Read La Espada de Fuego Online

Authors: Javier Negrete

Tags: #Tramórea 1

La Espada de Fuego (10 page)

BOOK: La Espada de Fuego
5.95Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Antes de que Mikhon Tiq llegara junto a él, el muchacho se dio cuenta de que estaban observándolo y giró la cabeza. Al reconocer al recién llegado, se levantó del banco gritando «¡Mikha!». Los dos amigos se abrazaron con fuerza.

Mientras se saludaban, Kratos estudió a su futuro discípulo. Derguín era tan alto como Mikhon Tiq, pero más ancho de hombros y de cuello más recio. La túnica sin mangas mostraba que sus brazos eran buenos para la espada: musculosos, pero no gruesos, surcados por fibras y tendones, venas y nervios. Reparó, extrañado, en que no tenía ninguna cicatriz. Las manos eran grandes, pero elegantes, de dedos alargados. Le recordaron a las de Hairón. Se las imaginó ciñendo a
Zemal
y sintió una punzada en el estómago.

Cumplirás tu palabra y lo entrenarás. Pero el brujo no tendrá más remedio que elegirte a ti.

—Derguín, este hombre es
tah
Kratos May.

Derguín se volvió hacia él y se inclinó de la forma debida. Aquella muestra de respeto, más propia de Ainari que de Ritiones, agradó a Kratos.

—He oído hablar de ti,
tah
Kratos. Me siento honrado de conocerte. —Y añadió, extendiendo el brazo-: Pocas veces se estrecha una mano con nueve marcas de maestría.

Kratos decidió que lo más correcto era saludar también al estilo del país y apretó la mano del muchacho, que se la estrechó con fuerza. Estos dedos saben agarrar el acero y no sólo la pluma, pensó.

—Yo también me siento honrado de conocerte,
ib
Derguín. Me han hablado de ti como un futuro Tahedorán.

—Temo que ese futuro nunca se cumplirá. Dejé Uhdanfiún hace dos años.

—Aún eres joven. Nunca es tarde para el discípulo, si hay un buen maestro.

Derguín miró a Mikhon Tiq, suspicaz.

—No entiendo. ¿Qué significa esto?

Mikha rodeó el hombro de su amigo con el brazo.

—Creo que por hoy deberías dejar el trabajo. En el camino a tu casa te ofreceremos algo... que no podrás rechazar.

Ya en casa de los Gorión, Derguín le fue presentado a Linar, que había terminado su breve plática con Cuiberguín. El joven saludó con recato. Escuchaba con atención y miraba casi sin parpadear, pero lo pensaba muy bien antes de pronunciar cada palabra. Cuando oyó el nombre de
Zemal,
sus ojos lo traicionaron un segundo, pero después agachó la mirada.

A Linar le agradaron los ojos de Derguín. Aunque la mirada era limpia, bajo su superficie de malaquita se escondía una profundidad insospechada. El Kalagorinor se sumergió bajo aquellas pupilas. Encontró ilusiones frustradas, proyectos rotos, un deseo imposible de huir; y, enterrados por debajo de todo, una sensación de culpa y un temor muy hondo. Demasiados escondrijos y recovecos para el alma de un muchacho de diecinueve años.

Pero, sobre todo, encontró algo que no esperaba en un hombre de armas: una inteligencia viva, curiosa y penetrante. Derguín podía ser valioso, más de lo que Linar había imaginado antes de conocerlo. Pero necesitaba ayuda. En los breves segundos que duró su escrutinio, Linar abrió un poco su Syfrõn y dejó escapar un poco de su luz interior. El muchacho relajó las mandíbulas y sonrió. Pero las sombras seguían agazapadas en su interior.

Los Gorión se empeñaron en alojar en su casa a los tres viajeros, y tanto porfiaron que acabaron convenciéndolos. Mientras caminaban de vuelta a la fonda para recoger los caballos y el equipaje, Mikhon Tiq le preguntó a Kratos qué impresión le había causado Derguín.

