La Espada de Disformidad (43 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

BOOK: La Espada de Disformidad
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El poder puro que salía, hirviente, por la puerta, bañó la piel de Malus e hizo vibrar la espada que tenía en las manos.

—Preparaos para cualquier cosa —les advirtió el noble a los bárbaros, y siguió adelante.

Malus no estaba preparado para lo que encontró en el interior.

El aire mismo aullaba y rielaba de dolor.

Malus se encontraba ante un ancho puente hecho de cráneos que atravesaba un mar de hirviente rojo. El calor y la luz manaban de la superficie como si fueran el resplandor de un alto horno. Le ardía la piel y se le inundaban los oídos con los gritos de los condenados.

Al otro lado del puente había otra puerta que conducía al sanctasanctórum, y en medio del puente, desnuda y reluciente en la luz roja, se encontraba Yasmir.

Al mirarla, Malus se sintió más pequeño y débil que nunca. Yasmir era un ser sobrenatural, radiante en su letal belleza. Los ojos oscuros de ella se posaron en los suyos y, al sonreír, la joven dejó a la vista unos colmillos leoninos. Detrás de Malus, uno de los bárbaros gimió como si se tratara de un niño asustado.

—¿Quién es? —preguntó Shebbolai, con voz cargada de pavor.

Malus no sabía qué decir. Finalmente, se encogió de hombros.

—Es mi novia —dijo, ceñudo, y fue a su encuentro.

Ella esperó a que se acercara, con los brazos ligeramente abiertos. De no haber sido por los cuchillos finos como agujas que tenía en las manos, podría haber estado ofreciéndose a su amante.

El noble aferró con fuerza la
Espada de Disformidad
. Uno no luchaba contra Yasmir, sino que se le ofrecía para morir. Por un instante, pensó en el demonio, pero apartó la idea de sí. Tendría que bastar con la
Espada de Disformidad
.

La mirada de la mujer era inescrutable, como si viera a través de él y contemplara un paisaje inalcanzable a los ojos de los mortales. Cuando la tuvo al alcance de la espada, más larga que las dagas, se detuvo. Flexionó los dedos sobre la empuñadura envuelta en cuero.

Yasmir no se movió. Continuaba mirando a través de él, como si no lo tuviera delante. El noble frunció el entrecejo.

—Hola, hermana —dijo.

Al oír su voz, la expresión de ella cambió. Sus ojos se desviaron ligeramente, como si lo viera por primera vez, y luego se lanzó hacia él con las dagas dirigidas contra su garganta.

Malus alzó la
Espada de Disformidad
en el momento preciso, y desvió lo suficiente las mortales armas, pero no tuvo tiempo para recuperarse porque la santa viviente se concentró en otros objetivos y comenzó a lanzarle una serie de mortíferas puñaladas a la cara, el pecho y la entrepierna. No dejaba de moverse ni por un segundo; flotaba en su dirección como una bailarina y hacía un movimiento letal a cada paso.

Malus no tuvo tiempo de asustarse. La
Espada de Disformidad
parecía moverse por propia voluntad y responder a cada ataque de Yasmir. Una vez más, vio desplegarse la lucha con distante claridad, como si fuera un espectador en lugar de un combatiente. La rapidez y gracilidad de ella eran devastadoras. Aunque podía prever el siguiente ataque de Yasmir, su cuerpo se veía en apuros para contrarrestarlo.

Lo hacía retroceder un paso tras otro, y lo mantenía constantemente a la defensiva. Una puñalada le clavó más de medio centímetro la daga en el cuello, sin embargo él apenas la notó. Otra lo picó como una víbora justo por debajo de un ojo.

La siguiente iba a herirle la cadera, justo donde el peto se unía al faldar. Malus aguardó hasta el último instante posible para pivotar sobre el pie izquierdo y dejar pasar de largo la puñalada. Continuó girando y transformó el movimiento en un revés de espada rápido como el rayo, dirigido al cuello de su oponente. La
Espada de Disformidad
zumbó en el aire, pero Yasmir ya se había apartado y rodado hacia adelante, fuera del camino del arma.

Malus la acometió, pero ella se recuperó de inmediato de la voltereta y rotó, apartando a un lado la estocada para luego lanzarle una velocísima puñalada al cuello. El noble previo el golpe y se echó atrás, al tiempo que desviaba la daga con el plano de la espada. Dos bárbaros cargaron contra Yasmir, con las armas dirigidas hacia su esbelta espalda. La joven invirtió las dagas con una floritura y los apuñaló a ambos en el corazón. Apartó los cuerpos de un empujón y se lanzó con una voltereta hacia el noble. Al salir de la voltereta, las dagas encaraban la garganta de Malus y una sonrisa terrible le iluminaba la cara sobrenatural.

Malus había previsto este ataque y se agachó por debajo de las dagas. La espada ascendió hacia el torso de Yasmir, cuyas dagas se cruzaron para bloquearla y atraparon la hoja. Malus liberó la espada de un tirón, hizo una finta baja y cambió a una estocada dirigida al cuello justo cuando ella doblaba el cuerpo, desviaba el ataque con la daga de la mano derecha y apuñalaba a Malus con la izquierda.

