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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Aventuras, fantástico, infantil y juvenil

La emperatriz de los Etéreos (23 page)

BOOK: La emperatriz de los Etéreos
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—Pesas mucho —comentó el ser, con una voz ligera como un arroyo.

Ni siquiera por su tono pudo deducir Bipa su sexo. Quiso disculparse por su propia corporeidad, tan evidente comparada con la de su salvador o salvadora; sin embargo él, o ella, no le dio tiempo a hablar: ante el horror de la muchacha, la dejó caer al agua con un sonoro chapoteo; pero la sostuvo por la ropa, manteniendo su cabeza por encima de la superficie.

Entonces dio media vuelta y echó a andar, arrastrando a Bipa tras de sí.

Y, en efecto, caminaba sobre el agua, sin hundirse, deslizando sus pies ligeros por encima de la lisa superficie del mar. Bipa, maravillada, se dejó llevar.

Su propio cuerpo creaba una estela sobre las aguas, partiéndolas en dos, pero la persona que la remolcaba apenas le prestaba atención. Bipa descubrió que los delfines de agua, ligeros como flechas plateadas, los seguían a cierta distancia, saltando y fusionándose con el mar sin apenas alterar su superficie.

«Soy tan... corpórea...», pensó antes de hundirse en un extraño sopor.

La despertó el rumor de una cascada y la sensación de estar pisando, por fin, suelo firme. Abrió los ojos lentamente.

Lo primero que vio fue un techo fluido, en constante movimiento, una bóveda de agua que ocultaba el cielo sobre ella. Fascinada, miró a su alrededor.

Estaba en un habitáculo que parecía más bien una larga galería. Tanto las paredes como el techo eran líquidos, un túnel de agua que parecía brotar del suelo de cristal, se curvaba sobre ella y volvía a caer un poco más allá, cerrando el espacio. Había también pequeños surtidores que lanzaban alegres chorros al aire, y lugares donde el suelo de cristal volvía a ser totalmente líquido.

Y estaban ellos.

Había tres personas como la que había rescatado a Bipa del mar. Todas eran
transparentes
, y tan parecidas que costaba diferenciarlas unas de otras. Al principio, Bipa pensó que tal vez se tratara de unos hermanos, como Lumen y Lux. Después, al mirarlos mejor, descubrió que lo que los hacía tan similares no eran sus rasgos faciales, que podía diferenciar si se fijaba bien, sino la misma falta de expresividad en sus rostros.

Habría creído que eran gólems especialmente bien diseñados de no haber visto auténticos gólems junto a ellos.

Pero qué gólems. Eran criaturas esbeltas, fluidas y cambiantes, sin rostro, sin solidez; eran puras,
transparentes
y se movían con una gracia sobrenatural, como si no estuviesen atados a las leyes físicas.

Y en realidad no podían comportarse como cuerpos sólidos, porque no lo eran.

Gólems de agua.

Como los delfines que Bipa había visto en el mar, pero con un cierto aspecto humanoide. A Bipa le parecieron hermosos pero también, sin saber por qué, le produjeron escalofríos.

Una de las personas de verdad se adelantó.

—Te rescatamos en el mar —dijo, con una voz líquida, similar al rumor de una cascada— Pero no eres como los otros. ¿Qué eres?

Bipa cerró los ojos un momento. «¿Quién soy?», se preguntó. Luchó por mantener a flote sus recuerdos, que estaban a punto de ser engullidos por el océano de su memoria: las Cuevas, la gente que conocía, todo lo que había vivido a lo largo de su viaje.

—Soy Bipa —dijo por fin, con voz resuelta—. Vengo de las Cuevas y voy en busca de mi amigo Aer. ¿Le habéis visto?

Los tres se miraron unos a otros.

—No, si era como tú —dijo uno de ellos.

—¿Como yo? ¿En qué sentido?

—Vienen muchos
Caminantes
al Mar de los Líquidos —dijo otro—. Pero nadie como tú. Eres demasiado
opaca
como para estar aquí.

—Ya me lo habían dicho —manifestó Bipa algo alicaída; luego levantó la cabeza, repentinamente interesada—. ¿Qué queréis decir, entonces? ¿Que Aer ya no es
opaco
, o que no ha pasado por aquí?

Los tres volvieron a mirarse.

—No lo sabemos —dijo el tercero—. Todos los
Cambiantes
son iguales. Sólo tú eres diferente.

—¿Pero no os dijo al menos cómo se llamaba?

Los tres movieron la cabeza al unísono, con un ruido similar al de un chapoteo.

—Sólo los
opacos
y los
translúcidos
tienen nombres. Los
transparentes
no los necesitamos. Y los
etéreo
s, tampoco.

Bipa se estremeció.

—¿Queda muy lejos el palacio de la Emperatriz?

Uno de los
transparentes
señaló hacia el final del túnel.

—Al otro lado está la región de los
etéreo
s —dijo—. En su centro se alza la morada de la Emperatriz.