—Hacer de copista no me parece lo más apropiado para un guerrero. Se ve que es inteligente, pero no creo que pueda ser un caudillo como Hairón o como el propio Aperión, aunque éste sea un asno pomposo. Son hombres que irradian poder, como las chispas que saltan de una forja. A este muchacho le falta algo.

—Aún no lo conoces bien. Cuando lo veas con la espada, todo cambiará. Tal vez tengas una idea equivocada de lo que debe ser un conductor de hombres.

—Calma, Mikhon —intervino Linar, pensando si las chispas de las que hablaba Kratos no serían las que despedían los ojos hambrientos de su aprendiz-. Es pronto para juzgar. Derguín Gorión no parece persona fácil de conocer a primera vista. Y es muy joven. Debe crecer, convertirse en lo que puede llegar a ser. —Añadió, pensativo-: Hay algo en ese muchacho que me recuerda a Minos.

Sus dos compañeros agacharon la cabeza, silenciosos y un tanto atemorizados. Cuando Linar hablaba así, se abría el pozo sin fondo del tiempo. Para Linar, el mítico Minos Iyar era un viejo amigo, pero tras recordarlo su mirada solía perderse en la lejanía y a veces guardaba silencio durante horas.

—Quizás oculte más de lo que parece a primera vista —admitió Kratos-. Pero quien se convierte en el Zemalnit ocupa un lugar entre los héroes, y eso no está al alcance de cualquiera.

—¿Qué es un héroe? —preguntó Linar, volviendo al presente-. Tan sólo un hombre que sabe actuar como debe cuando llegan los momentos difíciles. A ti mismo se te considera un héroe,
tah
Kratos. ¿Estás hecho de un barro distinto que los demás hombres?

Kratos negó con la cabeza y apartó la mirada.

—No vivimos en los tiempos de los mitos, así que nos conformaremos con hombres mortales —añadió Linar en tono más suave-. Si el muchacho no sirve, tú serás nuestro candidato.

Kratos asintió con gesto grave.

—Haré lo posible para que Derguín se convierta en Tahedorán antes del certamen, aunque será difícil. En cuanto a quién sea más apropiado de los dos, acataré tu decisión. Hice un juramento.

—Renunciar a la Espada podría ser muy duro para ti. Pocos candidatos igualan tu maestría.

—Bien sé lo que vale. La habilidad con las armas no hace al jefe.

Mikhon Tiq aplaudió sus palabras.

—Tah
Kratos, para ser un bárbaro guerrero de la Horda Roja, a veces hablas con la sabiduría de un filósofo.

Kratos le dio un pescozón que envió al muchacho al otro lado de la calle.

—Y tú, Mikhon, a veces, pero sólo a veces, dices cosas tan sensatas que cualquier día creeré que eres un mago de verdad y no un aprendiz que no sabe ni echar mal de ojo.

De vuelta en la morada de los Gorión, y aunque quedaba poco más de media hora de sol, Kratos insistió en poner a prueba a Derguín. Por la casa se corrió el rumor de que se preparaba un duelo de espadas y de que había llegado un auténtico guerrero capaz de derrotar él solo a veinte hombres. Los sirvientes que no tenían nada que hacer, y aun otros que sí lo tenían, se las ingeniaron para inventar tareas en las estancias que rodeaban el patio trasero. Cuando Kurastas se dio cuenta de aquel trasiego, ordenó al mayordomo que los pusiera a todos a trabajar y dejara el patio libre, pero Kratos le pidió que no lo hiciera.

—Es bueno que haya gente alrededor. Así demostrará si tiene los nervios templados.

—No entiendo qué pretendes. Mi hermano no es un guerrero, y nunca lo será.

—Si es así, no tardaré en comprobarlo. Pero si te equivocas, no sería conveniente oponerse a lo que Kartine haya decidido para él, ¿no crees?

Kurastas se mordió los labios y se alejó de aquel hombre de ojos de felino que, con su fría sonrisa, los pies separados y firmes en el suelo y las manos entrelazadas a la espalda, le había arrebatado la autoridad.

