedidas por un cuenco de caldo de pollo, un vaso de leche y una copa de vino tinto, que Daniel aceptó agradecido— Mary se llevó a su marido al pasillo que daba a la cocina y le susurró con crudeza en sus orejas enrojecidas:
—¿Qué
coño
haces? El tipo está enfermo… nos ha estado acechando, cree ser mi hermano, por amor de Dios… mi hermano
muerto
.
Fred se mostró claramente disgustado, pero no podía contener su entusiasmo.
—Cierto, pero deberías prestar atención a lo que dice. Lo estoy apuntando. Es posible que sea el hombre más genial que haya conocido nunca.
—¿Qué es tan genial?
—Transformadas de Fourier, phi de k y r, desviaciones máximas de los estados de energía cero de sistemas superpuestos de variables discretas.
—Locuras.
—¿Sí? —Fred se echó atrás, indignado—. Se está sintiendo mejor, Mary… tu sopa le ha hecho recuperarse. Lo ha pasado muy mal desde que llegó aquí.
—
¿Llegó
aquí? ¿A nuestra casa?
—Desde que cruzó. Está relajado, no ha hecho más que empezar a explicármelo… esto podría ser importante.
—Está hablando de
mundos alternativos
, Fred.
Fred hizo una mueca.
—Lo que no es nada nuevo para la física. Y
podría
ser una locura, pero está la matemática: o ha leído material único o ha realizado la tarea él mismo, ideas y soluciones de las que no he oído hablar. Algunos aspectos son incluso más impresionantes que la solución de Süto para la energía mínima total. Considera una retícula infinita de líneas que se dividen y se unen, cada una capaz de producir otra retícula; pensarías que algo así sería totalmente inmanejable, pero el secreto es que las ramas
no perduran
; se resumen a la mínima energía y la máxima probabilidad, la mayor eficiencia… Dijo algo tan completamente genial que fue
estúpido
. Dijo, «La materia oscura son cosas esperando a suceder».
Mary observó a su marido sobre brazos cruzados con fuerza, con labios cada vez más delgados con cada palabra.
—Apuntó algunas ecuaciones. Cierto, son mundos alternativos, pero también son los estados más eficientes para el movimiento e interacción de proteínas, soluciones de apilamiento de arena y cristales salinos, quizás incluso distribuciones y probabilidades de la producción de partículas simétricas en aceleradores de altas energías. Mary, si no te gusta, por favor
no interrumpas
. Ve a leer, cocinar o lo que sea. El tipo es una mina de oro.
Su esposa puso los ojos en blanco.
—¿Le has preguntado por qué sabe tanto sobre nosotros?
Fred agitó las fosas nasales.
—No te gustará la respuesta.
—Prueba.
—Sabe lo que sucedió antes de la muerte de Daniel, algunas de las cosas que me has contado. No le animé; me lo dijo por voluntad propia.
—No serían cosas imposibles de descubrir.
—¿
Tú
le has contado a alguien que cubriste de pintura plateada a tu terrier cuando te mordió?
Mary le miró con furia y los ojos se le anegaron de lágrimas.
—Exacto —dijo Fred—. Sabe de tu hermano mayor. Sabe cómo era tu padre.
El rostro de Mary manifestó un dolor anhelante. Peor que no creer era no querer creer.
—¿Sabe cómo murió Daniel?
—Eso no sería lógico.
—
Tú
debes habérselo contado a alguien —dijo ella, enfureciéndose.
—Nunca se lo he dicho a nadie. Acéptalo, Mary,
sabe
sobre tu familia y sobre ti, pero no hay mucho tras su muerte, es decir, tras la muerte de Daniel. Este Daniel… él no murió. Y en su mundo, nosotros no nos casamos. Incluso si se trata de una locura, es genial. No voy a decir que esté convencido, pero tengo que escuchar lo que dice. Por favor, Mary. —Apretó delicadamente los antebrazos, tenso—. Quizás acabe atándose a sí mismo en nudos lógicos y podamos echarle, o llamar a la policía y entregarle.
Mary pareció ablandarse, pero podría ser el agotamiento.
—Podría hacerle algunas preguntas realmente difíciles. Fallaría, lo sabes.
—Se altera cuando tú estás presente. Se pone triste y energético. No tiene muy buena salud.
Mary dejó caer los hombros.
—¿Cuánto?
—Podría ser toda la noche. Puede dormir en el sofá… sería un lujo comparado con su cama habitual. Por favor, Mary.
La mirada de Mary —dolor, confusión, furia— él la reflejó en sus propios rasgos, pero mantuvo los ojos fijos, examinando. Lo que a ella le dejó claro que Fred iba a insistir.
—Descubre quién es en realidad —dijo murmurando—. Miente. Está loco. E incluso si fuese mi hermano… ya sabes que no hablaría con él. Daniel era un cabrón increíble. Por eso John le mató… para salvarnos a los demás. Para salvarme a
mí
. Lo recuerdas, ¿no?