Bipa tembló. En ningún momento de su viaje había pretendido llegar tan lejos. Y ahora sabía que, si quería alcanzar el palacio de la Emperatriz, el corazón del país de los
etéreo
s, tendría que
Cambiar
. Completa e irremediablemente.

Y no estaba preparada para ello. Ni siquiera por Aer.

Reflexionó. Antes de internarse por aquel túnel debería asegurarse de que, en efecto, Aer lo había recorrido antes que ella. Volvió a repasar con la mirada a sus tres anfitriones, y, como ya sospechaba, encontró un elemento distintivo en uno de ellos: sobre la frente portaba un
Ópalo
similar a una gran gota de rocío. Se dirigió a ése, al que mentalmente decidió bautizar como «Uno».

—¿No hay ninguna manera de saber con seguridad si mi amigo pasó por aquí?

Uno parpadeó.

—Mucha gente pasa por aquí —dijo—, pero nadie permanece con nosotros mucho tiempo. Todos
Cambian
; se convierten en
etéreo
s y se van al palacio de la Emperatriz.

—¿Cuánto tiempo? —se impacientó Bipa.

Dos señaló la bóveda de agua que los cubría.

—Los que rechazan la protección del agua
Cambian
más deprisa —dijo.

—Los que salen al exterior son sólo quienes no se sienten preparados aún —corroboró Tres.

—Porque el camino más rápido hacia la Emperatriz es ese túnel —concluyó Uno—, pero no todo el mundo puede ir por ahí.

Bipa trató de ordenar aquella información para extraer de ella datos útiles.

—Queréis decir —aventuró— que si Aer era aún demasiado
opaco
, estará todavía dando vueltas por ahí fuera. Y si ya estaba preparado cuando llegó, si
Cambió
lo suficiente, entonces habrá seguido por el túnel en dirección al país de los
etéreo
s. ¿Es así?

Uno, Dos y Tres asintieron al unísono.

—Pero tú no puedes seguir por ese túnel —dijo Uno, adivinando cuáles eran sus intenciones—. Eres demasiado...

—...
Opaca
—se adelantó Bipa.

—...
Consistent
e —terminó Uno.

Opaca, consistente, corpórea, sólida..
. A fin de cuentas, todo venía a significar lo mismo. Bipa alargó la mano para tocar al humano más cercano a ella, que era Tres. Palpó su brazo y lo encontró blando, gelatinoso. Alzó su mano para mirarla a contraluz.

Transparente.

Suspiró. Lo había sabido prácticamente desde su llegada a la Ciudad de Cristal, al territorio de los
translúcidos
, pero la realidad nunca la había golpeado con tanta fuerza como hasta ahora. En eso consistía el
Cambio
. En eso se estaba convirtiendo Aer, por voluntad propia.

¿Qué clase de criatura sería él, ahora mismo? ¿Sería tan
transparente
como los habitantes del País de los Líquidos? ¿Lo reconocería?

Levantó su propia mano para contemplarla. Era blanca, y pálida, tanto que podía ver las venas que la recorrían. Pero no era
transparente
, ni siquiera
translúcida.
Todavía.

Cerró el puño en un gesto de frustración. ¿Hasta dónde tendría que seguir a Aer? ¿Qué más perdería en el intento?

Contempló a sus anfitriones con gesto crítico.

—Os habéis vuelto blandos y
transparentes
—observó—. ¿Por qué seguís aquí? ¿Acaso no deseáis
Cambiar
del todo?

Hubo un denso silencio, sólo enturbiado por el rumor del agua.

—Hace falta valor para
Cambiar
—dijo Dos.

—Bien —murmuró Bipa—. Espero, pues, que Aer sea lo bastante cobarde como para haberse quedado por aquí, en los túneles de agua.

Los tres la miraron como si hubiese dicho una blasfemia.

—Pero lo dudo —continuó Bipa, impertérrita—. A menudo la estupidez se confunde con la valentía, y tengo que admitir que Aer es bastante estúpido.

Sin embargo, contempló el túnel con aprensión. Por muchas maravillas que le hubiesen contado acerca de la Emperatriz, cada vez estaba menos segura de querer conocerla.

—Hay un medio de averiguar si tu amigo pasó por aquí —dijo entonces Uno.

Bipa se volvió inmediatamente hacia él.

—¿En serio? ¿Cuál es?

—Sigúeme —le indicó el
transparente
.

Dio media vuelta y se internó por uno de los túneles de agua.

Bipa lo siguió.

Caminaron bajo aquella bóveda líquida durante tanto tiempo que la joven se preguntó si ya habría anochecido. No había modo de saberlo: la
Estrella
de la Emperatriz alumbraba el cielo día y noche. No existía la oscuridad en sus dominios.

No obstante, Bipa se sentía aliviada de que aquella pantalla acuática la protegiese de la fría mirada del ojo azul. El túnel de agua seguía discurriendo sobre su cabeza, y en la fina cortina transparente Bipa podía apreciar pequeñas formas fluidas que parecían peces. Trató de tocar algunos de ellos, pero la punta de sus dedos siempre los atravesaba. También aquellos diminutos pececillos eran líquidos como los gólems, como la bóveda que cubría sus cabezas.

