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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

La espada del destino (26 page)

BOOK: La espada del destino
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—No es de extrañar. —El bardo resopló—. Yo canto mis romances en lugares adonde se invita solamente a gentes famosas y con talento, y por eso no estás tú allí nunca.

Essi enrojeció ligeramente y sopló el rizo.

—Cierto —dijo—. No suelo visitar lupanares; su atmósfera me molesta. Te compadezco, tener que cantar en tales sitios. Pero en fin, qué le vamos a hacer. Si no se tiene talento, se evita aparecer en público.

Ahora fue Jaskier el que enrojeció visiblemente. Ojazos en ese momento se sonrió con alegría, le echó de pronto las manos al cuello y le besó sonoramente en las mejillas. El brujo se asombró, pero no demasiado. Alguien de la misma profesión que Jaskier no podía al fin y al cabo diferenciarse mucho de él en lo que respectaba a su previsibilidad.

—Jaskier, tú, viejo verde —dijo Essi, manteniendo su tenaza en el cuello del bardo—. Me alegro de encontrarte de nuevo, en buen estado de salud y pleno de fuerzas intelectuales.

—Eh, Marioneta. —Jaskier tomó a la muchacha por el cinturón, la levantó y la agitó hasta que el traje le revoloteó—. Estuviste estupenda, por los dioses, hace tiempo que no escuchaba tan hermosas maldades. ¡Disputas aún mejor que cantas! ¡Y tienes un aspecto simplemente maravilloso!

—Cuántas veces te he pedido —Essi sopló el rizo y le echó el ojo a Geralt— que no me llames Marioneta, Jaskier. Aparte de eso, creo que ya es hora de que me presentes a tu camarada. Por lo que veo, no pertenece a nuestra hermandad.

—No lo quieran los dioses —bromeó el trovador—. Él, Marioneta, no tiene ni voz ni oído, y no es capaz más que de rimar «beber» con «joder». Es un representante del gremio de los brujos, Geralt de Rivia. Acércate, Geralt, da un beso a Ojazos en la mano.

El brujo se acercó sin saber bien qué hacer. En la mano o en el anillo solía besarse exclusivamente a damas de duquesa para arriba y había que inclinarse para ello. En relación con féminas de estado más bajo, tal gesto se tenía aquí en el Sur como algo eróticamente ambiguo y como tal, reservado sólo para parejas muy cercanas.

Ojazos despejó, sin embargo, sus dudas al levantar muy alto y con viveza la mano con los dedos dirigidos hacia abajo. La tomó con poca gracia y marcó en ella un beso. Essi, dirigiendo hacia él su hermoso ojo, se ruborizó.

—Geralt de Rivia —dijo—. No te juntas con cualquiera, Jaskier.

—El honor es mío —murmuró el brujo, consciente de que imitaba la elocuencia de Drouhard—. Señorita...

—Al diablo —bufó Jaskier—. No molestes a Ojazos con esos tartamudeos y esos títulos. Ella se llama Essi, él se llama Geralt. Fin de las presentaciones. Vayamos al grano, Marioneta.

—Si me llamas otra vez Marioneta te doy un guantazo. ¿Cuál es ese grano al que tenemos que ir?

—Hay que aclarar cómo vamos a cantar. Yo propongo uno tras otro, unos cuantos romances. Para conseguir un efecto. Por supuesto, cada uno canta sus propios romances.

—Está bien.

—¿Cuánto te paga Drouhard?

—No es de tu incumbencia. ¿Quién empieza?

—Tú.

—Vale. Eh, mirad allí quién nos visita. Su alteza el príncipe Agloval. Está entrando, mirad.

—Je, je —se alegró Jaskier—. El público gana en calidad. Aunque, por otro lado, no hay que contar mucho con él. Es un roñoso. Geralt lo puede confirmar. Al príncipe local no le gusta para nada pagar sus deudas. Te contrata y eso es todo. Lo peor es pagar.

—Algo de eso he oído. —Essi, mirando a Geralt, se quitó el rizo de la mejilla—. Se hablaba de ello en el puerto y en el atracadero. La famosa Sh'eenaz, ¿no es cierto?

