Read La Cosecha del Centauro Online
Authors: Eduardo Gallego y Guillem Sánchez
Bob no se lo pensó. Empujó violentamente a Nerea para apartarla de la trayectoria de aquella cosa y luego ya no supo más.
Cuando despertó, Bob yacía tumbado cuan largo era en una cama. Sentada junto a la cabecera estaba su tía. En cuanto ésta se percató de que estaba consciente, dijo:
—¡Albricias! ¡Por fin da señales de vida el bello durmiente!
—¿Dónde...? —logró pronunciar, aún medio atontado.
—En la enfermería de la nave. —Wanda le puso una mano en la frente—. Tú y tus arrebatos de caballerosidad... ¿Qué se ha hecho del proverbial buen sentido de los colonos? En bonito lugar nos estás dejando, nene. —Nerea...
—Ahí la tienes, junto a la puerta.
Bob giró la cabeza y la vio allí, apoyada en el marco, contemplándolo con el ceño fruncido.
—¿A qué vino eso? —le preguntó de sopetón, enfadada—. ¿No sabes que mi esqueleto puede soportar el impacto de un obús? Pero no; al aprendiz de macho, en vez de agacharse y ponerse a salvo, no se le ocurrió otra cosa que apartar a la indefensa damisela del peligro. Da gracias a que tu escafandra absorbió la mayor parte de la energía del golpe, porque un poco más y no lo cuentas... Tuve que cargar contigo, llevarte corriendo a la lanzadera y salir a toda pastilla de allí, una tarea problemática cuando una roca chiflada no para de incordiar. ¿Por qué lo hiciste, so tarugo?
—Bueno, os dejo a solas. —Wanda sonrió, se levantó de la silla y se fue.
Bob trató de incorporarse, pero le dolían hasta las pestañas. Sin embargo, las penas desaparecieron al ver a Nerea. Estaba de una pieza, tan combativa como siempre, y eso era lo importante.
—¿Por qué lo hice? —Trató de encogerse de hombros, lo que le dolió aún más—. En cierto momento, uno actúa por instinto para salvar a los que quiere.
Nerea se acercó a la cama y se dejó caer pesadamente en la silla. Parecía resignada.
—Ay, ¿qué voy a hacer contigo, cabeza hueca? —Su semblante se dulcificó, y miró a Bob a los ojos—. Hasta la fecha, nadie se había jugado la piel por mí. Si te paras a pensarlo, es lógico. Todos saben que los ordenadores guardan una copia de seguridad de mi personalidad, la cual actualizo periódicamente. En caso de accidente irreparable, se carga en otro cuerpo y todos contentos. El tuyo fue un gesto inútil. —Lo tomó de la mano—. De todos modos, se agradece. Como el día en que Asdrúbal presentó sus respetos a los alienígenas caídos en Leteo, a veces los gestos inútiles son los que más valoramos. Ya ves cuan ilógica soy.
Bob, con un esfuerzo ímprobo, se incorporó y le acarició la mejilla. Para qué negarlo; se había enamorado de una máquina, pero ya no le importaba. Fue a decirle algo cariñoso, que expresara lo que sentía por ella, pero de repente cayó en la cuenta de un detalle. La magia del momento se esfumó.
—¿Qué pasó con tu famosa piedra? —dijo, sin poder evitarlo.
A Nerea pareció no importarle el brusco cambio de tema. Quizá la alivió, incluso.
—Persiguió a la lanzadera durante un trecho, hasta que me harté y le di unas cuantas pasadas. No muchas, porque tenía que traerte de una pieza a la enfermería. Aparentemente, se cansó de fastidiar y regresó a la superficie. Menos mal; maldita la gracia que me hacía que me siguiera hasta la
Kalevala.
Por si acaso, hemos evacuado a la gente que quedaba en el planeta. Ah, antes de que me lo preguntes: llevas unas diez horas fuera de combate, pero el médico asegura que no te quedarán secuelas. Ya van dos veces que te salvas por chiripa.
