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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Aventuras, fantástico, infantil y juvenil

La emperatriz de los Etéreos (28 page)

BOOK: La emperatriz de los Etéreos
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—No serás nada —replicó Bipa—. La Emperatriz hará que tu cuerpo se desvanezca y devorará tu alma, y entonces no quedará nada de tí. ¿Me oyes? ¡Nada!

Aer se apartó de ella todavía más.

—¡Déjame en paz! —le espetó, y se quitó la cadena con el
Ópalo
—. ¡No quiero esto! ¡Quiero
Ascender
!

Bipa recogió el
Ópalo
antes de que cayera al vacío.

—¡Idiota! —le recriminó—. ¡Recuerda lo que Maga te decía! ¡Antes de mirar al cielo hay que mirar alrededor! ¡Antes de soñar con otros mundos tienes que cuidar de éste!

Pero Aer ya no la escuchaba. Había vuelto su rostro hacia la Emperatriz y alzaba sus brazos al cielo, ofreciéndose, entregándose.

Bipa se tragó las lágrimas. Veía cómo el cuerpo de Aer se desvanecía de nuevo y ella no podía hacer nada para evitarlo.

—¡Está bien! —le gritó, furiosa—. ¡Vete tú solo! ¡Yo no pienso acercarme más a esa cosa!

Volvió a colgarse el
Ópalo
. La fuerza de la Diosa tiró de ella hacia la tierra, y el poder de la Emperatriz tiró de ella hacia el cielo.

Los dedos de Bipa se cerraron en torno al
Ópalo
y lo sintió cálido y palpitante en sus manos. Era tan diferente a la fría
Estrella
azul...

... que la miraba desde el cielo, hermosa, fascinante y letal.

Bipa sacudió la cabeza para liberarse de su embrujo. Cerró los ojos un instante y se le ocurrió una idea loca, una idea absurda... Pero, si funcionaba, sería la única oportunidad de salvar a Aer. La única oportunidad de salir de allí con vida.

Se puso el
Ópalo
sobre el pecho y comenzó a pensar en cosas terrenales.

Pensó en comida, y empezó a sentir hambre.

Pensó en su cama, y empezó a sentir sueño.

Pensó en Nevado, y sintió tristeza.

Lentamente, su cuerpo fue despertando para recordarle que seguía viva.

Y, al mismo tiempo, comenzó a Descender.

La reacción de la Emperatriz no se hizo esperar. Bipa sintió un fuerte tirón. La estrella trataba de atraerla con más intensidad.

Bipa se esforzó en seguir sintiendo cada célula de su cuerpo. Fue una tortura, porque de pronto todas sus sensaciones físicas regresaron de golpe a ella: el hambre, la sed, el cansancio, el frío, el dolor, el sueño... Llevaba mucho tiempo sin ocuparse de su cuerpo, y éste le pasó factura en cuanto osó interrogarle.

Y, cuanto más intensas se hacían estas sensaciones, tanto más
opaca
se volvía Bipa.

Y más le atraía la tierra.

Y, justamente, por eso, la Emperatriz luchaba más y más para absorberla.

Bipa se estaba protegiendo. Estaba recuperando su envoltorio carnal y, en otras circunstancias, la
Estrella
le habría dejado marchar. Pero la tenía demasiado cerca y estaba demasiado hambrienta. Bipa sabía que, una vez iniciada la Ascensión, no había vuelta atrás y la Emperatriz la devoraría igualmente, sin importar el estado en el que se encontrara.

Contaba con ello, en realidad. Cuando sintió que la fuerza de atracción de la estrella era tan intensa que no podría soportarla más, Bipa se quitó el
Ópalo
y lo sujetó en su mano, cerró los ojos y evitó pensar en nada.

Y salió disparada hacia arriba.

La Emperatriz la succionó casi con desesperación, y Bipa se vio
Ascendiendo
más deprisa de lo que ningún
Etéreo
lo había hecho jamás.

