La guerra de Hart (45 page)

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Authors: John Katzenbach

Tags: #Policiaco

BOOK: La guerra de Hart
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Aunque éste prometía ser distinto de los anteriores.

No bien había avanzado diez metros entre los aviadores que se dispersaban cuando Tommy oyó a alguien gritar su nombre y al volverse vio a Walker Townsend saludándole con la mano. Tommy se detuvo al notar que Hugh Renaday y Lincoln Scott se situaban junto a él, y los tres observaron al capitán de Richmond dirigirse hacia ellos. Lucía su media sonrisa habitual y llevaba la gorra de aviador echada hacia atrás, en una actitud distendida que contradecía el gélido viento que golpeaba a todos.

—Capitán —dijo Tommy.

—Buenos días, chicos —respondió Townsend animoso—, me muero de ganas de regresar a Virginia. Estamos casi en verano y aquí hace un tiempo invernal. ¿Cómo es posible que haya gente que le guste vivir en este país? ¿Estás preparado para la inauguración de nuestro pequeño espectáculo, Tommy?

—Ando más bien escaso de tiempo —contestó Tommy.

—No obstante, tengo la impresión de que has estado muy ocupado —replicó Townsend—. No creo que nadie tenga ganas de aplazar el asunto. De todos modos, quisiera que me acompañaras hasta la entrada del barracón 122, donde el coronel MacNamara desea hablar contigo antes del inicio de los festejos de esta mañana.

Tommy levantó la cabeza y contempló las hileras de barracones. El barracón 12 2 era uno de los que quedaban más aislados.

—Usted también puede venir con nosotros, señor Renaday.

—Y Scott también, si se trata de algo relacionado con el caso —apostilló Tommy.

Una breve expresión de enojo ensombreció el rostro de Walker Townsend, antes de que éste asumiera su habitual sonrisa campechana.

—Desde luego. Es lógico. Caballeros, no debemos hacer esperar al comandante…

Tommy asintió y los tres siguieron a Townsend bajo la fría luz del amanecer. Tras recorrer pocos metros, Tommy aminoró un poco el paso e hizo un pequeño ademán a Hugh Renaday. Éste captó a la perfección el gesto y aceleró, se detuvo junto al fiscal y se puso a charlar con él.

—No he estado nunca en Virginia, capitán. ¿Ha visitado alguna vez Canadá? Nosotros decimos que cuando Dios creó los otros países, estaba practicando, pero cuando creó Canadá, le salió una obra maestra…

Al mismo tiempo, Tommy quedó un poco rezagado y Lincoln Scott, al observar la maniobra, se aproximó a él.

—Esta pequeña reunión nunca se ha producido —dijo al aviador negro—. ¿De acuerdo, Hart?

—Eso es. Mantenga los ojos y los oídos bien abiertos…

—¿Y la boca cerrada?

—No está de más ocultar las cartas al contrario —repuso Tommy encogiéndose de hombros.

—Una actitud típica de un blanco, Hart. En mi situación no sirve de nada, aunque sea una matización compleja que ya discutiremos usted y yo en otra ocasión más propicia. Suponiendo que yo sobreviva a esto.

—Suponiendo que todos sobrevivamos.

Scott emitió una risa rasposa.

—Cierto. Son muchas las personas que mueren en la guerra.

Todos vieron al oficial superior americano paseándose arriba y abajo frente a la entrada del barracón, fumando sin parar. El comandante Clark se hallaba cerca de él, envuelto también en humo de un cigarrillo, el cual se confundía con el aliento grisáceo y vaporoso que brotaba de las bocas de los hombres. Clark arrojó su colilla al suelo cuando los hombres se aproximaron. MacNamara dio una última y larga calada y aplastó el cigarrillo con la bota. Después de unos rápidos saludos, el coronel dirigió una breve e irritada mirada a Townsend.

—Creí que iba a traer sólo al teniente Hart —le espetó—. Eso fue, al menos, lo que le ordené.

