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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Aventuras, fantástico, infantil y juvenil

La emperatriz de los Etéreos (26 page)

BOOK: La emperatriz de los Etéreos
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—Pero, si te conviertes en
etérea
—no pudo evitar preguntar Bipa—, ¿perderás también tu visibilidad? ¿Nadie podrá verte?

«A mí tampoco me ven», señaló el invisible, pero ninguna de las dos le hizo caso.

—¿Qué serás entonces? —insistió Bipa—. ¿Qué será de ti?

«Seré yo misma —replicó ella, asombrada ante la osadía de la
opaca
—. Hallaré mi verdadera esencia.»

—¿Y cuál es tu verdadera esencia? ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?

La chica inmaterial no supo contestar.

«No la escuches —advirtió entonces el invisible—. Pretende confundirte. Lleva encima una de esas monstruosas piedras creadas por la Diosa.»

La joven inmaterial reparó entonces en el
Ópalo
; se mostró horrorizada y se alejó de Bipa, como si temiese que pudiera contagiarle algún tipo de enfermedad.

—He conocido a gente que mataría por poseer uno de éstos —dijo ella, molesta.

«Gracias a la Emperatriz, nosotros nunca seremos tentados por el oscuro poder de la Diosa —replicó el invisible—. Como ves, aquí no hay nada material. No se puede crear gólems de niebla. Nadie desea poseer un
Ópalo
porque a nadie le sirve para nada. Aquí estamos a salvo de la Diosa y sus repugnantes creaciones. Nadie puede cometer el sacrilegio de dar vida a cosas materiales sin alma.»

—Pero ése no es su objetivo —contradijo Bipa, recordando las palabras de Lumen—. Los
Ópalos
están para cuidar de los vivos. Para curar enfermedades, reconfortar a los ancianos y sanar a los heridos.

»Los
Ópalos
son vida para los vivos. Quienes los utilizan para animar objetos no los están usando correctamente. Además —añadió, pensando en Nevado—, no sé hasta que punto es cierto eso de que los gólems no tienen alma.

«Alma», repitió la chica inmaterial inesperadamente.

Bipa la miró, perdida.

—¿Cómo dices?

«Alma —dijo ella de nuevo—. Puedes llamarme Alma.»

—¿Es ése tu nombre?

«No. Es lo que soy.»

«No necesitas un nombre —protestó el invisible—. Somos casi
etéreo
s.»

«Yo no necesito un nombre —respondió Alma—. Pero ella sí necesita llamarme de alguna manera. Después de todo, la pobre sigue siendo
opaca
», añadió, condescendiente, como si eso lo explicara todo.

«Yo no pienso buscar un nombre para mí sólo para que ella se sienta más cómoda.»

—No es necesario —intervino Bipa, maliciosa—. Ya te he buscado un nombre yo misma: voy a llamarte Gruñón.

Hubo un breve silencio.

«No tienes mucha imaginación, ¿verdad?», dijo el invisible.

—Por lo menos recuerdo mi nombre —replicó Bipa, picada—. Eso es más de lo que puede decirse de ti.

«Soy el Invisible —respondió el invisible, muy digno—. Con eso debería bastarte.»

—No os preocupéis tanto por los nombres —cortó Bipa, impaciente—. De todos modos, iba a despedirme ya, porque no puedo entretenerme más. Así que adiós. Ha sido un placer conoceros.

Y, sin esperar respuesta, reanudó la marcha.

«¡Espera! —la llamó Alma. Bipa vio que la seguía—. ¿Adónde vas?»

—Al palacio de la Emperatriz —respondió ella—. A buscar a Aer.

«Pero...», empezó Alma; parecía muy apurada.

—¿Qué? —la animó Bipa, sin detenerse.

«Es que para llegar al palacio de la Emperatriz tienes que
Ascender
... y... no te lo tomes a mal... pero creo que te costará un poquito.»