—Mucho que me alegro. Entonces, ¿la piedra no ha vuelto a las andadas?
—Hombre, ella no, pero las otras...
—¿Qué?
Bob llegó al puente de mando en silla de ruedas. El médico consideró que sería más contraproducente dejarlo en cama enfurruñado y protestando que darle el alta con condiciones. Una de ellas, ir sentado en aquel armatoste hasta que remitiesen los mareos. Fue recibido efusivamente, aunque se notaba que la gente tenía la atención fija en otro sitio.
Miles de objetos de forma y tamaño similar al que le había agredido estaban acudiendo desde todos los rincones del planeta. Los más cercanos ya habían llegado a la laguna, y se apiñaban en un confuso montón. Eiji puso a Bob al día de los últimos acontecimientos:
—Menuda habéis organizado, pareja... La próxima vez, avisadnos antes de tomar iniciativas sin encomendaros a dioses o diablos. En vuestro descargo, reconozcamos que nadie podía sospechar algo semejante. Dentro de lo que cabe, tuvimos suerte. El robot que llamasteis quedó desactivado cuando la roca se movió, pero mantuvo su integridad. Enviamos a otro para recogerlo y, por fortuna, los datos y las muestras no se han perdido.
—Menos mal que hicimos algo bien —repuso Bob—. El mérito es de Nerea, que conste.
—Tanto da. Según indican los análisis —prosiguió el biólogo—, las presuntas rocas no son tales. Están compuestas por materia orgánica. Son seres vivos, o bien máquinas biológicas construidas por alguien muy, pero que muy listo.
—¿Vivas?
—A Bob le dio un vuelco el corazón cuando le asaltó una idea terrible—. ¿No serán...?
—¿Sembradores? —Eiji se encogió de hombros—. Vete a saber. Sus biomoléculas son muy diferentes a las de los alienígenas de la Vía Rápida. Las cadenas de carbono y silicio no se parecen a nada que hayamos estudiado antes. Y sus cuerpos... Salta a la vista que no están emparentados filogenéticamente con los alienígenas. Por no mencionar el pequeño detalle de que vuelan, algo físicamente imposible si tenemos en cuenta su peso y su forma. Ay, daría tu brazo derecho por saber cómo se organizan sus órganos internos...
—Suponiendo que los haya— contestó Bob, por decir algo. Estaba atónito, y tan desconcertado como el resto de la expedición.
Eiji lo miró y puso cara de estar pensando: «Menuda sandez acabas de soltar, hijo.»
—El comandante ha puesto a la
Kalevala
en situación de combate. Excepcionalmente, se nos permite a los científicos permanecer en el puente, por si podemos aportar sugerencias. La autorización se extiende a Wanda y a ti, aunque no me preguntes por qué. Hemos activado el camuflaje y nos limitamos a observar. Sería maravilloso capturar una de esas cosas para estudiarla como es debido, pero esta vez estoy de acuerdo en que conviene pecar de prudentes. En el hipotético caso (y subrayo lo de
hipotético)
de que se trate de sembradores, ya sabemos cómo las gastan. Por tanto, espiaremos desde las sombras.
Según pasaban las horas, las rocas semovientes seguían viniendo a la laguna. Ya había más de un millar formando un montículo irregular. Visto desde las pantallas del puente, el espectáculo resultaba inquietante. Era como si un ejército de hormigas procedente de los cuatro puntos cardinales confluyera en el mismo punto.
—He visto algo parecido en algún sitio —decía Eiji una y otra vez—. Maldita sea; si tan sólo pudiera recordar dónde...
Otros, qué remedio, se dedicaban a elucubrar.
—En caso de que sean sembradores, ¿qué estarán haciendo por aquí? —se preguntó Marga, tan frustrada como el resto.
—Quizá dejaron un retén para vigilar las primeras fases de terraformación del planeta. A lo mejor, los ecosistemas incipientes requieren cierta supervisión antes de que se asienten —propuso Wanda.