Pasó junto a Aer y alargó la mano para tomar la de él. Pero el chico se había vuelto ya demasiado inmaterial como para poder tocarlo.

«Debo subir... —pensó Bipa—. Pero no... muy deprisa...»

Estaba aterrorizada, pero debía llevar a cabo el plan que se había propuesto. Cuando juzgó que era el momento apropiado, soltó el
Ópalo
.

Aguantó todo lo que pudo, rezando a la Diosa e insistiendo en ser la más
opaca
de todos los
opacos
, mientras la Emperatriz tiraba de ella, tratando de arrebatarle la corporeidad en la que Bipa se empeñaba en envolverse.

Y entretanto, poco a poco, el
Ópalo
Ascendía
. La fuerza de atracción de la Emperatriz en aquel momento era tan intensa que ni siquiera el poder de la piedra podía resistírsele. Bipa sintió que también ella seguía subiendo, y luchó por mantenerse en aquella posición. La Emperatriz tiró de ellos todavía más. Bipa se esforzó por seguir donde estaba...

Pero la fuerza de la
Estrella
era tan poderosa que creyó que iba a desgarrarle el alma.

Y, mientras tanto, el
Ópalo
seguía
Ascendiendo,
porque la Emperatriz continuaba succionando furiosamente... hasta que su resplandor se lo tragó. Instantes después, la luz azul de la
Estrella
menguó hasta adoptar un tono más pálido, enfermizo.

—¡Ahí tienes! —le gritó Bipa, sin poderse contener—. ¡Espero que te provoque una buena indigestión!

La
Estrella
parpadeó un par de veces, tratando de asimilar la fuente de vida pura que era el
Ópalo
que acababa de penetrar en su esfera cristalina. Pareció que algo se revolvía en su interior, y Bipa se sintió inquieta a pesar de su alegría: La Diosa estaba atacando a la Emperatriz alienígena desde su propio corazón; o, mejor dicho, acababa de dotar de corazón a una criatura cuya esencia consistía en no poseer ninguno.

Hubo solamente otro par de destellos azules.

Y, entonces, la
Estrella
estalló.

No fue una explosión ígnea ni estruendosa. Ni siquiera fue particularmente violenta.

Simplemente, la
Estrella
se contrajo y después vomitó en silencio miríadas de frías chispas azules. Bipa no fue capaz de ver nada más. De pronto, sin la fuerza de atracción de la Emperatriz, la gravedad tiró de ella con urgencia, y empezó a caer en picado.

La tierra que tanto había defendido iba a destrozarla irremediablemente.

«Voy a morir —fue lo único que pudo pensar—. Voy a morir.»

Y su cuerpo le obsequió con una sensación muy propia de los
opacos
: el miedo. Cerró los ojos.

Algo la frenó en el aire, sin embargo. Bipa sintió que se le cortaba la respiración, y más tarde recordaría haber pensado que el impacto no había sido tan doloroso como temía. Pero sus sentidos le comunicaron que seguía viva, por lo que abrió los ojos, con precaución.

Aer la sostenía y la miraba con seriedad. Aunque a su alrededor seguía parpadeando aquella lluvia de luces azules, los ojos de Aer eran
cristalinos
, transparentes, sin asomo de color.

Pero lo más importante era que el chico la estaba sujetando.

—Te has vuelto corpóreo —murmuró ella.

—Por poco tiempo—dijo Aer. Bipa no lo entendió.

Flotaron los dos, suavemente, hasta el suelo. Aer seguía siendo demasiado
etéreo
como para caer a plomo, como Bipa, incluso sin la mirada azul de la Emperatriz clavada en el cielo.

Por fin aterrizaron sobre el suelo blando. Enseguida se vieron rodeados de casi-
etéreo
s.

«¿Qué ha pasado?»

«¿Dónde está la
Estrella

«¿Y la Emperatriz?»