Agloval respondía con un corto ademán de cabeza a las profundas inclinaciones de la fila que estaba delante de la puerta; casi inmediatamente se acercó a Drouhard y lo arrastró hacia un rincón, mostrando que no esperaba atenciones ni honores en el centro de la sala. Geralt lo observó con el rabillo del ojo. La conversación era en voz baja pero se veía que ambos estaban excitados. Drouhard cada dos por tres se limpiaba la frente con las mangas, movía la cabeza, se rascaba el cuello. Hacía preguntas a las que el príncipe, tétrico y malhumorado, respondía encogiendo los hombros.

—El señor príncipe —dijo en voz baja Essi, acercándose a Geralt— tiene el aspecto de alguien con problemas. ¿De nuevo asuntos del corazón? ¿El malentendido comenzado hoy por la mañana con la famosa sirena? ¿Qué, brujo?

—Es posible. —Geralt miró a la poetisa de soslayo, sorprendido por sus preguntas y extrañamente irritado por ellas—. En fin, todo el mundo tiene algún problema personal. Sin embargo, no a todos les gusta que se vaya cantando de sus problemas por los mercados.

Ojazos palideció ligeramente, sopló el rizo y le miró retadora.

—¿Diciendo eso pretendías insultarme o sólo herirme?

—Ni una cosa ni otra. Únicamente quería evitar nuevas preguntas relacionadas con los problemas de Agloval y la sirena. Preguntas que no me siento autorizado a responder.

—Entiendo. —El hermoso ojo de Essi Daven se estrechó un poquito—. No te pondré de nuevo ante semejante dilema. No te haré las preguntas que tenía en mente, las que, si te he de ser sincera, no tenían que servir sino como introducción e invitación a una conversación agradable. En fin, no habrá entonces tal conversación y no habrás de temer que su contenido sea cantado en algún mercado. He tenido mucho gusto.

Se dio la vuelta con rapidez y salió en dirección a las mesas, donde de inmediato la recibieron con respeto. Jaskier se apoyó en una y otra pierna y tosió significativamente.

—No diré que hayas sido con ella el más atento del mundo, Geralt.

—Resultó bastante tonto —accedió el brujo—. Cierto, la he herido sin motivo. ¿Crees que debo ir y pedirle perdón?

—Déjala en paz. —Y añadió sentencioso—: Nunca se tiene una segunda oportunidad de causar una primera impresión. Ven, mejor nos tomamos una cerveza.

No tuvieron tiempo de beberse una cerveza. A través de un grupo de burgueses que conversaban alegres se abrió paso Drouhard.

—Don Gerardo —dijo—. Permitid. Su alteza quiere hablar con vos.

—Ya voy.

—Geralt. —Jaskier lo agarró de la manga—. No te olvides.

—¿De qué?

—Prometiste aceptar cualquier tarea, sin hacerle ascos. Te tomo la palabra. ¿Cómo dijiste? ¿Un pequeño sacrificio?

—Vale, Jaskier. Pero ¿cómo sabes si Agloval...?

—Lo huelo. Recuerda, Geralt.

—Vale, Jaskier.

Se fue con Drouhard a un rincón de la sala, lejos de los invitados. Agloval estaba sentado tras una mesita baja. Le acompañaba un tostado hombre de corta barba negra, vestido de muchos colores, a quien Geralt no había advertido antes.

—De nuevo nos vemos, brujo —comenzó el príncipe—. Aunque esta mañana aún me juraba a mí mismo que no quería verte más. Pero no tengo otro brujo a mano, así que tienes que bastarme. Éste es Zelest, mi alguacil y apoderado para la pesca de perlas. Habla, Zelest.

—Hoy por la mañana —dijo en voz baja el moreno personaje— pensé en la pesca extender más allá de los terrenos habituales. Una barca siguió hacia Occidente, detrás del cabo, del lado de los Colmillos del Dragón.

—Los Colmillos del Dragón —terció Agloval— son dos grandes arrecifes volcánicos al borde del cabo. Se ven desde nuestra playa.

