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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

La comunidad del anillo (6 page)

BOOK: La comunidad del anillo
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Había muchos de los Bolsón y de los Boffin, también de los Tuk y los Brandigamo; varios de los Cavada, parientes de la abuela de Bilbo Bolsón y varios Redondo, relacionados con el abuelo Tuk; y una selección de los Bolger, Cíñatiesa, Cometa, Ganapié, Madriguera, Tallabuena y Tejonera. Algunos sólo eran parientes lejanos de Bilbo y otros apenas habían estado alguna vez en Hobbiton, pues vivían en los remotos confines de la Comarca. No se olvidó a los Sacovilla-Bolsón. Estaban presentes Otho y su esposa Lobelia. Le tenían antipatía a Bilbo y detestaban a Frodo, pero les pareció que no era posible rechazar una invitación escrita con tinta dorada en una magnífica tarjeta. Además el primo Bilbo se había especializado en la buena cocina durante muchos años y su mesa era muy apreciada.

Los ciento cuarenta y cuatro invitados, sin excepción, esperaban un banquete agradable, aunque temían el discurso del anfitrión luego de la comida (inevitable ítem). Bilbo era aficionado a insertar fragmentos de algo que él llamaba poesía, aunque fueran traídos de los pelos; y algunas veces, después de un vaso o dos, aludía a las aventuras absurdas de su misterioso viaje. Los invitados no quedaron chasqueados; habían tenido una fiesta
muy
agradable, en una palabra un verdadero placer: rica, abundante, variada y prolongada. La adquisición de provisiones en todo el distrito durante la semana siguiente fue casi nula, cosa sin importancia, pues Bilbo había agotado las reservas de la mayoría de las tiendas, bodegas y almacenes en muchas millas a la redonda.

El festín concluía (no del todo) y vino el discurso. La mayor parte de los invitados se encontraba de un humor apacible, en ese delicioso estado en que "se repletan los últimos rincones" como ellos decían. Estaban sorbiendo ahora sus bebidas favoritas y saboreando sus golosinas predilectas y ya no tenían nada que temer. Por lo tanto estaban preparados para escuchar cualquier cosa y aplaudir en todas las pausas.

Mi querido pueblo
, comenzó Bilbo incorporándose.

—¡Atención, atención! —gritaron todos a coro, poco dispuestos a cumplir lo que ellos mismos aconsejaban. Bilbo dejó su lugar y se subió a una silla bajo el árbol iluminado. La luz de la linterna le caía sobre la cara radiante; en el chaleco de seda resplandecían unos botones dorados. Todos podían verlo de pie, agitando una mano en el aire y la otra metida en el bolsillo del pantalón.

Mis queridos Bolsón y Boffin
, comenzó nuevamente y
mis queridos Tuk y Bolger y Brandigamo y Cavada y Redondo y Madriguera y Corneta y Ciñatiesa, Tallabuena, Tejonera y Ganapié.

—¡Ganapié! —gritó un viejo hobbit desde el fondo del pabellón. Tenía en verdad el nombre que merecía. Los pies, que había puesto sobre la mesa, eran grandes y excepcionalmente velludos.

Ganapié
, repitió Bilbo.
También mis buenos Sacovilla-Bolsón, a quienes doy por fin la bienvenida a Bolsón Cerrado. Hoy es
mi
cumpleaños centésimo decimoprimero: ¡tengo ciento once años!

—¡Hurra! ¡Hurra! ¡Por muchos años! —gritaron los hobbits golpeando alegremente sobre las mesas. Bilbo estaba magnífico. Ese era el tipo de discurso que les gustaba: corto y obvio.

Deseo que lo estén pasando tan bien como yo
.

Se oyeron aplausos ensordecedores y gritos de Sí (y No). Ruido de trompetas y cuernos, pitos y flautas y otros instrumentos musicales. Había muchos niños hobbits, como se ha dicho, e hicieron reventar cientos de petardos musicales; casi todos traían estampada la marca
Valle
, lo que no significaba mucho para la mayoría de los hobbits, aunque todos estaban de acuerdo en que eran petardos maravillosos. Dentro de los petardos venían unos instrumentos pequeños pero de fabricación perfecta y sonidos encantadores. En efecto, en un rincón, algunos de los jóvenes Tuk y Brandigamo, en la creencia de que el tío Bilbo había terminado (pues había dicho sencillamente todo lo que tenía que decir), improvisaron una orquesta y se pusieron a tocar una pieza bailable. El señor Everardo Tuk y la señorita Melilot Brandigamo se subieron a una mesa y llevando unas campanitas en las manos empezaron a bailar el "Repique de campanas", bonita danza aunque algo vigorosa.

Pero Bilbo no había terminado. Le pidió la corneta a un niño que estaba allí cerca, se la llevó a la boca y sopló tres veces fuertemente. El ruido se calmó.

¡No les distraeré mucho tiempos
, gritó Bilbo entre aplausos.
Los he reunido a todos con un propósito.
Algo en el tono de Bilbo impresionó entonces a los hobbits; se hizo casi el silencio. Uno o dos Tuk alzaron las orejas.

