Read La comunidad del anillo Online

Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

La comunidad del anillo (39 page)

BOOK: La comunidad del anillo
9.73Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿No cantaría alguien una canción, mientras el sol está todavía alto? —preguntó Merry, cuando terminaron de comer—. No hemos oído una canción o una historia desde hace días.

—Desde la Cima de los Vientos —dijo Frodo. Los otros lo miraron—. ¡No os preocupéis por mí! —continuó—. Me siento mucho mejor, pero no creo que pueda cantar. Quizá Sam recuerde algo.

—¡Vamos, Sam! —dijo Merry—. Hay muchas cosas que guardas en la cabeza y que no muestras nunca.

—No lo sé —dijo Sam—, ¿pero qué les parece esto? No es lo que yo llamaría poesía, si se me entiende, es sólo una colección de disparates. Me vino a la memoria mirando estas viejas estatuas.

Se incorporó y con las manos a la espalda, como si estuviese en la escuela, se puso a cantar una vieja canción.

El troll estaba sentado en un asiento de piedra,

mordiendo y masticando un viejo hueso desnudo;

había estado royéndolo durante años y años,

pues un pedazo de carne era difíci1 de encontrar.

Vivía solo en una caverna de las colinas

y un pedazo de carne era difícil de encontrar.

 

Llegó Tom calzado con grandes botas

y le dijo al troll.— "¿Qué es eso, por favor?

pues se parece a la tibia de mi tío Tim,

que tendría que estar en el cementerio.

Hace ya muchos años que Tim se nos ha ido

y aún tendría que estar en el cementerio."

 

"Compañero", dijo el troll, "es un hueso robado,

¿pero de qué sirve un hueso en un agujero?

Tu tío estaba muerto como un lingote de plomo

mucho antes que yo encontrara esta tibia.

Puede darle una parte a un pobre viejo troll

pues él no necesita esta tibia".

 

"No entiendo por qué las gentes como tú",

dijo Tom, "han de servirse libremente

la canilla o la tibia de mi tío,

¡Pásame entonces ese viejo hueso!.

Aunque esté muerto, aún le pertenece;

¡Pásame entonces ese viejo hueso!".

 

"Un poco más", dijo el troll sonriendo,

"y a ti también te comeré y roeré las tibias.

¡Un bocado de carne fresca me caerá bien!

Te clavaré los dientes ahora mismo.

Estoy cansado de roer viejos huesos y cueros.

Tengo ganas de comerte ahora mismo".

 

Pensando aún que se había asegurado la cena

descubrió que no tenía nada en las manos,

pues Tom por detrás se había deslizado

lanzándole un puntapié como buena lección,

"un puntapié en las asentaderas", pensó Tom,

"será el modo de darle una buena lección".

 

Más duros que la piedra son la carne y el hueso

de un troll que está sentado a solas en la loma;

tanto valdría patear la raíz de la montaña,

pues las asentaderas de un troll son insensibles.

El viejo troll rió oyendo que Tom gruñía.

Y supo que el pie de Tom era sensible.

 

Tom regresó a su casa arrastrando la pierna

y el pie le quedó estropeado mucho tiempo,

pero al Troll no le importa y está siempre allí

con el hueso que le birló al propietario.

Las asentaderas del troll son siempre las mismas,

¡y también el hueso que le birló al propietario!

—¡Bueno, hay ahí una advertencia para todos nosotros! —rió Merry —. ¡Es una suerte que hayas usado un palo y no la mano, Trancos!

—¿Dónde aprendiste eso, Sam? —preguntó Pippin—. Nunca lo había oído antes.

Sam murmuró algo inaudible.

—Lo sacó de la cabeza, por supuesto —dijo Frodo—. Estoy aprendiendo mucho sobre Sam Gamyi en este viaje. Primero fue un conspirador y ahora es un juglar. Terminará por ser un mago... ¡o un guerrero!

—Espero que no —dijo Sam—. Ni lo uno ni lo otro.

 

A la tarde continuaron descendiendo por la espesura. Seguían quizás aquella misma senda que Gandalf, Bilbo y los enanos habían utilizado muchos años antes. Luego de unas pocas millas llegaron a la cima de una loma que dominaba el camino. Aquí la calzada había dejado atrás el angosto valle del río y ahora se abrazaba a las colinas, bajando y subiendo entre los bosques y las laderas cubiertas de maleza hacia el vado y las montañas. No lejos de la loma Trancos señaló una piedra que asomaba entre el pasto. Toscamente talladas y ahora muy erosionadas podían verse aún en la piedra unas runas de enanos y marcas secretas.

—¡Sí! —dijo Merry—. Esta ha de ser la piedra que señala dónde estaba escondido el oro de los enanos. ¿Cuánto queda de la parte de Bilbo, me pregunto, Frodo?

Frodo miró la piedra y deseó que Bilbo no hubiera traído de vuelta un tesoro más peligroso y más difícil de compartir.

—Nada —dijo—. Bilbo lo regaló todo. Me dijo que no creía que le perteneciera, pues provenía de ladrones.

