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Authors: Greg Bear

Tags: #Ciencia Ficción

La ciudad al final del tiempo (25 page)

BOOK: La ciudad al final del tiempo
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Grayne se sentó lentamente. En privado sus movimientos eran más evidentemente de dolor. Jebrassy se preguntó si él mismo llegaría a vivir tiempo suficiente para sentir ese tipo de dolor. £5
la progenie más anciana que he visto nunca

Por primera vez, se descubrió pensando que una visita del Guardián Sombrío podría ser una bendición en lugar de un acontecimiento a temer.

—No fui la primera en encontrarlo: nuestro primer libro liberado de los anaqueles. Fue mi mejor amiga, Lassidin: rebosante de curiosidad, la más rápida de mis hermanas. Una chispa entre fulgentes, decís los machos. Para mí, era una llama… —Grayne cerró los ojos—. El Guardián Sombrío se la llevó hace tiempo. Pero ella fue la primera en resolver el acertijo, observando, en su refulgencia, siempre observando, viendo continuamente lo que nosotras no podíamos ver, resolviéndolo, corriendo, saltando, tirando… hasta hacerlo correctamente.

Grayne alzó un dedo torcido y agarró el aire, reviviendo el momento.

—Lassidin agarro un lomo… justo el lomo correcto… y ante nuestros ojos sacó un libro. Ella misma se sorprendió tanto que se cayó y aterrizó de culo. El libro se abrió sobre el suelo polvoriento, mostrando páginas cubiertas de letras de un alfabeto antiguo… algunas familiares, la mayoría no. Todas mis hermanas de inclusa, éramos cuatro porque en aquella época las familias podían ser mayores, se reunieron alrededor del libro y lo miraron, temiendo tocarlo. Dos salieron corriendo. Lassidin y yo de alguna forma reunimos el coraje para llevarnos el libro al nicho familiar, donde lo ocultamos de nuestros mer y per. Al principio no se lo contamos a nadie. Y cuando regresamos a ese punto de los Niveles, donde había habido un hueco, encontramos otro libro en su lugar, tan falso e inflexible como antes. Nos preguntamos si lo habíamos soñado y corrimos de vuelta a nuestro nicho… donde Lassidin había depositado el libro en esta vieja caja, con su cierre digital.

»Para cuando volvimos a los niveles superiores, unas vigilias después, Lassidin había resuelto el acertijo de los estantes, y los estantes nos recompensaron por su ingenio. Retiramos el segundo de muchos, que luego nos llevamos y ocultamos con el primero.

—¿Cuántos? —preguntó Tiadba.

Grayne apretó los labios y se tocó el pelaje rígido de la nariz.

—Más de uno —dijo, con una ligera sonrisa—. Menos de una docena.

—¿Quién aflojó los libros? ¿Por qué dejar que alguien los mirase? —preguntó Jebrassy—. Creía que los Alzados querían mantenernos en la ignorancia.

—Preguntas sofisticadas por parte de nuestro joven guerrero —dijo Grayne—. No conozco las respuestas. Sin embargo, algunos dicen que un ciudadano elevado y poderoso, muy por encima de los Alzados, creó esos estantes en honor a su hija: que murió o desapareció hace tiempo. Es posible que no estuviesen destinados a nosotros. En cualquier caso, el Guardián Sombrío llegó a por mi hermana, pero no a por mí. —Alzó la vista—. Soy la protectora de la caja de Lassidin y todos los libros que recogimos de las paredes, todos los libros que se nos permitió encontrar.

Tiadba pasó a la siguiente página del libro verde. Su nariz se arrugó delicadamente y adelantó la barbilla.

—No sé leerlo. Las letras son muy diferentes.

—Son antiguas. Algunas siguen siendo familiares.

Tiadba siguió las líneas con los dedos para luego decir:

—Aquí hay una. Y otra. —Encantada, se las mostró a Jebrassy.