Townsend se dispuso a responder, pero permaneció en posición de firmes cuando MacNamara interrumpió sus palabras con un rápido ademán. A continuación se volvió hacia Lincoln Scott y Tommy Hart.

—Me han hablado de las acusaciones que usted ha hecho —dijo con energía—. Las implicaciones del robo son graves y pueden poner en juego todas las sesiones previstas para esta mañana.

—Sí, señor —respondió Tommy—. Es por esto que un aplazamiento sería…

—No he terminado, teniente.

—Disculpe, señor.

MacNamara carraspeó.

—Cuanto más pienso en este asunto —prosiguió—, más convencido estoy de que exponerlo en un tribunal público delante de toda la población del campo y los representantes de los alemanes sólo servirá para confundir aún más la situación. La tensión entre los hombres a raíz del asesinato y ahora el juicio, tal como demuestra el enfrentamiento que se produjo tras el hallazgo de la inscripción en la puerta de Scott… En fin, caballeros, estoy muy preocupado.

Tommy intuyó que Scott, que estaba a su lado, iba a protestar, pero el aviador negro se tragó sus palabras y MacNamara siguió hablando.

—Por consiguiente, teniente Hart, teniente Scott, decidí llamar al capitán Townsend, explicarle los cargos que ustedes han hecho y asegurarle que ningún miembro de la acusación ni ningún testigo que se propone llamar al estrado estuvieron envueltos en el supuesto robo.

—Vaya, yo supuse que habíais cogido un poco de leña para encender el hornillo, Tommy, eso es todo… —dijo Townsend con tono jovial, interrumpiendo al coronel MacNamara, el cual no le reprendió por hacerlo—. No imaginé que tuviera nada que ver con nuestro caso.

Tommy se volvió hacia Townsend.

—¡Mentira! —le espetó—. Me seguiste hasta allí y me viste arrancar la tabla del muro. Sabías muy bien lo que estaba haciendo. Y te preocupaste de que Visser lo viera también…

—¡Baje la voz, teniente! —intervino Clark.

Townsend siguió meneando la cabeza.

—Te equivocas —afirmó.

Tommy se volvió hacia MacNamara.

—Señor, protesto.

El coronel volvió a interrumpirle.

—Tomo nota de su protesta, teniente —contestó el coronel y luego se detuvo, observando a Scott unos momentos, antes de fijar los ojos de nuevo en Tommy—. He decidido cerrar el asunto de la tabla. Si existió, es probable y comprensible que un tercero la confundiera con un pedazo de leña sin importancia y la quemara. Esto suponiendo que existiera, sobre lo cual no hay prueba alguna.

Señor Hart, puede usted alegar lo que desee en el juicio. Pero nadie mencionará esa supuesta prueba sin presentar otra que la corrobore. Y cualquier declaración que desee hacer sobre ella y lo que ésta demuestra lo oiremos en privado, sin la presencia de los alemanes. ¿Me he explicado con claridad?

—Coronel MacNamara, esto es injusto. Protesto.

—También tomo nota de esta protesta, teniente.

Scott estaba furioso, a punto de estallar debido al terminante rechazo de sus alegaciones. Avanzó un paso, con los puños crispados, la mandíbula tensa, dispuesto a dar rienda suelta a su furia, pero el comandante le paró los pies con una mirada fulminante.

—Teniente Scott —murmuró MacNamara con frialdad—, mantenga la boca cerrada. Es una orden.

Su abogado ha hablado en su nombre, y cualquier discusión sólo servirá para empeorar su situación.

Scott enarcó una ceja en un gesto airado e inquisitivo.

—¿Empeorarla? —preguntó en voz baja, controlando su ira con sogas, calabrotes, candados y cadenas internos.

Nadie respondió a su pregunta.

MacNamara siguió mirando detenida y fríamente a los tres miembros de la defensa. Dejó que el silencio continuara durante unos segundos, después de lo cual se llevó la mano a la visera, de forma deliberada y pausada, mostrando su ira contenida.