Ajenas al interés que suscitaban, aquellas entidades seguían acudiendo. A vista de pájaro, el conjunto recordaba a una estrella de mar de disco abultado y brazos ramificados, que poco a poco se acortaban conforme sus integrantes llegaban a la meta. Cuando el proceso de
emigración
concluyó, se había formado una masa cuyo aspecto recordaba a un cono truncado, de unos novecientos metros de diámetro en la base. En los minutos siguientes permaneció en aparente reposo.
—Bueno, y ahora ¿qué? —dijo Wanda.
Los individuos que integraban aquella mole empezaron finalmente a moverse. Se deslizaban unos sobre otros, trepando más y más alto. Desde el puente, los fascinados espectadores no cesaban de soltar exclamaciones y comentarios. Entonces, un grito agudo provocó el sobresalto general: —¡Lo tengo! ¡Un moho deslizante celular! Se trataba de Eiji. El biólogo había propinado un fuerte puñetazo a una consola, mientras miraba la pantalla con expresión triunfal.
—¿Serías tan amable de ponernos al corriente a los legos? —le pidió el comandante.
—Se comportan como unos diminutos organismos de la Vieja Tierra. Los estudié en los primeros cursos de carrera. —Eiji estaba muy excitado—. Por eso me resultaba familiar... —¿Moho deslizante? No me suena de nada —dijo Marga. —La especie más conocida es
Dictyostelium discoideum.
Antiguamente se utilizó como organismo de laboratorio en el estudio de la diferenciación celular. El genoma se secuenció hace milenios. En un primer momento, esos seres fueron tomados por hongos y estudiados por los micólogos, ya que su forma de producir esporas recordaba a la de ciertos mohos. Sin embargo, se trata de amebas unicelulares solitarias, enfrascadas en sus cosas: emitir pseudópodos, fagocitar bacterias, dividirse en dos... —Mientras, Eiji se dedicaba a consultar una enciclopedia biológica en el ordenador—. Daos cuenta: amebas solitarias e independientes, como esas piedras, aunque a escala microscópica.
»Sin embargo, llega el momento en que una de ellas, por culpa del estrés inducido por el agotamiento de recursos u otros motivos, segrega AMP cíclico: una llamada química irresistible para las de su especie. A continuación, las amebas se reúnen en torno a la que efectuó la llamada, según un patrón similar al que acabáis de ver en el planeta: riadas de individuos que migran hacia un punto central. Forman una única masa que recuerda a una babosa, y entonces surge el prodigio. Las amebas, pese a tratarse de células independientes que hasta la fecha no se habían relacionado entre ellas, se reparten el trabajo. Unas se sacrifican, tal como suena, y se convierten en el soporte para que otras se alcen sobre ellas y se conviertan en esporas.
»Por supuesto, el parecido entre nuestras rocas y
Dictyostelium
es casual. Ni borracho afirmaría que estos engendros están emparentados con las amebas. Pero hay un fuerte paralelismo en su comportamiento: vida solitaria, y luego una fase de agregación. Quizá fue la actuación del robot lo que alteró a una de ellas y la hizo llamar a sus semejantes.
—Muy ilustrativo —intervino Manfredo—. Por tanto, doctor Tanaka, si no he entendido mal, a continuación seguirá un reparto de funciones en esa pila de piedras. ¿A qué nos conducirá eso?
—Eh, un momento. —Eiji alzó las manos, como pidiendo tregua—. Me he limitado a mostrar que no hay nada nuevo bajo el sol, pero el parecido entre mohos celulares y presuntos sembradores empieza y acaba ahí. Nos enfrentamos a criaturas que pesan más de una tonelada, que poseen la capacidad de volar, y de las que desconocemos su grado de inteligencia. Y aunque se trate de seres de mente compleja, quizás, al igual que nos pasó en VR—513, seamos incapaces de establecer comunicación con ellos.
—En resumen, que no tienes ni pajolera idea de lo que va a pasar —sentenció Wanda.