—Mi hermana de inclusa, Kovleschi, era más dócil y no perseguía los anaqueles con nosotras, pero sabía de insectoletras antiguos, marcados en sus élitros con tales letras. Visitamos las familias que los tenían y los apreciaban, y allí estudiamos cómo formaban palabras… y los comparamos cómo con bichos más jóvenes con símbolos diferentes y más recientes formaban las mismas palabras.

Los insectoletras podían vivir muchas vidas de progenie, y a menudo pasaban de una generación a otra.

—Con el tiempo, acabamos deduciendo un silabario, y con eso, los rudimentos de un diccionario. Pero incluso entonces sólo pudimos leer algunos párrafos. Sigue habiendo muchos detalles que para mí no significan nada. Aunque todos aquellos que se mantienen inmóviles los he memorizado, parecen cambiar.

Tiadba le pasó el libro a Jebrassy. Él también examinó la primera página… y alzó la frente.

—Sangmer —leyó, pasando el dedo bajo una extraña palabra—. ¿Trata de
Sangmer?
—En ocasiones, los maestros contaban historias a los progenies que se habían portado mal, a veces relativas a un viajero llamado Sangmer, que murió después de perderse más allá de su vecindario.

—Quizá después de todo no he sido tan tonta —dijo Grayne, con ojos que destellaban—. La mayoría de nuestros libros hablan en algún momento de Sangmer e Ishanaxade. Eran compañeros, pero no siempre felices. Una pareja tempestuosa. Lo poco que podemos leer nos dice que al final los dos desaparecieron en el Caos.

—¿Y qué cuentan los otros libros?

—Lo que es más confuso, hablan de cosas que ningún progenie puede comprender. Del envejecimiento del mundo en el exterior de este lugar, y del declive de gobernantes todopoderosos… y cómo se vieron obligados a encerrarse en el Kalpa. Incluso se encuentra una breve historia de los últimos años de lo que parece haber sido una reluciente brillantez en el
cielo
abierto, algo llamado «sol».

—Me gustaría leerlo —susurró Jebrassy—. Me gustaría leerlos todos. —Miró a su alrededor, como si temiese que Grayne, el nicho, la caja, esos libros reales, fuesen a convertirse en humo.

Con el cayado, Grayne acercó la caja.

—Éstos eran
nuestros
libros. Estaban destinados sólo a nosotras, para guiarnos. Vosotros encontraréis vuestros propios libros, y ellos os acompañarán a lugares a los que nosotras jamás podríamos ir. Quizá cuenten el final de la gran historia. —Entrecerró los ojos, casi completamente agotada.

Tiadba se mostró conmocionada, pero cogió el libro que tenía Jebrassy —se lo arrancó de entre los dedos— y se lo pasó a Grayne, quien lo devolvió a la caja de Lassidin.

Grayne bajó la tapa y cerró la caja.

—Ésta será la última marcha —dijo la vieja sama—. Al exterior saldréis totalmente ignorantes, a menos que encontréis vuestros libros y aprendáis a leer lo que contienen. Les contaréis esas historias a vuestros compañeros. Cada marcha tiene sus historias e instrucciones. Tales son las reglas.

—¿Las reglas de quién? —preguntó Jebrassy.

Grayne no le respondió. Se quitó la capa, mostrando hombros delgados y doblados bajo un vestido sencillo y negro, y se la entregó a Tiadba.

—La hermandad la cosió, hace muchas vidas, cuando todas éramos jóvenes. Mira en su interior; cosido en el forro se encuentra nuestro tosco silabario y el diccionario comparativo. Todo preparado refiriéndose a los antiguos insectoletras. Algunos de esos bichos todavía sobreviven. Debéis buscarlos, tomarlos prestados, aprender vuestras propias palabras y añadirlas a nuestro conocimiento.

—¿Por qué nosotros? —preguntó Jebrassy.