La punta de la daga le arañó la depresión del cuello y se detuvo. No podía seguir si continuaba bloqueando la espada de Malus con la mano derecha. Se inmovilizaban el uno al otro.

Yasmir miró a Malus a los ojos, y por primera vez pareció reconocerlo de verdad.

—No puedo matarlo —dijo, jadeante.

Malus frunció el entrecejo con desconcierto, y luego se dio cuenta de que no hablaba con él.

El noble oyó a su espalda, en dirección a la entrada del otro lado del túnel, la enfadada voz de Urial.

—¿Qué es esta estupidez?

Malus pensó con rapidez.

—No puede matarme porque somos demasiado iguales —dijo. Lenta, cautelosamente, se apartó de Yasmir y bajó la espada. Ella imitó con exactitud sus movimientos—. Como debe ser en el caso de una novia y un novio, ¿no crees?

Unos gritos coléricos atrajeron su atención hacia el otro extremo del puente. Los bárbaros retrocedían ante un grupo de fanáticos sucios de sangre y dos aterradoras figuras grises que bajaban como arañas por las paredes de piedra de encima de la entrada de la capilla. Las bestias del Caos agitaban los tentáculos con furia a medida que se acercaban a las presas.

Se oyó un sordo golpe carnoso cerca de los pies de Malus, y algo rebotó con fuerza contra su pantorrilla. Bajó la mirada y vio que la cabeza sucia de sangre de Arleth Vann se detenía a sus pies.

—Me lo contó todo —siseó Urial—. El cuerpo de un asesino puede resistir la tortura, pero su temple es impotente ante alguien como yo.

Malus se volvió para encararse con su medio hermano, con los ojos cargados de intenciones asesinas.

—Si te contó adonde me había dirigido —respondió, al tiempo que alzaba la
Espada de Disformidad
—, ya sabrás lo que es esto.

Urial permaneció al otro lado del puente, con la copia de la
Espada de Disformidad
aferrada en la mano izquierda. Su rostro se contorsionó de furia.

—¡No es tuya, perro bastardo! ¡Está destinada a mí! Yo renací del caldero, mientras que a ti te parió esa puta naggorita. Si estás aquí es porque así lo ha querido Khaine. Estás aquí para que pueda recoger la espada de tu cuerpo destrozado y sangrante.

Malus sonrió.

—¿La quieres, hermano? Ven, entonces, y cógela.

Urial gritó como un condenado y cargó hacia Malus con la espada levantada. Detrás del noble, Shebbolai rugió un desafío a los fanáticos, y de repente el aire se estremeció con el choque del acero y los alaridos de los moribundos.

Malus cargó hacia su medio hermano con un alarido de guerra. Se anticipó a todos los movimientos de Urial; supo que la espada descendería hacia su hombro medio segundo antes de que el golpe llegara hasta él. La
Espada de Disformidad
ascendió y desvió el tajo. Luego, Malus invirtió el golpe y dirigió un tajo al pecho de Urial. Sin embargo, antes de que la hoja hallara su blanco, la forma de Urial se volvió borrosa y la espada atravesó el espacio que él había ocupado.

¡Maldita brujería! Malus giró justo cuando la espada de Urial se lanzaba hacia su cara desde un ángulo inesperado. Pillado por sorpresa, la espada le abrió un tajo limpio en una mejilla. La sangre caliente le corrió por la cara, y Urial rió.

Malus lanzó una estocada a su medio hermano, pero otra vez el cuerpo del brujo se tornó borroso y volvió a materializarse un metro más a la izquierda. Urial lanzó una estocada con la espada que resbaló sobre la armadura de Malus, y el noble rotó y descargó un tajo sobre el brazo extendido, pero, una vez más, fue como cortar el aire. Urial se tornó borroso y volvió a materializarse a la derecha de Malus. Esta vez el noble esperaba el ataque, y estaba preparado cuando Urial le lanzó un tajo al cuello. Paró el golpe y avanzó para arremeter, pero su medio hermano volvió a transformarse en humo y reapareció a un metro a la derecha del noble. La espada de Urial destelló, y Malus sintió que una punzada de dolor le recorría el muslo derecho.

El noble rugió de furia y arremetió contra su hermano en el preciso momento en que algo pesado caía sobre el puente, detrás de él. Oyó el zumbido de los tentáculos una fracción de segundo demasiado tarde, y la bestia del Caos lo atrapó por el brazo de la espada y la cintura y lo alzó en el aire.

En los oídos de Malus resonaron aullidos gorgoteantes cuando la bestia se irguió sobre las patas posteriores y lo acometió con el resto de los tentáculos. Mientras era zarandeado por el aire, los garfios de los tentáculos le arañaban la armadura. Oía cómo Urial maldecía a la bestia, pero ésta no le prestaba atención ninguna al brujo, concentrada en atraer a Malus hacia el chasqueante pico.