—Claro —dijo Fred con excesiva rapidez, y le tocó el hombro—. Pero como no dejas de repetir, no puede ser tu hermano, ¿no? ¿Por qué no te vas a la cama y dejas que me ocupe yo?
—No lo quiero en la casa. Me da miedo, Fred.
—A mí también me da miedo, cielo. Por lo inteligente que es.
Mary subió las escaleras para ir al piso de arriba, al dormitorio, dejando a Fred en el pasillo, mirando los cuadros de fotografías que Mary había tomado en Ginebra y Brookhaven… donde habían vivido y donde el padre de Mary había trabajado durante veinte años. De uno de los cuadros colgaban los restos de una telaraña, sombras de líneas sedosas alejándose y uniéndose bajo la brisa del aire caliente que recorría el pasillo.
Fred siguió esas sombras, separándose y reuniéndose formando círculos ondulantes, hasta que se le desenfocó la vista. Luego se apresuró para continuar la charla con el extraño sentado en su salón. Pero primero paró en el baño y se aplicó un dedo de mentol bajo cada fosa nasal.
Daniel o Charles —fuese quien fuese— apestaba horrores.
La noche dejó paso al amanecer, y a la bebida; refresco para Daniel, whisky para Fred. Fred disfrutaba de una fiebre medio borracha de elucubraciones.
—¿Cómo pudiste acabar en el cuerpo de otro? ¿Transferiste tu alma?, ¿existe algo similar a un espíritu que pueda transmitirse?
—No lo sé —dijo Daniel—. Nunca me había pasado antes.
No que yo recuerde
.
—¿Algo relacionado con las líneas de mundo? —preguntó Fred, con el rostro sonrosado—. ¿Podríamos desarrollar una ecuación para describirlo?
Daniel le observó atentamente.
—Quizá —dijo.
—Una línea de mundo se corta… queda libre… y vuela por ahí y conecta con la línea de mundo similar más cercana —dijo Fred—. Como unir ADN o trozos de cable; no sé cómo, es una simple metáfora. ¿Qué recuerdas de tu pasado? —preguntó, frunciendo el ceño ante la súbita importancia de la pregunta.
Daniel miró a la estancia y se encogió de hombros.
—Menos y menos —dijo—. Algunas partes son muy difusas.
Fred plantó los codos sobre las rodillas y lentamente hizo girar el vaso.
—Hasta ahora, has estado dependiendo de los recuerdos de una variedad de versiones de ti… pero ya no puedes hacerlo. No te puedes llevar contigo todos los recuerdos físicos. Este cuerpo… no eres tú. Sigues con el impulso de los recuerdos de la transferencia, pero estás desapareciendo.
Daniel estuvo de acuerdo.
—Exacto —dijo Fred, entusiasmado con su propio ingenio—. Si algo de todo eso es cierto, entonces esa conclusión se deriva lógicamente.
—He estado apuntando cosas —dijo Daniel.
—Mi esposa… quiero decir, si eres Daniel… mi esposa podría suministrarte recuerdos importantes de tu pasado. No es que tal recuerdo fuese a compensar todo lo que has perdido, pero sería mejor que nada.
Daniel bajó la vista, preocupándose de pronto de que este hombre inteligente acabase pensando en la solución final: lo que debía suceder inevitablemente. Por suerte, Fred parecía interesado en la teoría, no en la amenaza; no en el peligro presente.
—¿Cuántas personas poseen este talento? —preguntó Fred.
—No soy el único.
Los ojos de Fred relucieron.
—Si otras líneas de mundo están siendo devoradas, destruidas o alteradas… quizá la gente como tú esté migrando aquí. Escapando de otras líneas de mundo consumidas. Podrías estimar a qué distancia está tu línea de mundo de la destrucción contando la gente como tú, cuando empiecen a llegar. Si pudieses encontrarlas. Es decir, ¿cuántas de ellas estarían dispuestas a confesar que desplazan a otras personas y toman el control?
—Tiene sentido —dijo Daniel.
—Pareces agotado —dijo Fred.
—Lo estoy.
—Es tarde. Tenemos que discutir más esas soluciones mersauvianas. ¿Por qué no te quedas aquí? Un sofá no puede ser peor que una casa abandonada.
—Una oferta generosa —dijo Daniel.
—Bien, me siento intrigado —dijo Fred—. Mañana seguiremos, después de mis clases.
—Vamos a consultarlo con la almohada —dijo Daniel—. Nos veremos después.
Los Niveles
La primera noche en el nicho de Tiadba, el sexo fue breve, prometedor… no lo que Jebrassy había esperado. Adoptaron una actitud paciente, aunque no podían saber qué esperaban. El cel al otro lado del extremo abierto del nicho se oscureció de gris a azul casi negro. En la oscuridad relucían pequeñas luces, hermosas y familiares… irreales.