La estancia azul (44 page)

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Authors: Jeffery Deaver

Tags: #Intriga, policíaco

BOOK: La estancia azul
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Phate se echó a reír.

—Pero eso es como decir: «Bueno, ese tipo mueve los brazos y echa a volar». ¿Cómo lo hice? Eso es lo que no sabes. Eso es lo que nadie sabe…¿No te preguntas cómo es el código de origen? ¿No te encantaría ver ese código, señor don Curioso? Te daré una pista. Es como echarle un vistazo a Dios, Wyatt. Sabes que lo estás deseando.

Durante un segundo la mente de Gillette se movió entre líneas y líneas de código de software: lo que él escribiría para hacer un duplicado de Trapdoor. Pero al llegar a un cierto punto la pantalla de su imaginación se apagó. No podía ver más allá, y el impulso de su curiosidad lo consumía. Sí, claro que deseaba echar un vistazo al código de origen. Le encantaría hacerlo.

Pero dijo:

—Ponte las esposas.

Phate miró el reloj de pared.

—¿Recuerdas lo que solía apuntar sobre la venganza cuando éramos piratas informáticos?

—La venganza del hacker es venganza paciente. ¿Qué pasa con eso?

—Quiero dejarte pensando en eso. Ah, y otra cosa: ¿has leído alguna vez a Mark Twain?

Gillette frunció el ceño y no contestó.

—Un yanqui en la corte del rey Arturo —siguió Phate—. ¿No? Bueno, trata de un hombre del siglo pasado que es transportado a la Inglaterra medieval. Contiene una escena totalmente fuera de serie cuando el héroe, u otro personaje, se mete en un aprieto y los caballeros van a matarlo.

—Jon, ponte las esposas —lo apuntó con la pistola.

—Sólo que el tipo, y esto es lo bueno, tiene un almanaque y mira la fecha del año que era, pongamos el 1 de junio de 1066, y ve que va a haber un eclipse total de Sol. Así que les dice a los caballeros que si no se rinden convertirá el día en noche. Y, por supuesto, no le creen pero llega el eclipse y todos se quedan alucinados y por eso el héroe se salva.

—¿Y?

—Tenía miedo de meterme en un aprieto aquí.

—Habla claro.

Phate no dijo nada. Pero unos segundos más tarde, cuando el reloj marcó las doce y media y el virus que Phate había cargado en el ordenador de la compañía eléctrica dejó totalmente a oscuras la UCC, quedó claro a qué se refería.

La habitación permaneció en la más estricta oscuridad.

Gillette se echó hacia atrás, levantó el arma de Backle y buscó su blanco entre las sombras. Phate le golpeó con su potente puño en el cuello y lo dejó aturdido. Luego arrojó a Gillette contra la pared del cubículo, y lo tiró al suelo.

Oyó un tintineo cuando Phate guardó sus llaves y las otras cosas que habían quedado sobre el escritorio. Gillette se lanzó hacia delante tratando de retener la cartera. Pero Phate ya la había agarrado y todo lo que Gillette pudo conservar fue el reproductor de CD. Sintió un dolor agudo cuando Phate lo golpeó con la llave mecánica en la espinilla. Gillette se quedó de rodillas, alzó la pistola de Backle y, tras haber apuntado donde creía que se encontraba Phate, disparó.

Pero no pasó nada. Parece ser que tenía el seguro puesto. Y cuando intentó quitarlo un pie le pateó la mandíbula. La pistola se le cayó de la mano y, una vez más, fue a dar contra el suelo.

5.Nivel de expertos

«[S]ólo hay dos maneras de acabar con los hackers y con los phreakers. Una es acabar con los ordenadores y los teléfonos. (… La otra es darles todo lo que deseen, que no es otra cosa que el libre acceso a TODA la información. Mientras no acontezca ninguna de esas dos alternativas, no iremos a ninguna parte».

UN HACKER LLAMADO REVELATION.

The Ultímate Beginner's Guide to Hacking and Phreaking.

Capítulo 00100011 / Treinta y cinco

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Patricia Nolan, al observar la sangre que había en el rostro de Gillette, en su cuello y en sus pantalones.

—Estoy bien —dijo él.

Pero ella no lo creyó y de todas formas jugó a las enfermeras, y fue a recoger toallas de papel empapadas en agua y jabón líquido para limpiarle la ceja y ver dónde se había cortado en su pelea con Phate. Las fuertes manos de ella olían a esmalte de uñas recién aplicado y él se preguntó cuándo había encontrado ella tiempo para la cosmética con sendos ataques de Phate al hospital y a la UCC.

Ella lo forzó a que se levantara la pernera para limpiar el corte en su rodilla, lo que hizo agarrándolo con fuerza en la pantorrilla. Terminó y le ofreció una sonrisa entrañable.

«Vamos, cariño, por favor…Soy un convicto, estoy enamorado de otra mujer. Ni te molestes…

—¿Te duele? —le preguntó, acercando el paño mojado a la herida.

Abrasaba como una docena de picaduras de abeja.