—Sí —confirmó Zelest—. Normalmente hasta aquellos lares no se navega, pues cantos hay, rompientes, bucear es peligroso. Pero en la costa cada vez quedan menos perlas. Así que allá se fue una barca. Siete personas, dos marineros y cinco buceadores, entre éstos una hembra. Cuando no volvieron a la tarde, comenzamos a preocuparnos, aunque la mar estaba tranquila como balsa de aceite. Mandé allá unos cuantos esquifes rápidos y en breve encontramos la barca, a la deriva en la mar. En la barca no había nadie, ni un alma. Humo se hicieron. No sabemos qué pasó. Mas una buena pelea hubo de haber, una verdadera carnicería. Había señales...

—¿Cuáles? —El brujo entrecerró los ojos.

—Va, todita la cubierta estaba llena de sangre.

Drouhard siseó y miró a su alrededor, intranquilo. Zelest bajó la voz.

—Tal era, como digo —repitió, apretando las mandíbulas—. La barca estaba bañada en sangre, a lo largo y a lo ancho. No otra cosa pudo ser, sino que en la cubierta una verdadera matanza hubiera. Algo mató a aquellas gentes. Dicen que un monstruo marino. Lo dicho, un monstruo marino.

—¿No piratas? —preguntó Geralt en voz baja—. ¿Ni la competencia? ¿Descartáis la posibilidad de una simple pelea a cuchillo?

—Descartado —dijo el príncipe—. No hay aquí pirata alguno ni competencia. Y las peleas a cuchillo no se acaban con la desaparición de todos, hasta el último. No, Geralt. Zelest tiene razón. Se trata de un monstruo marino, no otra cosa. Escucha, nadie se atreve a salir a la mar, ni siquiera hasta los criaderos cercanos y conocidos. El miedo se ha apoderado de la gente y el puerto está paralizado. Ni siquiera las carabelas ni las galeras se alejan del muelle. ¿Entiendes, brujo?

—Entiendo —afirmó Geralt con un ademán de cabeza—. ¿Quién me enseña ese lugar?

—Ja. —Agloval puso la mano sobre la mesa y tamborileó con los dedos—. Esto me gusta. Esto es de verdad a lo brujo. Directamente al grano, sin conversaciones innecesarias. Sí, me gusta. ¿Ves, Drouhard?, te lo he dicho, un buen brujo es un brujo hambriento. ¿Qué, Geralt? Pues si no hubiera sido por tu musical amigo, hoy te irías otra vez a acostar sin cena. Estoy bien informado, ¿verdad?

Drouhard bajó la cabeza. Zelest dirigió la mirada al vacío.

—¿Quién me enseña ese lugar? —repitió el brujo, mirando con frialdad a Agloval.

—Zelest —dijo el príncipe, dejando de sonreír—. Zelest te mostrará los Colmillos del Dragón y el camino hacia ellos. ¿Cuándo te quieres poner manos a la obra?

—A primera hora de la mañana. Esperadme en el muelle, don Zelest.

—De acuerdo, señor brujo.

—Estupendo. —El príncipe se frotó las manos, de nuevo se sonrió burlón—. Geralt, cuento con que te irá mejor con este monstruo que con el asunto de Sh'eenaz. De verdad cuento con ello. Ajá, todavía una cosa. Prohibo hablar sobre lo sucedido, no quiero más pánico que el que ya tengo que aguantar. ¿Entendido, Drouhard? Te mandaré sacar la lengua si abres de más los morros.

—Entendido, príncipe.

—Bien. —Agloval se levantó—. Entonces me voy, no aguaré la fiesta, no provocaré rumores. Adiós, Drouhard, felicita a los novios en mi nombre.

—Gracias, príncipe.

Essi Daven, sentada en un escabel, rodeada de un denso círculo de oyentes, cantaba un romance melodioso y melancólico que trataba sobre la trágica suerte de una amante traicionada. Jaskier, apoyado en un pilar, murmuraba algo para sí mientras contaba tiempos y sílabas con los dedos.

—Bueno, ¿y qué? —dijo—. ¿Tienes trabajo?

—Tengo.

El brujo no entró en detalles que, al fin y al cabo, tampoco le importaban al bardo.