—Respecto a lo de comunicarnos, prefiero aguardar —dijo Asdrúbal—. No seré yo quien efectúe un primer movimiento que pueda ser interpretado como hostil. Suponiendo que las acciones de Nerea y Bob no lo fueran ya... Tranquilo, hijo; le podría haber pasado a cualquiera —lo tranquilizó, al ver la cara que se le había quedado.
Bob se sintió culpable. Le habría gustado que Nerea estuviera allí con él, pero se hallaba en su puesto de combate en la lanzadera.
Transcurrieron unas horas, mientras aquellas criaturas perseveraban en sus incomprensibles quehaceres. Formaron una torre cilindrica de más de un kilómetro de altura, con múltiples bultos y estrías en la superficie. El interior de la estructura permanecía oculto. De alguna manera, la actividad incesante de los presuntos sembradores interfería los escáneres. En la
Kalevala
, las teorías afloraban como setas en otoño. Todos se preguntaban qué estarían tramando aquellos seres, si en realidad tramaban algo.
—¿Podría tratarse de algún tipo de inteligencia de enjambre? Leí algo sobre el tema— se justificó Bob—. Los individuos son bastante simples en su comportamiento, pero al reunirse, las interacciones provocan que el resultado final sea mucho más que la mera suma de las partes.
—En la Vieja Tierra —añadió Manfredo— hubo quien comparó a las colonias de insectos sociales, como abejas, hormigas o termitas, con superorganismos equiparables a los grandes depredadores. ¿No es así, doctor Tanaka?
—Puestos a fabular... —El biólogo se sentía frustrado al no poder examinar de cerca aquellos misteriosos seres—. ¿Inteligencia grupal? ¿Superorganismos? Tal vez, ni siquiera se trate de sembradores. A lo mejor sólo son simples autómatas orgánicos de vigilancia, no dotados de inteligencia, que se ocupan de funciones de mantenimiento en las biosferas jóvenes.
—Está claro —dijo Marga— que se comunican entre sí. Al menos, la roca que atacó a Nerea y Bob tuvo que avisar a las otras de algún modo. ¿Tienes idea de cuál?
—Podemos descartar las feromonas —respondió Eiji—. Los análisis atmosféricos no muestran la presencia de moléculas extrañas, ni siquiera a niveles de una parte por trillón. Tampoco detectamos sonidos, infrasonidos, ondas de radio... —¿Telepatía? —preguntó Wanda.
—Mejor todavía; sin duda, unos duendecillos invisibles con alas de mariposa, faldita de encajes y varita mágica les susurran los mensajes al oído —fue la desabrida respuesta del biólogo—. ¡Seamos serios, por favor!
—Hijo, cómo te pones... —le riñó Wanda—. Pues ya me dirás; como no usen comunicadores cuánticos...
—Lo de los duendecillos es más plausible —contestó Eiji—. ¿Sabes la tecnología que requiere un dispositivo cuántico? ¿Y la cantidad de energía que consume? Para que emisor y receptor compartan simultáneamente la información, sin que importe la distancia, haría falta...
—Cuando todo lo demás se descarta, lo improbable debe ser considerado seriamente, doctor Tanaka —intervino Manfredo—. Creo que los biólogos tienden a ser un tanto
geocéntricos
a la hora de especular. Para ustedes, la evolución siempre transcurre en planetas, empieza a nivel microscópico... ¿Y si con los sembradores nos hallamos ante algo radicalmente distinto?
—La ignorancia confiere seguridad —replicó Eiji, burlón—. ¿Insinúas que la comunicación cuántica puede haber surgido por evolución?
—Me limito a especular —fue la cortés respuesta—. O bien, como usted mismo propuso hace un momento, quizá no se trate de seres vivos, sino robots más complejos de lo que podamos concebir. Esa torre que están formando podría ser un amplificador de señal. No desearía sonar agorero, pero ¿y si están llamando a más de los suyos?