—Pueden retirarse hasta las ocho de esta mañana —dijo consultando su reloj—, o sea, dentro de cincuenta y nueve minutos.

MacNamara y Clark dieron media vuelta y entraron en el barracón. Townsend se dispuso también a retirarse, pero Tommy alargó la mano derecha y asió al capitán.

Townsend se volvió como un barco de vela zarandeado por un viento recio y se encaró con Tommy, que pronunció una sola palabra antes de soltarlo.

—¡Embustero! —murmuró en las narices del virginiano.

El capitán entreabrió la boca para replicar, pero cambió de opinión. Dio media vuelta y se marchó, dejando a los tres miembros de la defensa plantados junto al barracón.

Scott observó al capitán alejarse, luego respiró hondo y se apoyó en el muro del barracón 122.

Introdujo la mano lentamente en el bolsillo interior de su cazadora y sacó los restos de una tableta de chocolate. La partió en tres trocitos y entregó uno a Tommy y otro a Hugh antes de meterse el más pequeño en la boca. Durante unos momentos, los tres hombres se apretujaron contra el muro del edificio, al abrigo del viento, dejando que la suculencia de la tableta Hershey's se disolviera en sus bocas.

Tommy dejó que el chocolate se deshiciera completamente sobre su lengua antes de tragarlo.

—Gracias —dijo.

Scott sonrió.

—Bueno, como fue una reunión tan amarga, pensé que nos vendría bien algo que la endulzara y lo único que tenía a mano era chocolate.

Los tres hombres se rieron de la ocurrencia.

—Me aventuro a pronosticar, muchachos —dijo Renaday—, que no debemos esperar demasiados fallos a nuestro favor durante el juicio.

—Eso es seguro —repuso Scott meneando la cabeza—. Pero yo creo que ese tío nos arrojará algunos huesos, ¿no, Hart? No de los que llevan carne, sino de los más pequeños. Quiere dar la impresión de obrar con justicia. Busca un linchamiento… «justo».

—No deja de ser cómico —dijo Scott tras suspirar—. Bueno, más que cómico divertido. Pero me está ocurriendo a mí —añadió con un gesto elocuente.

Tommy asintió.

—Me he dado cuenta de algo en lo que no había reparado hasta el momento. ¿No se ha fijado en nada particular, Scott?

El aviador negro tragó el chocolate y miró perplejo a Tommy.

—Continúe, abogado —repuso—. ¿En qué debía haberme fijado?

—MacNamara era quien se mostró más preocupado sobre la forma de exponer el caso ante los alemanes. Nos ha convocado aquí, donde prácticamente nadie podía vernos, insistiendo en que no debemos revelar nada a los alemanes. En particular nada que haga pensar en que Trader Vic fue asesinado en un lugar distinto d
el Abort
. Lo cual es muy interesante, porque, bien pensado, lo que quieren demostrar a los nazis es lo cojonudamente justos que somos en nuestros juicios. No justamente lo contrario.

—O sea —dijo Scott con lentitud—, ¿crees que todo esto en parte es una farsa?

—Sí. Pero debería ser una farsa en sentido inverso. Es decir, una farsa que no parezca una farsa.

—De todos modos, ¿en qué me beneficia eso?

Tommy se detuvo antes de responder.

—Ésa es la pregunta de los veinticinco centavos, ¿no?

Scott asintió con la cabeza. Durante unos momentos se quedó pensativo.

—Creo que también hemos averiguado otra cosa. Aunque, por supuesto, no hay tiempo suficiente para hacer algo al respecto —agregó el aviador negro.

—¿A qué se refiere? —preguntó Renaday.

Scott alzó la vista al cielo.