—Sólo escuece un poco —dijo él, deseando desanimarla en su papel de madre infatigable.

Tony Mott entró corriendo en la UCC empuñando su enorme pistola.

—Ni rastro de él.

Un instante después también regresaban Shelton y Bishop. Los tres hombres habían vuelto a la UCC desde el centro médico a mediodía y habían pasado la última media hora rastreando el área en busca de Phate o de algún testigo que lo hubiera visto entrar o escapar de la UCC. Pero los rostros de los compañeros de homicidios revelaban que no habían tenido más suerte que Mott.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Bishop al hacker tras sentarse cansadamente en una silla de oficina.

Gillette le informó del ataque de Phate a la UCC.

—¿Dijo algo que nos pueda servir?

—Un poco más y me hago con su cartera, pero acabé con eso —señaló el reproductor de CD. Un técnico de la Unidad de Identificación de la Escena del Crimen le había pasado el pincel y sólo había encontrado huellas de Phate y del mismo Gillette.

El hacker les informó de que Triple–X había muerto.

—Oh, no —dijo sentidamente Frank Bishop, al oír que un civil que se había arriesgado a ayudarlos había sido asesinado.

Mott se acercó a la pizarra blanca y escribió su nombre «Triple–X», al lado de los de «Lara Gibson» y «Willem Boethe».

Pero Gillette se puso en pie (de forma inestable, debido al corte en su rodilla) y se acercó a la pizarra. Borró el nombre.

—¿Qué haces? —preguntó Bishop.

Gillette con un rotulador escribió «Peter Grodsky».

—Éste era su verdadero nombre —dijo—. Era programador y vivía en Sunnyvale —miró al equipo—. He creído que debíamos recordar que era algo más que un nombre de pantalla.

Bishop llamó a Huerto Ramírez y a Tim Morgan y les dijo que buscaran la dirección de Grodsky y enviaran a los de Escena del Crimen.

Gillette vio una etiqueta rosa de recordatorio de mensajes telefónicos.

—He recibido un mensaje para ti, justo antes de que regresaras del hospital —le dijo a Bishop—. Te ha llamado tu mujer —leyó la nota—. Ha dicho algo acerca del resultado de unas pruebas que han salido bien. Vaya, no estoy seguro de haberlo apuntado correctamente: creía que ella había dicho que tenía una infección grave. No estoy seguro de por qué ha salido tan bien, en ese caso.

Pero la cara de inmenso alivio de Bishop le dijo que había anotado el mensaje perfectamente.

Se alegró por el detective pero se sentía algo desencantado por el hecho de que Elana no lo hubiera llamado. Recordó el tono de su voz cuando habló con ella desde la casa de Bishop. Quizá a ella nunca se le había pasado por la cabeza llamar, quizá le dijo que sí porque deseaba que colgara el teléfono para volver a dormirse. Con Ed a su lado. Le sudaron las manos.

El agente Backle entró en la oficina proveniente del aparcamiento. Tenía el pelo revuelto y caminaba muy rígido. Lo habían tratado los médicos: en su caso, los profesionales de los Servicios de Emergencias Médicas cuya ambulancia estaba fuera, en el aparcamiento. Había sufrido una ligera contusión cuando lo atacaron en la cocina. Y ahora llevaba un gran vendaje en un lado de la cabeza.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Gillette despreocupadamente.

El agente no contestó. Vio que su pistola estaba en un escritorio próximo a Gillette y la agarró. La revisó con un mimo exagerado y la guardó en la funda que llevaba amarrada al cinturón.

—¿Qué demonios ha pasado? —preguntó.

—Phate ha entrado aquí —respondió Bishop—, te ha atacado por sorpresa y se ha apoderado de tu arma.

—¿Y tú se la has arrebatado? —preguntó el agente a Gillette con escepticismo.

—Sí.

—Pero tú sabías que yo estaba en la cocina —soltó el agente—. Y el intruso no.

—Pero supongo que sí lo sabía, ¿no crees? —contestó Gillette—. ¿Cómo, si no, pudo pillarte por sorpresa y quitarte el arma?

—Me da la impresión —dijo el agente con lentitud— de que de alguna forma tú sabías que él vendría. Querías un arma y te has servido de la mía.

—No es eso lo que ha sucedido —Gillette miró a Bishop, quien había alzado una ceja como queriendo señalar que él pensaba lo mismo, aunque no dijo nada.

—Si me entero de que…

—Vale, ya está bien…—soltó Bishop—. Creo que debería ser un poco más considerado, señor. Por lo que parece aquí Wyatt le ha salvado la vida.

El agente trató de mantener la mirada al policía pero se rindió y, con pies de plomo, se sentó en una silla.

—No te pierdo de vista, Gillette.

