La Espada de Disformidad (35 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

BOOK: La Espada de Disformidad
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La violenta lucha de las enormes bestias continuaba cerca de la puerta. Los flancos y el cuello de
Rencor
mostraban una red de incontables arañazos de los tentáculos con garfios del monstruo, pero el nauglir tenía a la bestia del Caos sujeta por el cuello y mantenía a distancia el temible pico negro. Las dos criaturas forcejeaban para dominar a la otra, pero la mayor corpulencia y larga cola de
Rencor
le daban al gélido una gran ventaja. El nauglir logró apoyar las patas y afianzar las fauces, lo que provocó un chillido estrangulado del monstruo. El grueso pellejo era más que suficiente para protegerlo de los tajos de espadas y hachas, pero no podía resistir al temible poder de las fuertes mandíbulas del gélido. De las fauces de
Rencor
cayeron regueros de icor translúcido cuando la bestia de guerra alzó al monstruo del suelo y lo zarandeó como un terrier sacude a una rata. Los tentáculos se agitaron y se oyó el crujido de huesos. Luego,
Rencor
movió bruscamente la cabeza hacia un lado y la criatura salió volando por el aire para caer sobre otra de las largas mesas, que se hizo añicos bajo su peso, y quedó laxa.

El bramido de victoria de
Rencor
estremeció la antecámara y ahogó incluso los frenéticos gritos de los fanáticos. Quedaba apenas un puñado de atacantes de los veinte o más que habían cargado al interior de la antecámara, y Malus se sintió más animado. Si esto era lo mejor de lo que disponían los fanáticos, Malus y sus seguidores podrían abrirse fácilmente paso hasta la Puerta Bermellón.

La druchii que sujetaba la cuchilla a dos manos cargó contra uno de los leales del templo con un penetrante chillido bestial, espumajeando, y le dirigió un tajo al cuello con la mugrienta arma. El leal del templo intentó parar el ataque, pero la cuchilla, más pesada, apartó su espada a un lado y se deslizó hacia un hombro del druchii. Antes de que la carnicera pudiera retirar el arma ensangrentada, Malus se inclinó hacia adelante y le rebanó la parte superior de la cabeza con la larga espada. Hueso y sesos saltaron por el aire, pero el noble se quedó mirando a la frenética mujer, conmocionado, mientras ésta arrancaba el arma del hombro de su oponente e intentaba asestarle un segundo golpe antes de desplomarse en el suelo.

Sólo quedaban dos atacantes a la derecha de Malus. A la izquierda, Arleth Vann estaba trabado en duelo con el noble acorazado cuyos golpes torpes y frenéticos bloqueaba, para luego avanzar velozmente y lanzar estocadas hacia las junturas desprotegidas o las rendijas abiertas entre las placas metálicas. Malus dejó que el asesino acabara con el noble, pasó por detrás del leal del templo herido y acometió a los fanáticos.

Uno de ellos se lanzó contra Malus con un hacha de leñador en alto. El noble pivotó sobre el pie izquierdo al descender el arma y dejó que la hoja pasara inofensivamente de largo, para luego clavarle una estocada en el pecho al fanático. Con una burlona sonrisa de desdén, declaró la espada del cuerpo y se volvió contra el segundo atacante, que descargaba una lluvia de golpes sobre el druchii ileso con un garrote nudoso en una mano y una espada corta en la otra. El fanático estaba tan concentrado en su víctima que no llegó a ver que Malus se situaba a su espalda y le abría la cabeza de atrás hacia adelante, lo que regó al leal del templo con una lluvia de trozos de hueso y gotas de sangre.

Al otro lado de la mesa, el noble acorazado se desplomó contra la plana superficie con un gemido, al sucumbir a la pérdida de sangre y a una veintena de heridas profundas. Arleth Vann se le acercó, pasó el filo de las espadas por el cuello del caído como si fueran las hojas de una tijera, y la cabeza se alejó rebotando por el suelo.

Jadeando como un sabueso, Malus se reclinó contra el otro lado de la mesa e intentó no hacer caso del palpitante dolor que sentía en el lado izquierdo del pecho. Los cuerpos se amontonaban por todas partes, desangrándose. La lucha había durado menos de medio minuto.

El leal del templo que había sido herido por la cuchilla sangraba en abundancia. El hombro y la manga del ropón ya estaban empapados y goteaban sobre el suelo. El otro parecía ileso, al igual que Arleth Vann. Consideradas en conjunto, las cosas habrían podido ir mucho peor, pensó el noble.

Malus se apartó de la mesa y se encaminó hacia el cuerpo de la bestia del Caos. La criatura tenía en el cuello un desgarrón que dejaba a la vista extraños músculos amarillentos y un espinazo que parecía más propio de un tiburón que de un león. Después de atravesar con cuidado el creciente charco de pegajoso icor, el noble alzó la espada y se puso a hender la carne a partir del desgarro. Era una tarea ardua, pero al cabo de pocos minutos la gran cabeza parecida a un pulpo rodó por el suelo. Se inclinó para cogerla por los tentáculos y la llevó hasta la puerta destrozada. Gruñendo a causa del esfuerzo, avanzó dos rápidos pasos y lanzó el trofeo a través de la entrada.