«¿
Ascender
, ella? —se burló el Invisible—. Sería más fácil que la
Estrella
se cayera del cielo.»

Bipa rechinó los dientes.

—Bien; pues si es necesario, arrancaré esa
Estrella
del cielo; pero no he llegado tan lejos como para regresar con las manos vacías.

«No te lo tomes a mal —seguía diciendo Alma—. Es sólo que aún estás un poquito corpórea. Pero eso se soluciona con el tiempo...»

—¡No lo entendéis! —gritó Bipa, perdiendo la paciencia—. ¡No-me-queda-tiempo!

«Tengo que salvar a Aer», se dijo.

Ya no era sólo hacerle entrar en razón. Lo supiera él o no, estaba en peligro.

«Quizá me equivoque —pensó Bipa— y es cierto que se está mejor siendo
etéreo
, pero, aunque todo el mundo me diga lo contrario, yo sé que esto no puede ser bueno. Tengo que detener a Aer antes de que sea demasiado tarde.»

Echó a correr. Aún oyó la voz de Alma:

«Sí que se lo ha tomado en serio.»

«Está chiflada», sentenció el Invisible.

Bipa vislumbró por el rabillo del ojo el rostro de la chica inmaterial, que le dijo mientras flotaba junto a ella:

«Deberías pensártelo.»

—¿Pensarme el qué? —jadeó Bipa, sin dejar de correr. Sus pies se hundían en el suelo blando, pero no se detuvo.

«Bueno... no quiero ser grosera, pero eres... demasiado
opaca
para estar aquí.»

—Eso ya lo has dicho.

«Oh, no tengo nada en contra de ello, créeme —se apresuró a asegurarle Alma—. Pero aquí, en general... Bueno, no está bien visto.»

Bipa se detuvo en seco, advirtiendo un peligro en sus palabras.

—¿Qué insinúas?

Alma parecía incómoda.

«A muchos de los de aquí... no les parecerá bien que hayas llegado tan lejos... en ese estado. No te permitirán llegar al círculo de la
Ascensión
. Te dirán que regreses por donde has venido y que vuelvas cuando seas un poco menos corpórea. Lo siento —añadió, deprisa—. Son las normas de este lugar. Sé que no es culpa tuya ser así, y quiero que sepas que te compadezco muchísimo. Quiero decir, que bastante tienes ya, pobrecita, con ser tan
opaca
... Deberías poder intentar la
Ascensión
al menos una vez...»

«¿Para qué? —intervino el Invisible—. Jamás conseguirá
Ascender
en ese estado, es demasiado pesada.»

—Me da igual —cortó Bipa, cansada ya de ellos—. Voy a seguir adelante y nadie me lo va a impedir. Después de todo lo que he pasado... ¿creéis que me da miedo una pandilla de fantasmas?

«No somos fantasmas», replicó Alma, mortificada.

Pero Bipa ya no la escuchaba.

«¡Eh! —la llamó Alma—. ¡Chica
opac
... Quiero decir, ¡Chica-
pálida
-casi-
translúcida
! ¡No te vayas!»

Bipa los ignoró durante el resto del trayecto, pero ellos siguieron hablando de todas formas. Hasta que por fin, la joven se volvió hacia Alma, que era la única a la que podía ver, y le soltó:

—¡Basta ya! ¿Se puede saber por qué me seguís?

«¡Porque estamos preocupados por ti, naturalmente!»

«Habla por ti», murmuró el Invisible.

—¿Por qué? —insistió Bipa.

Y ninguno de los dos supo contestar.

—Yo os lo diré —continuó la joven—. Os aburrís. La existencia aquí es sumamente monótona. No podéis hacer otra cosa que hablar, pensar y esperar. Y yo soy lo único medianamente entretenido que habéis visto en mucho, mucho tiempo. Así que me seguís porque os he aliviado vuestra tediosa existencia durante un rato —movió la cabeza, decepcionada—. Lamento decirlo, pero no me parecéis tan superiores a los
opacos
como queréis hacerme creer.

