—Chimpancés —corrige Freddy, terminando de manipular el teléfono de Jones—. Te he desviado el teléfono al de Elizabeth.
Holly junta las manos sobre la mesa.
—Los chimpancés están en una jaula y los científicos han clavado un plátano al final de un palo. Los chimpancés tratan de cogerlo, pero, en cuanto se mueven, reciben una descarga eléctrica porque los científicos han electrificado el suelo. La acción se repite hasta que los chimpancés terminan por relacionar plátano y descarga eléctrica. Luego los científicos sacan a un chimpancé de la jaula y lo sustituyen por otro. Cuando el nuevo chimpancé hace ademán de coger el plátano, los demás le pegan porque no quieren recibir una descarga eléctrica. ¿Me comprendes?
—Es una historia terrible —dice Jones.
—Los científicos continúan sustituyendo chimpancés hasta que ya no queda ninguno de los originales. Entonces añaden uno nuevo. El nuevo chimpancé trata de coger el plátano, pero los otros saltan encima de él, igual que hicieron con ellos. Sin embargo, ninguno de ellos ha recibido una descarga. Los chimpancés terminan por no saber por qué hacen eso, pero lo hacen porque así es como funcionan las cosas.
—Entonces yo soy el nuevo chimpancé.
—Sí, tú eres el nuevo chimpancé. Así que no intentes entender cómo funciona la empresa. Sólo haz como los demás.
En las entrañas de la empresa, un ordenador está a punto de morir asesinado. Es un ordenador simple, un PABX. El
software
que utiliza fue en su momento limpio como un manantial de agua fresca, pero en la última década ha sido ajustado, manipulado y personalizado hasta que se ha convertido en una húmeda y tupida selva donde las enredaderas se agarran a tus pies y criaturas con dientes afilados se ocultan en las sombras. Hay un sendero que cruza la jungla, un sendero claro y despejado en el que estarás a salvo siempre que no te apartes de él. Pero si das un solo paso en falso la selva te comerá vivo.
El
software
en cuestión evita que dos teléfonos desvíen sus llamadas entre sí, pues eso crearía lo que se conoce como un bucle infinito, una forma particularmente brutal de matar a un ordenador. En informática, los bucles infinitos son el equivalente del homicidio: muerte por negligencia predecible. Por eso, en ese punto del sendero que recorre la selva existe una sólida barrera de madera. Sin embargo, lo que no puede evitar el
software
—no al menos después de diez años de sufrir hachazos para satisfacer la siempre cambiante lista de deseos de los departamentos— es un círculo cerrado en el cual la persona A (por ejemplo, Roger) desvía sus llamadas a B (Jones), quien a su vez desvía sus llamadas a C (Elizabeth), quien a su vez desvía sus llamadas a A (Roger). No hay ninguna barrera por este lado, sólo una profunda y oscura garganta donde viven criaturas con los ojos brillantes y los dientes afilados.
En ese momento, una directiva de nivel medio del Servicio de Viajes está telefoneando a su agente en el Departamento de Ventas de Formación. Tiene pensado solicitar algo de formación para sus dos empleados de Ventas de Formación por teléfono. En realidad no la necesitan, pero se ha enterado de que dicho departamento está intentando cancelar pedidos. Esa directiva lleva suficiente tiempo en Zephir Holdings como para saber que si alguien no quiere que solicites una cosa, debes pillar todo lo que puedas de ella y aferrarlo con fuerza. Sucedía lo mismo con las sillas de oficina.
Sus dedos marcan el último número, un seis. El teléfono hace clic en su oído. Hay una pausa. Las luces del edificio se han apagado.
Jones, Freddy y Holly se quedan sumidos en una oscuridad tan repentina y desconcertante como una bofetada. Durante dos o tres segundos el sonido más fuerte que se oye es el gemido agonizante y eléctrico de las impresoras y las fotocopiadoras. El aire acondicionado, que emite un zumbido tan débil y omnipresente que los empleados jamás lo han percibido, produce un último estertor agonizante y finalmente el silencio cae sobre ellos como una cortina que se descuelga.
Unos ligeros rayos de luz penetran débilmente por entre las celosías de la oficina de Sydney, impregnando la sala de un color plateado como el de las mazmorras.
—¿Qué ha pasado? —pregunta Jones.
—Puede que haya algún incendio —dice Holly en la oscuridad.
—¿Quién ha dicho eso? —interrumpe Megan—. ¿Alguien ha hablado de fuego?
—¡Fuego! —grita Roger desde Berlín Occidental—. ¡Todos a los ascensores!
—¡Yo no dije que hubiese fuego! —grita Holly, aunque su voz se pierde en medio la discusión que ha surgido acerca de si es seguro utilizar los ascensores cuando hay un incendio. Es una discusión acalorada porque todos están convencidos de que no, salvo Roger, que se mantiene en sus trece. Se oye caer una silla. En su intento de escapar, Megan tropieza con la mesa y oye como algunos ositos de cerámica caen al suelo, justo antes de que algo cruja bajo sus pies. Las luces parpadean cuando el generador de seguridad entra en funcionamiento, tiempo suficiente para que Megan se dé cuenta de que ha pisado a una mamá osa y a su hija. Las lágrimas acuden a sus ojos. La oscuridad desciende de nuevo sobre ellos.