—Mejor sería preguntar por qué

, joven guerrero —dijo Grayne—. Yo le habría entregado todo esto a Tiadba. Tal era mi plan, hasta que ella decidió ser aventurera. Durante un tiempo, furiosa con ella, pensé que moriría con la caja cerrada, vengándome de un mundo que ya no producía hermanas más encantadoras y
razonables
. Pero tengo mis instrucciones.

¿Alzados?
Jebrassy retuvo la lengua y no preguntó, pero aun así soltó:

—Tú guías las marchas. Tú preparas el equipo, tú los envías… —Era incapaz de deshacer ese nudo.

—Cierto. Me han utilizado, pero, en mi defensa, siempre he esperado que algún día al menos unos individuos volverían y me contarían qué hay más allá del límite de lo real. Ninguno lo ha hecho. ¿A cuántos he condenado? —Se limpió una lágrima para luego enderezarse y asumir su sama mien—. Éste es nuestro secreto, lo que descubrió la hermandad. En el silabario, Lassidin y yo incluimos una lista de los Niveles y pisos más prometedores. Los falsos estantes de todos los pisos habitados están fijados y son inútiles. Sólo en los pisos desiertos es posible liberar ocasionalmente un libro. Buscad esos estantes. No siempre son los mismos. Comprended la razón, y el cómo, y aprenderéis lo que nosotras aprendimos.

»Bien… queda muy poco tiempo, jóvenes —dijo Grayne—. Creo que pronto me visitará el Guardián Sombrío. Pero antes de que tal cosa suceda, debo preparar esta última marcha.

Jebrassy bajó la vista, emocionado, confundido… y asustado.

—Vuestro primer desafío es aprender lo que podáis. Muy poco, pero podría salvaros la vida. Luego, iréis a los canales de drenaje, para iniciar el entrenamiento.

30

Toda el agua de los Niveles fluía por este conducto, que se perdía en una neblina baja más allá de donde estaba Jebrassy, en el borde del prado exterior. El agua producía un ruido lúgubre y somnoliento al descender por su canal. Era clara y olía a humedad y un poco a tristeza. Con brazos y dedos midió la distancia entre el borde superior del canalón y la tierra que lo rodeaba; la mitad tierra marrón grisácea, granulosa y con guijarros que se encontraba por todos los Niveles. Seguía intentando comprenderlo todo a la vez, y el esfuerzo hacía que le doliese la cabeza.

Más atrás, cerca del puente, el conducto había estado mucho más alto. Quizás el agua no llegase hasta el muro lejano, sino que se perdiese en el suelo, absorbida como por un trapo. De alguna forma, el suelo, granuloso y agreste, la absorbía, la extendía, la purificaba.

Lo que sea que tira del agua, tira de mí. ¿Y el suelo impele y extrae el agua de la misma forma que tira de mí? No sé nada sobre el lugar en el que vivo
.

Confundido, frustrado, sintió ganas de golpear, que era siempre su primer impulso al enfrentarse a su insondable ignorancia.

Permaneció de pie y se volvió al oír pasos. Al principio, una elevación del prado le impidió ver quién era, pero luego percibió la cabeza redonda y cubierta de pelaje en punta de Khren. Junto a Khren venían tres jóvenes progenies, todos con los ojos muy abiertos por la anticipación.

Tiadba había dicho que tenían que encontrar cuatro ayudantes, y que debían reunirse en la escalera central en espiral que se elevaba por el extremo interior de la primera isla. Iban a visitar un piso abandonado en lo alto de los Niveles. Podrían pasar todo el día buscando en unos pocos de los pasillos que partían de la escalera —una porción muy pequeña de los pisos abandonados—, y con poca luz, algunos pares extras de manos y ojos atentos y jóvenes podrían ser muy útiles. Aun así, a Jebrassy le incomodaba tener que compartir el poco tiempo que tenían para estar juntos, incluso más incomodado con respecto a Khren, que le había acompañado en tantas aventuras.

Los jóvenes bajaron corriendo por la carretera recta y se reunieron a su alrededor, tocando dedos y emitiendo agudos silbidos de saludo.