Bishop recibió una llamada. Colgó y dijo:

—Era Huerto otra vez. Dice que les ha llegado un informe de Harvard. No existen registros de nadie llamado Shawn que estudiara o trabajara allí en la misma época que Phate. También ha comprobado los demás lugares donde trabajó Holloway: Western Electric, Apple y demás. Ningún empleado llamado Shawn —miró a Shelton—. También ha dicho que el caso MARINKILL está que arde. Se ha visto a los malos en nuestro jardín: en Santa Clara, justo a la salida de la 101.

Shelton se rió.

—No importa si querías o no el caso, Frank. Parece que te sigue la pista.

Bishop sacudió la cabeza.

—Quizá, pero te aseguro que ahora sí que no lo deseo cerca, no en estos momentos. Va a comernos recursos y necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir —miró a Patricia Nolan—: ¿Qué encontraste en el hospital?

Ella les explicó que, con ayuda de Miller, había comprobado el sistema informático del centro médico y que, a pesar de que habían encontrado señales de que Phate lo había pirateado, no habían dado con nada que les indicara desde dónde lo había hecho.

—El administrador de sistemas nos imprimió esto —dijo ella, pasándole a Gillette un montón de hojas—. Son los informes de actividades de conexión y desconexión de la semana pasada. He pensado que quizá podías sacar algo de ello.

Gillette comenzó a estudiar el centenar de páginas que le habían dado.

Entonces Bishop echó una ojeada al corral de dinosaurios, frunció el ceño y dijo:

—¿Dónde está Stephen Miller?

—Se fue del centro informático del hospital antes que yo —dijo Patricia Nolan—. Dijo que venía directo hacia aquí.

—No lo he visto —dijo Gillette, sin levantar la vista del papel.

—Quizá haya ido al laboratorio de informática de Stanford —señaló Mott—. Suele reservarse tiempo de superordenadores siempre que puede. Tal vez haya ido a comprobar alguna pista —intentó contactar con el policía llamándole al móvil pero no hubo suerte y le dejó un mensaje en el buzón de voz.

Gillette estaba ojeando las páginas impresas cuando encontró una entrada concreta y su corazón empezó a latir con violencia. Lo leyó otra vez para asegurarse.

—No…

Había hablado en voz baja pero el equipo se calló y lo miró.

El hacker alzó la vista.

—Cuando tomó el directorio raíz de Stanford–Packard, Phate se conectó a otro sistema que estaba vinculado al de los hospitales: así es como pudo apagar el sistema telefónico, por poner un ejemplo. Pero también saltó del hospital a un ordenador exterior. Ése reconoció Stanford–Packard como a un sistema de fiar y Phate pudo pasar sin problemas por los cortafuegos y tomar ese nuevo directorio raíz.

—¿Cuál es el nuevo sistema? —preguntó Bishop.

—La Universidad del Norte de California en Sunnyvale —Gillette alzó la vista—. Ha descargado los nombres y las fichas de dos mil ochocientos estudiantes —el hacker suspiró—. También tiene ficheros sobre procedimientos de seguridad e información sobre el personal del centro, incluyendo cada guardia de seguridad que trabaja para la universidad. Así que ya sabemos cuál es su nuevo objetivo.

* * *

Alguien lo estaba siguiendo…

¿Quién podría ser?

Por el espejo retrovisor, Phate miró a los conductores que tenía detrás en la Ruta 280 mientras se escapaba de la base de la UCC en San José. El hecho de que Valleyman hubiera vuelto a ser más hábil que él le había afectado y quería llegar a casa como fuera.

Pensaba ya en su próximo ataque: en la Universidad del Norte de California. El desafío era menor que lo que ofrecían otros objetivos que podría haber elegido, pero la seguridad de los colegios mayores era alta y la universidad tenía un sistema informático que, como declarara una vez el rector en una entrevista, era a prueba de hackers. Uno de los aspectos más interesantes de ese sistema era que controlaba las alarmas de incendios y el sistema de aspersores de los veinticinco colegios mayores que formaban el grueso de las viviendas estudiantiles.

Era una operación fácil, no tan interesante como la de Lara Gibson o la de la Academia St. Francis. Pero Phate necesitaba una victoria en ese momento. En este nivel del juego estaba siendo derrotado y eso le hacía perder la confianza en sí mismo.

Y alimentaba su paranoia.

Otra ojeada al espejo retrovisor.

¡Sí, había alguien! Dos hombres en los asientos delanteros lo observaban.

Vuelta a la carretera y luego otra mirada hacia atrás.

Y el coche que había visto (o que pensaba que había visto) tornaba en una sombra o un reflejo.

¡Espera! ¡Ahí estaba! Pero ahora lo conducía una mujer sola.

La tercera vez que miró no había conductor. ¡Dios! ¿Qué tipo de criatura era aquélla?

Un fantasma.

Un
demonio

Sí, no…

Valleyman, tenías razón: cuando los ordenadores conforman el único tipo de vida que te sostiene, cuando se convierten en los tótems que te guardan del cruel maleficio del tedio igual que un crucifijo repele a los vampiros, tarde o temprano la frontera entre las dos dimensiones se difumina y la Estancia Azul comienza a aparecer en el Mundo Real.

A veces esos personajes son tus amigos.

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