Con un gruñido, Malus cambió la
Espada de Disformidad
a la otra mano y descargó un tajo sobre los tentáculos que lo retenían. La hoja cortó los carnosos látigos en medio de una fuente de humeante icor, y él cayó de cara sobre el puente. Impacto con fuerza sobre el hombro izquierdo y pasó rodando junto al monstruo para alejarse de él. Malus se puso de pie cuando la bestia del Caos se volvía hacia él, y clavó la espada en el cuello de la criatura justo cuando dos de los tentáculos le golpeaban un costado de la cabeza. Los golpes lo derribaron y él rodó sobre sí, con la espada bien sujeta.

Cuando se le aclaró la vista, se encontró de cara a la capilla situada al otro lado del puente. La segunda bestia del Caos había saltado de la pared y se aferraba al costado del puente, desde donde atrapaba a los hombres en medio de la refriega y los levantaba en vilo. Malus vio que arrebataba de la batalla a uno de los bárbaros y alzaba el cuerpo que se debatía muy por encima de la cabeza, momento en que comenzó a arrancarle las extremidades una a una.

Tyran y Shebbolai se enfrentaban en combate singular e intercambiaban golpes con sus curvas espadas en un borrón de hojas afiladas como navajas. Por todas partes, fanáticos y bárbaros se hacían mutuamente pedazos con feroz determinación, aunque estaba claro que, al contar con la bestia del Caos en su bando, los fanáticos no tardarían en imponerse. Yasmir se mantenía aparte de la batalla y observaba la matanza con desapasionado interés.

Una sombra se proyectó sobre Malus. La espada de Urial silbó en el aire e impactó contra el puente en el sitio que había ocupado el noble, pero Malus había rodado a un lado y estaba levantándose con pies inseguros.

Urial rugió de odio y cargó contra su medio hermano con una serie de poderosos tajos que Malus paró con movimientos regulares y diestros. No intentaba devolverlos, sabedor de que con eso sólo le daría a Urial la oportunidad de desvanecerse y atacarlo desde un ángulo inesperado. En cambio, cedía terreno, se defendía con soltura e intentaba pensar en un medio de invertir la situación.

Con cada paso, Malus se acercaba más a la refriega del extremo del puente. Por impulso, bloqueó el siguiente ataque de Urial, para luego dar media vuelta y correr hacia la batalla. Detrás de él, Urial rió con desdén y se lanzó tras él, arrastrando el pie deforme por encima de la piedra pulida.

Un fanático mató a uno de los guerreros del Caos y se interpuso en el camino de Malus. El noble cortó al druchii por la mitad y pasó de largo antes de que los dos trozos cayeran al suelo. Corrió directamente hacia la bestia del Caos, que lo vio venir y tendió hacia él ocho tentáculos. Parecía correr directamente hacia el abrazo de la criatura, pero en el último instante se lanzó al suelo y pasó rodando por debajo de la cabeza de la bestia.

Como esperaba, Urial corrió de cabeza hacia el monstruo. El engendro del Caos, incapaz de diferenciar entre amigos y enemigos, tendió los tentáculos hacia Urial con el mismo entusiasmo con que había intentado apoderarse de Malus, pero el cuerpo del brujo volvió a transformarse en un borrón para reaparecer a un metro a la izquierda del lugar que acababa de abandonar. Medio loco de furia, Urial le clavó una estocada en un ojo a la bestia, que se precipitó desde el borde del puente con un chillido. Uno de los últimos bárbaros saltó hacia la espalda de Urial, pero el usurpador giró en redondo y cortó al hombre por la mitad con un salvaje barrido de la espada.

Sonó un grito a la izquierda de Malus cuando el último de los fanáticos cargó hacia los dos bárbaros que quedaban. Ambos guerreros del Caos clavaron las espadas en el pecho del druchii, pero el fanático se estrelló pesadamente contra los dos hombres y los tres cayeron por el borde del puente hacia el rojo mar de abajo. Sus gritos se apagaron cuando se hundieron en el hirviente líquido y no volvieron a salir a la superficie.

Sólo quedaban Tyran y Shebbolai. Ambos hombres se movían en cautos círculos el uno ante el otro, y sangraban por decenas de heridas profundas que tenían en el pecho y los brazos. Malus vio que Shebbolai alzaba la espada y cargaba hacia Tyran con un feroz rugido. El jefe de los fanáticos observó el avance del hombre y se agachó por debajo de la estocada en el último momento, al tiempo que arremetía con el
draich
y lo clavaba de lleno en el pecho del bárbaro. El propio impulso de Shebbolai hizo que se ensartara en la hoja del arma de Tyran, que le salió por la espalda. Antes de que éste pudiera arrancarle la espada, el jefe aferró la muñeca del jefe de los fanáticos. Con una sonrisa demente, tiró del druchii hacia sí, con lo que la espada se le clavó aún más. Tyran intentó soltarse, pero la presa del guerrero del Caos era férrea. La espada de Shebbolai destelló y cercenó por el hombro el brazo con que Tyran sujetaba la espada. El fanático retrocedió con paso tambaleante entre espantosos alaridos, y se precipitó de espaldas desde el puente. Sin dejar de sonreír, Shebbolai cayó de rodillas y se desplomó, muerto.

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