—Shewel, Nico, Mash… éste es Jebrassy —dijo Khren—. Un progenie muy poco prudente y bastante artero. —Se mostraron impresionados; estaba claro que Khren les había llenado la cabeza de tonterías.

—Eres un guerrero —dijo Shewel, el más alto, un joven desgarbado de ojos muy separados y pelaje rojizo en la cabeza.

—Ahora no hay mucho tiempo para luchar —dijo Jebrassy.

—Tiene una fulgente con la que ocupar las horas vacías —dijo Khren, y Jebrassy le dedicó una buena mirada. Khren se hizo a un lado con habilidad, como si esquivase una piedra.

Los jóvenes estaban sin aliento.

—¿Qué buscamos? —preguntó Nico. Era pálido, con pelaje y pelo plateado, ojos de un azul claro; bastante guapo, pero con voz aguda y aflautada—. ¿Hay comida enterrada por aquí? ¿Objetos extraños ocultos por los guardianes?

—Nada de eso —dijo Jebrassy—. Vamos a buscar en un piso vacío de los Niveles.

—¿Buscando sueños fantasma? —preguntó Mash. Era un joven fuerte, de cabeza cuadrada, el más joven, por lo que Jebrassy podía determinar, pero también el de mayor tamaño. En ocasiones los progenies les contaban a sus jóvenes un cuento de entreluz según el cual los sueños más hermosos se soltaban al despertar y volaban para refugiarse en los pisos abandonados, donde era posible recogerlos en cestos y traerlos de vuelta para endulzar noches futuras. Evidentemente, había que evitar los malos sueños—. ¿Brillante u oscuro? —insistió Mash, a la defensiva, al burlarse los demás. Dio vueltas al grupo, como si sintiese vergüenza de unirse a ellos.

—Nada de sueños. Vamos a explorar los estantes y buscar libros. Vamos a intentar sacarlos. Libros reales que quizá podamos leer.

—¡No! —dijo el grupo a coro, decepcionado. Sabían que todos los libros eran falsos—. Es una estupidez, una pérdida de tiempo.

—Una bolsa grande de chafa dulce y tropes para cualquiera que dé con un libro real —dijo Jebrassy—. Y encontremos alguno o no, al volver compartiremos tres bolsas, así que todos volveremos a casa satisfechos. Pero nada de holgazanear.

Lo que les motivó hasta cierto punto, e hicieron cola tras Khren y Jebrassy para cruzar el puente medio hasta la primera isla.

Los pisos inferiores seguían poblados, así que entraron por la explanada interior, manteniéndose lejos de los pequeños grupos de ocupantes próximos a los ascensores, y subieron por las escaleras a través de uno de los múltiples núcleos de ventilación; los escalones sucios por la falta de uso.

El grupo esperó en el décimo piso, donde Tiadba les había dicho que se reuniesen. En este lado del bloque todos los pisos por encima del diez estaban abandonados desde que había memoria, después de tres intrusiones en una misma vigilia… quizá pura casualidad, pero suficiente para asustar a todas las familias e incluso a los jóvenes sin pareja. Ninguno de los nichos daba la impresión de haber sido ocupado recientemente; todos estaban llenos de muebles rotos, restos y excrementos depositados por insectoletras y pedes salvajes.

Mientras Jebrassy daba vueltas, esperando, miró por los pasillos que partían de la escalera. Dos insectoletras perdidos volaban en las brisas, muy pocos, demasiado dispersos y desorganizados para formar palabras interesantes, restos tristes de vigilias más alegres, cuándo los nacidos de umbrío los habían dispuesto sobre lienzos y habían jugado a sus juegos de aprendizaje.

Los jóvenes, aburridos, jugaron unas rondas de brazadas, luego agitaron las muñecas y corrieron por un pasillo para practicar «tirar», eso decían, aunque ninguno de los pasillos de este piso tenía estantes, y menos aún lomos.

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