Alma abrió y cerró la boca varías veces, en un intento, tal vez, de demostrar su desconcierto.

«Eso no ha sido nada gentil por tu parte», le reprochó por fin, con suavidad.

«Ignórala», le aconsejó el Invisible, muy digno.

Bipa respiró hondo.

—Está bien, lo siento —se disculpó, con más amabilidad—. Es sólo que estoy cansada, y tengo miedo. Voy demasiado lenta. Nunca conseguiré alcanzar a Aer a tiempo.

«Eso te pasa por tener cuerpo», le recordó el Invisible.

«Oh —dijo Alma solamente, como si se le hubiese ocurrido una gran idea—. Es verdad, tú tienes cuerpo y yo no. Espera aquí.»

—No puedo esperar... —empezó Bipa, pero Alma ya había desaparecido.

Y de pronto, la muchacha, que se había quejado de que los casi-
etéreo
s la siguieran a todas partes, se sintió muy sola.

«Quédate aquí un momento —dijo entonces el Invisible; y por una vez su voz sonó casi amable—. Ella llegará a cualquier parte en un instante, buscará a tu amigo y te dará noticias de él. Después de todo, tú eres exasperantemente lenta comparada con ella; y, además es imposible que no estés cansada arrastrando un cuerpo tan pesado como el tuyo.»

—Supongo que esta vez no pretendías ser desagradable —murmuró Bipa—. Hace días que no como, ni bebo, ni duermo. Debería estar agotada. Pero sólo estoy cansada.

«Estás
Cambiando
. Pero no con la suficiente rapidez».

—Yo no quiero
Cambiar
—dijo Bipa, al borde de las lágrimas.

«Ya lo había notado —dijo el Invisible, con cierta dureza—. Pero, dime; si no vas a
Cambiar
, ¿cómo pretendes seguir a tu amigo hasta el palacio de la Emperatriz? Nunca jamás, nadie que no sea
etéreo
ha puesto los pies en él.»

Bipa se secó los ojos, que se le habían llenado de lágrimas de miedo, rabia e impotencia, y dijo:

—Entonces, yo seré la primera.

«Puede que no —dijo entonces Alma, reapareciendo súbitamente junto a ellos—. Puede que no. Bipa, he visto a un recién llegado caminando hacia el
Círculo de la Ascensión
. Dicen que va a ser su primer intento, así que puede que se trate de tu amigo. Si te das prisa, lo alcanzarás.»

Bipa respiró hondo. Tragó saliva varias veces, para no llorar de nuevo.

—Gracias, Alma —dijo—. Gracias, gracias.

«De nada —sonrió ella—. Seguro que será bonito ascender juntos. Corre y lo alcanzarás. ¡Corre, Bipa, corre!»

Y Bipa corrió. Emprendió una carrera desesperada a través de la niebla, guiándose por el helado resplandor de la
Estrella
, en busca de Aer. Lo habría llamado con todas sus fuerzas, si le hubiese quedado aliento.

Habría echado a volar tras él, si hubiese tenido alas.

Estaba cerca, muy cerca.

Tan cerca como aquella vez que vio a Aer cruzar el Abismo y no pudo seguirle. «Oh, grandísimo bobo —no pudo evitar pensar—. No mereces ni por asomo que me tome tantas molestias por ti.»

Pero, pese a todo, estaba allí, y seguía corriendo, luchando por despegar sus pies de aquel suelo blando que parecía tratar de retenerla. Corriendo, siguiendo la estela de la
Estrella
azul que brillaba sobre la niebla.

Persiguiendo a Aer, una vez más.

Y finalmente distinguió una delgada figura entre la bruma, y una oleada de alivio inundó todo su ser.