En realidad, con tres propósitos. En primer lugar, para poder decirles lo mucho que los quiero y lo breves que son ciento once años entre hobbits tan maravillosos y admirables
.

Tremendo estallido de aprobación.

No conozco a la mitad de ustedes, ni la mitad de lo que querría y lo que yo querría es menos de la mitad de lo que la mitad de ustedes merece
.

Esto fue inesperado y bastante difícil. Se oyeron algunos aplausos aislados, pero la mayoría se quedó callada, tratando de descifrar las palabras de Bilbo y viendo si podía entenderlas como un cumplido.

En segundo lugar, para celebrar mi cumpleaños
.

Aplausos nuevamente.

Tendría que decir: nuestro cumpleaños, pues es también el cumpleaños de mi sobrino y heredero Frodo. Hoy entra en la mayoría de edad y en posesión de la herencia
.

Se volvieron a escuchar algunos aplausos superficiales de los mayores y algunos gritos de "¡Frodo! ¡Frodo! ¡Viva el viejo Frodo!" de los más jóvenes. Los Sacovilla-Bolsón fruncieron el ceño y se preguntaron qué habría querido decir Bilbo con las palabras "posesión de la herencia".

Juntos sumamos ciento cuarenta y cuatro años. El número de ustedes fue elegido para corresponder a este notable total, una gruesa, si
se me permite la expresión.
Ningún aplauso. Era ridículo. Muchos de los invitados, especialmente los Sacovilla-Bolsón se sintieron insultados, entendiendo que se los había invitado sólo para completar un número, como mercaderías en un paquete. Una gruesa, en efecto. ¡Qué expresión tan vulgar!

También es, si me permiten que me remonte a la historia antigua, el aniversario de mi llegada en tonel a Esgarot, en Lago Largo, aunque en aquella ocasión olvidé por completo mi cumpleaños. Sólo tenía cincuenta y uno entonces, y cumplir años no me parecía tan importante. El banquete fue espléndido, de todos modos, aunque recuerdo que yo estaba muy acatarrado y sólo pude decir
"
Mucha gracia". Ahora les digo más correctamente: Muchas gracias por asistir a mi pequeña fiesta.
Silencio obstinado. Todos temían la inminencia de una canción o de una poesía y estaban empezando a aburrirse. ¿Acaso no podía terminar de hablar y dejarlos beber a sus anchas? Pero Bilbo ni cantó ni recitó. Hizo una breve pausa.

En tercer lugar y finalmente, ¡quiero hacer un anuncio!
Pronunció esta última palabra en voz tan alta y tan repentinamente que quienes todavía podían se incorporaron en seguida.
Lamento anunciarles que aunque ciento once años es tiempo demasiado breve para vivir entre ustedes, como ya dije, esto es el fin. Me voy. Los dejo ahora. ¡Adiós!

 

Bilbo bajó de la silla y desapareció: hubo un relámpago enceguecedor y todos los invitados parpadearon; y cuando abrieron de nuevo los ojos, Bilbo ya no estaba. Ciento cuarenta y cuatro hobbits miraron boquiabiertos y sin habla; el viejo Odo Ganapié quitó los pies de encima de la mesa y pateó el suelo. Siguió un silencio mortal, hasta que de pronto, luego de unos profundos suspiros, todos los Bolsón, Boffin, Tuk, Brandigamo, Cavada, Redondo, Madriguera, Bolger, Ciñatiesa, Tejonera, Tallabuena, Corneta y Ganapié, comenzaron a hablar al mismo tiempo.

La mayoría estuvo de acuerdo: la broma había sido de muy mal gusto y necesitaban más comida y bebida para curarse de la impresión y el mal rato. "Está loco. Siempre lo dije" fue quizás el comentario más popular. Hasta los Tuk (excepto unos pocos) pensaron que la conducta de Bilbo había sido absurda y casi todos dieron por sentado que la desaparición no era más que una farsa ridícula.

Pero el viejo Rory Brandigamo no estaba tan seguro. Ni la edad ni la gran comilona le habían nublado la razón y le dijo a su nuera Esmeralda: —En todo esto hay algo sospechoso, mi querida. Yo creo que el loco Bolsón ha vuelto a irse. Viejo tonto. Pero ¿por qué preocuparnos si no se ha llevado las vituallas?

Llamó a voces a Frodo para que ordenase servir más vino.

Frodo era el único de los presentes que no había dicho nada. Durante un tiempo permaneció en silencio, junto a la silla vacía de Bilbo, ignorando todas las preguntas y conjeturas. Se había divertido con la broma, por supuesto, aunque estaba prevenido. Le había costado contener la risa ante la sorpresa indignada de los invitados, pero al mismo tiempo se sentía perturbado de veras; descubría de pronto que amaba tiernamente al viejo hobbit. La mayor parte de los invitados continuó bebiendo, comiendo y discutiendo las rarezas presentes y pasadas de Bilbo Bolsón, pero los Sacovilla-Bolsón se fueron en seguida, furiosos. Frodo ya no quiso saber nada con la fiesta; ordenó servir más vino, se puso de pie, vació la copa en silencio, a la salud de Bilbo y se deslizó fuera del pabellón.