Los esclavos se alinearon en las paredes del patio. Tras las celosías de las ventanas se adivinaban rostros femeninos, y las voces curiosas levantaban un tímido runrún. Poco después apareció Derguín, vestido con unas calzas anchas y una casaca con las mangas abrochadas en las muñecas. A la izquierda, colgada del cinturón de cuero por dos presillas, llevaba la espada de instrucción, una hoja de acero embotada y recubierta por una capa de resina elástica. Se arrodilló y abrió los brazos. Mikhon Tiq le acomodó un peto de cuero sobre el pecho y lo ató con correas a la espalda. Tras comprobar que no se movía, le ajustó el yelmo, que era también de cuero, pero estaba además reforzado por una barra de hierro vertical sobre la que se cruzaban diez varillas más finas que protegían el rostro. A ambos lados del yelmo se desplegaban sendas alas que cubrían el cuello y los hombros, y por detrás se ataba con lazos que debían anudarse para caer hasta media espalda de la forma correcta. Una vez equipado Derguín, Mikhon Tiq acudió junto a Kratos y repitió la operación, pues era el único de los presentes que conocía el protocolo necesario para armar a un guerrero.

Cuando ambos estuvieron ataviados, Derguín inició una reverencia que Kratos correspondió. Ambos apoyaron las manos en el suelo e inclinaron los torsos hasta que las cabezas quedaron a un palmo del suelo. Después se levantaron, adelantando la rodilla derecha e impulsándose con la otra pierna. Las manos izquierdas acudieron a las vainas, los pulgares buscaron las guardas para ayudar en la tarea de desenvainar la espada. Con la espalda recta, cada uno de ellos avanzó dos pasos, adelantando primero el pie derecho y arrastrando después el izquierdo hasta su altura. En ese momento, las manos derechas fueron a las empuñaduras, y ayudadas por la otra mano extrajeron las armas en un movimiento casi acuático. Ambos realizaron un giro para llevarlas ante los ojos y después inclinarlas en un último saludo. Por fin, colocaron la mano izquierda al final de la empuñadura, bajo la derecha, de tal suerte que el meñique quedara al final del pomo, sin envolverlo, acariciándolo para equilibrar sus movimientos.

En aquel momento Mikhon Tiq, más tenso que los propios combatientes, pronunció la fórmula.

—¡Tahedo-hin!

KRATOS

Un ataque vertical a la cabeza para ver qué tal reacciona. Desprevenido ... ha desviado pero TOQUE. Revés a cuello, me bloquea mal, casi le rozo la cara. Retrocedo, me tira el primer golpe. Agarrotado, demasiado tiempo sin practicar. Contraataco cabeza lateral. TOQUE. Van dos, con éste lo habría matado. Intercambio de técnicas para que se confíe. Parece que se suelta un poco. Es un buen Ibtahán, tiene técnica, pero necesitaría años para llegar a Tahedorán. Le rodeo por la derecha, le bailo. Mueve bien los pies, con naturalidad. Proyecto técnica de
kisha
contra su vientre. Lo desvía con giro bajo de derecha a izquierda. Deja descubierto flanco derecho. Recobro posición con molino sobre micabeza y le golpeo costado derecho. TOQUE.

DERGUÍN

A ver qué hace... ¡cuidado, cabeza! Desviado, me ha tocado el hombro, maldita sea. Ya vuelve, bloquea, casi me da en la cara. Retrocede, aprovecha , y tócalo. He estado lento. No sé qué les pasa a mis codos.

¡Mierda, me ha vuelto a dar! En Tahedo real estaría muerto. Ahora juega conmigo. No ha hecho nada especial, y ya me ha tocado dos veces. Llevo demasiado tiempo practicando solo. Está empezando a rodearme. Va a intentar atacarme a fondo. ¡Lo sabía! No, no puede ser tan rápido... No tiene sitio paramaniobrar, es imposible, pero...

¡Me ha vuelto a dar! Tengo que hacerlo mucho mejor, pero no sé qué les pasa a mis brazos. Tengo que soltarlos, tengo que atacar sin miedo.

—¡Protahitéi! —avisó Mikhon Tiq.

—¡Protahitéi! —avisó Mikhon Tiq.