—¡No utilicéis los ascensores! —grita Elizabeth mientras recorre a ciegas la pared hasta llegar a la puerta de las escaleras y coge el pomo de la puerta. Sin embargo, no se mueve. Por un segundo malsano piensa que Gestión de Infraestructuras ha cerrado la puerta que da a las escaleras. Luego piensa que simplemente debe haberse perdido en la oscuridad. Luego se da cuenta de que no, de que ésa es la puerta de las escaleras, que está cerrada y que están atrapados.
—¡No podemos salir!
La gente entra en pánico y empieza a tropezar con los objetos, a pisar los ositos de Megan. Megan está en el suelo, apoyada sobre las manos y las rodillas, tratando histéricamente de salvarlos: me refiero a los ositos, claro está. Jones se agarra al culo de Holly en la oscuridad, pero no se da cuenta de ello: está tan duro que lo ha confundido con el respaldo de una silla de oficina. Holly está tan sorprendida que no dice nada. Freddy pierde la orientación, confunde un rayo de luz con un pasillo, corre en dirección a la oficina de Sydney y se da con la mampara de cristal.
La puerta de la oficina de Sydney se abre repentinamente. Los rayos de luz penetran en el departamento, iluminándolos a todos. El diminuto cuerpo de Sydney se encuentra en medio de la puerta, como si fuese una especie de ángel.
—¿Se puede saber qué pasa?
Cuando vuelve la luz y los teléfonos empiezan a funcionar —lo cual no sucede demasiado rápido— también comienzan las recriminaciones. Durante el apagón, muchos departamentos han descubierto que las puertas que dan a las escaleras permanecieron cerradas, lo cual ha provocado un cierto recelo con Gestión de Infraestructuras. Hay quien quiere que se denuncie el hecho a la policía, o incluso que se externalice el servicio. Se convoca una conferencia de emergencia entre Dirección General y los directores de todos los departamentos.
Gestión de Infraestructuras reivindica que cerró las puertas de las escaleras por razones de seguridad: ¿acaso ha olvidado todo el mundo el ataque de histeria que hubo en el Departamento Legal cuando una asistente tropezó hace unos años? Entonces instalaron un sofisticado (y muy caro) sistema para que las puertas se abrieran automáticamente en caso de emergencia, pero el apagón impidió que funcionara. ¿Y quién tiene la culpa de eso? Informática.
Dirección General se revuelve contra Informática. Realmente, ¿qué clase de departamento permite que una llamada telefónica bloquee por completo el edificio? El departamento se apresura a dar sus razones. Actualmente el departamento cuenta con la mitad de la plantilla que hace seis meses y además no paran de aparecer nuevos sistemas, como la apertura automática de puertas de Gestión de Infraestructuras, que requieren supervisión, mantenimiento e integración con todo lo demás. Cuenta con una plantilla técnica que trabaja las veinticuatro horas del día, a toda prisa y sin el necesario descanso, luchando por mantener a Zephyr digitalmente viva, al mismo tiempo que recibe incesantes llamadas de altos directivos convencidos de que enviaron un correo electrónico a alguien la semana pasada y el cliente en cuestión asegura que no lo recibió. En este contexto, no hay más remedio que posponer tareas de urgencia relativa como simular qué pasaría si se fundiera un PABS.
¿Urgencia relativa? ¿Urgencia relativa? Dirección General espera que Informática esté bromeando. ¡El edificio dejó de funcionar! Lo que Dirección General desea escuchar, de inmediato además, es que Informática sabe exactamente qué ha sucedido y puede prometer que jamás volverá a suceder. Hay que decir una cosa en favor de Dirección General, y es que sabe cómo definir una meta. La estrategia puede ser difusa, la ejecución inexistente, pero Dirección General sabe lo que quiere.
Informática sabe qué sucedió, hasta la línea de programa que falló. Comienza a explicar posibles soluciones, pero implican el uso de expresiones poco claras como «encendido automático por fallo», y Dirección General empieza a irritarse. Salta directamente a la única conclusión lógica: Informática es una panda de idiotas que cerraron las puertas de las escaleras. Y activa el mecanismo: Informática será externalizado al final de esa misma semana.
Jones hojea
El Sistema de gestión omega
mientras cena un plato preparado en el microondas frente a la televisión. Jones vive en la cuarta planta de un edificio sin ascensor, con las paredes desconchadas y un cableado eléctrico que es un auténtico peligro. Hasta hace poco compartía el piso con Tim y Emily, dos compañeros de la Universidad de Washington. Tim era un cocinero estupendo y Emily era fantástica en todos los aspectos, al menos en opinión de Jones. Una noche le confesó sus sentimientos en el distribuidor de delante del cuarto de baño, y ella le respondió que era un encanto y que le gustaba mucho, pero que no podían hacerlo porque sería muy injusto con Tim. Eso ocurrió hace cuatro meses y desde entonces Jones se concentró, como un rayo láser, en poner fin cuanto antes a sus días de estudiante, lo que pondría fin también a esa convivencia compartida. El día que terminó sus exámenes finales, al regresar a casa, se encontró con Tim y Emily que le esperaban en el sofá cogidos de la mano.