 

En cuanto a Bilbo Bolsón, mientras pronunciaba el discurso no dejaba de juguetear con el Anillo de oro que tenía en el bolsillo, el Anillo mágico que había guardado en secreto tantos años. Cuando bajó de la silla se deslizó el Anillo en el dedo y ningún hobbit volvió a verlo en Hobbiton.

Regresó a su agujero a paso vivo y se quedó allí unos instantes, escuchando con una sonrisa la algarabía del pabellón y los alegres sonidos que venían de otros lugares del campo. Luego entró. Se quitó la ropa de fiesta, dobló y envolvió en papel de seda el chaleco de seda bordado y lo guardó. Se puso rápidamente algunas viejas vestiduras y se aseguró el chaleco con un gastado cinturón de cuero. De él colgó una espada corta, en una vaina deteriorada de cuero negro. De una gaveta cerrada con llave que olía a bolas de alcanfor tomó un viejo manto y un gorro. Habían estado guardados bajo llave como si fuesen un tesoro, pero estaban tan remendados y desteñidos por el tiempo que el color original apenas podía adivinarse (verde oscuro quizá); por otra parte eran demasiado grandes para él. Luego fue a su escritorio, tomó de una caja grande y pesada un atado envuelto en viejos trapos, un manuscrito encuadernado en cuero y un sobre abultado. Puso el libro y el atado dentro de una pesada maleta que ya estaba casi llena. Metió dentro del sobre el Anillo de oro y la cadena, selló el sobre y escribió el nombre de Frodo. En un principio lo puso sobre la repisa de la chimenea, pero de pronto cambió de idea y se lo guardó en el bolsillo. En ese momento se abrió la puerta y Gandalf entró apresuradamente.

—Hola —dijo Bilbo—, estaba pensando si vendrías.

—Me alegra encontrarte visible —repuso el mago, sentándose en una silla—. Quería decirte unas pocas palabras finales. Supongo que crees que todo ha salido espléndidamente y de acuerdo con lo planeado.

—Sí, lo creo —dijo Bilbo—. Aunque el relámpago me sorprendió. Me sobresalté de veras y no digamos nada de los otros. ¿Fue un pequeño agregado tuyo?

—Sí. Tuviste la prudencia de mantener en secreto el Anillo todos estos años y me pareció necesario dar a los invitados algo que explicase tu desaparición repentina.

—Y me arruinaste la broma. Eres un viejo entrometido —rió Bilbo—; pero tienes razón, como de costumbre.

—Así es, cuando sé algo. Pero no me siento demasiado seguro en todo este asunto, que ha llegado a su punto final. Has hecho tu broma, has alarmado y ofendido a la mayoría de tus parientes y has dado a toda la Comarca tema de que hablar durante nueve días, o mejor aún, noventa y nueve. ¿Piensas ir más lejos?

—Sí, lo haré. Tengo necesidad de un descanso; un descanso muy largo, como te he dicho; probablemente un descanso permanente; no creo que vuelva. En realidad no tengo la intención de volver y he hecho todos los arreglos necesarios. Estoy viejo, Gandalf; no lo parezco, pero estoy comenzando a sentirlo en las raíces del corazón.
¡Bien conserva
do! —resopló—. En verdad me siento adelgazado,
estirado
, ¿entiendes lo que quiero decir?, como un pedacito de manteca extendido sobre demasiado pan. Eso no puede ser. Necesito un cambio, o algo.

Gandalf lo miró curiosa y atentamente. —No, no me parece bien —dijo pensativo—. Aunque creo que tu plan es quizá lo mejor.

—De cualquier manera, me he decidido. Quiero ver nuevamente montañas, Gandalf,
montañas
; y luego encontrar algún lugar donde
pueda descansar
, en paz y tranquilo, sin un montón de parientes merodeando y una sarta de malditos visitantes colgados de la campanilla. He de encontrar un lugar donde pueda terminar mi libro. He pensado un hermoso final: "Vivió feliz aun después del fin de sus días. "

Gandalf rió. —Que así sea. Pero nadie leerá el libro, cualquiera sea el final.

—Oh, lo leerán, en años venideros. Frodo ha leído algo a medida que lo iba escribiendo. Pondrás un ojo en Frodo. ¿Lo harás?

—Sí, lo haré; pondré los dos ojos, mientras los conserve.

—Frodo hubiera venido conmigo, por supuesto, si se lo hubiese pedido. En realidad me lo ofreció una vez, precisamente antes de la fiesta, pero él aún no lo deseaba de veras. Quiero ver de nuevo el campo salvaje y las montañas, antes de morir. Frodo todavía ama la Comarca, los campos, bosques y arroyos. Se sentirá cómodo aquí. Le dejaré todo, naturalmente, excepto unas pocas menudencias. Creo que será feliz cuando se acostumbre a estar solo. Ya es hora de que sea su propio dueño.

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