—Te lo dije, huelo el dinero. Bien, muy bien. Yo gano dinero, tú ganas dinero, habrá con lo que irse de parranda. Nos iremos a Cidaris, todavía alcanzaremos la fiesta de la vendimia. Y ahora, perdóname por un momento. Allí, en el banco, he visto algo interesante.

Geralt siguió la mirada del poeta pero, excepto algunas muchachas de labios entreabiertos, no alcanzó a ver nada interesante, Jaskier se tiró del jubón, se torció el sombrerillo sobre la oreja derecha y a grandes pasos se dirigió hacia el banco. Evitando con una hábil maniobra lateral a la dueña que vigilaba a las damas, comenzó su ritual de sonrisas.

Essi Daven terminó su romance, recibió unos bravos, una pequeña bolsa y un gran ramo de hermosos, aunque un tanto pasados, crisantemos.

El brujo dio unas vueltas entre los invitados, aguardando la ocasión para ocupar por fin un lugar a la mesa de las viandas. Contempló con amargura las delicadezas que desaparecían a marchas forzadas, los arenques marinados, las tórtolas con col, las cabezas de bacalao hervido, las chuletas de cordero, las ristras de chorizos calados en cachitos, los capones, los salmones ahumados abiertos a cuchillo y los jamones de cerdo. El problema radicaba en que en los bancos delante de la mesa no había ni un sitio libre.

Las doncellas y dueñas, un tanto más osadas, rodearon a Jaskier y con chillidos le pidieron que actuara. Jaskier les lanzó una sonrisa falsa y se negó, dándoselas torpemente de modesto.

Geralt, controlando su turbación, casi con violencia, se hizo un lugar en la mesa. Un anciano caballero, que olía fuertemente a vinagre, le dejó sitio con tan extraordinaria amabilidad y buena voluntad que por poco no hizo caer del banco a unos cuantos de sus vecinos. Geralt se echó sobre la comida sin dudarlo y en un suspiro dejó limpia la única escudilla que pudo alcanzar. El caballero que olía a vinagre le pasó otra. El brujo escuchó con agradecimiento y atención la larga tirada del caballero tocante a los tiempos presentes y la presente juventud. El caballero definió con énfasis la libertad de costumbres como «liberar el vientre», por lo que Geralt tuvo ciertas dificultades para mantener la seriedad.

Essi estaba junto a la pared, sola entre ramos de muérdago, afinando el laúd. El brujo vio cómo se acercaba a ella un joven con un caftán calado lleno de brocados, cómo le decía algo a la poetisa, sonriendo pálidamente. Essi miró al joven, torció leves los hermosos labios, dijo unas cuantas palabras con rapidez. El joven se agachó y se fue a toda velocidad, y sus orejas, rojas como rubíes, se mantuvieron encendidas en la semioscuridad todavía durante mucho rato.

—... una asquerosidad, un insulto y una vergüenza —siguió el caballero que olía a vinagre—. Liberar el vientre, digo, señor.

—Cierto —dijo Geralt inseguro mientras limpiaba el plato con un pedazo de pan.

—Silencio por favor, pedimos, distinguidas damas, nobles señores —gritó Drouhard, saliendo al centro de la sala—. ¡El famoso maestro Jaskier, aunque cansado y un tanto tocado en el cuerpo, va a cantar para nosotros aquel romance preclaro de la reina Marienn y el Cuervo Negro! Lo hará a petición de la señorita Bimienta la molinera, petición que, según dice, no puede rechazar.

La señorita Bimienta, una de las menos hermosas muchachas de la mesa, embelleció en un abrir y cerrar de ojos. Estallaron bravos y ovaciones que acallaron una nueva liberación ventral del caballero que olía a vinagre. Jaskier esperó a que hubiera un completo silencio, tocó en el laúd una introducción muy efectiva y comenzó a cantar sin levantar la vista de la señorita Bimienta, la cual se hacía más hermosa de estrofa en estrofa. Rayos, pensó Geralt, este hideputa actúa con mayor eficiencia que las cremas y los afeites hechiceriles que vende Yennefer en su tiendecilla de Vengerberg.

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