—Dejaremos que piensen un poco en esto —dijo el noble, ceñudo, y se volvió a mirar a Arleth Vann—. Examínale el brazo a ése. Yo examinaré a
Rencor
.

Lo hicieron con rapidez, ya que no estaban seguros de qué los aguardaba en el exterior del pabellón. El examen superficial reveló que
Rencor
tenía docenas y docenas de cortes someros producidos por los tentáculos de la bestia, pero nada que la legendaria constitución del nauglir no pudiera superar. Malus había pasado a comprobar el estado de las alforjas, cuando Arleth Vann se reunió con él.

—La herida es profunda —dijo en voz baja—, y no tengo manera de cerrarla. Morirá en pocos minutos, tal vez antes.

—En ese caso, será mejor que acabemos rápidamente con esto —decidió el noble—. Vayamos a echar un vistazo afuera.

Los dos druchii fueron cautelosamente hasta la entrada y se asomaron al túnel del otro lado. Los globos de luz bruja que inundaban el ancho pasadizo con fría luminiscencia fantasmal obligaron a Malus a entrecerrar los ojos. Lo que vio hizo que se le cayera el alma a los pies.

El túnel estaba ocupado por decenas de fanáticos con los blancos ropones y las armas sucios de hollín y sangre. Se encontraban reunidos en apretado grupo detrás de otras dos de las terribles bestias del Caos, que azotaban el aire con los tentáculos como si las enfureciera ver la cabeza cortada de su compañera. Un puñado de Señores de las Bestias rodeaban a las criaturas, con las lanzas cortas a punto. Lanzaban miradas tétricas hacia la puerta rota del pabellón, como si planearan los actos con que vengarían la muerte de sus camaradas.

—Madre de la Noche —maldijo Malus en voz baja—, deben de haber hecho retirar al interior de la fortaleza a todos los fanáticos de la ciudad.

—Si los guerreros del templo se han marchado, ¿por qué no hacerlo? —replicó el asesino, ceñudo—. Enviaron por delante a esos ciudadanos sólo para tomarnos las medidas y mantenernos ocupados.

—Bueno, ¿y qué están esperando?

Cuando Malus pronunció estas palabras, entre las apretadas filas de fanáticos se produjo un movimiento. Los guerreros se apartaron hacia los lados e inclinaron la cabeza cuando Urial pasó entre ellos. Un trío de brujas de Khaine acompañaban al usurpador, que llevaba la copia de la
Espada de Disformidad
en una mano. La mera visión del arma pareció drenar los miembros de Malus de toda su fuerza al recordarle la herida que había sufrido y el venenoso contacto del demonio.

El pretendido Azote de Khaine llegó a la primera línea de la formación y se detuvo. Urial miró la cabeza de la bestia del Caos muerta, y se echó a reír.

Malus reprimió una negra ola de desesperación. Posó los ojos sobre los fanáticos reunidos, y la implacable aritmética de la batalla le mostró el futuro con tanta claridad cómo podría hacerlo cualquier vidente. No había manera de que pudieran prevalecer ante tal número de enemigos, por no hablar de la magia de Urial y las brujas de Khaine.

—Tendremos que retirarnos —dijo—. Es imposible que podamos resistir aquí. Echaremos mano de las fortificaciones de cada cámara de enterramiento para estorbarlos, desangrarlos...

—No —negó Arleth Vann en voz baja.

—¿Qué? —exclamó Malus, con expresión incrédula.

—No seas necio, mi señor —dijo el asesino—. Sabes que no servirá de nada. Podríamos luchar contra ellos hasta llegar a la mismísima cámara principal e intercambiar diez de sus vidas por cada una de las nuestras, veinte, si contamos a
Rencor
, y aún les sobrarían efectivos. Y eso, sin contar a tu medio hermano, y mucho menos a las brujas de Khaine.

—¿Tienes una idea mejor? —gruñó Malus.

El asesino asintió con la cabeza.

—Cuando ataquen, monta a
Rencor y
pasa entre ellos. Te cubriremos la espalda durante el mayor tiempo posible.

—No puedes hablar en serio —dijo Malus.

—¡Por supuesto que hablo en serio! —replicó Arleth Vann, acalorado—. ¡Tú tienes que escapar y encontrar la espada, por el amor de Khaine! De lo contrario, el templo, incluso la propia Naggaroth, bien podrían hacerse pedazos a sí mismos.

—¿Por qué quieres hacer algo semejante? —preguntó el noble, desgarrado entre la indignación y la admiración—. No le debes nada al templo.

Arleth Vann apartó la mirada hacia la multitud de fanáticos y las leoninas brujas de Khaine.

—¿Recuerdas lo que dije respecto a buscar redención, respecto a una buena muerte que compensara una mala vida? ¿Qué mejor oportunidad que ésta para limpiar mi honor? —Volvió los ojos hacia su señor—. No hay gloria ninguna en vivir como un forajido, mi señor, a pesar de lo que digan los bardos.