 

El camino se extendía bajo las sombras alargadas del atardecer, apacible y desierto. No había otra ruta posible, de modo que bajaron por la barranca y torciendo a la izquierda marcharon a paso vivo. Pronto la estribación de una loma interceptó la luz del sol que declinaba rápidamente. Un viento frío venía hacia ellos desde las montarías que sobresalían allá adelante.

Empezaban a buscar un sitio fuera del camino donde pudieran acampar esa noche, cuando oyeron un sonido que los atemorizó de nuevo: unos cascos de caballo que resonaban detrás. Volvieron la cabeza, pero no alcanzaron a ver muy lejos a causa de las idas y venidas del camino. Dejaron de prisa la calzada y subieron internándose entre los profundos matorrales de brezos y arándanos que cubrían las laderas, hasta que al fin llegaron a un monte de castaños frondosos. Espiando entre las malezas podían ver el camino, débil y gris a la luz crepuscular allá abajo, a unos treinta pies. El sonido de los cascos se acercaba. Los caballos galopaban, con un leve
tiquititac tiquititac.
Luego, débilmente, como si la brisa se lo llevara, creyeron oír un repique apagado, como un tintineo de campanillas.

—¡Eso no suena como el caballo de un jinete Negro! —dijo Frodo, que escuchaba con atención.

Los otros hobbits convinieron en que así era, esperanzados, aunque con cierta desconfianza. Desde hacía tiempo marchaban temiendo que los persiguieran y todo sonido que viniera de atrás les parecía amenazador y hostil. Pero Trancos se inclinaba ahora hacia adelante, casi tocando el suelo, la mano en la oreja y una expresión de alegría en la cara.

La luz disminuía y las hojas de los arbustos susurraban levemente. Más claras y más próximas las campanillas tintineaban y
tiquitac venía el
sonido de un trote rápido. De pronto apareció allá abajo un caballo blanco, resplandeciente en las sombras, que se movía con rapidez. El freno y las bridas centelleaban y fulguraban a la luz del crepúsculo, como tachonados de piedras preciosas que parecían estrellas vivientes. El manto flotaba detrás y el caballero llevaba quitado el capuchón; los cabellos dorados volaban al viento. Frodo tuvo la impresión de que una luz blanca brillaba a través de la forma y las vestiduras del jinete, como a través de un velo tenue.

Trancos dejó de pronto el escondite y se precipitó hacia el camino, gritando y saltando entre los brezos, pero aun antes que se moviera o llamara, el jinete ya había tirado de las riendas y se había detenido levantando los ojos a los matorrales donde ellos estaban. Cuando vio a Trancos, saltó a tierra y corrió hacia él gritando:
Ai na vedui Dúnadan! Maegovannen!
La lengua y la voz clara y timbrada no dejaban ninguna duda: el jinete era de la raza de los elfos. Ningún otro de los que vivían en el ancho mundo tenía una voz tan hermosa. Pero había como una nota de prisa o temor en la llamada y los hobbits vieron que hablaba rápida y urgentemente con Trancos.

Pronto Trancos les hizo serías y los hobbits dejaron los matorrales y bajaron corriendo al camino.

—Este es Glorfindel, que habita en la casa de Elrond —dijo Trancos. —¡Hola y feliz encuentro al fin! —le dijo Glorfindel a Frodo—. Me enviaron de Rivendel en tu busca. Temíamos que corrieras peligro en el camino.

—¿Entonces Gandalf llegó a Rivendel? —gritó Frodo alegremente. —No. No cuando yo partí, pero eso fue hace nueve días —respondió Glorfindel—. Llegaron algunas noticias, que perturbaron a Elrond. Gentes de mi pueblo, viajando por tus tierras más allá del Baranduin, oyeron decir que las cosas no andaban bien y enviaron mensajes tan pronto como pudieron. Decían que los Nueve habían salido y que tú te habías extraviado llevando una carga muy pesada y sin ningún auxilio, pues Gandalf no había vuelto. Hay pocos en Rivendel que puedan enfrentar abiertamente a los Nueve, pero a esos pocos Elrond los envió al norte, al oeste y al sur. Se decía que tú harías un rodeo para evitar que te persiguieran y que te perderías en las tierras desiertas.

"Me tocó a mí seguir el camino y llegué al Puente de Mitheithel y dejé una señal allí, hace siete días. Tres de los sirvientes de Sauron llegaron hasta el puente, pero se retiraron y los perseguí hacia el oeste. Tropecé con otros dos, que se volvieron alejándose hacia el sur. Desde entonces he estado buscando tus huellas. Las descubrí hace dos días y las seguí cruzando el puente y hoy advertí que habías bajado otra vez de las lomas. ¡Pero, vamos! No hay tiempo para más noticias. Ya que estás aquí, hemos de arriesgarnos a los peligros del camino y marchar adelante. Hay cinco detrás de nosotros y cuando descubran tus huellas en el camino, nos perseguirán veloces como el viento. Y ellos no son todos. Dónde están los otros cuatro, no lo sé. Temo descubrir que el vado ya está defendido contra nosotros.