—Es otra fase del
Cambio
—le explicó Uno, adivinando lo que pensaba—. Todas las criaturas de nuestra tierra acaban por volverse líquidas. Por eso nos resguardamos en los túneles. Si te vuelves líquido antes de tiempo, ya no puedes llegar hasta la Emperatriz.

Bipa recordó a Nevado, y se entristeció. Pero había algo en las palabras de Uno que despertó su interés.

—Antes has dicho que fuera de los túneles se
Cambia
más deprisa —recordó—. Y ahora vuelves a hablar de resguardarse en ellos. ¿Por qué? ¿Qué es lo que hace
Cambiar
a la gente?

Uno pareció confuso por un momento.

—Su voluntad de
Cambiar
, naturalmente —dijo—. Si sales al Exterior es porque deseas
Cambiar
. Si tienes miedo, te quedas aquí, a cubierto.

—¿A cubierto de qué? —insistió Bipa.

Uno no respondió.

—Lo que dices no tiene sentido —volvió a la carga ella—. La voluntad de
Cambiar
se puede demostrar igualmente siguiendo el camino que lleva hasta la Emperatriz. Pero tú has dicho que para emprender ese camino hay que
Cambiar
primero.

—Hay diferencias —replicó Uno—. Tú quieres ir por ese camino. Pero no quieres
Cambiar
.

Bipa no supo qué decir.

Por primera vez a lo largo de su viaje comenzaba a plantearse los motivos del
Cambio
. Sabía que era un requisito indispensable para llegar hasta la Emperatriz, pero... ¿cómo se producía? ¿De verdad bastaba con desearlo?

«Yo no lo deseo», se dijo. Y, ciertamente, seguía siendo
opaca
. Pero no tanto como antes. Contempló las puntas de su propio cabello; antes eran de color castaño oscuro, pero ahora se habían vuelto blancas como la nieve.

«Estoy
Cambiando
—pensó—. No tan deprisa como debería, tal vez. O quizá estoy pasando demasiado deprisa de un lugar a otro. Con mi aspecto, debería estar todavía en la casa de Gélida o en la Ciudad de Cristal, no aquí. Y, sin embargo, estoy
Cambiando

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —le preguntó a su anfitrión súbitamente.

El otro pareció sorprenderse ante la pregunta y la miró, confuso.

—¿Tiempo? —repitió, como si fuese un concepto desconocido para él.

Bipa señaló el
Ópalo
cristalino que lucía sobre su frente.

—Con eso das vida a los gólems de agua —dijo—. Si tienes una responsabilidad semejante no puedes ser un recién llegado.

Uno tocó el
Ópalo
con la yema del dedo, casi como si se sorprendiera de encontrarlo ahí.

—No mucho tiempo —contestó—. Porque, de lo contrario, me habría vuelto totalmente líquido. Como
Todo.

Bipa parpadeó. Uno había pronunciado la palabra «Todo» de una forma especial, como si se refiriese a alguien en concreto, y no a algo abstracto.

—¿
Todo
? ¿Qué es
Todo
?

—Aquel a quien vamos a ver.

Bipa se sintió inquieta de pronto.

—¿Se llama
Todo
? ¿Por alguna razón en especial?

—Porque lo es
Todo
—replicó Uno, con cierta brusquedad—. Y deja ya de hacer preguntas. Me obligas a pensar.

—Claro, eso explica muchas cosas —murmuró Bipa con cierta sorna.

Pero Uno no respondió. Llegaron por fin a un enorme espacio delimitado por paredes de agua, que brotaban del suelo como poderosos surtidores y se unían sobre sus cabezas formando una cúpula líquida de estremecedora belleza. Con todo, el espacio estaba bastante seco, y Bipa dio un par de pasos al frente para adentrarse en él. Se detuvo al ver que Uno no la seguía.

—Te espero aquí —dijo el transparente—. El gólem te acompañará.

Bipa detectó la presencia de un gólem de agua que avanzaba hacia ella. Había emergido directamente de la pared líquida, o tal vez había estado oculto tras ella. La muchacha no lo sabía, y prefirió no preguntar.

Siguió al gólem que, con movimientos fluidos y elegantes, la conducía hacia el centro de la sala. Bipa miró a su alrededor, esperando encontrar al tal Todo, o, al menos, una puerta que la condujese hasta él. Pero aquel lugar estaba vacío. Lo único que había era un gran estanque excavado en el suelo.

El gólem de agua se detuvo junto a la orilla.

—¿Qué? —se impacientó Bipa—. ¿Dónde está Todo?

El gólem volvió su rostro sin rasgos hacia el agua del estanque.

—¿Qué se supone que debo hacer? —interrogó Bipa, perdiendo la paciencia.

Se arrodilló sobre el suelo de cristal, junto al estanque. Tal vez tuviera que beber de sus aguas. Inquieta, cayó en la cuenta de que hacía mucho que no bebía ni comía nada. Y tampoco sentía deseos de hacerlo.

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