Malus se sorprendió ante lo mucho que le escocía aquel comentario.

—Has sido el guardia de un noble durante los últimos cinco años —gruñó.

—Eso no cambió quién era yo —replicó el asesino—, pero esto sí lo hará.

El noble reprimió el enojo. Huir de la batalla le parecía una cobardía, pero la lógica del asesino era irrebatible. Podía quedarse y morir, o peor aún, caer en las garras de Urial, o abrirse paso a través de los enemigos y encontrar la espada.

—Condenación —gruñó Malus, para luego darse la vuelta y encaminarse hacia
Rencor
.

Los dos leales del templo que se encontraban cerca lo observaron atentamente. El herido estaba pálido y tembloroso, y se presionaba torpemente con la mano izquierda un paño empapado en sangre contra la herida del hombro. Las expresiones de ambos eran desesperanzadas.

—Vamos a pasar a través del enemigo —les explicó Malus, mientras cogía las riendas de
Rencor
—. Vamos a provocar a los fanáticos para que carguen, y entonces yo me lanzaré contra ellos con mi nauglir y abriré una brecha en sus filas. Permaneced cerca de mí y mantened libres los flancos, y lograremos pasar. ¿Entendido?

Ambos asintieron con la cabeza. La expresión de las caras decía que habían comprendido perfectamente.

Malus asintió con la cabeza y luego llevó a
Rencor
hacia la entrada. Los fanáticos no se habían movido. Parecía que Urial estaba hablando a los reunidos, pero Malus no podía oír lo que estaba diciendo su medio hermano. «Probablemente les está ordenando que me capturen con vida —pensó—. Supongo que él y las brujas de Khaine tienen algo especial planeado para mí.»

El noble se volvió a mirar a Arleth Vann.

—¿Estás preparado? —preguntó.

—Supongo que he estado esperando esto durante mucho tiempo —respondió el asesino con calma—. Adiós, mi señor. Cuando llegue el Tiempo de Sangre, tal vez tú y yo volveremos a encontrarnos.

Malus no sabía qué decir. Negó violentamente con la cabeza.

—Si ves al Señor del Asesinato antes que yo, acude ante su trono y dile que estoy de camino. Dile que cuando llegue voy a hacerle tragar los dientes de latón de una patada.

Antes de que el asesino pudiera replicar, el noble inspiró profundamente y gritó hacia el interior del túnel.

—¿Qué estás esperando, hermano? ¿Más efectivos, tal vez? ¡Creo que estos panaderos y carniceros reunían más valentía que tú y todos los de tu calaña juntos!

Oyó la risa de Urial.

—¿Eres tú, hermano? —preguntó el usurpador—. Estaba seguro de que habías muerto. La última vez que te vi, ese guardia tuyo arrastraba tu cuerpo laxo para alejarlo de mí a la máxima velocidad posible.

—¿Qué puedo decir, hermano? Es un hombre muy piadoso, y le daba miedo que yo pudiera herir al Azote de Khaine —respondió Malus con una voz que destilaba desprecio—. No temas, que ya lo he puesto en su sitio. Le conté todo lo referente a aquella noche, en el
Saqueador
, y lo que me contó aquel condenado cráneo tuyo. Dime, ¿alguna vez ese cráneo te habló sólo a ti, o simplemente olvidaste mencionarles eso a los ancianos del templo? Era parte de la profecía, ¿no?

—¡Cierra tu blasfema boca! —le espetó Urial, con un tono tan acalorado que Tyran y los fanáticos que tenía más cerca le dirigieron miradas interrogativas.

—¿Cómo van las cosas con tu nueva novia? ¿Todavía te desdeña? Espero que sí —continuó Malus, que sonrió a pesar de sí mismo—. La Novia de Destrucción no está destinada a los que son como tú, hermano. Nunca pensará en ti como otra cosa que un marchito ser lastimoso.

Las pullas del noble fueron ahogadas por un inarticulado chillido de rabia de Urial.

Arleth Vann rió entre dientes y preparó las espadas.

—Siempre has sido hábil con las palabras, mi señor.

Malus montó.

—Tal vez habría sido un sacerdote bastante bueno, después de todo.

El asesino sonrió con tristeza.

—No sé si yo iría tan lejos...

Un rugido estremeció el túnel cuando los fanáticos se lanzaron a la carga. Con las espadas destellando, pasaron como una furiosa marea junto a las bestias del Caos y se lanzaron hacia el pabellón de los enanos a una orden de su señor.

—¿Ya? —preguntó Malus, mirando a Arleth Vann.

El asesino, asomado al túnel, negó con la cabeza.

—Todavía no.

Los gritos sanguinarios resonaban en la antecámara. El estruendo de los pies a la carrera ensordecía a Malus.

—¿Ya?

—Todavía no.

Malus ya podía distinguir algunas voces en la tormenta de gritos. Podía oír el golpeteo de los tacones de las botas sobre la piedra.

—¿Decidimos que lucharíamos con ellos dentro del túnel, ¿cierto? —preguntó el noble, con tono cargado de intención.

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