—No te lo hemos dicho antes —dijo Tim— porque no creíamos que fuese justo contigo.
Ahora Jones vive solo y come cenas preparadas en el microondas.
Jones hojea la sección dedicada a la reducción de gastos. Un despido, dice el libro, es uno de los acontecimientos más estresantes y desagradables que se pueden experimentar; Jones asume que habla de la persona que ha sido despedida, pero luego se da cuenta de que se refiere al directivo. Según el libro, un despido es algo que causa mucha inestabilidad, ya que los trabajadores dejan de pensar en su labor y se preocupan porque no saben hasta cuándo conservarán el empleo. Luego procede a describir una serie de estrategias que pueden utilizar los directivos para poner freno a ese temor y convertirlo en un factor de motivación.
Lo que Jones no encuentra en el libro —algo que no nota al principio, pero que luego le hace buscar en las páginas anteriores y posteriores— es alguna mención de los empleados que han sido despedidos. Cómo se sienten, por ejemplo, o qué será de ellos después. Resulta incluso un poco escalofriante. Es como si alguien que fuese despedido dejara de existir.
3er Trimestre/3er Mes:
SEPTIEMBRE
Al llegar, Jones se encuentra con Freddy perdiendo el tiempo en el vestíbulo, con un cigarro en la boca:
—Hola, Freddy. ¿Por qué nadie sale a fumar salvo tú? Freddy se encoge de hombros.
—A mí me gusta este sitio. La mayoría de la gente se va a la parte de atrás o al lateral. Yo también lo hago en ocasiones.
Jones mira a través de los cristales tintados. Ni Gretel ni Eve han llegado todavía, pero encima de la mesa de Eve hay un ramo de flores. Jones mira a Freddy.
—¿Qué pasa?
—¿Le estás enviando flores a la recepcionista? Freddy da un respingo. —¿Por qué dices eso? Jones suelta una risita.
—¿Qué pasa?
—Eso es un sí. Es lo que suele decir la gente cuando se siente culpable. No quieren mentir, por eso responden: «¿Por qué dices eso?» —Yo…
Freddy espera a que pase un conserje, un hombre anciano con un mechón de pelo blanco y un uniforme azul. Jones lo clasifica mentalmente: Departamento de Mantenimiento de Infraestructuras, división Equipos de Limpieza. Un cliente potencial de Jones. Freddy se acerca, atufando a Jones con su aliento a tabaco.
—No te atrevas a decírselo a ella.
—¿Las has enviado anónimamente?
—Por supuesto. ¿La has visto? Ni siquiera se dignaría a hablar conmigo.
—No sé. A mí me parece muy agradable.
Freddy sacude la cabeza con énfasis.
—Ella nunca lo sabrá.
—Si no se va a enterar, ¿para qué enviarle flores?
—Porque es una mujer muy guapa.
—Bueno, eso está bien, pero estoy seguro de que le gustaría saber quién se las envía. Te deben de haber costado cincuenta dólares como mínimo.
—Cuarenta —responde encogiéndose de hombros—. A la semana.
—¿A la semana?
—Lo llevo haciendo algún tiempo —Freddy cambia de postura—. ¿Qué pasa?
—Freddy, tienes que decírselo.
—Probablemente se decepcionaría. Seguro que piensa que es otra persona.
—No, mira, prepararemos un plan. Confía en mí. Seguro que le entusiasmará saber que has sido tú quien le ha estado enviando las flores.
—Hmm.
Los ojos de Freddy se dirigen un momento a Jones, luego aparta la mirada.
—No estoy muy seguro de eso —dice.
Jones consulta su reloj.
—Me voy dentro. Quiero pescar a alguien de Dirección General antes de que comiencen a trabajar.
Freddy da un paso atrás, sorprendido.
—¿De Dirección General?
—Sí. Quiero averiguar a qué se dedica en realidad esta empresa.
—¿No escuchaste el cuento de los chimpancés? Da igual, déjalo estar.
—Pero la empresa puede estar haciendo cosas extrañas. ¿Qué pasaría si no fuesen éticas?
Freddy lo mira anonadado.
—Quiero averiguarlo —repite Jones—. Por eso voy a hablar con Dirección General.
Freddy sacude la cabeza lentamente:
—Eres tan raro, Jones.
En la planta diecisiete —es decir, no muy lejos de la planta baja— la luz de la mañana penetra por las enormes cristaleras del gimnasio. Holly, encajada en una máquina para desarrollar los bíceps, mantiene una conversación con una directiva de Marketing Corporativo. La joven tendrá unos veinticinco años y lleva una coleta informal que salta de lado a lado mientras camina sobre la alfombrilla deslizante. Holly está disfrutando de la conversación con la directiva de Marketing Corporativo, pero comienza a tener envidia de su coleta.