«¡Ha sido culpa de la
opaca

«¡No tendría que haber
Ascendido
! ¡Ha ofendido a la Emperatriz!»

«Silencio todos», dijo la voz del Invisible al que Bipa conocía.

«¿Por qué hemos de callarnos?»

«Sí, eso, ¿por qué?»

«¡La
opaca
debe pagar!»

«Silencio todos —repitió el Invisible—. Estoy viendo algo que hacía mucho que no contemplaba. Y lo echo de menos.»

Era un argumento extraño y en apariencia poco convincente. Pero todos, invisibles e inmateriales, enmudecieron y retrocedieron un par de pasos para dejar espacio a Bipa y a su amigo.

Ella no les prestaba atención. Aer se había derrumbado en el suelo, y ella lo sostenía ahora entre sus brazos; estaba extremadamente delgado y débil.

Al borde de la muerte.

Sin la poderosa fuerza hipnótica de la Emperatriz, el maltratado cuerpo del muchacho empezaba a acusar sus carencias.

—Tienes que aguantar, Aer —le estaba diciendo ella en voz baja, con un nudo en la garganta—. Te llevaré a casa, te cuidaremos y te pondrás bien.

Aer respiraba con dificultad. Le dirigió una mirada cansada y, en aquel rostro casi cadavérico, aún fue capaz de lucir su inconfundible sonrisa.

—Es... demasiado tarde, Bipa.

—No, no lo es —discutió ella—. No he llegado tan lejos sólo para dejarte morir.

—Es que... es duro. El hambre, el dolor... el sueño. No aguanto más. Mi cuerpo... me tortura. Aún estoy a tiempo de... ser
etéreo
... Todavía puedo... librarme del dolor...

Bipa no pudo más.

Le dio un sonoro bofetón que lo dejó aturdido por un instante.

—¡Pero qué te has creído! —le gritó—. ¡Yo sí que he sufrido, no te imaginas cuánto! ¡He pasado hambre y frío, he pasado miedo, he estado a punto de morir! ¡Me he dejado los pies caminando detrás de ti y he perdido a un buen amigo cuyo único error fue acompañarme en mi viaje! ¿Y te atreves a hablarme de dolor? ¿Qué sabes tú del dolor?

Sin poder contenerse más, se echó a llorar.

—Pero... Bipa—pudo decir Aer, confuso—. ¿Por qué... has hecho todo esto por mí? ¿Por qué... has venido a buscarme?

Ella lo miró como si fuera realmente corto de entendederas.

—Porque te quiero, estúpido —respondió, sin más.

Y, bajo una lluvia de destellos azules que seguía anunciando la muerte de una estrella, las miradas de ambos se cruzaron y en sus ojos brilló, por un instante, la verdadera esencia del poder de la Diosa.

XV

EPÍLOGO

M
ucho tiempo después, cuando en realidad ya nadie los esperaba, dos viajeros llegaron a las Cuevas.

Ella se asemejaba a los habitantes del lugar, pero él, sin embargo, parecía un espectro: estaba famélico y caminaba apoyándose en el hombro de su compañera.

La mujer era joven, pero él daba la impresión de ser mayor de lo que en realidad era. Los dos tenían el cabello blanco como la nieve recién caída.

Regresaban de un largo viaje. Estaban cansados y hambrientos, pero felices.

Todos los contemplaron con inquietud y curiosidad. La pareja les resultaba familiar, pero no terminaban de situarla.

Sólo dos personas los reconocieron.

El primero fue un hombre ancho y fornido, con una frondosa barba castaña. Los divisó desde lo alto de la loma, corrió hacia ellos y los ahogó en un abrazo de oso.

La segunda fue una mujer de sonrisa triste y triste mirada, que se atrevió a asomarse a la puerta de su casa, con los hombros protegidos por un delgado chal. No corrió hacia los recién llegados. Se quedó observándolos, pálida, como si acabara de ver un par de fantasmas.