Mientras Glorfindel hablaba, las sombras de la noche se hicieron más densas. Frodo sintió que el cansancio lo dominaba. Desde que el sol había empezado a bajar, la niebla que tenía ante los ojos se le había oscurecido y sentía que una sombra estaba interponiéndose entre él y las caras de los otros. Ahora tenía un ataque de dolor y mucho frío. Se tambaleó y se apoyó en el brazo de Sam.

—Mi amo está enfermo y herido —dijo Sam airadamente—. No podría viajar durante la noche. Necesita descanso.

Glorfindel alcanzó a Frodo en el momento en que el hobbit caía al suelo y tomándolo gentilmente en brazos le miró la cara con grave ansiedad.

Trancos le habló entonces brevemente del ataque al campamento en la Cima de los Vientos y del cuchillo mortal. Sacó la empuñadura, que había conservado, y se la pasó al elfo. Glorfindel se estremeció al tocarla, pero la miró con atención.

—Hay cosas malas escritas en esta empuñadura —dijo— aunque quizá tus ojos no puedan verlas. ¡Guárdala, Aragorn, hasta que lleguemos a la Casa de Elrond! Pero ten cuidado y tócala lo menos posible. Ay, las heridas causadas por este arma están más allá de mis poderes de curación. Haré lo que pueda, pero ahora más que nunca os recomiendo que continuéis sin tomar descanso.

Buscó con los dedos la herida en el hombro de Frodo y la cara se le hizo más grave, como si lo que estaba descubriendo lo inquietara todavía más. Pero Frodo sintió que el frío del costado y el brazo le disminuía; un leve calor le bajó del hombro hasta la mano y el dolor se hizo más soportable. La oscuridad del crepúsculo le pareció más leve alrededor, como si hubieran apartado una nube. Veía ahora las caras de los amigos más claramente y sintió que recobraba de algún modo la esperanza y la fuerza.

—Montarás en mi caballo —le dijo Glorfindel—. Recogeré los estribos hasta los bordes de la silla y tendrás que sentarte lo más firmemente que puedas. Pero no te preocupes; mi caballo no dejará caer a ningún jinete que yo le encomiende. Tiene el paso leve y fácil y si el peligro apremia, te llevará con una rapidez que ni siquiera las bestias negras del enemigo pueden imitar.

—¡No, no será así! —dijo Frodo—. No lo montaré, si va a llevarme a Rivendel o alguna otra parte dejando atrás a mis amigos en peligro.

Glorfindel sonrió.

—Dudo mucho —dijo— que tus amigos corran peligro si tú no estás con ellos. Los perseguidores te seguirían a ti y nos dejarían a nosotros en paz, me parece. Eres tú, Frodo, y lo que tú llevas lo que nos pone a todos en peligro.

 

Frodo no encontró respuesta y tuvo que montar el caballo blanco de Glorfindel. El poney en cambio fue cargado con una gran parte de los fardos de los otros, de modo que ahora pudieron marchar más aliviados y durante un tiempo con notable rapidez; pero los hobbits pronto descubrieron que les era difícil seguir el paso rápido e infatigable del elfo. Allá iba, adelante, adentrándose en la boca de la oscuridad y todavía más adelante hacia la noche profunda y nublada. No había luna ni estrellas. Hasta que asomó el gris del alba no les permitió que se detuviesen. Pippin, Merry y Sam estaban ya por ese entonces casi dormidos, sosteniéndose apenas sobre unas piernas entumecidas y hasta el mismo Trancos encorvaba la espalda como si se sintiera fatigado. Frodo, a caballo, iba envuelto en un sueño oscuro.

Se echaron al suelo entre las malezas a unos pocos metros del camino y cayeron dormidos en seguida. Les pareció que habían cerrado apenas los ojos cuando Glorfindel, que se había quedado vigilando mientras los otros dormían, los despertó de nuevo. La mañana estaba ya bastante avanzada y las nubes y nieblas de la noche habían desaparecido.

—¡Bebed esto! —les dijo Glorfindel, sirviéndoles uno a uno un poco del licor que llevaba en la bota de cuero adornada de plata. La bebida era clara como agua de manantial y no tenía sabor y no era ni fresca ni tibia en la boca, pero les pareció mientras bebían que recobraban la fuerza y el vigor. Luego unos pocos bocados de pan rancio y de fruta seca (pues ya no les quedaba ninguna otra cosa) les calmaron el hambre mejor que muchos buenos desayunos de la Comarca.

BOOK: La comunidad del anillo
9.73Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

La forja de un rebelde by Arturo Barea
B009QTK5QA EBOK by Shelby, Jeff
Touched by Lilly Wilde
Windswept (The Airborne Saga) by Constance Sharper
Throne of Stars by David Weber, John Ringo
The Cupid War by Carter, Timothy
El primer apóstol by James Becker
A Night to Remember by Adrienne Basso
Graynelore by Stephen Moore