—¿Saben lo que más odio de este maldito clima? —preguntó retóricamente, respondiendo de inmediato a su propia pregunta—. Que un día sale el sol y te quitas la camisa para sentir su calor, pensando que hay esperanza de que el tiempo mejore, y al día siguiente te despiertas con la sensación de que ha vuelto el invierno, con tormentas y vientos helados. —Tommy suspiró, sacó una nueva tableta de chocolate y partió un trozo para cada uno—. Puede que ya no necesite esto dentro de poco —dijo. Luego, volviéndose hacia Hugh agregó—: lo que he aprendido de esta breve reunión, es algo que debimos dar por sentado desde el principio: que el fiscal está dispuesto a mentir sobre lo que vio en las mismas barbas del comandante. Deberíamos preguntarnos qué otra mentira tiene preparada.

Esta observación pilló a Tommy por sorpresa, pero tras unos instantes de reflexión llegó a la conclusión de que era acertada. «Hay una mentira en alguna parte», se dijo. Pero no sabía dónde. Lo cual no significaba que no estuviera preparado para ella.

—Será mejor que nos pongamos en marcha —dijo tras mirar la hora.

—No debemos llegar tarde —apuntó Scott—. Aunque no estoy seguro de que el presentarnos allí sea una buena idea.

Hugh sonrió y saludó con la mano a la torre de vigilancia, en cuyo centro había dos gorilas ateridos por el viento helado.

—¿Sabes qué deberíamos hacer, Tommy? Esperar a que todos estén reunidos en la sala del tribunal y largarnos por la puerta principal como hicieron los británicos. Puede que nadie se diera cuenta.

—Seguramente no llegaríamos muy lejos —respondió Scott tras prorrumpir en una carcajada—.

Tengo mis dudas de que en estos momentos haya muchos negros paseándose por Alemania. No creo que nos incluyan en el gran proyecto nazi. Lo cual me complicaría la vida si me pillan correteando por la campiña, tratando de fugarme. Bien pensado, es muy curioso. Probablemente soy el único tío en el Stalag Luft 13 que los alemanes no tienen que vigilar. Porque ¿adónde iba a ir?

¿Cómo podría ocultarme? Me resultaría un poco difícil mezclarme con el populacho local sin llamar la atención, ¿no creen? Al margen de cómo fuera vestido o de los documentos falsos que llevara, no creo que pudiera pasar inadvertido.

Scott se apartó del muro y se irguió, sin dejar de sonreír.

—Debemos irnos, abogado —dijo.

Tommy asintió con la cabeza. Miró al aviador negro y pensó que Scott era el tipo de hombre que convenía tener de tu lado en una pelea justa. Durante unos instantes se preguntó cómo habría tratado su viejo capitán del oeste de Tejas al aviador de Tuskegee. No sabía si aquél tenía prejuicios raciales, pero una cosa sí sabía: el capitán conocía el sistema para calibrar la templanza y frialdad de una persona en circunstancias adversas, y en ese sentido, Lincoln Scott habría conquistado su admiración. Tommy dudaba de poder aparentar la serenidad que mostraba Scott con todo lo que se le había venido encima de hallarse en su lugar. Pero Scott llevaba razón en una cosa: sus situaciones no eran intercambiables.

Los
kriegies
se habían introducido como con calzador en cada palmo de espacio disponible del edificio del teatro, ocupando cada asiento, llenando los pasillos de la sala. Al igual que la vez precedente, multitud de hombres se agolpaban frente a cada ventana fuera del barracón, esforzándose en oír y contemplar la escena que iba a desarrollarse en el interior. La presencia alemana era algo más numerosa debido a los hurones situados en la periferia de los grupos de prisioneros y al escuadrón armado de gorilas cubiertos con cascos apostados frente a la puerta. Los alemanes parecían tan intrigados como sus prisioneros, aunque sus escasos conocimientos de la lengua y los usos y costumbres estadounidenses les impedían seguir con detalle lo que ocurría. No obstante, la perspectiva de un acontecimiento que venía a romper la tediosa rutina del campo resultaba atractiva a todos, y ninguno de los guardias parecía enojado por haber recibido esa misión.

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