Fue él quien avanzó hasta la mujer. Estaba mucho mejor que cuando había contemplado, moribundo, la caída de una estrella.

El viaje había sido largo y penoso. Habían navegado por el Mar de los Líquidos, habían cruzado un Abismo juntos; habían sido huéspedes de dos gemelos en la Ciudad de Cristal, y allí habían conocido el destino de una mujer de hielo que acabó licuándose, junto a su ejército de gólems, en la orilla del océano. Habían descansado, y dormido, y comido deliciosos estofados, hasta que, poco a poco, el joven había vuelto a la vida, al seno de la Diosa.

Y ahora, por fin, estaba de nuevo en casa.

La mujer le miró. Su pelo era distinto y sus ojos también, pero aún conservaba aquella hermosa sonrisa. Con lágrimas en los ojos, estrechó entre sus brazos al hijo que había regresado de la muerte por segunda vez, y al que había creído irremediablemente perdido.

La chica, por su parte, apenas habló con su padre. Se lo dijeron todo con una mirada. Sin embargo, había otra cosa para la cual sí eran necesarias las palabras.

—Tienes que ir a ver a Maga —sugirió Topo, y algo en su tono de voz indicó a Bipa que ocurría algo grave.

Corrió hacia la cueva de la
chamana
.

Pero, en lugar de la laboriosa mujer sonriente que ella conocía, halló a una anciana que mostraba la fragilidad de un carámbano de hielo. Multitud de arrugas surcaban su rostro desdentado, y un manto de cabellos blancos se desparramaba sobre la almohada de la cama en la que estaba postrada.

A Bipa se le encogió el corazón.

—Maga, ¿eres tú? —susurró—. ¿Qué te ha pasado?

—¿Encontraste a Aer? —preguntó ella a su vez, con voz débil y cascada.

—Sí —dijo Bipa, conteniendo las lágrimas—. Sí, encontré a Aer. Y lo he traído de vuelta a casa. Y derroté a la Emperatriz —añadió, esperando que Maga le pidiera más detalles.

Pero ella no lo hizo.

—Eso es bueno —asintió—. Ya todo está bien, pues. Ahora ya puedo... reunirme con la Diosa.

—¿Qué? No, Maga, no digas eso. Todavía...

—Hija —cortó ella—, cada persona que nace debe morir algún día. A mí me llegó la hora hace mucho, mucho tiempo, antes de que tú nacieras, incluso. Y sólo estoy viva porque el
Ópalo
me mantuvo joven, porque la Diosa así lo quiso...

—¡Entonces, es culpa mía! —gimió Bipa—. Me llevé el
Ópalo
y por eso envejeciste. Yo... lo siento mucho, Maga. Lo perdí en la batalla contra la Emperatriz. Pero sé de alguien que tiene uno —le aseguró—. Se lo pediré y me lo prestará, porque...

—Bipa —interrumpió la anciana de nuevo, con voz firme—, no necesito un
Ópalo
. Mi tiempo ya ha pasado.

Lo único que necesito es una sucesora.... y quiero que seas tú.

Ella trató de asimilarlo.

—¿Yo...? Pero... Maga..., no estoy preparada para...

—Sí, lo estás. Te enseñé todo lo que sé, y tú has aprendido mucho más de lo que yo podría enseñarte aún. Te has vuelto sabia, Bipa, y por eso tu cabello se ha tornado blanco. Has abierto tu corazón a la voz de la Diosa y por eso has traído a Aer de vuelta. Lo he decidido: cuando yo no esté, tú ocuparás mi lugar.

Bipa tragó saliva.

—Lo haré lo mejor que pueda, Maga —le aseguró, oprimiéndole la mano con fuerza—. Pero... ¿y el
Ópalo
?

—No vas a necesitar ningún
Ópalo
, porque, a partir de ahora, sobre ti brillará el
Ópalo
más poderoso de todos.

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