Retrocedo. Pronuncio los números. Si se le ha olvidado la primera aceleración, no voy a tener compasión de él.

El calor corre por mis músculos. Mierda, me duele todo. Aún no me he recuperado de la Urtahitéi, y han pasado cinco días.

a viene a mi cuello. Derecha, demasiado acelerado incluso para la Tahitéi. Retrocedo bloqueando, me desvío a la derecha y lo hago pasar.

TOQUE en la espalda. Se gira, está rabioso, debe controlar la embriaguez de la Tahitéi. Con la segunda se volvería loco, no digamos con la tercera. ¿Qué demonios pretende ahora?

Retrocedo. Pronuncio los números. No los he olvidado. Las voces de los espectadores se hacen más graves, más lentas. Ahora vivo en otro tiempo más rápido. ¡Que sensación! El calor corre por mis músculos. Es lo que me hacía falta. Atácale, atácale, ¡pero ya! Otro, y otro. Insístele el cuello. Parece que ni se mueve, pero siempre está allí. Es tan bueno que no le hace falta ni demostrar que es bueno. Se va a enterar de quién... ¡Mierda, me ha vuelto a dar! Mándale un torbellino de golpes.

TOQUE, TOQUE, TOQUE.

No es capaz de dominarse. La Tahitéi lo supera. ¿Qué ocurriría si tuviera que combatir a pecho desnudo y a muerte? Ahora voy a atacarlo yo de verdad...

TOQUE.........

TOQUE......... TOQUE.........

TOQUE.........

Demasiado fácil. Sólo es un Ibtahán, sí, pero ¿cómo pretende llegar a maestro mayor? ¿Cómo pretende llegar a ser el Zemalnit?

¡Aaaggh! Me está vapuleando. Tira la espada y vete a un rincón a llorar.

Ahora viene de verdad, ha levantado los hombros. Está furioso, quiere demostrar que soy un cochino Ritión que no vale para nada.

¡Páralo, páralo, páralo! Mierda, es demasiado para mí. Me va a dejar en ridículo...

Voy a desarmarlo...

Está intentando quitarme la espada. Es un abuso. Se ha confiado...

Mierda, si no es por el casco me rebana la oreja. Se va a enterar ahora...

Ataque, ataque, ataque, bloqueo, bloqueo, ahora te voy a... me ha vuelto a parar. Atrás un momento para...

¡TOQUEEEE!

Está furioso, pero es peor. Es un maestro, sabe utilizar su ira. Bloqueo, bloqueo, bloqueo, contra, contra, bloqueo... ¡A fondo y... !

¡Nooo! Bravo, muchacho, no me has dejado respirar. Vamos a pelear de verdad... pero...

Lo rodeo, giro total y golpe de decapitación... ¡Bien por ti, Derguín!

¡TOQUEEE!

¡Por los dioses, cómo gira, pero...! Agáchate y tajo a la cintura... ¡TOQUE!

Una serie de técnicas, como si fueras un Tahedorán de verdad... Se ha soltado, bien, bien... Tiene naturalidad y es muy rápido. Ahí ha escogido mal... TOQUE. Le ofreceré un falso hueco y le cogeré a la... ¿Cómo? Me ha pasado por encima y si no es por el yelmo me habría reventado la cabeza como un melón. Lo tengo detrás. Me giro fuerte y

Viene, viene, viene otra vez... No he visto tanta elegancia en mi vida... Si lo hubiera tenido de maestro... Lo estoy parando... ¡Mierda, me ha dado! Da igual, da igual... Me está citando, pero> salto y a la cabeza. ¡TOQUE!

Eso no se lo esperaba. Diablos, demasiado rápido, ya...

¡TOQUEEEE!

Unnnnn...

BOOK: La Espada de Fuego
5.95Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Crimson Castle by Samantha Holt
Barefoot Brides by Annie Jones
Because a Husband Is Forever by Marie Ferrarella
Into the Shadow by Christina Dodd
Body of Water by Stuart Wakefield
MasterinMelbourne by Sindra van Yssel
American Front by Harry Turtledove
The Offering by McCleen, Grace