Incluso ahora que el poder de la
Estrella
lo había reducido a una sombra de proporciones esqueléticas, Aer seguía conservando aquella inconfundible forma de andar.

Bipa se detuvo sólo un instante y gritó con todas sus fuerzas:

—¡¡AER!!

Pero él no se volvió. La joven echó a correr de nuevo. Aer avanzaba a paso ligero, casi como si levitara sobre el suelo brumoso. Bipa se sentía torpe y pesada en comparación, tropezando a cada instante, hundiéndose hasta los tobillos.

Pero no dejó de correr.

Tenía que alcanzarlo.

Tenía que alcanzarlo.

Tenía que alcanzarlo.

Le pareció entonces que Aer se detenía, y por un instante le embargó la esperanza de que hubiese notado su presencia y la estuviese esperando.

—¡¡AER!! —gritó de nuevo.

Él seguía quieto. Bipa detectó algo más junto a él, una altísima columna de cristal, o tal vez un gigantesco prisma como los que había encontrado en la caverna que conducía a los dominios de los
translúcidos
. No podía saberlo desde aquella distancia. Pero sí quedaba claro que Aer se había detenido porque no podía ir más allá: la superficie de la columna parecía totalmente lisa, sin salientes, ni escalas, sin ventanas ni puertas. Allí, la luz era todavía más intensa.

La
Estrella
brillaba justo encima de aquella torre de cristal.

«¿Esto es? —se preguntó Bipa—. ¿Hemos llegado al palacio de la Emperatriz?»

Sintió miedo, un miedo espantoso. Echó a correr de nuevo, gritando el nombre de Aer, pero él no reaccionó. Había alzado la cabeza y miraba a lo alto, tal vez hacia la
Estrella
, tal vez hacia el fabuloso palacio que debía de haber debajo.

—¡¡Aer... no!! —gritó Bipa.

Las brumas se disiparon un poco y pudo ver a su amigo con más claridad. Iba a alcanzarlo...

... cuando, de pronto, chocó contra algo y cayó al suelo.

—¿Qué...? —pudo decir, aturdida.

Con creciente alarma notó que la izaban y la arrastraban lejos de Aer. No logró ver a sus captores, aunque percibía el contacto de varias manos extrañamente blandas aferrando sus brazos y tirando de ella para separarla de la columna de cristal... y de Aer.

—¡Eh! —protestó Bipa, pataleando con fuerza; pero sólo consiguió que la sujetaran con más firmeza—. ¡Eh! ¡Soltadme! ¡Dejadme marchar!

Varias voces resonaron en su cabeza:

«No puedes acercarte...»

«...Opaca...»

«No puedes profanar el Círculo de la Ascensión con tu impura presencia...»

«...Corpórea...»

«No oses acercarte...»

«...No estás preparada...»

«Tienes que irte...»

«...Esperar...»

«...
Cambiar
...»

XIV

LA EMPERATRIZ

T
odas las voces hablaban a la vez, y Bipa chilló:

—¡Callaos! ¡Dejadme en paz! Siguió debatiéndose con todas sus fuerzas, pero los invisibles continuaban tirando de ella. Bajo un velo de lágrimas, Bipa descubrió varios rostros espectrales entre la niebla: seres inmateriales, como Alma, que no podían retenerla, pero que no renunciaban a observar lo que estaba sucediendo y a hacer comentarios a su vez.

«¿Qué hace aquí una
opaca

«¿Cómo se atreve?»

«¿Por qué no ha
Cambiado

«Qué horror, es monstruosa...»

—¡Dejadme marchar! —aulló la joven, cada vez más desesperada—. ¿Qué os importa cómo sea yo? ¿Qué más os da? ¡Aer! —gritó de nuevo—. ¡Aer, escúchame! ¡Soy yo, Bipa! ¡He venido a buscarte!

«Déjalo; no puede escucharte», dijo una voz conocida.

Bipa dejó de patalear. Miró a Alma, suplicante.

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